El día en que Westminster trató de reclutar a Von Ribbentrop
Nada en la Alemania nazi había preparado a Rudolf von Ribbentrop, de 15 años, para el choque cultural -la vida espartana, las habitaciones heladas, la comida terrible- de la escuela inglesa de Westminster.
Sin embargo, el joven desgarbado, con lentes, hijo del embajador de Hitler en Londres aguantaba todo eso en 1936 de modo que podía informar a su padre cada noche sobre el verdadero sentir de la clase alta británica. ¿Estaban los británicos preparados para ayudar a Hitler a combatir la amenaza del comunismo o simplemente eran una tropa de perdedores afeminados, como los describía la maquinaria propagandística nazi? Pregunte a un alumno de una escuela privada.
Von Ribbentrop, ahora de 89 años y empresario jubilado, relata en sus memorias recién publicadas las sensaciones extrañas de usar uniforme para la escuela -en esos días Westminster insistía en sombrero de copa, levita y paraguas cerrado- y cuánto quería entrar al cuerpo de entrenamiento de oficiales de la escuela. “Un profesor joven, simpático que usaba uniforme de capitán, me preguntó si quería entrar”, recuerda. Decidió preguntarle primero a su papá. “Mi padre se sorprendió tanto como yo. En Alemania, hasta que estalló la guerra, no había habido entrenamiento premilitar de jóvenes. Desde mi punto de vista, un gran error. Podríamos haber evitado un gran derramamiento de sangre”.
Von Ribbentrop padre dio su permiso, siempre que a su hijo le permitieran usar uniforme alemán. Westminster declinó cortésmente la petición. Pero el embajador, quien llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores de Hitler y negoció el tristemente célebre Pacto Ribbentrop-Molotov que dividió Europa Central, informó a Berlín sobre cómo los británicos estaban preparando a sus estudiantes de escuelas privadas para la guerra.
En un principio se burlaban de Von Ribbentrop en Westminster. Un contemporáneo, que más tarde fue subsecretario general de Naciones Unidas, Brian Urquhart, lo describió como “lerdo, hosco y arrogante”.
El actor Peter Ustinov, otro contemporáneo, contaba que Von Ribbentrop llegaba cada día a la escuela en el Mercedes de la embajada y que el chofer hacía sonar sus talones y gritaba “¡Heil Hitler!” Más de 70 años después esta calumnia todavía le duele: hacía el trayecto de la casa a la escuela y viceversa a pie todos los días desde la residencia en Eaton Square. El chofer de su padre, además, era inglés.
El padecimiento de la escuela -él se retiraba a la biblioteca para entrar en calor- fue superado, no obstante, por lo que él consideraba como la innata rectitud británica. Un debate escolar sobre si se deberían devolver las colonias alemanas terminó con una votación en favor de los germanos. Esa información también fue traspasada a Berlín, como una señal de que los británicos estaban dispuestos a hacer concesiones.
El padre de Von Ribbentrop no era querido en la embajada alemana; en realidad, la animosidad entre su hijo y Ustinov se debía a la renuncia forzada del padre de Ustinov como agregado de prensa alemán en Londres. El embajador nazi gritaba las órdenes desde su tina e ignoró el cuerdo consejo del Ministerio de Exteriores de su país, de que no era posible alcanzar ningún acuerdo con los británicos.
Al joven Von Ribbentrop, no obstante, parece que le fue mejor en Westminster. “Tengo buenos recuerdos de esos días”, aseguró a The Times. Un parlamentario visitó la escuela para alabar las virtudes de la Liga de las Naciones y criticó a Hitler.
Von Ribbentrop se paró para contradecir al disertante y fue reprimido bruscamente por un profesor que le dijo: “No queremos escuchar discursos, queremos escuchar preguntas”. “Mi inglés en esta etapa era de todo menos perfecto, pero entendí el mensaje: se suponía que me callara”.
Pero entonces el humillado joven escuchó a su espalda ruido de sillas; cada alumno había salido silenciosamente de la sala en protesta por el tratamiento que le habían dado a Von Ribbentrop.
El embajador se sintió complacido al escuchar el incidente pero sacó la conclusión equivocada: que existía una profunda simpatía británica por las políticas alemanas. Después de un año, lo sacaron de Westminster y lo enviaron a un internado nazi. El rector, Arthur Milliken, escribió en su informe, quizás con intención irónica, “¡un buen embajador para su país!”
Carrera militar
Von Ribbentrop lo tomó a pecho. Después de entrar a la Waffen SS, combatir en Francia y destruir columnas de tanques en Rusia él terminó como prisionero británico en Hamburgo. La celda resultó ser peor que Westminster. Pero logró pasar de contrabando una carta para Milliken en la que le pedía ayuda. Unas semanas más tarde las condiciones mejoraron.
Su padre, mientras tanto, fue ahorcado por los aliados después de ser encontrado culpable de crímenes de guerra en los juicios de Nuremberg. La ejecución se realizó torpemente y la muerte demoró 20 minutos.
Que falacia.