Homosexuales ahorcados en Irán.

TY.- Ante la implantación del islam en Europa resulta singularmente llamativo el silencio sospechoso que mantiene la mayoría de los llamados colectivos LGTB, de ordinario bastante activos en lo tocante a la salvaguardia de sus derechos adquiridos o la exigencia de otros nuevos, ante esta preocupante situación.

El colectivo LGTB, que se declara inequívocamente progresista, ¿no ve en la condición del homosexual bajo el imperio del Corán, motivo alguno de protesta y movilización? ¿O le parece aceptable ese estado de cosas? ¿Cuales son las razones de esta indiferencia? ¿A qué se debe ese clamoroso silencio en tan vital cuestión? El terror islámico contra los homosexuales ya no es una cuestión lejana, un problema exótico, sino que ya irrumpido en nuestras sociedades de la forma tan estremecedora que lo ha hecho en una discoteca gay de Orlando, estado de Florida,

Son tan pocas las voces que se hacen oír desde ese lado, tradicionalmente ruidoso por otra parte, que hemos de pensar que a estos histéricos homosexualistas (ahora afónicos), otrora combativos, reivindicativos y vigilantes ante la defensa de sus intereses, les trae sin cuidado el peligro que significa el islam tras la llegada a Occidente de millones de musulmanes, muchos de ellos dispuestos a seguir al pie de la letra los dictados coránicos, como ha hecho Omar Mateen, el autor de la matanza de Florida. O tal vez el miedo los paraliza a la hora de enfrentarse al islam con la misma saña con la que atacan a los católicos. O simplemente su odio a Occidente, su desapego a la cultura europea, su rechazo de los valores de nuestra civilización, pesan más que cualquier otra consideración y prefieren dar por buena toda la degradación que aporta el islam para su condición a cambio de la destrucción de lo que más aborrecen: Europa, su historia, su identidad, su cultura.

Sean cuales sean los motivos de la generalizada mansedumbre ante la amenaza islámica, la verdad es que esta dimisión en la defensa de sus privilegios (que no son patrimonio de la humanidad, sino únicamente de Occidente) se parece mucho a un suicidio, a una muerte consentida, cuanto menos a una rendición o peor aún, a una traición, y pone al descubierto la falsedad e hipocresía de una parte del colectivo LGTB.

¿Cuántas campañas han tenido lugar en los últimos tiempos o están en curso en España/Europa contra el asesinato de homosexuales a manos de los yihadistas de ISIS, contra la pena de muerte imperante en Arabia Saudita contra las prácticas homosexuales, contra las torturas y malos tratos a homosexuales en campos de refugiados, contra los ahorcamientos en Irán…? En cambio se llevan a cabo grandes y costosas campañas contra los pocos representantes del estamento católico que se atreven a defender los derechos de la familia tradicional o a poner en solfa las políticas de género. Contra la violación de los derechos humanos de los homosexuales bajo el islam, ni un gesto y ni una palabra.

El silencio es absoluto, o casi. Hay que reconocer que no solamente se trata de la deserción de los homosexualistas en un terreno que es el propio de su lucha declamada. Es la sociedad entera, hombres, mujeres, feministas o no, que mira para otro lado y finge no enterarse de lo que pasa. En esa gran cobardía colectiva no cabe actuación verdadera contra los desafíos reales. Los grandes problemas son el calentamiento global, la obesidad mórbida, la masa corporal de las modelos, las corridas de toros, la plaga del mejillón-cebra… No negamos que estos asuntos y otros muchos requieren atención, lo que decimos es que estas cuestiones menores son utilizadas como cortinas de humo para desviar la atención de aquello que realmente cuenta. Cuando el barco se hunde, lo que menos importa es un baño atascado o las cortinas sucias de un camarote.

Pero hay todavía peor que ese silencio culpable. Hay, de parte de muchos abanderados progres de los derechos LGTB, no ya una equivocada benevolencia, sino una auténtica fascinación hacia el islam. Así de simple, así de tonto. Al punto que muchos de las nuevos conversos a la fe de Mahoma, provienen de sectores ideológicos afines a esa tendencia. En el partido Podemos, LGTB y musulmanes se retroalimentan frente al enemigo católico común. Pese a llamarse laico, el partido morado admite en su seno un Círculo formado íntegramente por musulmanes y que actúan bajo esa nominación. ¿Pemitirían los de Pablo Iglesias un Círculo formado exclusivamente por católicos?

Esa actitud, que pone en evidencia la degradación moral y espiritual reinantes en nuestra decadente sociedad, es tanto más aberrante y miserable cuanto que se trata de una elección libremente adoptada en un medio donde no existe la presión ambiente insoslayable de una sociedad islámica. En los países musulmanes, los homosexuales no tienen elección porque son literalmente torturados y asesinados. En Europa, pudiendo elegir libremente, sin coacciones ni el peligro de represalias, entre la libertad y la igualdad o la sumisión y la inferioridad, muchos progres optan contra toda lógica y razón por lo último y dando la espalda a su cultura y los valores de su civilización. Al contemporizar con el islam, estos colectivos se suben a un caballo que no es el suyo y que además es una “mala bestia” que les hará una mala jugada. “¡Queremos cadenas, que nos pongan el yugo!”: este parece ser el lema actual, el grito de combate de las nuevos progres del tercer milenio. Pueden estar seguros que esas cadenas las tendrán y muy pesadas, que ese yugo se lo pondrán y será doloroso. Pero sarna con gusto no pica, dice el refrán. En ese caso que disfruten entonces con las ronchas que les van a salir desde el alfa hasta el omega.

Debemos señalar que, para muchos musulmanes, los derechos de un homoxexual están por debajo de los de cualquier bestia. Todavía no hemos escuchado a un sólo representante de la Iglesia degradar esa condición sexual como a diario la degradan imanes y ulemas en todo el mundo. De ahí que resulte surrealista que muchos activistas LGTB, con semejantes antecedentes y ante tales perspectivas, se entreguen a una ideología enemiga y sucumban  a la fascinación que el islam ejerce en esas mentes débiles y desnortadas.

A quienes deciden entregarse a una cosmovisión enemiga del género humano, les convendría saber, como botón de muestra de la consideración islámica, que el Corán equipara los homosexuales a los excrementos. Bajo esa siniestra premisa, la matanza de Orlando debería sorprendernos menos que la esquizofrénica obstinación del activismo gay por degradar los sentimientos religiosos, una y otra vez, de quienes más pronto que tarde tendremos que evitar que sean aniquilados por los que comparten la misma cosmovisión que Omar Mateen.