¡Larga vida a Clark Gable!

El final. El célebre actor murió al acabar el rodaje de 'The Misfits', junto a Marilyn Monroe y Montgomery Clift.
Las efemérides anuncian que se cumplen cincuenta años de la muerte de Clark Gable, pero en realidad nunca ha sido así y nunca lo será, porque siempre hay alguien en alguna parte del mundo que está viendo una de las películas inolvidables del Rey de Hollywood, apodo que le puso su amigo Spencer Tracy, cuando una marea de fans del actor se agolpaba sobre su coche a las puertas del estudio de la Metro, impidiéndole el paso a Tracy, que gritó: «¡Viva el Rey!».
Eran muchos los fans que acudían en aquellos años treinta a ver a ese hombre que exudaba virilidad, a ese galán duro, cínico, que tenía pocas contemplaciones con las mujeres, pero que al final siempre mostraba su buen corazón, a ese hombre que representaba como pocos el star system de la época dorada de Hollywood.
La particularidad de su éxito se basa en que fue un fenómeno tanto para las mujeres que lo deseaban, como para los hombres que lo imitaban desde el triunfo de ‘Un alma libre’ (Clarence Brown, 1931). Es verdad que, de las 65 películas en las que participó, más de la mitad se pueden olvidar, sin embargo hay 15 o 20 que permanecerán como paradigma de un cine irrecuperable que hacía -y hace- soñar, a lo que se añade que de 1932 a 1942 estuvo entre los diez intérpretes más taquilleros, ya fuera como aventurero, periodista come-zanahorias, capataz, piloto de aviones, descreído hombre del Sur, etcétera. Poco importa que en la última década hayan aparecido varias biografías que retratan a Gable como una persona sin rumbo, adicto al sexo, bebedor incansable, que alcanzó el éxito por su físico (y eso que Darryl F. Zanuck dijo que nunca triunfaría por sus orejas de Dumbo) y por ciertos favores sexuales a hombres influyentes de la época.
Por ejemplo, David Bret escribe en ‘Clark Gable: estrella atormentada’ que el actor «mantuvo relaciones sexuales con Bill Haines, Earle Larimore o Rod La Rocque para ascender en Hollywood». Poco importa porque ¿acaso eso no sucede aún? Además, se sabe que las biografías o son apologéticas o suelen buscar ese lado polémico y morboso del personaje. Más rentable sería llenar varias novelas ríos al estilo de John Irving, pues la vida dentro y fuera de las pantallas del gran Gable da para eso y para mucho más. Y sí, como afirmó Joan Crawford, una de las actrices que trabajó con él en siete películas, además de mantener ambos un inevitable affaire: «Clark Gable era el rey de un imperio llamado Hollywood. El imperio ya no es lo que era, pero el rey no ha sido destronado ni siquiera después de muerto».
Gusanillo del teatro
Clark Gable nació el 1 de febrero de 1901 en Cadiz, Ohio. Su madre murió poco después de su nacimiento y su padre se volvió a casar, mudándose a Akron. Fue aquí donde Gable, siendo un adolescente, vio por vez primera la representación de ‘The Bird of the Paradise’, quedando inoculado por el veneno del teatro y encontrando su lugar en el mundo. No obstante, Gable no lo tuvo fácil, ya que la relación con su padre fue bastante tensa. Éste era bastante estricto y no simpatizaba con que su hijo dejara de estudiar y se dedicara a vagar por el país con una compañía teatral de tercera.
En cambio, el joven Gable halló en su madrastra un apoyo constante hasta que falleció cuando él tenía 17 años. El aspirante a actor se enroló en varias compañías que se separaban a los pocos meses, mientras que para subsistir se dedicaba a vender corbatas o lo que fuese. En ese periodo conoció a la actriz Franz Dörfler, que se convirtió en su amante y protectora, aunque duró poco. Con veinte años se dirigió a Nueva York donde conocía a Lionel Barrymore, con quien trabó amistad, y luego lo ayudaría en Hollywood. A la vez conoció a Josephine Dillon, profesora de teatro diez años mayor que él, que lo formó en la actuación y se convertía en su agente y su esposa el 13 de diciembre de 1924.
Con ella viajó a Los Ángeles para abrirse un hueco en el cine. Logró trabajar en algunos papeles de extra y secundario del cine mudo, como ‘El hombre Blanco’ (Louis Gasnier, 1924) y ‘El paraíso prohibido’ (Ernst Lubitsh, 1924). Sin embargo, el actor se cansó pronto y regresó a Nueva York, donde conseguía un papel en Broadway, al tiempo que conocía a la que sería su segunda esposa, la millonaria Rhea Langham, quince años mayor, con la que se casaría en marzo de 1930. Con ella volvería a Hollywood y todo cambiaría, pues fue ella quien financió ‘The Last Mile’, una obra por la que Gable obtuvo críticas elogiosas y el favor del público.
A raíz de ese relativo éxito, junto a que los estudios buscaban nuevas estrellas con la aparición del sonoro y a que su amigo Lionel Barrymore le consiguió una prueba en la Metro, la vida del actor empezó a dar un giro absoluto. El actor no se desanimó cuando, tras varias pruebas, los productores Irving Thalberg y Darryl F. Zanuck lo rechazaron. Gable usó sus dotes para seducir a Minna Wallis, la hermana del productor Hal B. Wallis, logrando de ese modo el papel de villano en el flojo western ‘El desierto pintado’ (Howard Higgin, 1931). Luego firmó un contrato con Louis B. Mayer y se sucedieron las películas. Hasta once en 1931, de las que destacan ‘Seis misterios’ (George Hill), la primera de las seis que haría con Jean Harlow, ‘Susan Lenox’ (Robert Z. Leonard), que lo enfrentaba a Greta Garbo, y ‘Un alma libre’, en la que interpretaba a un gánster que daba una bofetada a Norma Shearer, la hija de un abogado que se enamoraba de él. Mayer temía que el público femenino rechazara la escena y estuvo a punto de cortarla, pero Irving Thalberg, esposo de la actriz, lo convenció para dejarla. La decisión no pudo ser más acertada.
El filme fue un éxito y al estudio empezaron a llegar miles de cartas de admiradoras que pedían más historias protagonizadas por el actor. Gable se había convertido en una estrella. También había nacido el tipo duro que dominaba a las mujeres rebeldes, un galán directo, sin ambigüedades, que trasmitía erotismo e intensidad. Como escribe el historiador Alexander Walker en ‘El estrellato. El fenómeno de Hollywood’: «Ningún papel ni ninguna película afirmó tanto el atractivo de Gable como la actitud que manifestó en la película de Clarence Brown».
A continuación llegaría otro éxito con la explosión, la química y el desparpajo que emitían Gable y Harlow en ‘Tierra de pasión’ (Victor Fleming, 1932), en esa historia de adulterio donde el actor menospreciaba a la prostituta y vulgar rubia platino y se fijaba en la refinaba y felizmente casada Mary Astor, que se enamoraba del rudo capataz, aunque al final actuaba como un caballero al afirmar ante el esposo de Astor que era él quien se había intentado propasar con su mujer, por lo que ésta le había disparado. Quedan en este filme frases como la de Gable a Harlow «Quiere que la eche a bofetadas de aquí» y su réplica: «Usted y cuántos hombres más». Walker señala que: «Gable prefería una protagonista a la que pudiera tratar como a un hombre en todo, menos en el aspecto sexual».
Luego trabajaría en otras cintas que no alcanzaron el triunfo de las antecesoras, como ‘Vuelo nocturno’ (Clarence Brown, 1933) o ‘La hermana blanca’ (Victor Fleming, 1933). El actor comenzó a quejarse a la Metro de que no le daban buenos proyectos y en plan rebeldía se tomó diez semanas de vacaciones. Como castigo la productora lo cedió a Columbia para hacer una película en la que nadie creía, con un director en ese momento de segunda, Frank Capra. Esa película era nada menos que ‘Sucedió una noche’, una extraordinaria comedia que obtendría los cinco principales Oscar de ese año, y el único que ganó Gable, aunque tuvo otras nominaciones en ‘Rebelión a bordo’ (Frank Lloyd, 1935) y ‘Lo que el viento se llevó’ (Victor Fleming, 1939).
En la película el actor encarnaba a un periodista caradura, sin un centavo, que sigue a Claudette Colbert, una rica heredera que escapa del padre para casarse con su novio. ‘Sucedió una noche’ está llena de hallazgos y maravillas, al margen de la reiterada escena de las murallas de Jericó. En su autobiografía Capra dice: «Creo que fue la única película en la cual se permitió a Gable interpretarse a sí mismo: el divertido, infantil, atractivo bribón que era el auténtico Gable». Que el actor fuera a recoger el premio ebrio forma parte de la leyenda o de los chismorreos. Siguieron las películas -‘Mares de china’, (Tay Garnett, 1935), ‘San Francisco’ (W. S. Van Dyke, 1936)-, las amantes -se dice que se acostó con todas las actrices que trabajó y que con Loretta Young tuvo una hija, Judy Lewis, que nunca reconoció-, las fiestas con su inseparable amigo Fleming y el idilio con el público hasta ‘Parnell’ (John M. Stahl, 1937), que fue un rotundo fracaso, y ‘Saratoga’ (Jack Conway, 1937).
Conquistador
Ya en esos años tenía un romance escondido con Carole Lombard, con quien había compartido protagonismo en ‘No man of her own’ (Wesley Ruggles, 1932). Al parecer, en esa película, la divertida Lombard se había estado mofando de las orejas del actor, entre otras cosas. No sería hasta 1936 cuando ambos iniciaran su romance, después de que Lombard, en una fiesta en la que había que ir de blanco, irrumpiera en una camilla transportada por dos enfermeros y envuelta por completo en vendas. Gable celebró el humor de la actriz y estuvieron bailando toda la noche. Pero tanto él como ella estaban casados. Entonces llegó el siguiente papel que marcaría su carrera, el de Rhett Butler en ‘Lo que el viento se llevó’. Gable no quería aceptar el papel, pero se vio obligado porque quería divorciarse de Rhea Langham y casarse con Lombard. Finalmente se casó con la actriz el 29 de marzo de 1939. Con ella el actor disfrutaba de sus aficiones -la caza, las juergas.- y sus amigos. En la página oficial del actor hay vídeos domésticos de ambos cazando, montando a caballo, felices, son documentos impagables, porque si bien se idealizó este amor, es cierto que hacían una pareja divertida y se compenetraban. Hasta este punto es cierto que Carole soltó en la prensa de la época: «es una gran amante en el cine, pero un desastre en la cama».
Aunque no todo era idílico, los celos comían a Lombard, que ya había estampado una silla a Crawford en una fiesta cuando coqueteaba con su marido. Por eso, cuando la prensa rumoreaba que mantenía un lío con Lana Turner, con quien rodaba ‘Reportaje sensacional’ (Wesley Ruggles, 1942), Lombard adelantó su viaje, y decidió hacerlo en avión y no en tren como tenía previsto. El avión sufrió un accidente. Cuentan que cuando Gable recibió la noticia, Turner estaba en su habitación y que el departamento de prensa de la Metro silenció ese dato para no perjudicar a sus estrellas.
Afectado
El caso es que el actor sufrió una depresión y se alistó en el ejército y no volvió hasta ‘Aventura’ (Victor Fleming, 1945). «Gable ha vuelto y Garson lo ha conquistado», fue la publicidad de la película. Es cierto que Gable no estaba contento con los guiones que le llegaban, excepto títulos como ‘Más allá del Missouri’ (William Wellman, 1951) o ‘Mogambo’ (John Ford, 1953); ni tampoco con la situación contractual.
También lo es que las cosas cambiaban y que tras 33 años la Metro no le renovó y eso que ‘Brumas de traición’ (Gottfried Reinhardt, 1954) fue un éxito de taquilla. Entonces Gable declaró: «La gente no va al cine a ver al actor. Va a verme a mí». Desligado de la Metro hizo varias películas de éxito como ‘Cita en Hong Kong’ (Edward Dmytryk, 1955) y su última cinta, la poética y melancólica ‘Vidas rebeldes’ (John Huston, 1961), que no pudo ver, porque un infarto se lo llevó hacia la inmortalidad el 16 de noviembre de 1960.