Santiago recibe al peregrino más ilustre
Con las campanas repicando, Santiago de Compostela ha dado una calurosa bienvenida a Benedicto XVI. Los Príncipes han sido los primeros en recibir al Pontífice al pie de las escalerillas del avión, en el aeropuerto de Lavacolla. Allí, en un breve discurso que ha incluido algunas frases en gallego, Don Felipe le ha agradecido su presencia en suelo español. El Pontífice ha explicado que llega “como peregrino”. Su agradecimiento y despedida ha sido también en gallego.
La Plaza del Obradorio concita todas las miradas. Tras la llegada del avión, el Papa hará un saludo oficial a pie de pista, al que va a responder el Príncipe Felipe. Posteriormente, ya en el interior de la terminal de Lavacolla y en una zona reservada, Benedicto XVI mantendrá una reunión privada con los Príncipes de Asturias y, a continuación, con el vicepresidente primero del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba. Tras estas recepciones, Benedicto XVI se subirá al papamóvil acompañado por el arzobispo de Santiago, Julián Barrio, e iniciará un recorrido de aproximadamente diez kilómetros hasta la catedral compostelana.
Allí, las 6.000 sillas que se han colocado en la Plaza del Obradoiro para seguir en directo la eucaristía que esta tarde presidirá el Papa están ya ocupadas desde las 10.00 horas, apenas dos horas después de que se abriesen los accesos. Las plazas aledañas en el casco antiguo, donde se han colocado pantallas para seguir la retransmisión de la eucaristía papal, también se van llenando.
Flanqueados por una intensa presencia policial y asistidos por unos 150 voluntarios, los primeros fieles han accedido al Obradoiro provistos de mantas o sacos de dormir, ya que algunos han pasado la noche a la intemperie para poder garantizarse uno de los primeros puestos en las filas que completan las 6.000 sillas dispuestas frente al altar. Entre algunas pancartas elaboradas por grupos de asistentes, como una en la que podía leerse “Vigo con el Papa”, más de un centenar de voluntarios asisten a quien tiene dudas sobre su ubicación. Este grupo de personas, en su mayoría jóvenes, está organizado en cuatro equipos para atender los aspectos de orden, limpieza, ayuda sanitaria y acomodación.
La llegada de fieles a Santiago se ha dejado notar a última hora de la tarde en el centro histórico, donde se produjeron las primeras esperas en locales de hostelería, que este sábado pueden abrir las 24 horas. La meteorología acompaña en la capital gallega y, pese al frío y la niebla que ya había estado presente en las últimas madrugadas, la ha sido noche fue adecuada para celebrar el principio de un fin de semana papal.
Todo está funcionando. El dispositivo de movilidad y seguridad puesto en marcha para la visita transcurre según lo programado. El conselleiro de Presidencia de la Xunta de Galicia, Alfonso Rueda, ha asegurado que no se han registrado incidencias de importancia.
Un país de misión
Ratzinger no tendrá el carisma de Juan Pablo II, pero la gente se sigue echándose a la calle ante sus convocatorias. Se calcula que 150 millones de personas van a seguir las andanzas españolas de Benedicto XVI por televisión.
De tierra de santos, místicos y mártires, España ha pasado a ser la vanguardia europea del laicismo. Al menos así lo ven algunos miembros de la curia y de la jerarquía católica española, que ahora observan el solar nacional como un país de misión. Los datos son elocuentes: apenas el 14% de los católicos españoles van a misa y el año pasado las bodas civiles superaron en número a los matrimonios religiosos. Un 72% de la población se declara católica, cuando hace ocho años lo hacía el 80%. Por añadidura, las dos legislaturas de Zapatero han traído el matrimonio homosexual, el divorcio exprés y la posibilidad de que una chica de 16 años aborte sin el consentimiento de los padres. Está claro que para el Papa España necesita un repaso.
Aun reconociendo la pérdida de raíces cristianas, la jerarquía eclesiástica no da todo por perdido. Entre diez y ocho millones de españoles van a misa todos los domingos, lo que hace que en buena medida que la Iglesia siga siendo un poder fáctico. Bien lo sabe Zapatero, quien sabedor de la sangría de votos que puede suponer la deserción del electorado católico, ha enterrado la reforma de la ley de Libertad Religiosa, para satisfacción de la cúpula eclesial, que se veía venir una ‘guerra de crucifijos’.