Rafael Nadal, incombustible, suma ya once títulos en la tierra de Montecarlo
Rafael Nadal, campeón sin fecha de caducidad, prolonga su contrato con Montecarlo, vitalicio si se tiene en cuenta que ya van once mordiscos en la tierra monegasca y que no hay nada que invite a pensar en otro tipo de domingo en ese precioso rincón de la Costa Azul. De 2005 a 2018, el español ha ido acumulando méritos y se dispara hasta el infinito, resucitado de nuevo desde el instante en que sus zapatillas se ensucian de arena. Nadie le puede cuestionar su hegemonía y menos estando él a este nivel, estratosférico también en la final para despachar a Kei Nishikori por 6-3 y 6-2. Buscar cualquier explicación a semejante brutalidad es absurdo, pues nunca se ha visto algo igual y es más que probable que no se vea en el mañana.
La hoja de servicios del número uno presenta ya 76 títulos, 31 de los cuales, con este de Montecarlo, son Masters 1.000, presentadas estas cifras para entender de lo que se está hablando. Y la realidad es que parece importar muy poco cómo esté Nadal ya que siempre, por estas fechas, las crónicas hablan de lo mismo. En adelante, hasta París, parece que no hay otro tenista en el planeta, el mallorquín no encuentra enemigos y menos ahora que los peces gordos están a otras cosas.
Nishikori, renacido esta semana para olvidar los más de cinco meses de ausencia de 2017 por culpa de una lesión de muñeca, fue uno más, meritoria su presentación ya que al menos él no perdió su primer juego al servicio como les pasó a los cuatro oponentes previos de Nadal. Hay talento en este japonés de velocidad diabólica y propuso una pelea interesante en los compases iniciales, pero a los 56 minutos ya había perdido el set. Eso, con Nadal, es sinónimo de obituario.
Se consumó con cierta rapidez, en una hora y 33 minutos, y lo cierto es que la final tuvo poco historia, menos emoción de la esperada y pocos puntos a destacar. Fue, simplemente, un pulso desigual en donde Nadal, que llegó a ir por debajo en la primera manga al perder su saque en el tercer juego, le dio continuidad a un estilo interminable. Ahora trata de acabar los intercambios antes dándole más potencia a su derecha, pero sigue torturando a cualquiera con sus efectos y con las bolas bombeadas, también aplicado con el revés cuando toca abrir pista y desbordar al enemigo. Difícilmente se puede jugar tan bien en esta superficie.
Saltó al cielo de Montecarlo porque llevaba unos meses sin festejos, justito físicamente en el tramo final del pasado curso e igualmente castigado en el primer trimestre del actual después de su lesión muscular en Australia. Su último título llegó en Pekín, en octubre, y ahora que pisa la arcilla europea empieza a coleccionar domingos de alegría. Con 31 años, cerca ya de los 32 (3 de junio), se supera a sí mismo y este triunfo en Montecarlo solo se mejoró en 2010, cuando cedió 14 juegos en todo el torneo. Esta vez han sido 21.
En adelante, Barcelona, Madrid, Roma y su jardín de París, cuatro citas para estirar la leyenda hasta el infinito, si no es que vive ya ahí. Por si alguien dudaba, Nadal sigue siendo el mejor, dueño y señor de la tierra y de todo lo que se proponga.
Y sobre todo, un buen chaval, sencillo y humilde.
Un gran campeón y un gran español. Enhorabuena, Rafa.
Felicidades campeón, tu fuerza es nuestra inspiración, ejemplo de no renunciar a sus valores fundamentales.
Pero qué más se puede decir de este crack. Es de lo mejorcito que tenemos en España. Un gran embajador de nuestro país.