Anthony Weiner, atrapado por sus veleidades sexuales en las redes sociales, renunció el jueves a su cargo de congresista de Estados Unidos. Era uno de los representantes estrellas del grupo demócrata, un hombre de futuro, el político mejor situado para convertirse en el próximo alcalde de Nueva York. Todo esto se ha esfumado como el humo por obra y gracia de sus indiscreciones on line. La irrupción en público del envió por Twitter de fotos suyas, calificadas de lascivas, a sus admiradoras políticas le han conducido a dejar su cargo en Washington.

La escenificación de la rendición de este representante por Nueva York se realizó por la tarde en Sheepshead Bay, en un centro para “ciudadanos mayores”. En este mismo enclave de Brooklyn lanzó en 1992 la campaña al consejo municipal neoyorquino que supuso su entrada en un mundo del que sale por la puerta falsa.

Numerosas personas guardaron cola para presenciar en directo este acontecimiento. Al menos 35 cámaras de televisión se congregaron para poner imágenes a la “gran historia del día”. Weiner arrancó su alegato, en el que no admitió preguntas, con una evocación a sus inicios, hace casi dos décadas. Sietes años después logró su cargo de congresista. Lo eligieron, subrayó, “vecinos trabajadores y patriotas que representan mi misma clase, la misma clase media de Nueva York”.

Lamentó que no podrá seguir luchando por ellos –”la distracción que he creado lo hace imposible”– y entró en materia. “Estoy aquí para pedir perdón de nuevo por los errores personales y la vergüenza que he causado”.

Y llegó el momento. “Hoy anunció mi dimisión –”bien”, se escuchó gritar a unos– , mis compañeros del Congreso volverán a trabajar, mis vecinos elegirán a un nuevo representante –”mejor que tú”– y, lo más importante, mi esposa y yo continuaremos curando el daño que le he causado”.

Sólo le faltaba despedirse de todo el mundo que le ha ayudado y apoyado –remarcó que echará de menos a sus compañeros de Washington, de ambos partidos–, aunque de nuevo presentó sus disculpas, en especial a Huma, su esposa, la mujer de 36 años que ahora se ha sabido que está embarazada de pocas semanas.

Precisamente fue ella la que el miércoles por la noche le dijo que esta situación resultaba insostenible. Huma acababa de llegar un una gira africana con su jefa, Hillary Clinton, la secretaria de Estado. Sólo unas horas antes, una ex actriz porno, Glenda Lee había comparecido en rueda de prensa para explicar que Weiner le había enviado mensajes de contenido sexual explícito y que, después, le pidió que mintiera sobre su existencia.

La renuncia Weiner culmina una campaña de acoso que empezó a finales de mayo. Entonces, el blogero ultraconservador Andrew Breibart cazó una foto del congresista en ropa interior que éste había enviado a una admiradora de 21 años. Después hubo más imágenes y más admiradoras que habían caído en su red. De entrada el negó ser el autor. Luego, en una rueda de prensa celebrada la pasada semana, se rectificó, aunque insistió que no pensaba dimitir. Dijo que no se había producido relación física alguna, ni malversación de caudales públicos en sus twitters.

Sin embargo, esa aparición pública abrió la caja de truenos. Surgieron Políticos de uno y otro partido pidieron su renuncia. Una de las primeras personalidades que lo hizo fue Nancy Pelosi, jefa del grupo minoritario en el Congreso. Hubo una cadena de adhesiones a Pelosi dentro de su partido. Los republicanos también se cebaron sobre él. Incluso el presidente Obama ha intervenido. “Ha abochornado a su esposa, a su familia. Si yo fuera él, dimitiría”.