María Elosegui (Euskonews)

AD.- El gran desastre que ha minado la convivencia española (aceptemos la realidad, la mitad de España odia a la otra media) fue dejar que los  mass media interpretaran la realidad desde la óptica ideológica de la izquierda. El marxismo social marca las preferencias de los españoles en asuntos como la ideología de género. Arriesgarse a defender un punto de vista distinto del oficial es exponerte a la invisibilidad o al linchamiento mediático. Para el marxismo cultural todo eso tiene un solo nombre, incorrección política, y una receta: ignorancia, caricatura y desinformación.

El aplastante dominio intelectual e informativo de la izquierda sobre la vida española hace imposible desde hace mucho tiempo la reacción política e institucional del país ante sus angustiosos retos. Ahora lleva también a otras parálisis y cegueras. La burbuja de autocomplacencia y superioridad moral en la que vive la izquierda hegemónica, unida a la impotencia de un centroderecha sin discurso ni ideales, está provocando la simple incapacidad para la mera comprensión de la realidad exterior. Las ideologías desahuciadas en todo el mundo dictan aquí cada mañana la verdad oficial. Pero la sustitución de la información y el análisis por el juicio sectario y el imperio de lo políticamente correcto no puede evitar que el mundo gire. Y seguirá haciéndolo.

El sistema educativo ha creado compartimentos estancos. Mientras en el de matemáticas o física promueve el análisis y el razonamiento, en los de ciencias sociales, historia o educación en “valores” prohíbe el análisis y el razonamiento, estableciendo una educación dogmática, acrítica, que se resume en la siguiente frase: “Permitid todo lo que el sistema permite y no permitáis lo que el sistema no permite, y obedeced ciegamente”. Es decir, “no penséis según qué determinados asuntos”.El lenguaje políticamente correcto está íntimamente vinculado con un concepto errado de lo que significa la discriminación.

María Elósegui, la primera juez española en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, está siendo objeto de una brutal campaña de descrédito por manifestarse sobre la homosexualidad de forma libre y coherente con sus ideales.

La magistrada, nacida en San Sebastián y catedrática de Filosofía del Derecho de la Universidad de Zaragoza, se manifestó en el pasado en diferentes ocasiones en contra de las relaciones entre personas del mismo sexo. Sostuvo que “los transexuales son individuos que creen realmente pertenecer al sexo opuesto del que indican sus genitales, se trata de una clara patología referente al sexo psicológico que crea una severa disfunción que en no pocos casos conduce al suicidio”. Lo que en una sociedad normal sería un razonamiento tan lógico como sostener  que la inercia es la propiedad que tienen los cuerpos de permanecer en su estado de reposo relativo o movimiento relativo, aquí se convierte en un anatema. En la España del siglo XXI, sostener que las niñas tienen vagina y los niños pene te expone a los mismos riesgos que defender la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico en la Europa del siglo XVI.

En “Las mañanas de Cuatro”, el repugnante Javier Ruiz se ha encargado hoy de ejercer de Urbano VIII y de convertir a su patulea de tertulianos en el Santo Oficio. Según el particular criterio del podemita Monedero, los jueces no pueden opinar sobre según qué determinados temas, salvo que las opiniones coincidan con las que mantiene su partido. El mico bolivariano acusa a la juez de discriminar a los gays. Según el diccionario, discriminar quiere decir ‘diferenciar y discernir’. No hay acción humana que no discrimine: la comida que elegimos engullir, los amigos con que compartiremos reuniones, el periódico que leemos, la asociación a la que pertenecemos, las librerías que visitamos, la marca del automóvil que usamos, el tipo de casa en la que habitamos, con quién contraemos nupcias, a qué universidad asistimos, con qué jabón nos lavamos las manos, qué trabajo nos atrae más, quiénes serán nuestros socios, a qué religión adherimos (o a ninguna), qué arreglos contractuales aprobamos y qué mermelada le ponemos a las tostadas. Sin discriminación no hay acción posible. El que es indiferente no actúa. La acción es preferencia, elección, diferenciación, discernimiento y, por ende, implica discriminar.

Es propio de esta gente establecer los límites de su dudosa moralidad con criterios sesgados y siempre partidistas. Es decir, que si una juez sostiene que la homosexualidad genera patologías, o que se trata de una “perturbación sociopática de la personalidad”, como sostenían oficialmente los psiquiatras norteamericanos hasta 1973, entonces no merece el privilegio de llevar una toga. En cambio, si defendiese en público la proscripción social de los antiabortistas, la voladura del Valle de los Caídos o la implementación del laicismo radical en los colegios, entonces se convertiría en una togada ejemplar y un espejo para el resto de sus compatriotas.

Esa gente que pretende suministrarnos dosis de su propia moralina es la misma que sembró esta nación de pobres morales y materiales, de sombras humanas con apego sólo al instinto, que instaló telarañas mentales en los jóvenes, que esterilizó la cultura poniéndola al servicio de sus innobles ideales, que enfrentó a hijos contra padres, a españoles de una idea contra españoles de otra, a mujeres contra hombres, que promocionó a la chusma y degradó a los excelentes, que subvencionó a las peores hienas de la selva, que soterró los valores que tuviesen algún interés trascendental, que exaltó las peores taras del individuo en la telebasura, que convirtió las instituciones democráticas en un lodazal de corrupción y en un avispero de ilegalidades, que confraternizó con los verdugos, que se arrojó a los brazos de los nacionalistas sin alma, que abonó el suelo español con fielmo de la peor calidad. Son los protagonistas de nuestras peores pesadillas, los dirigentes grotescos que estrecharon lazos con los líderes menos recomendables del mundo  y los tontos útiles de los clubes secretos y de las logias masónicas. Así que no nos extraña el clima de agitación progresista que existe estos días contra la juez Elósegui.