La crisis española y la globalización
E.S.- La crisis mundial en general, y la burbuja inmobiliaria en el caso particular de España, ha forzado a muchas personas a interesarse por la economía. Han circulado correos electrónicos, la gente ha hablado, la información ha corrido y, poco a poco, van formándose una serie de conclusiones en las mentes de una masa humana que crece cada día. Va tomando forma, entre otras, la idea de que el Mercado (grandes empresas, grupos financieros) le está haciendo la guerra total al Estado (el pueblo, los contribuyentes). De lo primero que va quedando claro es que el mundo no está gobernado por los políticos o los votantes, sino por una pequeñísima casta de sociópatas y neuróticos, establecidos en Nueva York, Londres, Frankfurt y otros grandes centros de la finanza y la contaminación. Estos señores se pasan la vida entre paredes, carrocerías y fuselajes, por lo que están hundidos en la materia y han perdido el sentido natural de la vida hace mucho. El objetivo de estos sapos es rebelarse contra el orden natural de las cosas, abolir los pueblos y constituir un gobierno mundial, un banco mundial, una moneda mundial, una religión mundial y una sociedad mundial. Es lógico que, para conseguir eso, provoquen la caída de los gobiernos, bancos, monedas, religiones y sociedades preexistentes, y lleven hasta sus últimas consecuencias el proceso de domesticación humana comenzado por la revolución neolítica.
La actual crisis económica (junto con las “revueltas” en el mundo árabe y otros movimientos geoestratégicos) forma parte de este plan de dominio político y económico del mundo por parte de unos pocos. El planteamiento es sencillo: los grandes financieros se dedican a inflar burbujas (deuda, inflación, ladrillo, inmigración, universidades, másteres, energías renovables, clubs de fútbol) que luego se encargarán de pinchar en el justo momento que mejor convenga a sus fines. Estos depredadores mercantiles quieren ser los únicos detentadores de riqueza y poder del mundo. Para ello, deben tercermundizar al resto del planeta, y para esto deben, a su vez, concentrar cada vez más dinero, recursos y medios de producción en cada vez menos manos. Los que salen peor parados en este proceso son los miembros de las clases medias occidentales, que serán proletarizados, y las clases bajas, que se ven prácticamente esclavizadas. A esta masiva operación de confiscación de riqueza, se le ha dado en llamar “crisis”.
LA GLOBALIZACIÓN
“Globalización” consiste en que el conjunto de mercaderes de las grandes urbes internacionalistas, decide gobernar el mundo entero como si de una enorme empresa se tratase. Las exigencias de esta mega-empresa global son acabar con todo tipo de fronteras, restricciones, particularidades territoriales, culturas tradicionales, soberanías nacionales o identidades étnicas. Como una secta, la globalización extirpa al individuo de su marco ancestral y territorial, plantándolo de sopetón en una nueva sociedad gris, igualitaria y mentalmente uniforme, y encargándose de lavarle el cerebro para que jamás vuelva la cabeza hacia atrás: sólo puede aceptar la esclavitud quien no conoce otra cosa.
La globalización pide que los aparatos estatales sean organismos cada vez más débiles, corruptos, dependientes, decadentes y endeudados, que los Estados carezcan de un carácter autosuficiente, étnico y nacional, y que se vean subordinados a organismos mundialistas (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Banco Central Europeo, Naciones Unidas, Unión Europea, diversos bancos extranjeros, logias paramasónicas, think-tanks, etc.) para que no defiendan sus propios intereses, integrándose sin rechistar en las directrices cuasi-dictatoriales de los mercachifles de Wall Street, la City y Frankfurt.
La globalización exige también una libre circulación de productos, empresas, mano de obra, materias primas, información e ideas. Cuando estos recursos se hallan en manos de un Estado hermético y éste no quiere regalarlos, ni siquiera bajo soborno, a las megaempresas transnacionales, la maquinaria mundialista le hace la guerra a ese Estado, hasta que logra “liberalizar” sus recursos y ponerlos en circulación por la red global en lugar de permitir que los beneficios vayan a mejorar las condiciones de vida del pueblo de turno. En la práctica, “los mercados” cogen al país de turno, lo abren de piernas, lo violan en todas las posturas del Kamasutra, lo saquean y venden sus recursos al gran capitalista de turno.
¿Por qué hay tropas españolas estacionadas en Afganistán y Líbano y no en el Sahara Occidental? ¿Por qué traemos manzanas de Chile o naranjas de Argelia, gastando una millonada en queroseno y petróleo (y liquidando todo nuestro propio sector primario), cuando podríamos cultivarlas en el patio de la casa del vecino? ¿Por qué tenemos una dependencia total y absoluta del petróleo ajeno en lugar de producir nuestra propia energía? ¿Por qué están nuestras empresas buscando en el extranjero mano de obra más barata, dejándonos a nosotros en el paro? ¿Por qué se están llenando nuestras ciudades de negocios chinos? ¿Por qué se permite la entrada masiva de multinacionales y grandes empresas que se cargan sistemáticamente a las otrora dignas PYMEs y autónomos de barrio (cada día desaparecen una media de 268), creadores del 80% del empleo en España? Y finalmente, ¿por qué se ha inundado Occidente de esquiroles tercermundistas, dispuestos a trabajar por un sueldo ínfimo y en condiciones de esclavitud, hundiendo el mercado laboral de Occidente, destruyendo los derechos laborales que nuestros antepasados sólo conquistaron tras décadas de duras luchas obreras, y colonizándonos para diluir nuestra identidad popular? La globalización es la respuesta a todas estas preguntas.
Los procesos mundialistas siempre han venido de la mano de corporaciones multinacionales, poderosas entidades apátridas que flotan en el éter abstracto de “los mercados” como una compresa con alas, por encima del bien y del mal, y que ?a pesar de provocar guerras, crisis y cosas peores? no están sujetas a ley alguna, no responden ante nadie, mandan callar a los presidentes, manipulan a los pueblos, poseen mejor información que los servicios de Inteligencia y no le deben lealtad a ningún gobierno, antes bien, son los gobiernos los que (en las economías neoliberales capitalistas) trabajan para ellas.
La primera multinacional no-terrenal, es decir, no atada a un pueblo ni a una nación, fue la Iglesia, cuya estrella prosperó a medida que declinaba la del Estado más fuerte de la época (el Imperio Romano). Rápidamente, la Iglesia se constituyó en una poderosa empresa económica, mediática, diplomática y de Inteligencia, hasta el punto de que influyó fuertemente en la geopolítica medieval, llegando a enfrentarse a otros poderes de carácter más estatal (como el Sacro Imperio). Su estrella comenzó a declinar con el auge del liberalismo y la formación de nuevos Estados fuertes y centralizados. Actualmente, los grandes consorcios comerciales y financieros son tan poderosos que están en condiciones de presionar, comprar o derrocar a los gobiernos que no les gustan, simplemente cerrando el grifo del petróleo, del gas, del cacao, del grano o del dinero, o cuando esto falla, difamando en los medios de comunicación, manipulando la opinión pública y empleando la fuerza de las armas mercenarias (pues los ejércitos modernos ya no defienden los intereses nacionales de sus pueblos, sino los intereses comerciales de las multinacionales) para defender sus intereses.
DESLOCALIZACIÓN EMPRESARIAL
La deslocalización empresarial es uno de los efectos directos de la globalización. En la práctica, se reduce a “evasión de capital y medios de producción a países con mano de obra barata y sumisa”.
Y es que “globalizar” implica liberalizar el mundo empresarial, permitiendo cualquier cosa con tal de obtener productos baratos que se produzcan y consuman a cada vez mayor velocidad. El efecto de esta política neoliberal ha sido que miles de empresas sin escrúpulos han abandonado sus lugares de origen en Occidente para instalarse en países orientales (China, India, Indonesia, Malasia, Bangladesh, etc.) donde la mano de obra es muchísimo más abundante, barata y sumisa que en el Primer Mundo.
El actual sistema busca instintivamente un filón a explotar, y cuando el filón se acaba o “pasa de moda”, se dirige al siguiente como un ermitaño. Durante mucho tiempo, Occidente fue el filón a explotar. Ahora la consigna es mano de obra oprimible y empresas totalmente libres de cualquier regulación estatal: el nuevo filón es Asia Oriental. De ese modo, el capitalismo salvaje, despojado de ataduras, es el responsable directo del ascenso de China como superpotencia. Si en vez de una enorme economía global interdependiente existiesen infinidad de economías independientes, proteccionistas y “de circuito cerrado”, China jamás habría pasado de la categoría de potencia regional.
En España, para esconder las cifras de paro provocadas por las deslocalizaciones empresariales y el desmantelamiento de nuestra potencia agrícola e industrial, el Gobierno (presionado siempre por “los mercados”) ha subvencionado el turismo masivo, la hostelería, la burbuja inmobiliaria y la burbuja estudiantil, de la que hablaremos después. Con ello, el partido de turno ha logrado meter bajo las designaciones “obrero de la construcción” y “estudiante” a un montón de personas que no tenían perspectivas reales de trabajo, por la ausencia de una economía verdaderamente productiva. Era obvio que este panorama no podía prolongarse indefinidamente, pero eso poco importa en un sistema donde los gobernantes sólo piensan en términos de cuatro años como mucho.
Los empleos, y por tanto la riqueza, de la Civilización Occidental, están siendo transferidos masivamente a países que abusan de una mano de obra prácticamente esclava, poco imaginativa, dócil y que se conforma con muy poco.
EL ESTADO DE LAS AUTONOMÍAS Y LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL
El caciquismo, o fenómeno de los reinos de taifas, es uno de los problemas atávicos de España, que resurge una y otra vez en su Historia. España ha tenido también épocas centralistas, pero la organización actual, totalmente obsoleta, del territorio del Estado español, parece específicamente diseñada para evitar la formación de un Estado fuerte y centralizado.
Actualmente, en España no hay un Estado, hay 17 estados en toda regla. Cada uno de estos mini-estados centrífugos tiene su propio aparato burocrático laberíntico, delegaciones, consejeros, empleados, formularios, “asesores”, “vicesecretarios adjuntos”, canales de TV, policías autonómicas, parlamentarios autonómicos, coches oficiales, sistema educativo, particularidades legislativas y hasta embajadas en el extranjero. En los últimos años, han ido aumentando en complejidad y tamaño (véase el caso de la Generalitat catalana). El trabajador español mantiene con su sudor una administración estatal, 17 autonómicas e infinidad de administraciones provinciales y locales. Probablemente los ciudadanos españoles de 1975 no tenían ni idea de lo cara que les iba a salir la “democracia”.
Para mantener esta fastuosidad, basada en el endeudamiento público, obviamente hay que operar de espaldas al pueblo, lo cual implica el reclutamiento de toda una casta de políticos profesionales, redes clientelares, burócratas y otros chupópteros a nivel caciquil-regional. Muchos de estos ladrones de guante blanco sólo pueden perpetuarse en el poder predicando el separatismo, para lo cual, a su vez, necesitan promover la ignorancia histórica, la manipulación y la creación de todo un tenderete independentista. Por regla general, existen tres tipos de separatistas: los subvencionados que viven del negocio separatista, los que se creen las mentiras de los subvencionados, y los que le profesan a España un odio irracional y cuasi-religioso por el motivo que sea. Todos ellos están de una forma u otra relacionados con oligarquías capitalistas de Barcelona y de Bilbao, que junto con la oligarquía de Madrid, son las que gobiernan realmente el país.
Esta chapuza territorial tiene soluciones muy simples, que además le asestarían una buena puñalada a nuestra despreciable clase política, buena parte de la cual tendría que soltar la teta del Estado (es decir, del pueblo trabajador):
• Abolir el Estado de las Autonomías. Lo cual, dicho de paso, no equivale a abolir las identidades regionales, pues lo que se cuestiona no es la identidad de una región, ni siquiera su estatus de “nación”, de “etnia” o de lo que se quiera, sino la viabilidad o conveniencia de que dichas regiones, naciones, etnias o como plazca llamarlas, se traduzcan en mini-estados. Las Comunidades Autónomas deben reciclarse en regiones subordinadas al Estado y cederle a éste la mayor parte de su poder y competencias, o bien delegar sus competencias en las diputaciones. Todo esto incluiría centralizar la administración, la sanidad, la educación (salvo en lo referente a las lenguas regionales), los reglamentos, las leyes, organismos medioambientales, etc. El sistema de organización territorial alemán (los länder) sería un buen modelo a imitar. Se necesita un Estado centralizado, que no centralista.
• Las diputaciones, de las cuales hay 48 en España, son otro lastre innecesario para el Estado, y por ende para los trabajadores que mantienen al Estado con sus impuestos. Las diputaciones deben disolverse, o bien suplantar a las autonomías. Además hay varias provincias que deberían desaparecer para fusionarse en mayores, como Ceuta, Melilla, las dos canarias o las tres vascas.
• Las comarcas. Otra institución inútil, cara y no elegida por el pueblo. Deberían reducirse sus competencias o suprimirse directamente.
• Los municipios son otro lastre fiscal, ya que cada municipio precisa de un ayuntamiento, cada uno de los cuales con su alcalde, sus concejales y burócratas de diverso pelaje, y todos ellos con sus coches oficiales, escoltas, “asesores”, viajes oficiales pagados, comilonas oficiales pagadas, putas de lujo oficiales pagadas, deudas bancarias sin pagar y el resto de la panoplia a la que estamos acostumbrados. Queda claro que debería evitarse en lo posible la proliferación de municipios innecesarios. Pues bien, España tiene 8.116 municipios, por ende 8.116 ayuntamientos, 8.116 alcaldes, 65.000 concejales, 500.000 técnicos municipales y 100.000 asesores, todos ellos mantenidos por los impuestos del pueblo español trabajador. Existen casi 4.000 municipios de menos de 500 habitantes, y el 60% del total de municipios no supera los 1.000 habitantes. En estos recovecos burocráticos, pueden prosperar y prosperan, todo tipo de corruptelas, enchufismos, especulaciones, amiguismos, malversaciones y robos.
Para imponer un mínimo de cordura en este desastre bananero, deben disolverse la mayor parte de municipios, especialmente de poblaciones muy pequeñas o en la periferia de ciudades más grandes, y fusionarlos con los municipios cercanos más importantes. Un total de mil municipios es más que suficiente para garantizar una vertebración adecuada de las poblaciones del territorio español. Además, se deben recortar duramente las competencias de los ayuntamientos en materias como la recalificación de terrenos, que deberían ser cosa del gobierno regional, con aprobación previa del Gobierno central.
España no sería el primer país en poner coto a la proliferación de feudos caciquiles. En 2007, Dinamarca pasó de 271 municipios a 98, mientras que entre 1958 y 1974, Suecia redujo drásticamente sus municipios desde un total de 2.281 hasta 278. En 2010, debido a las medidas de recorte fiscal, Grecia se vio obligada a reducir sus municipios de 1.034 a 335, mientras que en Agosto de este año (2011), Italia ha hecho lo propio, suprimiendo 1.500 municipios y 36 provincias. Teniendo en cuenta que la situación económica española no está para tirar cohetes, y que el riesgo de intervención de nuestra economía es alto, alguien debería anticiparse, dar el paso que han dado los griegos y (esto es lo realmente amargo para la casta política) dejar en la calle a miles de parásitos públicos (en Italia se han suprimido 50.000 cargos). Todo ello supondría un inmenso alivio fiscal para el pueblo español trabajador, y un duro golpe para una casta política que se ha pasado de lista.
*Europa Soberana.
La Unión Europea es un rollo masónico para hacer daño a la gente.
Articulos como este explican el camino por donde hemos llegado a la situacion actual, y permiten entrever cuál es el futuro que nos espera.
Gran texto. Pero las soluciones que impones son irrealizables y algo utópicas, al menos algunas. Te falta sinceridad, esto va de cabeza al abismo y solo un cataclismo puede arreglar a la inexorable dirección a la que vamos.
¿Tú crees que los que están detrás de esto se van a quedar con los brazos cruzados?
¿Tú crees que todo este sistema, el capitalismo financiero demoliberal usurero farsante y destructor se va a retirar de escena sin más?
Mira o hay na revolución en EEUU o nada de nada.
Excelente articulo.