Hago un llamamiento a la unidad de todos los grupos patrióticos. La necesidad es urgente, imperiosa. España vive más allá de una situación de emergencia, una situación terminal, en la que confluyen todos los problemas acumulados durante cuatro décadas de desastres y traiciones y esos problemas se presentan, todos a la vez, con una gravedad extrema. La economía se derrumba de día en día, mientras una casta parasitaria se aferra a sus privilegios, aún a costa de llevar a la población al hambre. Y cuando digo hambre, no digo redes de ayuda, sino gente muriendo por las calles de inanición; una perspectiva tan terrible como esperpéntica porque todo cuanto sucede es evitable y es fruto de un sistema corrupto de depredación a manos de quienes han hecho de la política de su profesión, acompañados de sindicalistas subvencionados, medios comprados, banqueros egoístas y despiadados y extensas redes clientelares.

Las cajas, fruto de más de un siglo, de caridad y filantropía, de honradez y buen hacer, han sido depredadas de forma que no es que no hayan quedado ni las raspas, sino que han robado a manos llenas cargos, cargillos y carguetes a manos llenas. Con el dinero del contribuyente, se ha perpetrado un proceso de ingeniería social para convertir a España en una sociedad en conflicto, multicultural, que cada vez tiene un paisaje más islámico.

Todas esas gravísimas cuestiones exigen una respuesta unitaria, coordinada.

Hay una razón imperiosa para la unidad y no percibirla o sentirla como la llamada del deber inhabilitaría al que hubiera decaído tanto en su patriotismo que se hubiera tornado autista: la Patria está en peligro. En inminente peligro. A todos esos males que tornan a la sociedad débil, se añade la llegada a la meta del peligro secesionista al que se ha estado cediendo durante cuatro décadas, porque este sistema y esta corrupta casta política tienen como norma la cesión y desde 1978 con la nefasta Constitución pusieron en marcha el suicidio de España, la demolición de esta vieja nación, cuyos hijos han escrito tantas gestas. En la medida en que el separatismo ha fracasado en su gestión en Cataluña, el reto es cada día más fuerte, en una alocada huida hacia delante.

En octubre, tendrán lugar las elecciones vascas y las encuestas van marcando lo previsible: que los partidos más votados serán PNV y ETA. Es la culminación de ese proceso destructor que Juan Carlos de Borbó, con su lacayo Adolfo Suárez, pusieron en marcha en la transición, cuando se decidió hacer desaparecer España de la entrañable Vascongadas, cuna de la Patria, que ha dado héroes y glorias como Blas de Lezo o Juan Sebastián Elcano, y que ha nutrido los cuerpos de la oficialidad de nuestra Armada hasta el punto de que los españoles, durante siglos, hemos sido conocidos como los vascos en todos los puertos del mundo. Esa mayoría separatista va a declarar unilateralmente la independencia desde el Parlamento autónomo y va a tener enfrente a Rajoy, un inútil pusilánime, que lleva los pantalones a la altura de los calcañares frente a los enemigos de España.

Los grupos patrióticos han de hacer frente a este tremendo reto y desunidos no pueden. La unidad es una exigencia del momento. Me refiero a las Falanges, a España 2000, a Democracia Nacional, a Alternativa Española, a la Comunión Tradicionalista, al MSR, y a la parte sana de Plataforma por Cataluña que no ha caído en el desquicie separatista. A cuantos grupos o personas llevan a España en lo más íntimo de su corazón.

Hay que hacer autocrítica. Lo que se percibe es un desfonde, falta de energía vital, instalación en los defectos de secta, afanes de protagonismo que agotan a la militancia en una travesía del desierto demasiado larga. Muchas veces nadie sabe explicar por qué hubo tal o cual escisión, por qué se rompió tal o cual pacto o por qué unos odian cordialmente a otros. Estos son tiempos en que España precisa el resto de los patriotas y unidos. No necesariamente integrados en una sola formación, que es lo que mucha gente pide, porque son respetables las narrativas y el esfuerzo, pero sí en colaboración, de manera coordinada, para poder dar una respuesta fuerte y clara, capaz de sacar a la nación del sesteo suicida.

Son muy entrañables los debates históricos, son muy recurrentes los ideológicos, son muy interesantes esas definiciones que establecen exclusiones y cercan el propio territorio donde sentirse cómodos en una pureza estéril. Nada de todo eso sirve en el momento presente de extrema necesidad nacional. Todo eso es lastre del camino. Hay que revitalizarse. Hay que resurgir. Hay que ceder en aras del interés común, del interés superior de la Patria.

La noche antes de la batalla de Lepanto, los mandos debatían acaloradamente cuando don Juan de Austria zanjó: “Señores, no es ya tiempo de debates, sino de combate”.

La frase memorable sirve para los tiempos decisivos que corren: “señores, no es ya tiempo de debates, sino de combate”. Hay que aunar fuerzas, olvidar si fuera preciso rencillas, retornar al patriotismo común, a la fraternidad de españoles. Unidad y colaboración. Por España. ¡Viva España!