Tinta y sangre
Hubo un tiempo en el que el testigo de un crimen llamaba antes a los periódicos que a la pasma. Fue no hace mucho. En el juicio por la muerte de los marqueses de Urquijo, cuando preguntaron al servicio quién había llegado primero a la escena de los hechos, respondieron con naturalidad:
Durante muchos años no existió en este país la presunción de inocencia. Los buenos eran siempre los policías. Los malos, los detenidos y Margarita Landi -apodada en clave ‘Subinspector Pedrito’- andaba por la escena del crimen como por la cocina de su casa. De aquel periodismo a la antigua usanza quedó un generoso ramillete de historias sangrientas apasionadas, que se publicaron en el semanario madrileño desde 1952 hasta 1991. Lo leían «desde las porteras hasta las marquesas», cuenta Juan Rada, que ha recogido las mejores y más asombrosas páginas en el libro ‘El Caso. 60 aniversario’, de Grupoeditorial33. Estas son algunas de ellas.
José Manuel Jarabo Pérez Morris era el hijo golfo y adinerado de unos españoles emigrados a EE UU, conocido en Chicote y entre las fulanas por elegante, espléndido y pendenciero, que derrochaba la bolsa y la vida por las barras de Madrid. En un apuro económico, una amante casada le dejó una joya para empeñar. Perdió mucho dinero, pero cuando la reclamó, los prestamistas trataron de chantajearle. En julio de 1958, buscó a uno de ellos en su casa de Madrid. Atravesó el corazón de la criada con el cuchillo de pelar judías y luego mató al matrimonio. Todavía lleno de ira, fue a buscar otro prestamista: lo halló en su local de la calle Sáinz de Baranda y le pegó dos tiros. La lonja sigue hoy cerrada. Lo delató un traje lleno de sangre en una tintorería de la calle Orense. Juan Rada cuenta que, esa semana, ‘El Caso’ batió el récord de ventas: 480.000 ejemplares, 180.000 más que el ‘Marca’ del gol de Zarra en el mundial de 1950. Había colas en los quioscos.
Un año después, Jarabo fue el último ejecutado por la justicia civil en la dictadura. El 3 de julio de 1959, la víspera de probar el garrote, lo pasó vestido con un traje nuevo de sastre fumando habanos. ¿De dónde los había sacado? Se los enviaba el fundador de ‘El Caso’, Eugenio Suárez, en agradecimiento por aquellas ventas históricas.
La noche antes de ser detenido, Jarabo se dio una fiesta. En su día se publicó que había estado con dos fulanas en una casa de alterne de la calle Antonio Grilo. El portal de enfrente también salió en la portada de ‘El Caso’. Allí vivía el sastre José María Ruiz Martínez. El 1 de mayo de 1962, los vecinos escucharon ruidos raros que procedían de la vivienda. La escena que se encontró la policía -dibujada en las páginas del periódico- fue dantesca. Aquel hombre, preso de la locura, había matado a su mujer. Estaba encerrado en la casa. A medida que se escuchaban los disparos, la gente se agolpaba en la calle. Después de acabar con la vida de su esposa, Ruiz fue matando uno a uno a sus cinco hijos. Y sacó sus cadáveres al balcón. Gritaba que lo había hecho para protegerles. Alguien llamó a un sacerdote, que le negó la absolución si antes no se confesaba. Se voló la cabeza.
A este edificio de Antonio Grilo le llamaban ‘la casa maldita’, y con razón. En 1945, un ladrón había matado a un camisero en su piso de un pertinaz golpe de candelabro en el cráneo. Y dos años después de lo del sastre, en 1964, un señor acudió a una cita con su amante, abrió la puerta del ropero y se encontró a un bebé colgado del cuello. Su madre le esperaba en la cama. Había ocultado el embarazo. Para remate, Rada asegura que hace un lustro, unas obras descubrieron que los responsables de una antigua clínica abortista habían convertido el solar en un cementerio de fetos.
Otros casos que se relatan en el libro fueron menos violentos, pero nadie les quita su dosis de truculencia casi gore. El siguiente suceso ocurrió en un palacete de Princesa, cerca de la casa del sastre. Allí vivía Margarita Rey de Lihory, marquesa, baronesa y duquesa. Entre otros logros, la mujer había sido viajera, espía, bailarina, pianista, experta en magia africana y amante de Abd-el-Krim. Cuando su hija Margot enfermó, no se quiso separar de ella. Tanto la quería que, en 1954, cuando la policía llegó a la casa alertada por su otro hijo, se encontró con una mano cortada flotando en una lechera de plástico. La pequeña ya no la necesitaba, pensaría su madre, que la guardaba como reliquia. La marquesa fue absuelta, pero la foto que habían conseguido los reporteros era demasiado para la España de entonces, o al menos eso pensó el censor, que no dejó publicarla. Con la rotativa en marcha, a las nueve de la noche, la situación en ‘El Caso’ era límite y tuvo que actuar el director. En el hueco de la imagen escribió de su puño y letra el titular: ‘El misterio de la mano cortada’.
Para misterio, el que se desató con la tumba de Ituren, un pequeño pueblo de Navarra. Hacía mucho que no moría nadie en el pueblo, pero cuando en noviembre de 1966 fueron a enterrar a un vecino, se encontraron con dos cadáveres ‘okupas’ en el sepulcro. Sin ataúd, con las manos atadas, desnudos, como dos amantes que hubieran terminado mal. Rada explica que en un primer momento se pensó en dos inmigrantes portugueses camino de Francia, pero el tema era más gordo. En ‘El Caso’ hubo una orden directa del jefe de Estado (véase Franco) para que no se publicase una sola línea del tema y el pueblo fue tomado por la Benemérita. Protegían un secreto. Según Rada, se trataba del cuerpo del líder de la izquierda marroquí Ben Barca y su secretaria, desaparecidos en París y presuntamente asesinados por agentes franceses y marroquíes junto a la frontera.
En el capítulo de misterios, una herencia millonaria que trajo loca a media Europa. En 1952, al poco de salir a la calle, ‘El Caso’ publicó que una noble de nombre Lucie Desmarins, muerta en 1920, había firmado ante un notario de París que legaba su herencia (200 millones de pesetas) al galán que pasara un año entero al lado de su tumba, un mausoleo del cementerio de Père Lachaise. Los camposantos de Francia se llenaron de cartas de pretendientes del esqueleto de la ilustre fallecida, buscadores del panteón de Lucie , y de tipos con pico y pala dispuestos a exhumar a cualquier muerta sospechosa de poseer una fortuna. ‘ABC’ replicó que Lucie nunca existió.