Una visita al pueblo que alimenta la emigración a España
Parli italiano?». No. «¿Y español?». Pues sí. «¡Qué bien, bienvenido a Qingtian!». El inesperado recibimiento por parte de un curioso políglota en la tenebrosa estación de tren de Qingtian deja en evidencia que este pueblo de la provincia oriental de g no es un lugar cualquiera. No hay más que caminar unos metros para descubrir que esta localidad, de unos 450.000 habitantes, es a China lo que el imaginario colectivo atribuye a Galicia en España. Una cuna de emigrantes.
La plaza en la que está ubicado el ferrocarril parece Tiananmen. Una explanada tan limpia como aburrida en la que solo rompe la monotonía un bosque de banderas situado en un extremo. Una mirada más detenida depara más sorpresas, porque revela que en los mástiles de metal ondean todo tipo de enseñas menos la de las cinco estrellas amarillas sobre fondo rojo sangre. Y no es que falte la combinación de esos dos colores. De hecho, abunda. Lo que sucede es que está asociada a un país muy lejano que, sin embargo, aquí resulta muy próximo: España. Cada uno de los estandartes además, tiene grabada la asociación a la que pertenece. Así, las rojigualdas representan a grupos tan heterogéneos como la Asociación de Chinos de Euskadi o la Asociación Gastronómica de China en España. Pero los tentáculos de Qingtian van más allá, y llegan incluso a Ecuador y Brasil.
Por si fuera poco, en una pantalla gigante se proyectan anuncios entre los que no falta uno que muestra un híper-chino de Fuenlabrada en el que abundan las patas de jamón serrano y las botellas de aceite de oliva. Ni rastro de los cachivaches del ‘todo a cien’. Sin duda, el spot no pretende conseguir clientes en este pueblo de la costa este de China, sino mostrar cómo prosperan los vecinos del pueblo fuera de su demarcación. «Construyamos un Qingtian más próspero», rezan los gigantescos ideogramas que el ayuntamiento ha colocado junto al río que divide en dos la localidad. ¿Cómo? Escapando del lugar.
«Aquí cinco de cada diez hombres hablan español», asegura el taxista después de preguntar por la nacionalidad del recién llegado. Exagera, pero su apreciación evidencia un hecho incontestable: la mayoría de los emigrantes chinos de España procede de Qingtian y de la vecina Wenzhou. Aunque no hay estadísticas oficiales, diferentes estimaciones cifran en más de un 70% el número de quienes tienen su origen aquí.
Antonio Segura, cónsul de España en Shanghai, demarcación que cubre la provincia de Zhejiang, reconoce que «son los más numerosos». V ha viajado hasta allí para descubrir el complejo mecanismo que mueve la inmigración más silenciosa y hermética de nuestro país. Según datos oficiales, en 1961 solo había 161 chinos. En 1995 sumaban 10.000, todavía una cantidad discreta. El año pasado su número se había disparado hasta los 170.000, una cifra que, con los residentes sin papeles, alcanzaría los 240.000.
A pesar de la crisis económica, Europa sigue teniendo mucho tirón entre los habitantes de Qingtian. Se hace evidente en el gran número de escuelas que preparan a los jóvenes para dar el salto a Occidente. En estos centros reciben un barniz del idioma y un curso exprés de profesiones como cocinero, camarero, niñera o costurera. «El italiano y el español son los idiomas más solicitados. Muchos de los jóvenes tienen amigos o familiares ya establecidos allá, y con un pequeño conocimiento del idioma les resulta más fácil abrirse camino», analiza Wang Ju Li, responsable de la Escuela de Formación Exterior Hong Yuan. «Es gente que quiere salir de aquí. Tiene muy pocos estudios, pero muchas ganas de trabajar», comenta.
Las estadísticas le dan la razón: dos de cada cinco extranjeros que se dan de alta en autónomos son chinos, mientras que su porcentaje entre la población foránea de nuestro país es muy inferior y no alcanza ni el 3% del total (en 2010 eran unos 150.000).
Pero con la estricta regulación que gobierna la concesión de visados para la zona Schengen, a la que pertenece nuestro país, no es fácil poner un pie en Xibanya. Por eso, en Qingtian proliferan también los negocios que, en muchas ocasiones de forma ilegal, consiguen que el solicitante cumpla los requisitos para acceder a un permiso. «Es cierto que hay algunos tramposos que terminan dando mal nombre al resto», reconoce Segura.
«Afortunadamente, cada vez son menos, y ya sabemos distinguirlos». Así, las falsificaciones de pasaportes y de otros documentos clave que hace unos años se contaban por decenas han caído en Shanghai. «Son muy chapuceras», bromea el cónsul.
No obstante, este periodista ha podido comprobar que muchos se lucran con la obtención de certificados reales. Es el caso de una escuela situada en el centro del pueblo y que cuenta con dos décadas de experiencia. Aquí, como cuenta Li, nombre ficticio de la responsable del centro, que prefiere mantener el anonimato, los jóvenes reciben un curso de Formación Profesional de un mes, por el que pagan 1.300 yuanes (unos 140 euros).
Camarera en Valencia
Sin embargo, el título oficial, en este caso de cocinero, certifica que han realizado estudios durante tres meses. Algunos alumnos reconocen que jamás han pisado un aula. «Solo tenemos que decir a dónde queremos ir y pagar», relata una joven de 20 años que no habla una palabra de español ni ha servido jamás un plato, pero que ya ha comprado su billete a Valencia para ejercer de camarera en un restaurante chino.
La lista con los nombres de los estudiantes y sus destinos favoritos, junto a los certificados que se apilan en la mesa de la directora, parecen confirmar este hecho. «Cada mes salen de aquí entre 70 y 80 personas con destino a Europa», confirma Li. «El principal problema al que se enfrentan es la búsqueda de contactos que les hagan el contrato de trabajo o la carta de referencia para el visado», explica la responsable de la escuela. «Algunos de los que ya están en España hacen dinero con referencias o contratos que luego no se cumplen. Los jóvenes pagan unos 10.000 euros por cabeza y obtienen el documento».
El representante de España en Shanghai, que concede unos 16.000 visados al año, una cifra insignificante si se compara con la de Alemania, que expide en torno a 190.000, confirma este extremo. «En ocasiones van engañados, pensando que les espera un puesto de trabajo, y, cuando llegan, se dan cuenta de que están solos. Por eso, en el consulado hemos extremado la cautela a la hora de conceder permisos a personal de restauración y servicio doméstico». Tanto que, según los datos que proporciona Segura, el año pasado solo se les ‘colaron’ dos personas que, después de obtener el visado de turismo, no regresaron a China. «Claro que, aunque se controle la inmigración en origen, es difícil hacer lo mismo con los chinos que ya están en otros países europeos».
El perfil del emigrante chino a España es de un nivel cultural y educativo bajo. «Es cierto que aumenta el número de visados de estudios, pero todavía estamos muy por detrás de otros países que, a priori, deberían tener menos tirón», comenta Segura, cuyo consulado concedió en 2010 solo 463 visados de estudios. Es evidente que España se vende mal en el país que ya tiene al mayor número de estudiantes en el extranjero. Nada menos que 1,27 millones de chinos se forman fuera de su país. «Muchos de quienes van a España lo hacen por su interés en América, y hay que explotar ese extra que es nuestro idioma». Sin embargo, en Qingtian nadie piensa en hacer negocios al otro lado del charco. Lo que tienen en mente los jóvenes que hablan con este periodista es abrir un negocio de ‘todo a un euro’, trabajar en restaurantes o dedicarse a la importación.
Chivas con té
Curiosamente, es el propio gobierno local el que incentiva la emigración. No solo aporta 600 yuanes de los 1.300 que cuesta el curso que ofrece Li, sino que, además, como ha podido confirmar V, subvenciona con otros 5.000 yuanes (530 euros) a quienes obtienen el certificado de aptitud laboral. «Al fin y al cabo, la experiencia en el extranjero es un plus importante para China», comenta Li. «Da experiencia a los jóvenes, reduce la presión demográfica y ayuda económicamente porque los emigrantes prosperan y envían dinero a casa».
Mao Qin An, que acaba de abrir una tienda en la que vende productos españoles, considera que el auge de China todavía no es tan importante como para evitar la desbandada en Qingtian, «una ciudad que, como Galicia o el País Vasco, tiene una tradición emigrante». Todavía, la juventud no encuentra su lugar en China. «Aquí la gente cobra entre mil y dos mil yuanes al mes (110-220 euros), mientras que en España se pueden conseguir 2.000 euros trabajando duro, ahorrar y luego regresar para invertir aquí». El sector inmobiliario es el que más atrae a los emigrantes chinos que, desde España, prefieren invertir su capital en algo rentable.
Así, no es de extrañar que en Qingtian se erijan urbanizaciones de lujo que llevan nombres del estilo de ‘Distrito de los Chinos de Ultramar’ y están llenas de esculturas más propias del Renacimiento francés.
Esa extraordinaria bonanza la confirman los cochazos que cada noche descansan a la entrada de hoteles con exceso de dorados y de karaokes en los que corren los fajos de billetes y el Chivas mezclado con refresco de té verde. Es la ostentación de quienes han regresado a Qintiang con éxito. Porque el círculo de la emigración china en España, como apunta Segura, «casi siempre termina en China». El origen.