(Telecinco)

AR.- Tras la sentencia contra los cinco miembros de La Manada, comprobamos que cuenta España con el mayor número de juristas por metro cuadrado de todo el mundo. Juristas convenientemente formados en las universidades de Atresmedia y Mediaset por jurisconsultas tan acreditadas como Susana Griso, Ana Rosa Quintana y Sandra Sabatés, entre otras muchas.

Les parece poca la condena de nueve años de cárcel y discrepan con saña sobre la naturaleza del delito. Supongo que el magisterio intelectual de todas ellas les hacen tener las ideas tan claras. A mi me pasa todo lo contrario. Las imágenes del video arrojan más dudas que certezas sobre la naturaleza del repugnante acto, que tuvo unos preliminares en las calles de Pamplona que no pueden ser ignorados. Me ahorraré detalles y citas literales para evitar desafortunadas consecuencias. Ningún padre sensato y decente querría tener por yerno a ninguno de los cinco degenerados. Pero una cosa es la abyección moral de los sujetos y otra los hechos enjuiciados. Así funciona el sistema. No es mi sistema, pero debo respetarlo.

Afortunadamente, hay jueces en España que tienen el coraje de no doblegarse a la opinión voluble y evanescente de la masa televidente, convenientemente jaleada y conducida.

Convengo con Javier Caraballo en que “la Audiencia de Navarra ha dictado una sentencia ejemplar en el juicio a La Manada, aunque lo que esperaban muchos era una sentencia ejemplarizante. Más allá todavía: la sentencia de La Manada es ejemplar, precisamente, porque ha sabido abstraerse a la enorme presión ejercida para que fuera ejemplarizante, que en términos jurídicos, y en el contexto de juicios paralelos en el que vivimos, lo que significa es un veredicto más severo que el que realmente se correspondería con los hechos enjuiciados.

Pero si el símbolo de la Justicia es una diosa, la diosa Temis, que tiene los ojos vendados, ante un proceso judicial como este, en una sociedad como la actual en la que las redes sociales se convierten en tribunales populares, ha hecho muy bien el tribunal al colocarse esa venda en los ojos para no dejarse influir por ninguna de las presiones que se han ejercido. Y después de una larguísima reflexión, dictar la sentencia que han estimado más acertada, de acuerdo al derecho penal español y a la realidad de los acontecimientos que se juzgaban.

Cuando finalizó la vista oral, en noviembre pasado, a tenor de las opiniones que se oían, ciertamente mayoritarias en los medios de comunicación y, mucho más, en las redes sociales, parece que lo único que sobra aquí es el juicio, como si los jueces fueran unos molestos entrometidos que podían fastidiar la opinión generalizada de que esos gamberros tenían que ser condenados a la pena máxima, sentencia ejemplarizante. La misma impresión podía percibirse este jueves al oír decir a algunos dirigentes políticos (los más moderados) que les hubiera gustado otro tipo de sentencia. Ni los gustos políticos ni los condicionantes morales de cada uno de nosotros deben ser los que determinen la Justicia en un estado que se llama democrático”.

Movilizaciones feministas

Feministas contra la sentencia.

Movilizadas por las redes sociales, decenas de miles de mujeres salieron este jueves a las calles de toda España para protestar ruidosamente contra la sentencia. Nunca lo hicieron contra las excarcelaciones de etarras o ante casos similares donde  los agresores no eran españoles. Descorazona que una sentencia judicial sobre un caso de abusos haya logrado movilizar a más españoles que la rebelión golpista en Cataluña, síntoma inequívoco de una nación en fase terminal. Descorazona que políticos y feministas se opusieran a la prisión permanente revisable por asesinatos como el del pequeño Gabriel y que en cambio defiendan ahora la máxima pena por un caso de abusos.

De forma unánime, las y los movilizados acusaron a los magistrados de la Audiencia de Navarra de “machismo” por contemplar los hechos desde una perspectiva distinta a la de la profesora Griso.

Supongo que si esos mismos jueces dictasen una sentencia condenatoria contra un hombre acusado de poligamia o de alentar la mutilación genital de su hija, los habrían acusado de tener motivos islamófobos. Se da por hecho que este tipo de reprobaciones a los jueces hay que tolerarlas si sus decisiones afectan al relato victimista de determinados grupos. No se puede en cualquier caso culpar a estos magistrados de lo que el Estado no ha previsto. Es más un problema de salud moral que de interpretación procesal de unos hechos delictivos. Lo detallaré más abajo.

El supremacismo de los alemanes

Carteles colocados ante la estación principal de Colonia, epicentro de las agresiones sexuales de Nochevieja

Se creen superiores, por encima de los demás. Son supremacistas. Nunca respetan a países y culturas que consideran inferiores a la germana. Ya ha salido el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el principal diario alemán, a criticar la sentencia de la Manada. Se pregunta si en España “no desaparece la Macho-Kultur”. Es la expresión española que utilizan en Alemania para definir el machismo. No se puede ser más grotesco ni más ridículo. Me sorprende que no haya salido ningún representante del estamento judicial español para recordar a estos cabrones cómo intentaron ocultar la violación masiva que sufrieron decenas de mujeres alemanas en la Nochevieja de Colonia.

Cuando el escándalo se filtró a la opinión pública fue cuando reconocieron los hechos. Mandos policiales de aquel país dijeron que fueron presionados para ocultar las agresiones sexuales. El Frankfurter Allgemeine Zeitung informó a sus lectores una semana después. A ningún español se le ocurrió entonces hablar de la “Muslim-Kultur”. Antes al contrario, hicimos nuestra la indignación de muchos alemanes. Hoy sería distinto.

Para estos puercos supremacistas, un delincuente sexual es visible cuando es español. Si el violador es un refugiado árabe, aunque la víctima sea alemana, la parte maltratada sólo es un accidente, una entidad abstracta que no merece la pena humanizarla a los ojos de la opinión pública. Normal que Puigdemont haya encontrado refugio en semejante cloaca.

Un trasfondo moral

Una mujer semidesnuda en los Sanfermines.

Tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Establecer una relación causa-efecto entre la salud moral de la sociedad española y sucesos como el de Pamplona debería ser imperativo a poco que se quiere hallar el mejor remedio a la actual sintomatología.

Se han vertido toneladas de tinta sobre los abusos perpetrados en un lóbrego portal de la capital pamplonica el 7 de julio de 2016, pero casi nadie se ha referido al contexto tan hediondo en el que se produjeron. Tanto los cinco degenerados como la joven acudieron a Pamplona para participar en unas fiestas caracterizadas por el desparrame etílico y las grotescas exhibiciones que revelan hasta qué punto una parte inquietantemente amplia de la sociedad española carece del mínimo sentido de la estética y la dignidad. Pamplona queda reducida en San Fermín a un inmenso y caótico botellón. Como tantos acontecimientos que se celebran en España, las fiestas que enamoraron a  Hemingway se han convertido en el mejor espejo de una juventud degenerada, infame, materialista, despreciable y sin ningún sentido del comedimiento y menos del deber. Pamplona es esos días el mejor escaparate del éxito que han tenido los planes de ingeniería social para la metabolización moral de la población española.

Durante estos años de buenrollismo democrático, de laxitud allí donde antes prevalecía el deber y la exigencia, crecieron y se multiplicaron y echaron ramas frondodísimas con el abono natural de la Democracia, que es el sistema político que en cualquiera de sus traducciones o adaptaciones mayor cantidad de mierda produce. Ociosos y vagos crónicos la mayoría, descreídos y sin mayor ideal trascendente que tatuarse el cuerpo, cuando se les ve a uno le viene a la memoria la cita de Dostoievski, el autor ruso que mejor supo comprender el alma humana: “Una paz prolongada siempre engendra crueldad, cobardía y un burdo egoísmo (…)”.

Las grotescas imágenes en las calles de cualquier ciudad española los fines de semana, de miles de jóvenes y no tan jóvenes, ebrios, drogados y ruidosos, como aquella mala gente del verso de Machado, nos muestran en toda su crudeza la implantación sin freno de la estulticia y el exceso, siempre que el exceso no guarde parentezco con el trabajo, que han echado raíces en nuestra desgraciada nación.

La Manada no son sino el resultado de la basurización de un sector creciente de la sociedad española. Llama a reflexión esa aceptación, por parte de la franja más decaída y degenerada de la población, de este derrumbe civilizacional, de esta enfermiza alabanza por parte de los progres del hedonismo sin límite que exhala sus pestilencias como un contenedor de basura en pleno julio, pero lo más increíble es sin duda el rechazo masivo de los españoles y europeos a ver la realidad de frente. No queremos ver para no tener que actuar.

¿Qué sociedad, que país se puede construir con semejantes materiales? No es necesario esforzarse mucho para imaginárselo. ¿Qué podemos esperar de quienes nunca han salido de las formas más hedonistas de vida humana? ¿Es razonable esperar que esta gente acuda al auxilio de una civilización que hace aguas por todos lados?

Somos tanto más culpables cuanto que las inteligencias más preclaras de nuestra nación ya habían, hace tiempo, descubierto las claves de la interpretación y la comprensión de este engendro democrático.

¿De qué sirve la falsa pedagogía de los políticos en una población cada día más inculta, manipulada y embrutecida, mujeres incluidas, con la dignidad de un lagarto? ¿Por qué pudiendo atajar la raíz del problema se someten a la corrección política y prefieren mirar hacia para lado?

No hay norma capaz de regular el cambio de una sociedad si sus dirigentes no reconocen que casos como el de Pamplona son el resultado de años de desistimiento moral, de postureo cívico, de relativismo político, de zafiedad cultural. Políticos como Zapatero y otros muchos talaron los árboles que adornaban las rutas que caminábamos y vivificaban el aire que respirábamos. La consecuencia es hoy un aire irrespirable y un ambiente paisajístico cada día más yermo y tenebroso.

Puigdemont, el que faltaba

Y por si fuera poco, el orate Puigdemont se ha unido al sainete al intentar sacar tajada de la sentencia para continuar con su desquiciada cruzada antiespañola. Sus intentos de difundir ante el mundo un estereotipo machista de España se contradicen con la realidad que se vive en Cataluña. En 2017 fue, junto a Madrid, la comunidad autónoma con más agresiones sexuales. Cataluña ostentó asimismo otro triste récord el pasado año: los abusos a menores crecieron un 68 por ciento, muy por encima de la media española.

Patética esta gentuza separatista y traidora, responsable de que Cataluña esté hecha unos zorros, con matones cortando carreteras y amenazando a los que no piensan como ellos, con docentes adoctrinando a los niños en el odio a su país, con escraches continuos a los opositores, con periodistas llamando a la insurrección, con políticos mintiendo de forma compulsiva y fingiéndose víctimas.

La impunidad de la que goza este canalla debe acabar de una u otra forma. Puigdemont es también el fruto del clamoroso fracaso de un régimen político que ha hecho del libertinaje una norma fundamental de la vida cotidiana.