Aeropuerto de Sao Paulo.

El alicantino Pablo Ferreirós Bennett llegó a São Paulo el pasado 2 de marzo para participar en una feria educativa por varios puntos de Brasil. Sin motivo aparente, y bajo argumento de que necesitaba visado de trabajo, las autoridades brasileñas de Inmigración le denegaron la entrada y le devolvieron a España en el mismo avión en que había llegado. Es el último episodio de la guerra bilateral de fronteras que Brasilia acaba de reabrir y que ya enrarece la relación entre ambos países.

El Gobierno de Dilma Rousseff avisó a Madrid a finales de enero, de su propósito de endurecer las restricciones al ingreso de españoles por sus aeropuertos. Según el ministro de Exteriores, se trataba de una “medida de reciprocidad” que afectaría sólo a los turistas; en respuesta a los repetidos casos de rechazo de brasileños en el aeropuerto de Barajas, a veces “injustos” según Brasilia, el país sudamericano exigiría a los españoles, y no a otros europeos, los mismos requisitos que -en aplicación del tratado Schengen- España exige a los brasileños y otros extracomunitarios: billete de vuelta, reserva de hotel o carta de invitación para alojarse en una casa, y prueba de que se dispone de dinero para la estancia. Las nuevas y recíprocas normas entrarían en vigor el 2 de abril.

Pero la medida se ha adelantado al menos un mes y, según los testimonios recogidos al respecto, se está aplicando con extremo rigor y formas cuestionables.

Pablo Ferreirós, de 28 años, no fue a Brasil como turista; si hubiera dicho que lo era, tal vez le habrían dejado pasar porque cumplía las condiciones. Pero dijo la verdad: que acudía a una feria de intercambio entre enseñantes, en su calidad de directivo de una escuela española de negocios. Entonces los agentes de Inmigración le aseguraron que, puesto que iba a trabajar, precisaba del correspondiente visado. Y, como no lo tenía, en 45 minutos lo embarcaron de vuelta a Madrid.

Según fuentes diplomáticas, las conversaciones y los acuerdos alcanzados entre los dos gobiernos a raíz de la crisis de expulsiones mutuas vivida en el 2008 daban a entender que el visado de trabajo sólo se requeriría si el visitante se dispusiera a ejercer una actividad remunerada. Para una feria bastaría con mostrar la invitación de los organizadores. No fue esa la interpretación que los brasileños dieron al repatriar a Ferreirós. No obstante, el alicantino pudo regresar a Brasil el 10 de marzo -por Porto Alegre-, lo que significa que las autoridades cambiaron de criterio.

Pero el suyo no fue un caso aislado. En la primera y fallida intentona, a Ferreirós lo separaron de la fila de inmigración junto con otros seis españoles. La mayoría pudo finalmente entrar por tener familiares en Brasil, pero al menos uno fue también expulsado. Según testigos, los funcionarios no fueron muy amables y a alguno de los retenidos le mandaron callar con brusquedad.

Todo indica que a partir del 2 de abril las repatriaciones aumentarán. Y aunque en teoría sólo afecten a los turistas, en la práctica suponen una barrera a la entrada de profesionales españoles en busca de empleo, pues casi todos empiezan a funcionar sin más documentos que los de un visitante.

La tensión en la disputa de las fronteras se agravó la semana pasada, cuando los medios brasileños denunciaron la inadmisión y retención en Barajas, por tres días, de una brasileña de 77 años. Aunque la prensa local no lo precisó de entrada, el rechazo y ulterior repatriación se debió a que la mujer no había podido obtener la necesaria carta de invitación; la hija a la que iba a visitar estaba en situación ilegal en España.