El octavo título mundial de boxeo conseguido por Manny Pacquiao ha hecho feliz a Filipinas, donde se paralizó toda actividad mientras duró la pelea y hasta los criminales y los guerrilleros del sur del país se tomaron el día libre. Millones de filipinos olvidaron durante unas horas las desgracias de la vida cotidiana, los desastres naturales que dejan cada año un regueros de muertos, los asesinatos casi diarios, la miseria que afecta a más de un tercio de la población o los combates del Ejército con las guerrillas comunistas y musulmanas.

Incluso las Fuerzas Armadas Filipinas declararon esta mañana un alto el fuego en sus operaciones militares al sur del país para seguir el evento en los cuarteles. “Hasta los grupos rebeldes deben de haber visto la pelea”, dijo a los medios el portavoz del Ejército, el general Jose Mabanta, que confirmó que no se registró ningún incidente violento mientras boxeaba Pacquiao , originario de la conflictiva isla de Mindanao. Durante la pelea, el tráfico se descongestionó en la bulliciosa Manila. “Lo he seguido por la radio dentro del coche, no había ni autobuses circulando y apenas se veían vehículos”, relató a Efe Matt, un taxista que vivió el combate desde su puesto de trabajo.

” Pacquiao es como un carabao (el búfalo de agua filipino), no le ha dejado respirar a Margarito, le ha puesto los dos ojos morados”, rememoraba con una gran sonrisa. Millones de filipinos acudieron desde primeras horas de la mañana a cines, polideportivos, bares y otros centros de recreo de todos los rincones del país, que ofrecían la pelea, televisada sólo en canales de pago. “He venido a las seis de la mañana para coger sitio, Pacquiao es el mejor boxeador del mundo y también un buen hombre”, comentaba Sammy, de 54 años que presenció la competición en la pantalla gigante instalada en el vetusto complejo deportivo de Malate, un barrio popular de Manila.

Miles de personas abarrotaban el recinto desde las ocho de la mañana, cinco horas antes de que el mayor ídolo de Filipinas se subiera al ring del Coyote Stadium de Dallas. “He apostado 5.000 pesos (83 euros o 114 dólares) por ‘Pacman’, no creo que el combate dure más de ocho asaltos, Margarito es muy lento”, aventuraba Sammy. La estricta prohibición de bebidas alcohólicas cumplió con su objetivo de apaciguar a los devotos del púgil, que vivieron con una calma tensa la espera, apretujados y soportando un calor sofocante. La interpretación del himno nacional filipino elevó los ánimos, que se terminaron de disparar cuando se inició el combate y Pacquiao infligió los primeros mandobles a su oponente. Además de los habituales gritos de apoyo, los asistentes soltaban sonoras carcajadas cada vez que su ídolo castigaba a Margarito y se regocijaban cuando la cámara enfocaba las heridas que iban poblando la cara del mexicano.

Cuando concluyó el último asalto, todos sabían que el ganador a los puntos sólo podía ser Pacquiao , por eso los gritos de celebración tras el veredicto de los jueces apenas duraron unos segundos. A la salida, a los aficionados les esperaban astutos vendedores callejeros de ron y cerveza, que ayudaron a muchos a regar la victoria y unirse a otros filipinos que llevaban bebiendo desde primeras horas de la mañana. Pese a la euforia, algunos aficionados, como Sammy, no perdían la perspectiva al comentar la carrera política de Pacquiao , elegido congresista por la provincia de Sarangani el pasado mayo. “Puede que lo haga bien en su nuevo trabajo, pero no creo que pueda ser presidente en el futuro. En lo que es bueno es en el boxeo”, sentenció.