El sistema está preocupado. La catarata de acontecimientos que han sido fruto del plan deliberado de las élites mundialistas para voltear la demografía española ha de tener, machadianamente hablando, su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta. No ha de ser sin embargo ese poeta un lechuzo y tarambana, ni un sayón con hechuras de bolero, zaragatero y triste. Es inevitable que tanto asalto fronterizo, que tanta amenaza yihadista, que tanta presión migratoria, que tanto desorden y desconcierto, no termine agrietando el irreductible conformismo de los españoles y que estos terminen concibiendo la patriota e identitaria como la única alternativa real para el cambio efectivo, que no es ni podrá ser nunca el cambio que nos proponen los globalistas de derecha e izquierda.

Era por tanto previsible que el sistema comenzara la tarea de ridiculizar esas ideas, que en AD tienen su paraninfo, ridiculizando al mismo tiempo a quienes tarde y mal la defienden. Hemos presenciado ya algunos casos preocupantes. El sistema se cuida muy mucho de no amplificar lo que aquí se escribe, porque sabe que es lo más parecido a esa Verdad que cualquier espíritu libre busca. Por eso nunca permitirán que esa Verdad sea defendida ante millones de televidentes por gente como Canduela (que pese a nuestras diferencias es justo admitir su notable capacidad expositiva), ni por Ripoll, ni por Anglada (sobrado de tablas para despertar los ánimos más inquietos), ni por alguien de la solvencia intelectual de Varela, ni por alguno de nuestros geniales articulistas. Ante el temor de que el identitarismo termine cuajando lo que hoy es difuso en algo electoralmente operativo, arrastrando cada día a más españoles, el sistema ha optado por dar estrado y altavoz a semianalfabetos funcionales que han encontrado en nuestras teorías el Rey Midas de sus ridículas ambiciones.

Y así ha comenzado la ceremonia de la confusión. En vez de los Canduela, los Anglada, los Varela, el sistema da voz a los más botarates para que representen, chusca y torpemente, el universo ideológico que en ellos se reduce a aldeanismo gañán y de esparto. Estos mequetrefes no lograrán convencer a nadie, pero a base de dar coces al idioma español, de exponer ridículamente cualquier argumento, de confundir el culo con las témporas, colaboran con el infame propósito de caricaturizar el discurso ideológico que la gravedad del momento presente hace imprescindible.

Exponentes del palurdismo ideológico, sin carisma, sin dotes oratorias, sin ideas, sin talento, sin pertrechos intelectuales, sin nada destacable, el papel de estos repulsivos representantes del cuñadismo identitario, de la España de Puerto Hurraco, se reduce a crear confusión y servir de coartada al sistema para alejar la perspectiva de un movimiento político serio para la reconstrucción nacional, conformado por los mejores y no por los más palurdos.