Un fiasco anunciado
Federico Soriguer*.- No hacía falta ser un profeta. El día 17 de marzo de este año, escribí una tribuna (‘Málaga ha hecho los deberes’) que comenzaba así: «Si usted fuera un alto funcionario de la UE y tuviera que decidir sobre la ubicación de una de las grandes sedes europeas como la Agencia Europea del Medicamento (AEM), ¿escogería una ciudad que amenaza con un ‘Brexit’ a la catalana o ‘Catexit’? Si usted fuese un alto responsable político de la UE, ¿negociaría con unos políticos que incumplen las leyes de su propio país, que viven arrobados por una ensoñación romántica nacionalista más propia del siglo XIX que del XXI, que toman iniciativas que llevan irresponsablemente a la sociedad a una fractura de imprevisibles consecuencias? Pues diría, si es realmente responsable, que no. Si usted fuese un representante político de España y tuviese que recomendar a la UE la ciudad más adecuada para que se ubicara la sede, ¿por qué recomendaría en este momento Barcelona? Los parlamentarios del PP, del PSOE y de Ciudadanos han recomendado Barcelona porque aunque saben que, tal como están las cosas, no van a conceder la sede de la AEM a España, sí hubieran propuesto o al menos debatido otras alternativas (Málaga por ejemplo), hubieran tenido que aguantar las invectivas de la división acorazada independentista…».
No, no hacía falta ser un profeta y los hechos posteriores, desde la declaración esperpéntica de la independencia hasta la irresponsable actitud del ‘consellers’ catalán de Sanidad que en lugar de defender la candidatura se dedicaba a hacer propaganda independentista o la inasistencia de la alcaldesa a los actos oficiales en la UE en los que se presentaba a la ciudad de Barcelona, no han hecho sino ratificar la premonición. No, el movimiento independentista no ha querido que la AEM venga a Barcelona, pues hubiesen tenido que reconocer el apoyo unánime del Parlamento español y el empeño del Gobierno por Barcelona con la señora ministra de Sanidad, Dolors Montserrat a la cabeza. Ahora echarán la culpa al Gobierno español -ya lo están haciendo minutos después de que se conociera el fallo ERC y toda la jauría mediática del independentismo-. ¿Es que acaso no tiene la culpa de la situación actual el Gobierno español por no haberles concedido la idílica independencia con la que todos los Puigdemont del procés soñaban despiertos? Ya tienen otro motivo para lloriquear por las esquinas de Europa.
Pero hay una lección que los andaluces y los malagueños deberíamos de aprender de esta historia. Málaga, tras el ‘Brexit’ y al día siguiente de conocerse que la AEM debía salir de GB, se puso las pilas con el alcalde a la cabeza. Pocas veces y en tan poco tiempo, los agentes políticos, profesionales y sociales, se unieron sin reservas en apoyo de la candidatura de Málaga como sede de la AEM. No es cuestión de volverlo a contar, basta con ir a las hemerotecas. Es cierto que en el pleno del Ayuntamiento todas las fuerzas políticas apoyaron la iniciativa, pero ni los diputados andaluces del PSOE, del PP, ni de Podemos defendieron la candidatura de Málaga en el Parlamento nacional y ni siquiera en el Parlamento andaluz, en donde la señora Díaz, tan briosa habitualmente en la defensa de ‘su tierra’, mantuvo una ambigüedad culpable jugando con las imposibles expectativas de Granada frente a Málaga. ¿Tenía Málaga posibilidades? Desde luego, y a los resultados hay que remitirse. Más, hoy ya lo sabemos, que Barcelona.
Una vez más, como lleva ocurriendo desde hace tanto tiempo, España vive secuestrada por un síndrome de Estocolmo a la catalana. Tenía que ser Barcelona, porque Barcelona se lo merece, es la mejor ciudad, la que mejores centros de investigación tiene, la que tiene mejores industrias, mejores colegios internacionales. Caramba con Barcelona, caramba con Cataluña. Y además tenía que tener la AEM. Pues por esta vez los independentistas y el resto del país van a tener el mismo motivo para lamentarse. Porque lo que ha ocurrido al final es que la AEM no ha venido a España, ni ha venido a Andalucía. Y no ha venido a Málaga, que ha sido ignorada no solo por la nomenclatura catalana que ni siquiera debió de concebir que dentro de España otra ciudad distinta a Barcelona lo solicitase, sino por toda la clase política, incluida la propia. Y es de esta última de la que hoy hay que lamentarse. A la que hoy hay que exigirle responsabilidades. Es posible que en un momento tan delicado, por razones de ‘alta política’, el Ejecutivo tuviera que apoyar la candidatura de Barcelona. Pero lo que es intolerable es que ni el Parlamento andaluz ni los parlamentarios andaluces en las Cortes hicieran visible la candidatura de Málaga. Se ha perdido una gran oportunidad de mostrar que Andalucía y Málaga con ella también existen para algo más que el turismo. Porque de haberlo hecho hoy podríamos echar en cara a quienes quieran escucharlo que fue un error apoyar una candidatura perdedora y que fue un insulto innecesario ningunear la candidatura malagueña.
*Médico y miembro de la Academia Malagueña de Ciencias