Otro suceso que expone un aspecto de la vida española que se invisibiliza, del que nadie habla, que no genera debate. Son imágenes brutales, escalofriantes, que expresan sobre todo el odio patológico al varón de algunas mujeres. Ello se debe, posiblemente, a una reacción enfermiza que se da en ellas y que Freud achacaba, de modo absurdo, a todas: la “envidia del pene”. Pero también se debe a la cobardía de los varones españoles, que una y otra vez votan a los partidos políticos responsables de que el monstruo esté fuera de control, dado sobre todo la impunidad de la que goza para hacer el uso de su poder que ven ustedes en las imágenes. No vale rasgamientos de vestiduras por parte de los hombres cuando este suceso es una de las consecuencias de su desvirilización.

Al menos esta vez hemos tenido suerte de que nos lleguen las imágenes que muestran que la violencia hembrista existe. En plena calle, una mujer patalea al que suponemos su pareja entre insultos y amenazas y él no tiene más remedio que agachar la cabeza y defenderse. En ningún momento le pone la mano encima y ni siquiera intenta defenderse con los brazos. Las coces de la bestia van a parar una y otra vez a la cabeza del hombre, buscando infligir el mayor daño posible, incluso la muerte. Es probable que posteriormente la mujer simulara ser agredida, siguiendo el patrón ya conocido.

Sorprende las risas y chanzas de los hombres que presencian el asqueroso espectáculo. No hacen nada para evitar el apalizamiento.

El vacío dejado, el sitio desertado por unos hombres reblandecidos y amorfos al punto de no tener ya de hombres ni las ideas, ni las actitudes, ni el carácter y apenas la apariencia (y no siempre) permite a las mujeres ejercer su tiranía de la forma que ustedes pueden contemplar. Imagine el lector las consecuencias penales que tendría para cualquier hombre hacer lo que esta psicópata en plena calle, agrediendo y mortificando a una persona del sexo opuesto.

Cuando las sociedades se transforman en rebaños destinados al matadero y los hombres en caricaturas de hombres, suena entonces la hora de este tipo de mujeres.

¿Qué hacer ante estas legiones de amazonas poseídas por la misandria como por un mortal virus globalista? Bajo esta aparente demanda de igualdad, lo que late es un irracional odio al hombre, el cual, a su vez, no es sino una manera de camuflar su rechazo a la propia feminidad. De este hontanar putrefacto surgen patologías a go-go, dignas de un psiquiatra de guardia, que ve micromachismos por todas partes, patriarcados a espuertas, agresiones por doquier; que pretende feminizar los semáforos, hacer baños unisex, y destrozar nuestra maravillosa lengua para crear un grotesco esperanto inclusivo trufado de los/las, ciudadanos/ciudadanas… y las esperpénticas arrobitas, que caen sobre nuestro idioma como una lluvia de azufre, como langostas hambrientas: l@s ciudadan@s. Que les den.

Y que son malas, pero pueden ser peores. Por ejemplo, quieren ser tan iguales que abortan que es una maravilla, porque, como dice Camila Vallejo —“musa” de Podemos, por cierto—, que irrumpió en el Congreso de Chile con una camiseta apoyando la pederastia, dijo en cierta ocasión algo que pone los pelos de punta: “El feto es un parásito en el vientre de la mujer”. Diabólicamente globalista, que alcanza el summum del horror cuando grafitean en las iglesias una de las frases más satánicas que hemos visto: “Os beberéis la sangre de nuestros abortos”.

Pero su triunfo es de corta duración, ya que la decadencia en medio de la cual establece su soberanía es una etapa efímera y sin mañana, apenas la antecámara de la caída final. La mujer (y sus aliados naturales, el ‘lobby’ gay y la beatería bienpensante, más todos los enfaldonados de logia y sinagoga; estos últimos, más que aliados, amos en toda circunstancia) no reina nunca más que sobre un mundo desecho abocado al derrumbe próximo.

De momento no han aparecido colectivos feministas que condenaran esta agresión. Sólo aparecen cuando esta agresión va en la dirección contraria, de un hombre a una mujer, salvo que éste sea extranjero.