Albert Rivera, un ‘camaleón’ sin moral ni convicciones
Albert Rivera es un dirigente político mediocre, un sujeto sin moral ni convicciones, un entusiasta del ‘camaleonismo’ político dependiendo de las circunstancias, alguien que sin demostrar nada en la vida privada pretende ahora redimir al país desde la esfera pública. Rivera maneja un discurso simplista lleno de lugares comunes y cargado de rancios tópicos neoliberales. Utiliza nuevas técnicas de comunicación y marketing político que le hacen parecer un político “de centro”, “moderado” y “progresista”.
Representa el recambio natural de un Sistema que necesita caras nuevas para continuar su implacable proceso para la devastación moral y la reversión demográfica de Europa.
Su invitación a participar en las reuniones del club Bilderberg confirman cuál es su papel en esta comedia. Sólo la complicidad de los grandes medios de comunicación y de unos periodistas totalmente prostituidos han hecho posible el ascenso político de este personaje.
Lo de este farsante supera todo lo imaginable. Es posible encontrar en Sánchez algún atisbo de sinceridad y nobleza, algún gesto dictado por los estertores de una conciencia antaño recta, la coherencia al menos de no estar cada día mudando de ideas. Todo ello es ininaginable en Rivera, un personaje de ficción lleno de trampas y mentiras, más falso que las peleas de los Power Rangers. O que un billete del Monopoly.
Rivera contrapone a su raquitismo intelectual el pose de un político circunspecto, correcto, aseado, que parece haber encandilado a un sector de la opinión española, por fortuna mucho menor de lo que auguran las encuestas.
El partido Ciudadanos no tiene ideología ni doctrina; su discurso es el fruto de la ambigüedad y la tibieza. Ya hemos visto la legendaria capacidad de su líder de sostener una cosa hoy y mañana la contraria, lo que le hace acreedor del certero refrán castellano: “límpiate que vas de huevo”.
Un personaje con tan débiles pertrechos morales y con unas convicciones ideológicas tan escurridizas no podría ser tomado en serio en ninguna otra sociedad que no estuviese tan moralmente corrompida como la española. Lo que propone no puede ser creíble a la luz de los hechos. Hoy puede defender la fiesta brava y aparecer mañana como un feroz antitaurino. Puede jurar en arameo que no apoyará la candidatura de Pedro Sánchez y mantener a la semana siguiente un incestuoso concubinato con el líder socialista. Puede ir de inquisidor con Cifuentes y de cantamañanas con Villacís. Puede pactar con el PP en Málaga capital y con Podemos en Torremolinos, a tan sólo doce kilómetros. Puede criticar la inmersión lingüística en Cataluña y defender al mismo tiempo el marco autonómico que la hace posible. En definitiva, puede cambiar de opinión al dictado de quienes lo financian y promocionan.
En un debate televisivo, Albert Rivera citó a Kant como uno de sus principales referentes intelectuales, soltando al mismo tiempo un rimbombante y aprendido discurso sobre el filósofo prusiano. Todo iba bien hasta que el conductor del debate le pidió que nombrara un título de algún trabajo que hubiera leído de Kant.
Rivera demoró su réplica y tuvo que caer rendido ante la evidencia: no había leído nunca a Kant “en un título concreto”. El farsante, en su estado puro.
¿Recordáis a algún compañero de clase de la infancia que parecía tu amigo pero luego te traicionaba? Y que luego éste hacía amistades con otros a los que ponía en contra tuya pero que más tarde también traicionaba a los nuevos amigos? Uno de aquellos niñatos demoníacos sin moral ni principios era Rivera, el cual ha escalado posiciones fácilmente en este sistema de naturaleza corrupta en sus orígenes donde él se mueve como pez en el agua.
Es que todavía no ha leído la “Ética” de la razón pura”, como dijo en su día—
Como dijo Marx (Groucho no Karl) estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros. Tambien sirve (por una vez y sin que sirva de precedente) lo dicho por Pablo Iglesias; Rivera no es de derechas, es de lo que haga falta.