Djokovic amenaza la hegemonía de Nadal
Hace tres años que Novak Djokovic (Belgrado, 22 de mayo de 1987) se asomó a los picos más altos del tenis. Ganó su primer Grand Slam (Australia) y desde entonces husmea por las cumbres con la idea de clavar un día la bandera serbia en la cima del mundo. Camino lleva de ello en un arranque de temporada inmaculado. ‘Nole’ -como le conocen sus partidarios- acaba de imponerse a la mejor raqueta planetaria, Rafa Nadal, en la final del torneo de Miami como hace dos semanas en el partido definitivo de Indian Wells: cede el primer set, crece con el transcurso del encuentro y remata al mallorquín en la tercera manga. Estrategias calcadas, aunque el duelo del domingo se decidió por el canto de un euro.
Desde luego, Djokovic ha llegado al techo para pasearse por él. En enero se apuntó su segundo Grand Slam con una querencia inequívoca por la pista dura de Melbourne, ganó también en Doha y abandona la gira estadounidense como un torero a hombros bajo el arco de la puerta grande. El auténtico adversario de Nadal acumula veintiséis triunfos consecutivos y amenaza el reinado que ostenta el manacorense con puño de hierro y brazo de Popeye. «Djokovic puede ser número uno en mes y medio o dos meses», declara uno de los deportistas más relevantes que ha parido España. Y ‘Nole’ devuelve el piropo: «Rafa es el mejor del mundo».
Cada época del tenis se ha caracterizado por rivalidades deportivas extremas que en algunos casos no excluyen el buen rollo, como demuestran precisamente los dos mejores jugadores. Roger Federer, un tenista elegante y monumental, vislumbró el ocaso en la misma medida que Rafa extendía su sombra sobre el circuito. La competencia ahora se centra en el balear y el serbio, una reedición de duelos apasionantes que se ha inclinado hacia el segundo en el inicio de la campaña. Pero el tenis anuncia un cambio de decorado: con la primavera llega la arcilla y nadie bate la tierra como Nadal. Tal vez vuelvan a encontrarse sobre el polvo de ladrillo de Montecarlo, feudo que Rafa domina con la autoridad medieval que reflejan seis copas consecutivas.
Armas de destrucción
Enterrar a Rafa suena estrafalario, pero si alguien puede manejar la pala es Djokovic. Presenta el gen competitivo que distingue a sus compatriotas, ha barnizado de seriedad un carácter tendente a la chufla y dispone de armas de destrucción masiva propias del juego. Como ejemplos, la regularidad de un saque preciso y potente -muchos primeros servicios dentro a 200 kilómetros por hora- y una derecha plana que carga de peso la bola. La consistencia viene acompañada de resultados y la suma de ambos factores dispara su confianza. Djokovic, que veía en Nadal un muro infranqueable, sabe ahora que puede abatirlo a raquetazos.
Muchos de los grandes han aportado golpes que definen su personalidad deportiva. Permanecen en el recuerdo el saque y volea de McEnroe, el revés a dos manos de Borg, el resto formidable de Connors… Pues el serbio ha recuperado lo que en el toreo se definiría como una suerte perdida y en el tenis, un arte en desuso: la dejada. Se trata de un remate cortado, sutil y pinturero más común en la tierra batida, donde la pelota bota menos. Él lo ha exportado a la pista dura, con el mérito añadido que representa. Así que entre el físico, la técnica y una mentalidad cada vez más poderosa, Djokovic añade a su faceta de desternillante imitador de rivales la categoría indiscutible de su tenis. La nueva rivalidad ya está en marcha: el pirata zurdo comedido con los años frente al depredador diestro que lo acecha.