18 de julio de 1936. Por toda España se alzan guarniciones y millones de civiles contra el gobierno bolchevique, ateo y masón del Frente Popular. Entre los sublevados se encuentran los escasos cadetes de la Academia de Infantería de Toledo y el contingente de la Guardia Civil junto a un grupo de paisanos. Pero en la capital manchega el alzamiento fracasa y éstos tienen que refugiarse en el Alcázar —una simbólica fortaleza del siglo XIV y sede de la academia. Empieza entonces el asedio más famoso de la guerra librada entre 1936 y 1939.

Esta es la primera gran historia fotográfica sobre aquellos terribles meses de asaltos, minas y contraminas, bombardeos aéreos, acciones heroicas, traiciones, sacrificios…

Un libro único que nos transporta, con toda su viveza y crudeza, a uno de los episodios más dramáticos de la Guerra Civil española gracias a más de 250 fotografías, esquemas y mapas —muchos de ellos inéditos hasta la fecha—, setenta y cinco años después de la liberación, en septiembre de 1936, del Alcázar de Toledo. Sus autores, el general de Infantería Blas Piñar Gutiérrez y el piloto
Jorge Fernández-Coppel Larrinaga, nos desgranan en ‘El Alcázar nunca se rinde’ una de las epopeyas más memorables de la historia militar de todos los tiempos. 

Hemos conversado sobre esta nueva obra bibiográfica acerca de El Alcázar con el legendario fundador de Fuerza Nueva, Blas Piñar López, padre de uno de los autores y protagonista directo del asedio. De entrada, el interés del político, escritor y notario por esta página tan ilustre de la historia española tiene connotaciones afectivas muy próximas, ya que su padre fue uno de los defensores de la mítica fortaleza toledana. “Mi padre, comandante de Infantería al producirse el Alzamiento, era profesor de Balística en la Academia militar. Fue defensor del Alcázar y sufrió graves heridas durante el asedio, por lo que se le declaró mutilado de guerra. Ello no le impidió que, al liberar la fortaleza, continuase en el frente. Está enterrado en la cripta del Alcázar”.

Recuerda Blas Piñar que “el entonces coronel Moscardó, estimando, desde el punto de vista militar, que la presencia de la familias de los defensores no era conveniente, sino perjudicial, no quiso que su mujer y sus hijos subieran a la fortaleza, aconsejándolo así a sus compañeros de armas”. “Mi padre entendió, sin duda, que se trataba de algo más que de un consejo, y nos ordenó a mi madre, a mi hermana y a mí que nos quedáramos en casa. La decisión, correcta desde el punto de vista castrense, costó la vida a Luis Moscardó, hijo del coronel”, añade.

El ex líder de Fuerza Nueva rememora algunos de los hechos vividos en la contienda y que sin duda le marcaron y sellaron para siempre su compromiso con España y con los ideales cristianos que moldearon nuestra civilización. “Pasé la guerra en Madrid, a donde, con muchas dificultades, pudimos llegar mi madre, mi hermana y yo. Encontramos refugio en la Embajada de Finlandia, que fue asaltada por los rojos el 4 de diciembre de 1936. Estuve en la cárcel de San Antón y, más tarde, al conseguir la libertad, en la legación de Paraguay, de donde tuvimos que salir al ser asaltado el consulado de Perú, que estaba en el mismo edificio. Unos buenos amigos nos buscaron alojamiento en la que había sido Embajada de Austria, que también asaltaron las milicias. Tuvimos la protección de dos personas, a las que no puedo olvidar: don José Gómez Segalerba, médico militar y don Ramón Miró Noriega, interventor civil de guerra. Poco antes de entrar en Madrid los nacionales, ocupé, con mis compañeros de una escuadra de Falange, la emisora de radio de la Marina, en la Ciudad Lineal”.

Del largo asedio y de la ejemplar defensa del Alcázar hasta su liberación por las tropas nacionales mandadas por Franco, recogidos en el libro de reciente presentación, extrae Blas Piñar una conclusión definitiva: “Frente al olvido del pueblo dirigido por el actual sistema, los que permanecen fieles a los ideales por los que se combatió se abren paso para dar testimonio a pesar de la campaña de silencio y tergiversación. Las gestas ni se olvidan ni se silencian”.

Considera nuestro interlocutor que la defensa del Alcázar, en las condiciones infrahumanas en las que tuvieron que resistir los asediados, constituye una de las mayores gestas que se recuerdan. “Es un testimonio vivo de la unidad e identidad histórica de España y un ejemplo de que España, permaneciendo unida, se impone siempre a sus enemigos”.

Blas Piñar lamenta el escaso reconocimiento dado a la gesta del Alcázar por los que la asediaron infructuosamente durante meses. “Aquellos que se comportan tan heroicamente como lo hicieron los defensores del Alcázar, aún cuando no se compartan sus ideas, merecen el reconocimiento explícito por su heroismo”, afirma.

Fue tal la importancia simbólica que tuvo la conservación del Alzázar por los nacionales que Blas Pilar no duda al señalar que la victoria en abril de 1939 se obtuvo “moralmente” el 27 de septiembre de 1936, con la liberación de este icono de nuestra memoria histórica que sigue siendo el antiguo fortín toledano.

Destaca asimismo la relación de amistad que años más tarde mantuvo con el ya general Moscardó. “Fui muy amigo de él, de su señora y de su hijo Carmelo. Nuestras familias vivían muy cerca la una de la otra”. Aunque sobre la figura de Moscardó gravitó gran parte del reconocimiento nacional y mundial por la ciclópea proeza, el ex diputado de AN no quiere olvidarse del resto de los defensores. “Fueron tantos los héroes del Alcázar que habría que hacer una antología”.

División azul

También tiene palabras de reconocimiento y admiración para los españoles, casi todos jóvenes voluntarios, que formaron parte de la división azul que combatió contra los soviéticos. Cree que la memoria histórica de España tiene una deuda con quienes popularmente encarnaron durante años el papel de mártires y héroes. Muchos perecieron en las inhóspitas tierras eslavas y otros regresaron años después a España tras durísimos años de cautiverio en la Rusia del sanguinario Stalin.

Asesinato de Gabaldón

Hablamos también con Blas Piñar acerca de uno de los sucesos más oscuros y al mismo tiempo desconocidos de la postguerra española, pese a que pudo ser decisivo de cara al desenlace de los acontecimientos que provocaron la liquidación del Estado nacionalcatólico y el advenimiento de la partitocracia liberal: el conocido como asesinato de la carretera Oeste.

El 29 de julio de 1939, Isaac Gabaldón, comandante de la Guardia Civil, inspector de policía militar de la 1ª Región Militar y encargado del “Archivo de Masonería y Comunismo” (archivo que agrupaba los documentos recopilados por el ejército de Franco en su avance durante la guerra), fue asesinado junto a su hija y el conductor del vehículo durante un viaje de regreso de Portugal, donde acudió para recabar información sobre los masones y republicanos que cambiaron de bando cuando la victoria de los nacionales era ya inevitable. Muchos de ellos ocuparon incluso altos cargos dentro del franquismo y posteriormente durante la transición.

Sobre ese luctuoso suceso, Blas Piñar nos apunta un dato sin duda inquietante y revelador: “En la revista Fuerza Nueva publicamos la historia en uno de nuestros números. Cuando apareció, me llamó un hijo de Gabaldón. Suis palabras fueron: ‘Blas, por favor, no publique nada más porque nos jugamos la vida usted y yo'”.