La muerte
La muerte se ve de muy distinta manera según las edades. En la adolescencia y la juventud, lo único que preocupa es la vida, se hacen planes, se especula incluso sobre decenas de años, la parca se ve lejana, aun sabiendo que puede llegar en cualquier momento. Incluso se da cierto impulso a desafiarla, a ponerse en peligro como una actitud vital, sea por una causa que se crea justa o por simple deporte (esto se da entre varones, tampoco muchos y muy raramente entre las chicas, cuya actitud es más respetuosa con la vida y más inclinada a preservarla). En caso de guerra, puede verse como un sacrificio en que el horror de la muerte aparece aureolado de gloria. Vista desde la juventud, la muerte por consunción o por enfermedad parece aumenta su incomprensibilidad para nuestra mente, revistiendo tintes más lúgubres.
Conforme uno se acerca a una edad en la que vivirá menos tiempo del ya vivido, y sobre todo cuando pasa “a primera línea” y, como decía alguien “las bombas caen cada vez más cerca”, llevándose a padres o amigos, la percepción de la muerte se hace más intensa sin dejar de ser desconcertante. La vida puede entenderse como un acoso permanente a nuestras facultades, como un esfuerzo continuo, a veces muy arduo y mejor o peor recompensado; y finalmente anulado, igualando al bueno y al malo, al listo y al tonto, al rico y al pobre, y planteando a la psique el sentido de tanto trabajo.
Hace poco estuve con mi mujer en una residencia, en la sala para ancianos ya muy próximos a fallecer, a visitar a una tía mía que, efectivamente falleció a los pocos días. Las enfermeras eran muy amables con los pacientes, que parecían en estado semiconsciente, en sillas de ruedas, desfigurados por la decrepitud. Y sonaban suavemente canciones de otros tiempos. Mientras permanecimos allí, “Por el camino verde”. A todas aquellas personas les haría sentir, si aún tenían capacidad o sensibilidad para ello, las épocas en que eran jóvenes, sanas y fuertes y llenas de afectos y tal vez de proyectos. El contraste era muy fuerte para mí, por la impresión general del ambiente y porque la canción era la preferida de la madre de una novia mía de muchos años antes, con lo que el recuerdo de cosas desaparecidas sin remedio se intensificaba.
Ayer estuve en el entierro de un amigo. Hablando con la viuda, o quizá con un hijo, le dije: “Estas cosas impresionan porque no se puede decir nada razonable sobre ellas”. Hay un consuelo parcial en el cariño, pero nuestra razón no tiene armas para elaborar un discurso inteligible al respecto. No obstante,intentamos comprender. Vemos el cadáver, su cara “dormida”, lo más significativo de la persona. Aunque sabemos que se descompondrá, el cuerpo permanece de momento igual pero “sin vida”, decimos. La vida era el “yo” que antes lo habitaba el cuerpo, y sentimos que este ha asesinado a aquel yo, y en cierto modo es así. El cuerpo se ha formado y ha salido al mundo sin permiso del yo, el cual a su vez ha ido tomando su forma en muchos años, con rasgos que llamamos psicológicos, bastante independientes del cuerpo (personas con cuerpos muy semejantes pueden tener yoes muy diferentes).
A su vez, el cuerpo ha funcionado durante toda su vida con casi total independencia del yo (aunque este pueda haberle perjudicado con malos hábitos), ha evolucionado, envejecido y finalmente se ha paralizado por su cuenta, sea por propio desgaste o por agresión exterior, humana o microbiana. Y todo no solo al margen sino contra la voluntad del yo. Parece lógico distinguir, entonces, entre el yo (el alma) y el cuerpo, y así se ha hecho siempre. En las lápidas suele escribirse el nombre y un “nunca de olvidaremos” o algo similar: el yo del difunto sobreviviría al margen de su cuerpo en la memoria, cada vez más desvaída e incompleta, de otros, que a su vez tendrán el mismo fin. Naturalmente es pura ilusión.
El yo tiene una necesidad de supervivencia, más o menos aguda, según los individuos. En la religión grecolatina se trata de la consecuencia lógica e inevitable de diferenciar el alma del cuerpo, pero esa supervivencia se ve como algo muy poco deseable, baste recordar la frase de Aquiles en el Hades prefiriendo ser un esclavo en la tierra que el rey de las almas sin cuerpo; o el poema de Adriano Animula vagula…. El alma, distinta del cuerpo, le sobrevive porque tiene que ser así, pero de una manera enormemente sombría. En el judaísmo no está claro que el destino de la persona difiera mucho del de un perro. Otras religiones hablan de reencarnaciones sin fin hasta la disolución completa. El cristianismo considera la vida terrenal esencialmente injusta, requerida de una justicia ultraterrena que reequilibre la balanza con la condena o la salvación. La supervivencia del alma se presenta más bien como la ocasión de restablecer la justicia necesaria, máxime para aquellos cuya estancia en la vida ha sido más desafortunada. El ateísmo piensa que el alma no existe al margen del cuerpo ni hay necesidad de una compensación en otra vida: el hombre y el perro tienen, en definitiva, el mismo destino y que todos los triunfos y satisfacciones concebibles son las de este mundo. Así, Stalin, por ejemplo, habría llevado una vida plena.
Mao Tse-tung escribió “La muerte llega a todos, pero puede tener menos peso que una pluma o más peso que el monte Taishan. Es una forma de decir que la vida puede tener un sentido o ser un sinsentido, pero ¿cómo decidirlo?
La ciencia ante el misterio de la muerte y las aportaciones de personas como el psiquiatra Moody ,la tambien psiquiatra Elizabeth Kubler Ross, el neurólogo Pim Van Lommel , el doctor y anestesista doctor Charbonier o lo vivido en carne propia por el neurocirujano y profesor de Universidad Eben Alexander y las ultimas tesis que proponen que quizas el cerebro funcione como un organo cuántico pueden por lo menos abrir la mente a otras percepciones, que no sean primarias y que nos permiten comprender el detras de lo aparente.
Sólo la inconsciente soberbia es capaz de intentar enfrentarse al misterio, pero…lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Siempre será algo inalcanzable,
como le pasó a Agustin, cuando vió a un niño que con un vaso iba sacando agua del mar como si quisiera vaciarlo, demostrando así la torpeza de la mente humana: intentando penetrar en la divinidad de Dios. Tolle, lege…
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Son cosas que sólo se piuensan en mentes torturadas por determinadas circunstancias. Le hubiera gustado este artículo a don Miguel de Unamuno
Lo único que existe es la vida. Lo que llamamos muerte es sólo un cambio. Y todo un maravilloso misterio que solo conoce Dios, que nos mantiene continuamente. hasta que llegua el momento en que nos llama para ser, como dijo Jesús en la despedida a sus discípulos, una sola cosa con Él y el Padre , Esta es la promesa de Jesús a todos los que hayan creído en Él…
Buen articulo,pero creo que su error esta en creer en un yo autoexistente No existe ese yo intrinseco e inherente del que habla.el yo es un concepto que la mente adhiere como una etiqueta a lo que solo es una combinacion de cuerpo-mente.Si existe el yo ¿Donde se localiza?¿en el cuerpo?Entonces no podriamos decir mi cuerpo porque el poseedor y lo poseido serian lo mismo.Igual argumento logico para la mente.¿esta el yo en la mente?.Entonces no podriamos decir mi mente porque el podeedor y lo poseido serian lo mismo.Ni tampoco puede ser una combinacion de los dos,si una no es… Leer más »
Excelente artículo