Por José L. Román.- A las puertas del nuevo año, yo les pediría a los resentidos una meditada y profunda reflexión acerca de si merece la pena o no vivir con su amargo y obstinado resentimiento. Ustedes están en la creencia de que la culpa de todos los males de España y de los españoles, son achacables solamente al régimen anterior, a su política y a su artífice. El rencor no les deja ni un atisbo de luz para ver, por lo menos, que gracias al régimen al que siguen odiando y al que no le reconocen ni una sola cosa bien hecha, tuvieron garantizado por encima de cualquier oposición su derecho sagrado a nacer. Esa obcecación y terquedad en sus creencias, no les permiten mirarse tranquilamente en un espejo y comprobar que con su odio solo consiguen pudrirse por dentro y esparcir el veneno que los está matando, sobre una parte muy importante de nuestra sociedad que intenta trabajar, vivir en paz, y ser feliz en la medida de lo posible.

Su odio les ciega, señoras y señores resentidos. Yo no sé si serán conscientes de lo que hacen, quiero pensar que no, pero escuchando hablar a nuestros mayores más sensatos y de cualquier ideología, sabios de la empresa y del trabajo diario en cualquier ramo, y a ciudadanos sin color político y alejados de los mítines, las pancartas y los partidos, todos coinciden en señalar que desde que asomó el hocico el ínclito Zapatero en la escena política española, no solo se cargó el PSOE sino que las calles de España volvieron a rezumar ese rencor y ese odio que tuvo divididos a los españoles y que desembocó en la guerra civil de 1936.

Les escribo estas líneas, no porque no respete a las personas que piensan de forma diferente a mí, sino porque repruebo con todas mis fuerzas el odio que exhiben apoyando al comunismo. De igual manera que los españoles no se levantaron en armas en 1936 porque no querían ser republicanos, sino porque no querían dejar de ser españoles.

Ustedes forman un clan con la ruptura y se alejan de la política de unidad y hermanamiento entre todos los ciudadanos; se dedican cada vez que tienen ocasión a hurgar en aquellas heridas prácticamente cicatrizadas ¿Por qué no dejan en paz de una vez por todas a nuestras tradiciones y nuestras creencias religiosas? Dejen en paz a los muertos; déjenlos descansar y escuchen su mensaje; ese mensaje de los ángeles que envainaron sus espadas en señal del fin de la contienda. Dejen en paz la guerra; dejen en paz a los muertos si no es para desearles el descanso eterno. Todos somos hermanos, todos hijos de la misma tierra y de la misma Patria, todos hijos de Dios.

Siguen sin superar, asimilar ni digerir, que fueron incapaces de vencer en aquella triste contienda entre hermanos, pero a la vez son sabedores –aunque no lo digan-, de que perdieron porque tenían enfrente a un puñado de hombres y mujeres unidos por la fe cristiana, mientras en el otro bando reinaba la anarquía y la confusión, por eso seguramente, se dedican ustedes con su odio a corromper, envilecer y encanallar a la juventud española de nuestro tiempo, y así arrancarles esa fe que pueda alimentarlos de amor para con Dios, con su familia y con su Patria.

No insistan en enfrentar de nuevo a unos contra otros ni abran nuevas heridas en la convivencia pacífica de los españoles. No levanten nuevas trincheras; no forjen nuevas espadas de acero o de palabras, ni desaten vientos que presagian tempestades. No esgriman los argumentos de la guerra cuando se les acaben las ideas, los argumentos y las utopías. No levanten fronteras entre los españoles porque algunos hablen otro idioma, con otro acento o hayan nacido en un lado u otro de este río o de aquella sierra.

Si los muertos pudieran ser escuchados sólo se les oiría una palabra: “¡Reconciliación!”. Es el mensaje de pacificación y concordia que vuelve a ser necesario trasmitir frente al antagonismo y el rencor que se está instalando de nuevo en nuestra sociedad, porque ustedes se han encargado de propagarlo. Porque han sido ustedes, y solo ustedes, los que con sus pactos tras las últimas elecciones municipales y autonómicas han permitido que el resentimiento y el odio se instalen en Ayuntamientos, Diputaciones y Gobiernos Autónomos, para desde allí atacar con todos los medios a su alcance a todo lo que signifique nuestra fe cristiana, y a esta unidad histórica de siglos que se llama España.

‘Ni Dios ni ley’, dice el viejo lema ácrata en el que ustedes parecen inspirarse para azuzar a las masas, sobre todo en el campo de la familia, de la educación y del respeto a la vida. Estamos viviendo una situación en la que se han roto todos los equilibrios. En nombre de un absolutismo laicista se está poniendo en práctica la abolición de Dios y de su ley en la organización de la sociedad. Sus objetivos anticristianos y antiespañoles, no hacen a una sociedad más fuerte, libre y próspera, sino que la dejan sin valores morales y sin principios y la empujan al abismo, la desintegran, y la ponen a los pies de los caballos ante cualquiera que quiera venir hasta aquí para hacerle daño.

Y frente a los resentidos que muestran su odio en las calles y desde las instituciones con total impunidad, están los cobardes, los pusilánimes que se autodefinen moderados y constitucionalistas para no herir a los que los odian y les llaman fascistas, y que teniendo el poder absoluto en sus manos en dos ocasiones (Aznar y Rajoy) con el respaldo mayoritario del pueblo, se han dedicado a meter la mano en la caja expoliando lo público, en lugar de tener el coraje, el valor y la gallardía, de darle la vuelta y corregir esta ingeniería social de odio a España, su historia y sus tradiciones, que se ha ejercido sobre nuestros jóvenes desde 1978.

Aunque mi opinión se la pasen ustedes por la entrepierna, al igual que hacen con las opiniones de millones de españoles que piden respeto por los símbolos más representativos de la Patria sus tradiciones y sus raíces cristianas, tengan el convencimiento de que más pronto que tarde, si continúan por este camino, en nuestra sociedad se levantará un clamor incontenible en demanda de la reparación por los infinitos daños morales causados en la familia y en la sociedad, en el orden moral y social, en el honor y en el espíritu de los españoles.

Una revolución marxista similar a ésta que parece imparable, y para la que el poder mediático nos está preparando, es como un alud que avanza a ciegas, y un alud que avanza a ciegas arrolla y destruye todo lo que encuentra a su paso. Entonces, es evidente que frente a esa barbarie marxista que avanza con fuerza y que intenta imponer su doctrina criminal, se pueden exhibir tres tipos de talante: el talante heroico de los que estarían dispuestos a unir sus fuerzas para frenarlos; el talante egoísta de los que luchan tan solo por sus intereses económicos; y el talante tibio y cobarde de los que por nada combaten o luchan.

Cualquier español es muy libre de optar y actuar con arreglo a lo que le dicte su propia conciencia, pero creo que en estos momentos de peligro inminente, en el que está en juego el ser mismo de España y la paz y el futuro de todos los españoles, sería de sentido común no posicionarse con los resentidos que odian a España y a todo lo español, ni tampoco con los cobardes que por nada combaten o luchan. Nosotros mismos.