Imagen de la víctima (Heraldo).

AR.- Otra víctima mortal de la izquierda española. Otra vez el silencio de la mafia periodística y de las organizaciones defensoras de las libertades y de los derechos humanos, a condición de que esas libertades y esos derechos humanos estén etiquetadas dentro de un determinado perfil racial o ideológico. Que en España ya puedes ser asesinado por sentirte español es para ellos un asunto menor.

Víctor Láinez, de 55 años, ha fallecido tras una terrible y larga agonía. Fue brutalmente atacado en Zaragoza por el ultraizquierdista Rodrigo Lanza, de origen chileno aunque con la nacionalidad española. Su delito: llevar unos tirantes con los colores de la bandera española. La noticia ha conmocionado a la ciudad de Zaragoza y dejado indiferente a la canalla política.

Víctor era un gran aficionado a las motos -siempre iba en una Harley Davidson-, y pertenecía al grupo motero de los Templarios de Zaragoza. “No era legionario, como están diciendo por ahí, aunque eso no quiere decir que no le gustara la Legión y tuviera simpatía por ella”, ha manifestado uno de sus amigos, que están desolados con su muerte y no comprenden la sinrazón de este ataque. A decir de quienes le conocían, se trataba de un hombre bueno.

A diferencia de lo que ocurriría si la víctima hubiese sido un activista de izquierda, un inmigrante ilegal o un defensor del separatismo, la noticia, lejos de correr como la pólvora, ha sido arrinconada en algunas secciones de sucesos. Junto al recuadro de la viejecita víctima de un atraco doméstico y al del peatón atropellado por un imprudente motorista.

No habrá panegíricos en su memoria firmados por alguno de esos intelectuales encumbrados por LaSexta. Tampoco palabras de condolencia ni de condena procedentes de la izquierda ni tampoco de la derecha liberal, ésa que deambula sin patria y sin alma. No se homenajeará su memoria, la de un patriota comprometido con lo poco que su patria conserva de bello, decente y fecundo. El dolor lacerante que sienten los suyos, que sentimos también nosotros, se convierte en criminal indiferencia por parte de los representantes del Sistema. Todos los partidos guardan un repugnante silencio. Ni un sólo dirigente ha condenado la muerte de Víctor. Asimismo, el terrible crimen ha estado ausente en la sesión parlamentaria celebrada esta tarde. Imagine el lector la cantidad de alusiones en el diario de sesiones si la víctima hubiese estado vinculada a Podemos, cuyo líder Pablo Iglesias se reunió en 2015 con la madre del chileno para mostrarle su apoyo. Debe ser que la vida de un español sin complejos ya vale menos que la de un favelista de Brasil.

Salvo los suyos, que son también los nuestros, pocos habrán llorado su muerte, que comenzó antes, mucho antes, del fatídico suceso a la salida de un bar de la capital aragonesa. Su trágica y agónica muerte comenzó a prologarse hace 39 años, cuando Suárez y sus acólitos se entregaban a la tarea de dejar España a los pies de sus enemigos históricos.

Víctor Laínez tuvo la mala suerte de coincidir en un bar de la zona de Heroísmo con Rodrigo Lanza, que iba con tres amigos (dos mujeres y un hombre), a los que, al parecer, no les gustaron los tirantes que llevaba con la bandera de España. Tras criticarle por ese motivo y llamarle “facha”, luego lo esperaron en la calle y le golpearon con una barra de hierro en la cabeza. Víctor Laínez cayó desplomado al suelo y aunque los equipos de emergencia trataron de reanimarle, ya no recuperó la consciencia.

La muerte de Víctor ha tenido unos autores materiales. Pero no han sido los únicos responsables. Entre los agitadores contra un estado de conciencia que crece en la proporción que decrece el conformismo suicida de nuestros compatriotas, no sería nada descabellado apuntar a políticos y periodistas. El odio a España, incrementado por los acontecimientos en  Cataluña, actúa en todos ellos como un resorte emocional que pretende conducir a muestra patria al basurero de la historia. La izquierda no ha digerido el tsunami de banderas españolas en todos los rincones de España y buscaba cobrarse venganza. Víctor fue el elegido.

Que al menos ante su muerte, que sentimos profunda y tristísimamente, empeñemos solemne juramento, ante Dios que nos oye y nos ve, de consagrar nuestra vida a la triple labor de imitar su ejemplo, odiar a sus verdugos y salvar a España.

Que la muerte de Víctor Laínez no resulte en vano. ¡Descanse en paz!