Nos queda la palabra
Aunque ya no juguemos en la Champions League de la Economía y los acontecimientos planetarios que auguró no ha mucho la inculta, rolliza y chabacana pitonisa de la izquierda idiota hayan sido un fracaso –nos recortaron los sueldos, nos congelaron las pensiones y nos van a alargar la edad de jubilación– y aunque estemos militarizados por decreto alarmista del capullo feliz de la Moncloa, el mismo que fastidia a España entera con el aplauso cómplice de los soplagaitas, los paniaguados y los vendepatrias que maman de las ubres públicas y llaman a esto “política social”, hay motivos para creer que esta nueva etapa de nuestra falsa historia tiene remedio aún. Como escribió el poeta, nos queda la palabra.
Que nuestra clase política esté formada por delincuentes profesionales no es algo que deba deprimirnos: la libertad de expresión todavía existe y nada nos impide señalar con el índice acusador de nuestro verbo cálido y latino a esta gentuza que empezó apuntándose a cualquier bombardeo pseudodemocrático que estuviera a su alcance después de 1975, que siguió con la toma de escuelas, institutos y universidades, y que acabó –pues ésa era su única meta– asaltando los ricos cielos del Poder para llenarse los bolsillos. Es justo reconocerlo: todos son iguales. Desde los que se disfrazaban in illo tempore de vaqueros empanados, a los que ahora gastan crecepelo del caro en las envidiables terrazas de sus áticos, pasando por quienes se construyen chalés de lujo en Castilla la Vieja o por quienes cubren sus vergüenzas con trajes regalados por sus amiguitos, cuando antaño no tenían ni donde caerse muertos.
Por culpa de tanto mangante, en nuestro país se han dado cita todas las perversiones posibles. Esto es Jauja, señores, y aquí hay de todo y para todos. Lo mismo secuestramos, torturamos y matamos a los patriotas norteños para luego enterrarlos en cal viva que los convertimos en ‘hombres de paz’ o les pagamos costosos tratamientos de fertilidad en los mejores hospitales públicos; lo mismo untamos con subvenciones millonarias a los sufridos sindicatos que pactamos con ellos huelgas generales descafeinadas; lo mismo inauguramos un ‘trompódromo’ que prohibimos un homenaje a Agustín de Foxá.
De todos los tunantes tuneados que hoy devastan el solar patrio, el más grande es ZP. Cautivo y desarmado por sus propias huestes, quiere ahora cambiar, como el compadre moribundo del romance sonámbulo de FGL, su chulesco cuchillo leonés por la manta montañesa de su fiel Rubalcaba, experto en chivatazos oportunos. ¿Qué haremos cuando el destino nos alcance? ¿Hasta cuándo vais a abusar de nuestra paciencia? Menos mal que a algunos de nosotros todavía nos queda la palabra.