Una historiadora analiza la presencia en México
Un análisis del desarrollo de las comunidades extranjeras en México, a partir del censo y registro de los movimientos portuarios a finales del siglo XIX y principios del XX, es el eje temático del libro ‘Las cuentas de los sueños. La presencia extranjera en México a través de las estadísticas nacionales 1880-1914’, de la historiadora Delia Salazar.
El volumen fue presentado en esta capital y “atiende de manera profunda las causas y consecuencias migratorias en México durante ese lapso, a partir del estudio de censos y registros de movimientos portuarios de esa época.
En el acto estuvieron María Dolores Morales Martínez, Carlos Martínez Assad, Ernesto Rodríguez Chávez y Salvador Beltrán del Río y se realizó en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
El libro permite hacer un análisis del desarrollo de las comunidades extranjeras en México; desde la gran diversidad de nacionalidades de origen, y las diferentes regiones en las que se asentaron.
La publicación contiene un atlas geográfico con 45 mapas, que explica con estadísticas y por regiones los movimientos migratorios en el país, según los censos de 1895, 1900 y 1910.
En su libro, la autora señala que este periodo fue el de mayor apertura gubernamental para el aumento de los flujos migratorios en el país, pues fue el momento en que emigrantes europeos y asiáticos tuvieron una gran incidencia en México.
Esto fue tanto en su economía, industrias, comercio, actividades ferroviarias y petroleras, así como un gran impacto cultural, educativo y de salubridad, principalmente con la creación de colegios y hospitales.
En estos últimos rubros destaca la participación de un gran número de maestros -principalmente franceses y españoles-, que establecieron varios institutos, como los colegios Franco-Mexicano, Franco-Inglés, La Salle, el Liceo Fournier, el Madrid, o el Liceo Alemán Alexander Von Humboldt, en los cuales estudiaba la élite mexicana.
Otro ejemplo, del impacto de la migración extranjera en México, fue la influencia de la arquitectura italiana en el Palacio de Bellas Artes, creado por el arquitecto Adamo Boari; y las nuevas creencias religiosas, con las iglesias protestantes, entre las que destacaron las metodistas, que tuvieron mayor presencia en esa época.
En este mismo lapso de apertura de las políticas migratorias mexicanas, se registró la mayor presencia de griegos, británicos, alemanes, libaneses, turcos, judíos, chinos, japoneses, coreanos; así como de estadunidenses, canadienses, guatemaltecos, beliceños y cubanos, donde estos últimos cinco representaron el 50 por ciento de los inmigrantes en el país, en ese momento.
Salazar destacó dos grupos de extranjeros que en México tuvieron un desarrollo contrastante: los españoles y los chinos.
Los primeros fueron los de mayor distribución y presencia en el país, al mezclarse con la población mexicana, y con ello acrecentar el mestizaje.
Desde su llegada en 1521 durante la colonización hasta los años setenta del siglo XX; además, tuvieron una fuerte influencia religiosa y política, a través del catolicismo y al gobernar la Nueva España cerca de tres centurias, respectivamente.
En cuanto a los chinos, la historiadora indicó que fue uno de los grupos más discriminados por la población mexicana, “principalmente por la diferencia cultural, ideológica y espiritual, además de que significaron una verdadera competencia laboral, puesto que eran sociedades modestas que se contrataban por muy bajos salarios”.
Al respecto, abundó que además algunos mexicanos concebían a los chinos como portadores de infecciones, y como una raza inferior sometida a explotación.
“Hubo hacia ellos actos de xenofobia, como se reflejó en asesinatos y manifestaciones contra esa comunidad asiática; ejemplo de ello fue la matanza en Torreón, del 13 al 15 de mayo de 1911, durante la entrada de las tropas maderistas a esa ciudad”.
En tanto, los ciudadanos europeos y del norte de América eran la viva imagen de los inmigrantes ideales, es decir, aquéllos que eran cultos, con proyectos económicos, comerciales y culturales de interés, que potencialmente podían llevar a México hacia una modernización más rápida.
Estos llegaron motivados por el deseo de extender sus inversiones en México. Su llegada se incrementó por el desarrollo de la navegación y el transporte, y así muchos extranjeros arribaron al país para buscar fortuna, expandiendo sus productos y mercados, o establecer factorías.
Cabe mencionar que dicho grupo (integrado por europeos, estadounidenses y canadienses) se asentaron particularmente en los puertos, en la frontera norte, en las regiones donde se realizaran desarrollos ferroviarios, y en las principales capitales de algunos estados, como Veracruz, Jalisco, y principalmente el Distrito Federal.
Incluso, dijo, estos grupos de extranjeros se vieron beneficiados durante el Porfiriato con ciertos privilegios en materia legislativa, como fueron las modificaciones a las leyes de inmigración, que eliminaron el requisito de poseer la llamada ‘carta de seguridad’ -que servía como pasaporte-, para que la entrada de inmigrantes no fuera restringida.