Franco y el entonces príncipe Juan Carlos.

AR.- Acabo de verte, mísero Sánchez, haciendo inauditos esfuerzos para quedar bien con los que te han hecho presidente, dolorosamente a pesar de los españoles que nunca te han votado. ¿Qué poco has tardado en empezar a ofrecer a tus amos globalistas tu instinto carroñero? La historia reciente de España no se entiende sin la base de un odio infinito a lo que da sentido y sustento moral a millones de españoles, que vosotros habéis promovido. La izquierda en ti representada nos odia, odia nuestra fe y nuestro rumbo, odia nuestro paisaje histórico y nuestras señas afectivas, odia a nuestros héroes y a nuestros ideales, odia nuestra independencia intelectual y nuestra rebeldía cívica. Ese odio infinito lo trasladan a figuras históricas cuyo recuerdo alcanza un lugar cálido en nosotros.

Tu rencor es infinito. Has exhumado los restos de un hombre que os ganó en los campos de batalla y os mantuvo a raya durante décadas. Ahora pretendes tipificar como delito a quien elogie un periodo de nuestra historia que trajo a España paz, prosperidad, justicia social y progreso económico. Esa es la ventaja que os concede este sistema. Podéis aprobar normas que conviertan en ilegal lo decente y en decente las peores aberraciones concebidas por el hombre. Aprovechad mientras podáis. No hay Mal que cien años dure y espero vivir lo suficiente para ver lo que ya ha sido profetizado. Muchos españoles han comprendido la necesidad de linimentar la musculatura del patriotismo como única fórmula de sobrevivir a vuestras trampas y mentiras.

Con la propaganda hollywoodiense, las televisiones, el utilitarismo, el maniqueísmo ramplón, la invalidez de cualquier ideal crítico y las teorías relativistas aplicadas a la población española como un nuevo bálsamo de Fierabrás, los patrocinadores del nuevo orden estaban logrando uno a uno todos sus objetivos.

Cualquiera que en España haya representado un ideal que transgrediese la moral cristiana, el orden natural, la visión antropológica del hombre, la exigencia ética en las relaciones económicas o el fortalecimiento de la idea nacional, ha tenido buena prensa y el beneplácito de las ligas de la virtud y de las instituciones. Quienes se han opuesto a las reglas dictadas por este poder luciferino en la sombra, a través de gobiernos comparsas como el tuyo, ha sufrido la persecución política, el linchamiento mediático y la incriminación de los jueces. Ya engañáis sin embargo a muy pocos. Hasta los vuestros han criticado la utilización partidaria de un acontecimiento fúnebre. Cuando tenéis que recurrir a los muertos para contentar a los vivos es que ya poco o nada cabe esperar de vosotros. Sois la misma basura ideológica de siempre. Vuestros objetivos son los mismos que los de hace 80 años: la demolición de España, la reducción de los españoles a simple masa alienada y la fagocitación de nuestra patria por un puñado de bancos, logias y clubes secretos.

Has señalado que la democracia no puede permitirse la existencia de españoles que mantengan viva su admiración por la figura de Franco. La democracia española en cambio sí puede permitir a los que roban, asesinan, empobrecen y envilecen al pueblo hasta llevarlo al suicidio. La democracia española no puede tolerar a los que se atreven a reivindicar ejemplarmente la figura de Franco, pero sí a los que quieren romper la nación, a los herederos ideológicos de ETA, a los que derrocan a un gobierno y ponen a otro que el pueblo no ha elegido, a los que asaltan nuestras fronteras, a los que violan nuestras reglas de convivencia, a los que aprueban leyes contra la mitad de la población, a los que han saqueado las instituciones en nombre del pueblo…

En el fondo lo que temes no es la figura ya legendaria de Francisco Franco, sino la dignidad humana, la rectitud moral, el compromiso social y el coraje patriótico que su vívido recuerdo representa de forma creciente. Y ese respeto por su figura es proporcional al desprecio y el asco que millones de españoles sentimos ya por la tuya.