Hola, mi nombre es Hamza…
Hamza tenía 13 años. Era un muchacho gordito, sonriente y pacífico que vivía con sus padres en una granja situada en Jizah, una pequeña ciudad del mediodía sirio, en la provincia de Daraa. Hamza estudiaba séptimo curso y no solía meterse en líos. Le gustaba nadar en las acequias cuando llovía y criaba palomas en el altillo de su casa. Disfrutaba viendo cómo volaban. Tenía fama de generoso. De mayor quería ser policía.
Ahora está muerto. El Ejército del dictador sirio, Bashar Al Asad, se lo llevó el 29 de abril. Aunque Hamza nunca estuvo muy interesado por la política, decidió acudir a una manifestación de protesta convocada en Saida, a doce kilómetros de su hogar. Lo hizo más por espíritu gregario que por profunda convicción. «Parecía que todo el mundo iba a acudir, así que él se apuntó también», explicó uno de sus primos al canal de televisión Al Jazeera. Se metió en una ratonera. Las fuerzas armadas fueron al lugar de la marcha y no se anduvieron con chiquitas: se liaron a tiros, mataron a unos cuantos y decidieron secuestrar a Hamza y a sus amigos.
Después de un mes con los nervios erizados por la angustia, los padres de Hamza Al-Khatib tuvieron por fin noticias de su hijo. Unos oficiales de policía se presentaron el 27 de mayo en su granja y les dijeron que el chaval había fallecido, pero que podían recuperar su cuerpo si se quedaban calladitos y le daban secreta sepultura. Accedieron.
Hamza venía envuelto en una funda de plástico. Tenía tres orificios de bala, moratones en la frente y en las piernas, quemaduras por todo el cuerpo. Le habían cortado el pene. Horrorizados, rotos de dolor y de impotencia, decidieron traicionar el pacto de silencio. Grabaron la imagen de su hijo Hamza y colgaron el vídeo en Youtube. Cientos de miles de personas lo han visto desde entonces y las grandes cadenas de televisión, como Al Jazeera o la CNN, han difundido la espantosa cinta. Se han creado varios grupos de Facebook, en árabe y en inglés, con el lema ‘todos somos Hamza Al Khatib’, que han reunido miles de adhesiones en apenas unas días. Entre los mensajes, una frase se multiplica: «No dejaremos que su sangre haya corrido en vano». Los manifestantes salen a las calles, desde entonces, con una fotografía gigantesca de Hamza cuando aún era solo un muchacho gordito, sonriente y pacífico.
Como Mohamed Bouazizi, el joven que se quemó a lo bonzo en Túnez, o como Jaled Said, el egipcio que fue asesinado por la policía de Mubarak, Hamza Al Khatib se ha convertido en un nuevo símbolo de la primavera árabe. Los rebeldes sirios sienten que luchan por él. «Hamza ha entrado en la historia de la infamia siria», explica Fouad Ajami, profesor de la Universidad John Hopkins de Estados Unidos, en la cadena CNN. «La máscara ha caído por fin en Damasco. Bashar siempre ha pretendido ser un hombre civilizado, abierto al mundo exterior… ¡Si hasta Clinton y Obama le llamaban reformador! Pero por fin lo hemos visto claro. Han decidido devolver el cuerpo de este pobre chico a sus padres para asustar a la población, porque los gobernantes están muy sorprendidos de que la gente ya no les tenga miedo».
El miedo del tirano
Ahora, en cambio, es el dictador sirio, Bashar Al Asad, el que parece tener miedo. Se le ha ido la mano con Hamza y teme que esta pequeña llama acabe provocando un incendio colosal, que reduzca a cenizas su régimen totalitario. Para intentar cortar la corriente de solidaridad con el muchacho, Bashar decidió montar un show en la televisión estatal. En un programa especial de una hora, un médico, Akram Shaar, y un psicólogo, Majdee al Fares, aseguraron pomposamente que iban a desvelar «toda la verdad» de la historia de Hamza Al-Khatib. El chico, dicen, murió de un balazo. Punto. Las marcas en su cuerpo, los hematomas, las quemaduras e incluso la emasculación debieron ser fruto de estrategias conspirativas, urdidas a posteriori por los rebeldes. Más aún, un presentador informó con solemnidad de que el propio presidente, compungido hasta las lágrimas, había recibido en Damasco al padre de Hamza, Ali Al Khatib. Bashar escuchó su tragedia con esa carita de chico bueno que tanto engaña a las potencias occidentales y afirmó «sentir esa muerte como la de un hijo propio». El señor Ali, dice la televisión pública siria, salió muy confortado de la reunión y agradeció al presidente Al Asad sus profundos desvelos y su amable solidaridad.
Pero los ciudadanos ya no se tragan unos cuentecillos tan burdos. Razan Zaitouna, un abogado sirio especialista en Derechos Humanos, explicó al diario británico ‘The independent’ por qué el caso de Hamza ha causado tal impacto: «La muerte del chaval ha mostrado a la gente que lo mismo podría haber pasado con sus hijos. Sienten que el régimen ya no es seguro. Muchos sirios de repente se han dado cuenta de lo que está pasando».
Como el régimen de Bashar prohíbe la presencia de los corresponsales extranjeros, corta el acceso a internet e impone una censura brutal, los números de la represión bailan según las fuentes. Pero se supone que el ejército ha aniquilado ya a más de mil opositores y ha encarcelado a otros diez mil. Y Hamza no es, por desgracia, el único niño que ha muerto en las refriegas. Al menos treinta chavales han sufrido la misma suerte que el pequeño mártir de Jizah: Tamam Al Saidawi, de 5 años, murió en Homs, tiroteada cuando viajaba en coche con sus padres; y Majd Airfaee, de 7 años, falleció en Daraa, con una bala metida en el abdomen. La ONG Human Rights Watch ha publicado un informe, titulado ‘Jamás habíamos visto tal horror’, en el que recoge testimonios de 50 víctimas y testigos de torturas y ejecuciones sumarias en Siria. Dice sin ambages que la represión de Al Asad alcanza las dimensiones de un «crimen contra la humanidad».
«Bashar está tocado»
«El malestar cada día es mayor», confirma Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes en la Universidad de Alicante y autor del libro ‘Siria contemporánea’ (Síntesis, 2009). «El régimen ha dado órdenes expresas de detener, torturar y asesinar a cientos de personas para perpetuarse en el poder. Pero las manifestaciones se han extendido a la práctica totalidad del territorio y están adquiriendo proporciones inimaginables. El pasado viernes salieron a la calle más de 50.000 personas en Hama y también algunos barrios de Alepo y Damasco empiezan a movilizarse contra la dictadura de los Asad», asegura Álvarez-Ossorio. El avance es significativo porque, hasta ahora, las dos principales ciudades del país habían permanecido en calma.
La historia de Hamza ha merecido incluso unas palabras de Hillary Clinton, secretaria de Estado americana, que se mostró «muy preocupada» por un caso que «simboliza el fracaso del gobierno sirio a la hora de escuchar a su propia gente».
El pasado viernes fue declarado por los opositores ‘Día de los niños de la libertad’. Los manifestantes reclamaron que una comisión internacional investigue lo sucedido realmente con Hamza porque nadie cree la versión oficial. Bashar Al Asad y sus secuaces se oponen a cualquier «intromisión extranjera». Sin embargo, la sombra de Hamza se va haciendo cada vez más alargada, más poderosa, más temible. «Bashar está tocado y ha perdido la credibilidad entre su propia población. En mi opinión, su caída es cuestión de tiempo», vaticina Álvarez-Ossorio.
Finalmente, un pobre niño de trece años, gordito, sonriente y pacífico, puede dar la puntilla a una salvaje tiranía que dura ya cuarenta años.