Los “aristogatos” de Vox viajaron a Asturias solo para saludar al Rey.

AD.- El lacayismo cortesano de Vox nos pone al descubierto el verdadero rostro de un partido promovido por las cloacas del Estado para impedir el afianzamiento de una verdadera formación política de naturaleza identitaria. El infame llamamiento de Vox a sus cargos públicos para que no asistieran a la despedida de los restos mortales de Franco en el Valle de los Caídos, queda superado por las afirmaciones de Santiago Abascal este jueves, advirtiendo que el objetivo último del Gobierno con la exhumación de los restos de Francisco Franco es derrocar a Felipe VI. “El objetivo no es desenterrar a Francisco Franco. Lo tenemos claro: el objetivo es deslegitimar la Transición, deslegitimar la Corona, derrocar a Felipe VI y derribar la cruz del Valle de los Caídos”, ha asegurado Abascal en una entrevista en RNE.

Sorprendente que estos patriotas de pacotilla de Vox sigan percibiendo en la Monarquía borbónica un inexistente compromiso ético con España. Hace tiemplo que tanto Don Juan Carlos como su hijo traicionaron la memoria de Franco, al que tanto deben. Sorprendente que estos patriotas de hojalata a las órdenes del globalismo sigan sin enterarse de que los Borbones han formado parte de la trama democrática que ha conducido a la prohibición de cualquier referencia emocional al anterior régimen. A los de Vox les preocupa el derrocamiento de la Monarquía y deslegitimar la Transición. A nosotros, tampoco.

En esta hora triste para muchos, tras las toneladas de basura vertidas sobre la memoria de Franco, esperábamos de Felipe VI uno de esos gestos que subliman a las personas, y ya no digamos a los reyes. Esperábamos ese gesto porque el agradecimiento es de bien nacidos. Y porque no puede ser el Rey de todos los españoles quien no sabe ser agradecido. Conocemos que el instinto de conservación de los Borbones ha consistido, desde la Transición, en mantener una calculada y provechosa equidistancia entre los malos y los peores. De los buenos, mejor no mencionarlos ni siquiera en la hora de su profanación, aunque les deban las prerrogativas regias de las que disfrutan.

El deber de Vox habría sido preguntarle a Felipe VI si sería hoy Rey de no haberlo dispuesto el hombre que ha sido hoy desenterrado sin los honores que merecía. Más allá de lo probable debería responder que no. Lo que tendrían que haber hecho los falderos cortesanos de Vox es reprochar al Rey su silencio, exigirle un pronunciamiento contra la peligrosa deriva frentista que se abre paso en España desde que Zapatero convirtió el enfrentamiento ideológico en uno de sus objetivos.

La impostura de Vox es el fiel reflejo de una estafa disfrazada de patriotismo para engaño de tontos. Mostrar más inquietud por el futuro del felón coronado que por la afrenta a la memoria de Franco, acaso pueda considerarse no políticamente correcta y no contra corriente, pero se aleja de la angustia espiritual, la turbulenta confusión y el incesante drama que sienten y perciben cada vez más españoles con relación a la degradada vida social, económica, moral y política de la nación.

La Monarquía que trajo la Transición, postulada falsamente como garantía de la unidad y de la tradición españolas, no tiene de tal más que el nombre y la corona, que no es esencial, sino remate de dicha institución. Lo esencial de la Monarquía es la unidad del poder. Por eso, cabe una Monarquía sin realeza, y una realeza sin Monarquía. El Régimen actual fue definido, tanto por Manuel Fraga, como por Gonzalo Fernández de la Mora, como una República Coronada, es decir, como una República liberal en la que la corona sustituye al gorro frigio.

La Monarquía fue pactada para sustituir el Estado nacional surgido del 18 de julio, por el Estado antinacional fruto de la Transición que Vox tiene tanto interés en conservar.

No consta ni una sola declaración de Juan Carlos I ni de Felipe VI contra la cultura de la muerte y el revanchismo camuflado como memoria histórica que los gobiernos del Sistema, -de uno y otro signo-, han puesto en marcha, degenerando moralmente la sociedad española.

Es imperio recordar hoy el juramento que hizo don Juan Carlos ante el Pleno de las Cortes del 23 de julio de 1969. Este juramento concluyó así: “Mi pulso no temblará para hacer cuanto fuera preciso en defensa de los Principios y Leyes que acabo de jurar”

Hemos procurado tener a la vista las lecciones de la historia, y una de las grandes lecciones que nos ofrece la nuestra es la del Cid tomando juramento en Santa Gadea a Alfonso VI, antes de proclamarle rey. Ese juramento le abrió las puertas a don Juan Carlos de la sucesión a la Jefatura del Estado, pero a la vez, el respeto, en unos casos, y la adhesión , en otros, de muchos españoles, que de ese juramento hacían depender su lealtad a la Corona, y, con ella, el ofrecimiento y la colaboración a la gran tarea de la continuidad para que España no terminase negándose así misma (como así ha ocurrido), transformando su propia fisonomía y dejando de ser un país económicamente libre, socialmente justo y políticamente soberano.

La Monarquía ha sido parte esencial de la trama que nos ha conducido a la profanación del mejor español del siglo XX y, por consiguiente, no puede formar parte de la solución.