La corrupción va por autonomías
Matías Vallés.- Al dispararse en España la corrupción vinculada al ladrillo anónimo, existía el riesgo de que la compra masiva de voluntades políticas no sólo pervirtiera a los gobernantes envueltos en ellas. La tentación jacobina de las prácticas corruptas podría haber conducido a una homogeneización indeseable de las distintas comunidades, pulverizando las idiosincrasias bruñidas con un coste secular. Por fortuna, la corrupción va por autonomías, y el espíritu regional se ha preservado en las operaciones de saqueo de fondos públicos, mediante el consorcio de dirigentes de los partidos y de avispados empresarios. La única excepción transfronteriza sería Gürtel, pero el prodigio admirable de esta trama consiste en metamorfosearse en sus diferentes ramales, para cumplir con el inexcusable principio darwiniano de adaptación al medio regional.
Vistos siempre desde fuera, los casos de corrupción que han salpicado a la comunidad valenciana sobresalen por la ejemplar complicidad emocional que se establece entre los empresarios y los políticos corruptos. A menudo, los socios en aventuras mercantiles desarrollan una hostilidad que acaba por entorpecer la buena marcha de la empresa. Las efusiones recogidas en las comunicaciones telefónicas aquí intervenidas contradice la pulsión divorcista. Los escándalos de esta autonomía resaltan también por la exhibición detectada en Brugal, yates incluidos. En cuanto a las diferencias entre dirigentes de línea Camps o herederos de Zaplana, los primeros tienen gustos más baratos y, probablemente por su entrada tardía en el mercado, muestran una mayor diversificación tecnológica frente a la confianza ciega de los clásicos en el ladrillo.
Sería hipócrita ocultar que la corrupción andaluza se desarrolla con una alegría especial. La emulación de Gil exige unos ritmos y un desenfado que serían impensables en autonomías más húmedas. El gilismo ha sido incorporado con éxito al equipaje genético de políticos corruptos de PP y PSOE. El alcalde socialista que guarda sus ahorros sobornados en un colchón debe resguardarse como un ejemplar de la España en vías de extinción, con el mismo esmero empleado en clasificar los restos de Atapuerca. El jolgorio gilista se traslada incluso al interiorismo. La jirafa disecada que fue inventariada en la mansión de Roca sería impensable por ejemplo en la corrupción madrileña. Insinuar siquiera que un corrompible catalán coloque un mamífero cuellilargo en su residencia, costaría una querella criminal.
La teoría de las modalidades regionales de corrupción se cumple a rajatabla en Balears, donde la insularidad acentúa los protocolos autóctonos. A diferencia de la comunidad valenciana, aquí no se percibe un cariño especial entre los políticos y los empresarios que les ayudan al vaciado de las arcas públicas. La reacción es huraña y vergonzante –quizás por el dolor de compartir una ganancia que se preferiría exclusiva–, hasta el punto de entorpecer los mecanismos de reparto. Habría que separar los casos ligados al entorno de Matas, un admirador entusiasta de Zaplana. En contra de la luminosidad andaluza, el despilfarro en suites de hotel a mil euros la noche se produce en geografías alejadas como Shangai, Moscú, Roma o Los Angeles.
Ajena a las modas que han otorgado preeminencia a la corrupción de otras comunidades, Galicia se mantiene fiel a los principios de una actividad bronca, por mucho que se intente embellecerla. Su símbolo sería el back to basics, la desnudez que se traduce en la refractariedad de los hombres de negocios corruptos a compartir una ganancia que deseaban íntegra, si acaso tras el abono de una módica comisión al político de turno. En toda España, ha sido necesaria una intensa labor pedagógica para convencer a los corruptores de que los corrompibles deben ser tratados en pie de igualdad.
Madrid practica como nadie la corrupción del restaurante, hasta el punto de que puede defenderse la tesis de que la compraventa de políticos fue una distracción ideada para amenizar las interminables sobremesas. Gürtel se impuso en la comunidad madrileña al sustituir los mamíferos disecados por la contemplación de jirafas vivas, en safaris sufragados a los políticos corruptos. Se trata sin duda de una versión más ecológica y sostenible de la corrupción, porque una misma jirafa puede ser contemplada por decenas de políticos en venta.
El club de tenis es a Cataluña lo que el restaurante a Madrid. La decidida apuesta catalana por la cultura se transmite a una corrupción de Palau de la Música. Frente a la charanga imperante en otras regiones, aquí el saqueo cursa con especial distinción. En fin, también las maniobras venales han respetado la atmósfera austera y granítica de Castilla y León, según demuestra su ramificación de Gürtel.