Patriotas forcejean con la Guardia Civil en la puerta del Valle de los Caídos

AD.- Algunos han conocido tarde y mal que no hay ni puede haber nunca honor en ninguna de esas instituciones que existen para proteger a los que viven y roban del régimen del 78. Reivindicar el honor de la Guardia Civil ante tal tarea se nos antoja tan desproporcionado como defender el recato de Mata Hari. La Guardia Civil no es ni más ni menos que una de esas ineficientes instituciones al servicio de este sistema. Las contradicciones morales y operativas de este cuerpo se ponen de manifiesto al impedir que un grupo de católicos asista a misa en el Valle de los Caídos, mientras son incapaces de impedir la entrada de ilegales a través de las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla.

Apelar al honor de la Guardia Civil en las actuales circunstancias, nos parece un disparate. Tanto la obediencia como la disciplina tienen un límite: El límite de la obediencia es la conciencia y el límite de la disciplina es el honor. La conciencia es la facultad de decidir y hacerse actor y autor de los propios actos y responsable de las consecuencias que de ellos se siguen, según la percepción del bien y del mal -la moral- que sólo ofrecen los Diez Mandamientos de Dios. De modo semejante se expresan vuestras ordenanzas: El mayor prestigio y fuerza moral de la Guardia Civil es su primer elemento; y asegurar la moralidad de sus individuos la base fundamental de la existencia de esta institución (Cartilla de la Guardia Civil. Cap. 1, Art.2). El honor es pues la cualidad moral que impulsa a un militar a actuar rectamente, cumpliendo su deber y de acuerdo con la moral.

Pero no podemos atribuir a la Guardia Civil una responsabilidad que es de todos. Mientras decenas de miles de catalanes salen estos días a las calles de las cuatro provincias para protestar contra la sentencia del procés, apenas medio centenar de personas se han dado cita este fin de semana en el Valle de los Caídos para manifestar su rechazo a la exhumación de Franco. Por supuesto, entre los asistentes no se encontraba ningún dirigente ni cargo de Vox. Es más, Vox ha ordenado a sus dirigentes locales que no se manifiesten sobre el tema. En este asunto, como en tantos otros, la estrategia de Vox es la misma: mucho ruido en redes sociales y pocas nueces en la calle. ¿Por qué Vox no ha hecho un llamamiento a sus seguidores para que acudan al Valle estos días? Pues porque Vox, como la Guardia Civil, es una ramificación de la raíz putrefacta del 78 y sirve a los mismos amos.

Aquí no hace falta un partido de expeperos que nos reciten día y noche los mismos mantras en redes sociales mientras permiten que en ayuntamientos y comunidades autónomas que controlan, tanto el PP como Ciudadanos implementen las políticas socialdemócratas de siempre. Se vio el día 12 en Barcelona. Mientras los partidos genuinamente patriotas reivindicaban la españolidad de Cataluña en Montjuic, sin las impurezas constitucionalistas que nos han conducido hasta aquí, los de Vox caminaban de la mano con los partidos del sistema, dando ‘vivas’ al Rey y a la Constitución. Nótese la diferencia entre la calculada ambigüedad de Abascal en el asunto de Franco y la corajuda actitud de Rafael López Diéguez, líder de Alternativa Española (AES), haciendo frente a la Guardia pretoriana de los profanadores. “¿El honor. Ni se divisa?”. La posibilidad de que Vox pueda rentabilizar en votos el valor y el compromiso ético con la memoria de Franco de partidos como AES, ADÑ, España 2000 o Democracia Nacional, prueba que también un amplio sector de la derecha social sufre una catatonia moral de gran dimensión.

La solución a lo males de España no puede venir de los mismos que han creado el problema. La solución no son las recetas democráticas de siempre, con algún matiz ajeno a la dolencia del enfermo. Convertir la pretendida alternativa identitaria en un remedo liberal como concepción de España y de Europa, da patente de credibilidad a quienes apuntan a Vox como una creación del sistema para que la desafección a ese mismo sistema no rebase determinadas líneas rojas.

La solución no es la Unión Europea ni las críticas monográficas al modelo autonómico. Tal vez el sistema recompense los servicios de Vox permitiéndoles mejorar sus resultados electorales de abril. Nada que no se plantee como una oposición sin fisuras a los amos globalistas tendrá nunca la fuerza arrolladora necesaria para cambiar el actual escenario político, moral y económico, marcado por la sumisión de nuestros intereses al dictado de una élite financiera. Por eso al sistema le preocupó siempre la irrupción y consolidación de una fuerza política vinculada a la derecha identitaria y enfrentada a los que persiguen la aniquilación étnica, moral y cultural de las naciones europeas. Esos a los que Rocío Monasterio elogia tanto.

Los que se han repartido el botín todos estos años no hubieran podido hacerlo teniendo frente a ellos, en igualdad de condiciones, a quienes representaban y representan un resorte de patriotismo, un modelo de conducta, un ejemplo de austeridad y un caudal de moralidad al servicio de todos y no de unos pocos. De ahí la obsesión de la oficialidad todos estos años por demonizar la España de Franco y cualquier alternativa identitaria que el sistema no pudiese teledirigir. Y de ahí la exigencia de no caer en la trampa de los que orientan los focos al asunto catalán para dejar a oscuras la llegada masiva de ilegales, deliberadamente organizada por los apreciados y admirados amigos del ultraliberal Rafael Bardají, la mano derecha de Abascal.

El drama también es comprobar que los españoles están muy lejos de saber hacer uso de sus derechos fundamentales, sobre todo el de la libertad de expresión, y su gregarismo, silencio y complacencia con los medios afines a la derecha o a la izquierda, está ayudando a que los partidos políticos se asemejen cada vez más a esa clase especial de crimen organizado que conocemos como mafia.

Y ese es el caso de Vox, donde actúan con similares características movidos los cuatro que lo encabezan por un constante afán de enriquecerse, ya sea a costa de donaciones privadas, o del saqueo del erario público, tal y como han demostrado tras alcanzar una mínima cuota de poder.

El último acto de Vox en la Plaza de Toros de Vistalegre puso de manifiesto la partitocracia oclocrática  que sufren los ninguneados españoles, que desde 1978 siguen creyendo que esto es una auténtica democracia, cuando se trata de un régimen político en el que solo triunfan los demagogos y los que más ruido hacen; donde la gente con principios y con honor, como Rafael López Diéguez, son ignorados por la oficialidad y sus medios afines.

No puede afirmarse, en general, que el pueblo llano español tenga suficiente formación o criterio para dejar de seguir al encandilador de ilusos que, para conseguir su voto, les regala el oído con demagogas soflamas patrioteras. Nos recuerda el cuento del flautista de Hamelin y sus ardides para ahogar a los robotizados ratones.

De no saber distinguir a los encantadores de serpientes de una orquesta, hemos pasado de no saber diferenciar a hombres de honor y patriotas de una pieza, como Rafael López Diéguez, de zascandiles sin oficio ni beneficio, que utilizan el patrioterismo para amasar una gran fortuna. Y así nos va.