Vox, ya se sabe, es un partido transversal en lo antropológico. Lo mismo le vale un español de Cuenca que un senegalés. Eso sí, a cambio de que el senegalés tenga sus papeles en regla. Tanto derecho tiene Vox a anteponer el Ius solis al Ius sanguinis como nosotros a no confiar en ellos. Es una cuestión de libertad.

Para Vox, la defensa del nutriente étnico no es la base fundamental de las sociedades nacionales. Y nosotros lo respetamos, aunque no lo entendemos desde la base de un partido que dice ser identitario.

¿Qué sentido tiene oponerte al modelo autonómico, al proceso rupturista abierto en Cataluña o a la degradación de nuestros símbolos, si estas cuestiones, con ser importantes, carecerán de interés alguno a la vuelta de cuatro o cinco esquinas generacionales, en el marco de sociedades que serán étnica y culturalmente distintas a las que amamos y defendemos? ¿Por qué partidos como Vox no se enfrentan a estos asuntos e incluso prefieren asumir posiciones buenistas, que no pasan de ser una manifestación estúpida del relativismo? ¿Cómo es posible que nos pueda entusiasmar un partido que dice abiertamente que no debe preocuparnos la llegada masiva de inmigrantes suramericanos? El relativismo antropológico de Vox no es mejor que la postura proinmigracionista de la izquierda. Pero es su decisión y nosotros la respetamos.

Como muestra, la imagen de este grupo de militantes de Vox en Baleares. Sostienen sus dirigentes que el de Abascal es el partido que más defiende a los inmigrantes con papeles y también el partido más querido por estos. Y nos parece bien. Igual de bien que la decisión tomada por AD de no cantarles la palinodia.