AR.- Dice la sabiduría popular que todo lo que se pueda explicar por la estupidez humana no lo debemos atribuir a oscuras conspiraciones. Sin embargo, también es verdad que en ocasiones pueden mezclarse las dos cosas.

El 13 de julio de 1997, Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en Ermua, murió bárbaramente asesinado por los bilduetarras que lo secuestraron unas horas antes. Los etarras pidieron el acercamiento de los presos de ETA a cárceles del País Vasco, diciendo que si antes de las 16 horas del sábado, día 12, el Gobierno, presidido por José María Aznar, no llevaba a cabo el acercamiento de los presos, ejecutarían a Blanco.​ La bellaca ruindad con que fue tiroteado horas después levantó tal ola de indignación popular que los políticos apesebrados vieron peligrar el sistema del que vivían tan ricamente entonces y ahora.

Entonces surgió el llamado “espíritu de Ermua” que se materializó en manifestaciones espontáneas en toda España como expresión de la solidaridad con el secuestrado en un principio y, por extensión, con todas las víctimas del terrorismo de ETA más tarde.

El movimiento parecía un “punto de inflexión” en la percepción que la sociedad española tenía de la actitud de los vascos ante el grupo terrorista, ya que si bien no encontraba mayor apoyo en la sociedad, ésta no mostraba un rechazo tajante como sucedió a partir de entonces. Rápidamente, sin embargo, los políticos se pusieron al frente de las manifas en el momento que las calles y plazas de toda España se llenaron de multitudes cada vez más cabreadas que gritaban “¡Basta ya!” La cosa pintaba bonita hasta que la masa empezó a asaltar violentamente las sedes de Herri batasuna y ¡hasta las de PNV! Ahí se acabó todo. Los políticos instaron a abandonar inmediatamente las protestas que se estaban revolviendo contra ellos, ya que el “espíritu de Ermua lo habían asumido ¡los partidos políticos! Y ahí se desinfló todo. La gente se volvió a casa satisfecha y desahogada con las manos limpias y una buena conciencia: ¡Qué malos son los etarras y qué buenos nosotros! Y la ETA a vivir. El muerto al hoyo y el vivo al bollo.

El 8 de octubre de 2017 una masa de más de un millón de personas se echó a la calle en Barcelona para afirmar su españolidad y rechazar las pretensiones independentistas de Puigdemont y de su Generalidad podrida. La habían convocado pequeñas entidades libres de cualquier influencia política: España y catalans, Somatemps… El objetivo natural de la manifestación era el Parlamento de Cataluña. Incluso se temía su asalto por la voluntad popular de una multitud que rechazaba la deriva soberanista de sus paniaguados. Es demasiado peligrosa una masa sin control.

Inmediatamente los políticos en el poder se hicieron cargo de la iniciativa. Se gastaron una pasta gansa y montaron delante de la Estación de Francia -al ladito mismo del Parlamento- una tarima gigantesca para que Borrell y Vargas Llosa hicieran de picadores y banderilleros del toro hispano, furioso y embravecido contra sus representantes… y consiguieron doblegarlo. Una pantalla inmensa con imágenes de colorines, cual capote endemoniado y unos discursos acaramelados desde el burladero, consiguieron desactivar una protesta que hubiera podido llevarse por delante el orden independentista.

Y ahora, este mismo sábado, la procesión de coches convocada por Abascal… ¡Pero si España ya se había levantado contra la desfachatez y la caradura de Sánchez y el Chepas! ¿Qué necesidad teníamos de ti, Santiago? Las calles se llenaban espontáneamente de españoles sin más adscripción que su bandera y su ruidosa cacerola. La multitud aumentaban cada día y Abascal no podía permitir que lo espontáneo pusiera en evidencia la estulticia de una clase política holgazana y enriquecida con el dinero de todos. Había que controlarla… desactivando la protesta. Fácil lo tenían poniendo sus sucias manos sobre la bandera de la Patria, de esa Patria de la que viven tan ricamente y de la que tan descaradamente se aprovechan. Llegar Abascal con su furgoneta verde y, al día siguiente, ¡vacaciones en el mar! Ni cacerolas, ni banderas, ni protestas… El silencio de los cementerios, conseguido por los políticos enterradores.

Y es que si no existiera Vox, Pedro Sánchez y Pablenin Iglesias, el IBEX y la City de Londres tendrían que inventarlo. Felicidades, pues. El toro hispano de nuevo banderilleado, mareado con el capote verde y finalmente arrodillado delante de un matador que le clavará hasta el fondo el estoque y se pondrá el mundo por montera.

La barba de Abascal, burda imitación de la de Leónidas en las Termópilas ya no puede esconder, bajo disfraz de héroe mítico, al más abyecto traidor.

¡Santiago!, Bellido Dolfos a tu lado no pasa de ser un vulgar botarate, aunque con una dignidad infinitamente más grande que la poca que a ti ya te pueda quedar.