El espíritu judío y el griego
Es curioso cómo dos pequeños pueblos, el judío y el griego, han influido en la historia europea y, a través de ella, de la humanidad, mientras que de otros muchos pueblos mucho más numerosos y poderosos queda solo el recuerdo. También llaman la atención las profundas diferencias entre ellos, bien manifiestas a través de sus literaturas. La Biblia, el escrito que ha conformado la cultura judía, y en parte la europea, contiene textos muy diversos, morales y poéticos, pero es básicamente un relato mítico-histórico del propio pueblo judío a través de siglos. Los judíos serían directamente el “pueblo elegido” por el Dios único, no se sabe bien para qué, al parecer para darle en propiedad una tierra bastante exigua y poco fértil, a cuyos habitantes tenían la obligación de exterminar; pero en todo caso las desdichas de ese pueblo predominan ampliamente, según el relato, sobre los beneficios de haber sido elegido. La causa de tanta desdicha es, precisamente, la infidelidad o desobediencia a los mandatos divinos. Yavé ordena su voluntad directamente a los grandes patriarcas y dirigentes del pueblo, pero, por una u otra razón, estos, y el propio pueblo hacen a menudo “lo que es desagradable a Yavé”, y sufren la pena infligida por una divinidad “celosa”, que castiga los pecados contra él en varias generaciones. El concepto de pecado y su punición es central en todo el libro.
En la historia del pueblo judío, según la Biblia, predominan con mucho los castigos (derrotas, deportaciones, guerras civiles…) sobre los momentos de felicidad “a la sombra de su parra y de su higuera”. Aunque el tema solo puede ser simplificado burdamente en un artículo, añadamos que en la Biblia, libro por demás misterioso, no hay mención clara de un más allá, de una resurrección, tema crucial del cristianismo, sino cierta ambigüedad: las penas por el pecado se cumplen más bien en la tierra. Dice el autor del Eclesiastés: Sobre la conducta de los humanos reflexioné así: Dios los prueba y les demuestra que son como las bestias. Porque el hombre y la bestia tienen el mismo destino: muere el uno como la otra; y ambos tienen el mismo aliento de vida. En nada aventaje el hombre a la bestia , pues todo es vanidad (…) Todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo. (…) Hay un destino común para todos, para el justo y para el malvado, el puro y el manchado, el que hace sacrificios y el que no los hace, lo mismo el bueno que el pecador (…) Eso es lo peor de cuanto pasa bajo el sol: que haya un destino común para todos (…) Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada” Etc. Después de la muerte viene el Seol, que no es ni el cielo ni el infierno. Parece que por contagio de los griegos, parte de los judíos (los fariseos) creyeron en un más allá en que se haría la justicia ausente en el más acá, pero otros, los saduceos, lo rechazaban. Una historia tan poco feliz exige la idea de un Mesías, personaje político-religioso (religión y política van íntimamente unidas en el judaísmo, como en casi todas, o incluso todas las culturas, aunque de distintos modos) que redimirá a los judíos de su destino pecador, se supone que sobre la tierra.
Se ha dicho a menudo que La Ilíada y La Odisea venían a ser la Biblia de los griegos, y en cierto modo es así: tratan ambas de unos antecesores heroicos y ejemplares que cumplen un destino que está por encima de ellos y al que no pueden escapar, aunque con cierta capacidad de elegir (por ejemplo Aquiles). La noción de culpa es menos intensa que en los judíos, y la del destino es más fuerte. Concepción muy distinta de la del judío, siempre sometido a una voluntad divina que se muestra en mandatos precisos y en normas de conducta un tanto obsesivas, pero cuyo sentido general se le escapa: el hombre no es capaz de discernir la obra de Dios (Eclesiastés). La noción del destino, personificado en las Moiras o la Moira es más abstracta que la de los dioses, y estos también están sometidos a él. Ni los dioses ni las moiras son tampoco creadores del mundo, como la divinidad judía, sino productos de fuerzas más primordiales y oscuras. Los héroes se desenvuelven en las condiciones que les han tocado, acosados por unos dioses y favorecidos por otros, y el valor de su vida radica precisamente en su capacidad para afrontar el destino frente a todos los peligros y adversidades. Pero ese valor finalmente no significaría mucho, al ser un don de los dioses. El más allá griego es un concepto mucho más claro que en los judíos, pero sigue siendo lúgubre, incluso para los héroes más destacados. Hay una diferencia muy grande de concepción entre el ideal del héroe entre los griegos y el del justo entre los judíos. Pero los dos ofrecen serios problemas de comprensión intelectual.
Buen Análisis, expone las cosas tal como son en esos libros,limitada la reflexión por el espacio del artículo, y desde luego que ni Judíos ni Griegos tienen explícita ninguna Doctrina de Salvación, nada de nada,y es por eso que en tiempos de los Romanos de pegó el Nuevo Testamento cuya Doctrina de Salvación es un sincretismo y es bien Imperfecta pero es que a la gente le falta algo de discernimiento aunque lo nieguen con aspavientos infatigables.