“Escrito para la Historia”: El Colegio Mayor ‘Antonio Rivera’ (Capítulo 4)
Por su interés y valor histórico (agrandado con el tiempo) reproducimos la serie de artículos escritos por el político, notario, escritor y fundador de Fuerza Nueva, Blas Piñar (1918-2014), bajo el título “Escrito para la Historia” y que fueron publicados en AD a partir del año 2012. Considerado unánimemente el mejor orador parlamentario de la transición, Blas Piñar puso a disposición de los lectores de este medio, del que era fiel colaborador, algunos de los hechos más relevantes y notorios de la vida española en los últimas décadas y que lo tuvieron a él como testigo directo.
Blas Piñar (Del libro “Escrito para la Historia”).- Una cuestión que estimo no debo de soslayar es, sin duda, la del Colegio Mayor Antonio Rivera. A la fundación y a las posteriores vicisitudes del mismo estuve íntimamente ligado. Me produjo satisfacciones, pero también muchos dolores de cabeza.
Me gustaría que cuanto se relaciona con dicha fundación y sus vicisitudes quedara expuesto con claridad, acompañada, cuando así lo exija el tema, de la documentación probatoria.
La idea no fue mía. Fue del P. José María Llanos, S.J. Había tenido escasas relaciones con él, pero con él hice los ejercicios espirituales de San Ignacio pocos días antes de contraer matrimonio. Creo que surgió durante los mismos nuestra amistad.
Estábamos en 1944. Más tarde, siendo yo notario en Madrid, reanudamos una relación que había quedado disminuida por mi ausencia de la capital.
El P. Llanos, buen falangista entonces, era el animador del Servicio Universitario del Trabajo, dependiente del SEU (Sindicato Español Universitario). Yo no estuve vinculado a aquel Servicio, pero simpatizaba con él, y tuve ocasión de tomar contacto con los estudiantes que se habían dado de alta en el mismo y se preparaban para viajar y cumplir sus compromisos laborales.
Por mi cuenta me fui a trabajar las vacaciones veraniegas al pantano que se estaba construyendo en Villajoyosa (Alicante). Era el mes de agosto de 1950. Al frente de la empresa contratista estaba José Juan Aracil, un ingeniero de caminos, alcoyano, inteligente, dinámico y de una simpatía arrolladora. No se pudo portar mejor conmigo. La experiencia me fue muy provechosa, y no sólo porque aprendí a trabajar con las manos, sino por las amistades que hice con los obreros que allí trabajaban.
Esta aventura reforzó mis relaciones con el P. Llanos, que tenía en su entorno a un grupo selecto de profesionales, que le querían y admiraban. Creo que este grupo procedía de las Congregaciones Marianas, de las que el P. Llanos había sido propulsor y propagandista.
Cualquiera que sea el concepto que el lector pueda tener del P. Llanos, teniendo en cuenta su cambio radical de postura, que bien podía calificarse con términos que sobrepasan el desviacionismo, es evidente que tuvo una gran preocupación social, aunque saliera de su cauce ortodoxo, produciendo escándalo. No en balde un amigo común lo calificó de “bohemio del cristianismo”.
Pues bien, un día -no recuerdo cual- de 1953, convocó en mi casa a ese grupo de amigos a que hice referencia. Alguno más se incorporó después. Nos expuso su idea de poner en marcha un Colegio Mayor para universitarios trabajadores. Los profesionales egresados de la Universidad, que habían cosechado éxitos y se habían abierto paso, no podían encerrarse en sí mismos. Tenían la obligación de ayudar a quienes, bien dotados intelectualmente, no podían tener acceso ni a las Universidades ni a las Escuelas Técnicas, por falta de recursos económicos. Estaba bien el sistema de becas, pero tal sistema tenía, en el fondo, una frialdad administrativa y burocrática cuyo complemento más humano y cristiano podía ser este Colegio -con valor ejemplar y estimulante para otros en el futuro- de fundación privada, en el que trabajadores-estudiantes y estudiantes-trabajadores encontraran residencia y acomodo para cursar sus carreras. La pensión sería la mínima indispensable. El resto del costo correría a cargo de los fundadores.
Ese grupo de jóvenes profesionales lo integraban: Ramón Rotaeche, ingeniero de minas; Víctor Sada, médico; Santiago García de Vinuesa, ingeniero de caminos; Adolfo Pfeiffer, ingeniero industrial; Leonardo Villena, doctor en ciencias; Luis Laorga, arquitecto; Gabriel del Valle, abogado del Estado; José Junquera, profesor mercantil; Juan García Yagüe, licenciado en Filosofía y Letras, y yo, doctor en Derecho y notario. A este grupo se unieron Eduardo Zorita, veterinario, y Job Placencia, licenciado en Ciencias, antiguos dirigentes del Servicio Universitario del Trabajo.
El P. Llanos deseó que el nuevo Colegio se dedicara a su hermano Manuel, que había sido asesinado por los rojos. Lógicamente, nada me era posible oponer al proyecto. Insinué, no obstante, que la figura de Antonio Rivera -cuyo proceso de beatificación se había iniciado en Toledo- conocido por el Angel del Alcázar, era más popular. Yo estaba al frente del Secretariado que propugnaba dicha beatificación, y alegué que en el caso concreto de Antonio Rivera se trataba de un héroe, que había combatido en la Cruzada. Su consigna, “tirad, pero tirad sin odio” -alegué-, merece incluirse en un código de deontología militar. Su herida, al rescatar una ametralladora, para que no cayera en manos del enemigo, y su muerte ejemplar, eran un estímulo para la juventud española. No hubo problemas. Con unanimidad fue compartida mi propuesta.
Con las primeras aportaciones del grupo fundador se pudo alquilar un chalet modesto en la Dehesa de la Villa, en el que encontraron alojamiento diecisiete estudiantes-trabajadores. Abonaban quinientas pesetas mensuales. Fue nombrado director Job Placencia Valero, un chico serio, formal, consciente de la tarea que se le había encomendado. El catedrático Ángel Álvarez de Miranda representó a la Universidad Central en el patronato del Colegio. La subvención de quinientas mil pesetas, que en apoyo de la iniciativa nos concedió el Ministerio de Educación Nacional, tuvo dificultades para su cobro. El dinero no estuvo en nuestras manos hasta que Jesús Rubio y García Mina fue nombrado ministro. A su interés por ayudarnos se debe que la promesa incumplida se hiciera realidad.
Inauguramos la puesta en marcha del Colegio, como he dicho, en un chalet de la Dehesa de la Villa, sólo como sede provisional del mismo, el 12 de marzo de 1955. El acto fue alegre y cordialísimo. Aparte de los fundadores y de los residentes, estuvieron con nosotros Joaquín Ruíz Giménez, ministro de Educación Nacional, y Pedro Laín Entralgo, rector de la Universidad complutense. Habló Eduardo Zorita. Hablé yo, y clausuró el acto, con unas palabras, el ministro.
Ecclesia, órgano de la Acción Católica española, en un editorial, decía poco después de la inauguración: “He aquí una idea nacida de la preocupación de ver ausentes de la Universidad española a muchos que podrían y deberían estar si alguien les allanara el camino… Un anhelo de aproximar y transfundir esos dos mundos, de la ciencia y del trabajo, para mutuo auxilio y comprensión.
Todo ello con las miras puestas en el objetivo primordial de formar hombres netamente cristianos que desde su profesión y con la experiencia de lo que cuesta y vale el trabajo de cada día, puedan proyectar sobre el perfil humano de toda empresa el sentido sobrenatural de la vida misma”.
De este alojamiento provisional pasamos al edificio, sumamente modesto, que se construyó sobre la parcela que en la calle Límite, luego Juan XXIII, nos concedió la Junta de Gobierno de la Ciudad Universitaria. Para ello fue preciso que el grupo fundador no sólo hiciera nuevas aportaciones, sino que gestionara otras de carácter privado y público. Hubo problemas. El terreno sobre el que nuestro inolvidable arquitecto Luis Laorga debía levantar el colegio, era echadizo y de escasa solidez. Ello no sólo encareció la obra sino que nos proporcionó disgustos. Murió, por accidente de trabajo, uno de los obreros y era lógico que indemnizáramos con generosidad a la familia.
Llevó tiempo la construcción, que en 1957 ya estaba en condiciones de funcionar, pero hasta el 10 de noviembre de 1959 no conseguimos que se nos reconociera oficialmente como Colegio Mayor Universitario. La Orden Ministerial se publicó en el Boletín Oficial del Estado, nº 300, de 16 de diciembre de 1959, página 16045.
El primer tropiezo de régimen interno lo tuvimos en el chalet de la Dehesa de la Villa. Parece increíble, pero las cosas sucedieron así. En una reunión del cuadro directivo, el P. Llanos nos indicó que haciendo un esfuerzo, por razones de espacio, debíamos admitir a un chico, estudiante-trabajador, que acababa de salir de la cárcel. Había cumplido condena por robo. Me permití tomar la palabra para oponerme a la admisión. El P. Llanos entendía que no admitirlo era una falta grave de caridad. Le repliqué, arguyendo que las mujeres de mala vida, para su regeneración, no tenían acomodo en las residencias de la Compañía de Jesús.
Para tal fin existían otras Congregaciones religiosas, como, por ejemplo, las Adoratrices. Nosotros podemos ayudar a este chico para hacerle más fácil su reinserción, pero darle entrada en el Colegio me parecía una falta también grave contra la prudencia. Insistió el P. Llanos y nos dijo que de prosperar mi criterio él se marcharía. La verdad es que todos los miembros del Patronato queríamos al capellán del Colegio, y estimamos que en aquellos días no era posible prescindir de él. Cedimos. A las pocas semanas el liberado de la cárcel desapareció del Colegio después de robar a todos sus camaradas.
El edificio de la calle Límite, en la Ciudad Universitaria, se inauguró el 12 de enero de 1.957. Estuvieron presentes entre otros el ministro de Educación Jesús Rubio y García Mina, el director general de Enseñanza Universitaria, Torcuato Fernández Miranda, y el director general de Archivos y Bibliotecas, Antonio García Noblejas.
El P. Llanos abandona el ColegioEl acondicionamiento del mismo también planteó problemas. La consigna del P. Llanos era la de una máxima austeridad. Había que dar ejemplo con lo mínimo necesario. Lo que ocurre es que, en ocasiones, la austeridad puede esconder un cierto orgullo desafiante, y, además, puede resultar -en contra de lo que se cree- mucho más cara que lo ordinario o corriente. De acuerdo con las indicaciones del P. Llanos no habría habitaciones individuales, sino habitaciones dobles y con literas de hierro (a pesar de que razones higiénicas, morales y pedagógicas aconsejaban lo contrario) y no se pondría calefacción. Ello supuso, por un lado, encargar literas ad hoc, que se adecuaran a las habitaciones, lo cual desbordó el presupuesto, toda vez que la adquisición de camas metálicas fabricadas en serie resultaba mucho más barata.
De otra parte, la falta de calefacción llevaría consigo, como sucedió de hecho, no sólo un inconveniente grave para estudiar, sino avalanchas de enfriamientos y casos de gripe y pulmonía, con sus inevitables consecuencias de faltas al trabajo, horas perdidas de clase y estudio, y gastos médicos y farmacéuticos indispensables. La calefacción, por ello, fue instalada después.
En el curso de los años la tensión se fue haciendo más dura. La voluntad del P. Llanos se impuso otra vez con el nombramiento como jefe de estudios de un residente acabado de llegar de París, donde disfrutó de una beca. Había ocupado un puesto directivo en el SEU. Presumía de haber perdido la fe durante su permanencia en Francia. Los argumentos lógicos que opusimos a este nombramiento, basados, sobre todo, en esa pérdida de fe y en la misión importante que se le encomendaba, y que podía hacer daño a los colegiales, no prosperaron.
Llegó un momento en que los puntos de vista del P. Llanos y del Patronato eran incompatibles. Hubo alguna reunión un tanto borrascosa. El P. Llanos decidió abandonar el Colegio. Fue entonces cuando comenzó su aventura en el Pozo del Tío Raimundo.
El Colegio tuvo como director, después de Job Placencia, a Arsenio Huergo Fernández. Se le nombró en 1962. Bien intencionado, hizo todo lo posible para vencer dificultades y resolver problemas. El P.Luis Capilla Rodríguez sustituyó al P. Llanos. Al P. Capilla, hombre joven y dinámico, le conocí en Cieza (Murcia), donde, iniciada mi carrera profesional, estuve de notario. Trabajaba en una sucursal del Banco Español de Crédito. Pertenecía a la Juventud de Acción Católica. Tuvo vocación y se fue al seminario de Murcia. Ignoro las razones por las cuales el P. Capilla entró en contacto con organizaciones obreras, a las que dedicó durante su estancia en el Colegio -no contínua- una parte de su tiempo.
La situación interna tuvo altibajos, a los que no fue ajena la presión exterior, una presión indudablemente politizada, que pretendía adueñarse ideológicamente del Colegio. Obra en mi poder un informe oficial que así lo pone de relieve. Del mismo copio lo que sigue: “El Colegio ha llegado a caer en manos de minorías audaces, cuyas maniobras llegaron a ser inaceptables.
Hasta el capellán, muy estimado por el presidente del Patronato, Blas Piñar, llegó a ser manejado por ciertos elementos. Parece ser que desde julio (de 1967), algunos miembros del Patronato y gente allegada a ellos habían captado las existencia de una ofensiva contra este Colegio Mayor, acaso integrada en una actividad más general en dichos Colegios, como ocurrió ya con el Pío XII. Hace tiempo, por tanto, se viene estudiando el modo de cambiar radicalmente la situación, con el fin de lograr un encauzamiento de lo que, hoy por hoy, parece que traiciona los fines para lo que fue fundado este Colegio Mayor”.
El clima que se respiraba en el Colegio, el estado del edificio en su conjunto y de sus dependencias y la lógica indignación de los miembros del Patronato, que habían dado pruebas evidentes de generosidad y de paciencia, nos obligaron a adoptar decisiones poco agradables, pero necesarias, para que lo que tanto esfuerzo nos había costado y con tan grande ilusión pusimos en marcha, no se frustrase. Además, y por añadidura, el director, a la vista de lo que estaba sucediendo, dimitió con carácter irrevocable.
Era preciso replantearnos todo, cerrar el Colegio, rehabilitarlo, invertir más dinero y lograr las colaboraciones y ayudas necesarias. Embarcados en las vacaciones estivales el momento no pareció ser el más propicio para alcanzar las metas. Después de muchas y no fáciles diligencias, pudimos designar a un franciscano, joven, universitario y con experiencia, director del Colegio, el P. Vicente Burgos Nadal. El nombramiento fue, de momento, puramente teórico, porque el ambiente de indisciplina de los colegiales no le permitió afrontar las responsabilidades del cargo. Ni siquiera los miembros del Patronato pudimos entrar en el edificio ocupado por los colegiales que durante el verano, y a pesar de ello -es decir, en periodo no escolar- habían permanecido en el mismo.
Nos dirigimos a las autoridades competentes, entre otras al ministro de Educación Nacional y al rector de la Universidad Complutense, dando cuenta de la situación de anormalidad del Colegio, y de la necesidad imperiosa de cerrarlo para acometer las obras de rehabilitación y reestructurarlo en función de la experiencia.
El nuevo director, con fecha 25 de septiembre de 1967, comunicó a los colegiales que para la realización de las obras debían dejarlo libre a las 19 horas del día 26. Los colegiales se pusieron en contacto con el rector de la Universidad, Isidoro Martín Martínez, el cual, con fecha 3 de octubre, les comunicó lo siguiente:
“De acuerdo con la conversación mantenida ayer con ustedes he hecho las gestiones necesarias para que tomen acuerdo sobre el Colegio los elementos que constituyen la Junta del Patronato del Colegio Mayor “Antonio Rivera”. Aparte de la conversación telefónica mantenida con el Sr. Piñar, he recibido carta de los miembros del Patronato Srs. Villena y Del Valle, en la que me ratifican plenamente su conformidad con lo que el Sr. Piñar les había comunicado a ustedes; es decir, aparte de lo referente al nombramiento de director, realización de obras, etc… el acuerdo de la salida de los actuales residentes en el Colegio para proceder a una revisión de las admisiones.
“Por lo tanto, cumplido el plazo que primeramente les señalé a ustedes y cumplidas ahora las condiciones que parecían razonables, les ruego a ustedes, que de la manera más inmediata, dejen de permanecer en el Colegio para que el Patronato del mismo se haga cargo del edificio y proceda conforme a los acuerdos adoptados por el mismo. En espera de la puntual observancia de estas indicaciones les saluda atentamente Isidoro Martín Martínez”.
Los colegiales abandonaron, por fin, el edificio en la mañana del 5 de octubre de 1967. Pudimos entrar. El espectáculo era desolador, desmoralizante, triste. Recabamos la visita de un representante de la Inspección Nacional de Colegios Mayores. El inspector informaba al director general de Enseñanza Universitaria, con fecha 4 de octubre de 1967, lo que sigue:
“1º. El edificio del citado Colegio se encuentra deteriorado no sólo en su conformación externa, sino también en su estructura y de tal suerte que son visibles en algunas dependencias paredes con grietas e irregularidades y fisuras que necesitan urgente reparación.
2º. Que todas las construcciones sanitarias se encuentran en lamentable estado, habiendo algunas secciones completamente inutilizables, otras muestran desperfectos tan destacados que desdicen o impresionan muy desfavorablemente, incluso al más bondadoso observador. La restauración, cambio y transformación de las referidas estructuras sanitarias es de absoluta necesidad y el abajo firmante estima debe impedirse toda vida colegial en dicho Centro hasta tanto sean verificadas las obras que subsanarían o repararían cuantos desperfectos y alteraciones se expresan anteriormente.
3º. Sería aconsejable extender todas esas consideraciones al Patronato que entiende de todo cuanto concierne a dicho Mayor, en el sentido de la necesidad de ampliar habitacione-dormitorios y otras dependencias para que se adapten en su ubicación a lo establecido por la Ley de Sanidad y en la propia de Colegios Mayores sobre espacios habitables”.
Con independencia del acta de inspección que acabamos de reproducir, se requirió -antes de hacernos cargo del edificio- al notario de Madrid don Luis Hoyos Gascón para que diera testimonio del estado en que se encontraba, pudiendo, a tal fin, hacer las fotografías que estimara pertinentes, uniéndolas a la matriz del documento. El acta de presencia lleva el número 4167 y fecha de 5 de octubre de 1967.
La Diligencia notarial dice así: “El mismo día, siendo las diecisiete horas y cuarenta minutos, me constituyo en dicho Colegio Mayor Antonio Rivera, y compruebo:
“A. Que delante y detrás del edificio hay dos amplias explanadas destinadas a jardín, pero se hallan en tal estado de abandono que más que jardín parece un terreno erial, con papeles y desperdicios diseminados sobre el mismo y con huellas evidentes, en algunos sitios, de haberse encendido fuego.
B. En el cuerpo del edificio destinado a habitaciones y servicios de los residentes, que consta de dos plantas, observo lo siguiente: “Que hay algunos muros o tabiques con grietas muy pronunciadas; que el estado de abandono y suciedad es general, especialmente en el interior de las habitaciones, la mayor parte de cuyas sillas, muebles y estanterías están estropeadas o deterioradas; el suelo de casi todas las habitaciones está convertido en depósito de papeles y trapos viejos y trozos de muebles rotos, y tanto el piso, como las paredes, puertas y ventanas son clara muestra de no haber hecho en ellos desde hace mucho tiempo limpieza o arreglo alguno, estando cargado el ambiente de olor a suciedad.
En el mismo deplorable estado de abandono y suciedad están los cuartos de lavabos, duchas, urinarios, retretes, con agua en algunos sitios del suelo, debido a tuberías rotas. Se aprecian defectos en algunos radiadores y tubos de calefacción, cortados algunos cables de la luz y de gas butano y duchas sin alcachofa.
En la parte izquierda del edificio hay un sótano, donde, en el más absoluto desorden, están apilados periódicos y zapatos viejos y gran cantidad de sillas rotas.
C. Contrasta el deplorable estado de cuidado y limpieza en que se halla la parte habitada u ocupada por los residentes en el Colegio, con la destinada a vivienda del cocinero y de su esposa, en perfecto estado de conservación y limpieza.
D. A mi presencia se obtienen varias fotografías, de las que, como demostración gráfica de lo que queda consignado, se unen a esta matriz”.
Creo recordar que la suciedad y los olores nos movieron a solicitar, para que se fumigase convenientemente el edificio, la intervención de la Delegación Provincial de Sanidad.
La prueba documental reseñada prueba que con independencia de los fallos de construcción, debidos posiblemente a la defectuosa cimentación en terreno de echadizo, el estado lamentable del Colegio obedecía, no sólo al descuido de los colegiales, sino a su actuación violenta contra las instalaciones, antes de abandonarlo. A este respecto hay que consignar que conforme al Reglamento de la Institución “cada colegial es responsable del mantenimiento y conservación del inmueble (y del) mobiliario, no estando permitido tirar papeles, colillas, cerillas, desperdicios fuera de sus respectivos lugares. El uso del mobiliario, enseres y útiles del Colegio deben cuidarse como si fueran los propios de su casa”.
Lo doloroso fue para los que, secundando la iniciativa del P. Llanos, asumimos la responsabilidad del Colegio -incluso la económica- el comportamiento, no sólo de los residentes, sino de algunos medios de comunicación, que no tuvieron la delicadeza de ponerse en relación con algún miembro del Patronato para comprobar si eran o no ciertas las noticias que con respecto al Colegio publicaron.
El diario Arriba, de 30 de septiembre, al poner entre comillas la palabra “obras”, parece considerar que las mismas eran un pretexto para justificar la orden de abandono del edificio. Añade el periódico que los propios colegiales “hacen la limpieza de sus habitaciones y realizan la compra con el fin de reducir al mínimo los gastos de la institución”, pero no contrasta esas afirmaciones con la falta absoluta de limpieza que hemos documentado, ni con el hecho de que por no pagar a los suministradores, hubo que hacer desembolsos muy importantes a fin de no desprestigiar al Colegio.
El diario Ya, de 24 de septiembre, da cuenta de una visita que ha hecho a la redacción un grupo de residentes en el Colegio Mayor Antonio Rivera. Entregaron un escrito en el que, silenciando los antecedentes de la situación, se dice: “lo peor es que cierra, para estudiantes que trabajan, el único Colegio Mayor que tenían en España y se dificulta la llegada a la Universidad de los que necesitan del trabajo para estudiar”. ¿Pero, siendo así, cómo se explica que el deterioro en todos los órdenes de ese Colegio, tan necesario, y fruto de la iniciativa privada, que hizo suyo la mayoría de los costes, fuera, en gran parte, obra de los propios beneficiarios? La redacción del diario no se planteó el problema.
Parte de ese escrito, pero añadiendo las firmas de los que lo respaldaban, lo hizo público Nuevo Diario, del día 29 de septiembre de 1967.
En el vespertino Madrid, de 3 de octubre, apareció una crónica firmada por José Vicente de Juan, en la que se hacía una pequeña historia del Colegio y se daba cuenta de un hecho significativo: que en el último curso terminaron sus carreras en el Colegio dos ingenieros industriales, un arquitecto, un licenciado en Economía y otro de Filosofía, añadiendo, después de dar cuenta del proyectado cierre del Colegio, por obras, que “es el único centro de este tipo que los estudiantes que trabajan tienen en España”.
Por su parte, Cuadernos para el Diálogo, en su número 49, de octubre de 1967, con el título poco grato de Algo sobre extraños desahucios, daba por supuesto, sin preocuparse de obtener información objetiva, que se dejaba morir un Colegio Mayor, “signo triste y cerrilísimo”. Se califica de expulsados a los residentes y se hace la siguiente pregunta: “¿Se puede disponer impunemente de una realidad creada con esfuerzos y animosamente sin una explicación? No hay justificación y nadie se ha preocupado de evitar este auténtico expolio y este acto de fuerza”.
Huelga todo comentario. Increpar sin conocimiento a quienes pusimos ilusión y medios para una empresa difícil y original, es de muy dudoso gusto, sobre todo cuando quienes acusan son meros espectadores críticos, que ni siquiera ofrecen soluciones o propuestas de colaboración para evitar lo que tanto lamentan.
Para los medios de comunicación, como réplica, preparamos la siguiente nota:
“ Una parte de la prensa ha venido publicando en días anteriores noticias relacionadas con el Colegio Mayor Antonio Rivera, que no coinciden exactamente con la realidad.
El Colegio es una institución de carácter privado. El grupo de profesionales titular del mismo constituye su Patronato. El capital fundacional lo aportaron dichos profesionales y sus amigos. Reconocido oficialmente como Colegio Mayor, el Ministerio de Educación Nacional concede las ayudas económicas normales.
Durante los catorce años de funcionamiento, los titulares del Colegio y miembros a su vez del Patronato han contribuido con largueza y generosidad a la Institución, realizando, a su costa, obras de reparación y mejora y abonando directamente a los proveedores deudas cuantiosas que no habían sido pagadas por los residentes.
La necesidad de hacer nuevas reparaciones en el edificio, urgentes, tanto por su índole (rotura de tuberías, servicios sanitarios inutilizados en su mayor parte y acondicionamientos de las habitaciones) como por el comienzo inmediato del curso -con el nuevo e importante desembolso que para los titulares de la institución supone- exigía desalojar el Colegio, que , por otra parte, y sólo por simple tolerancia, funciona durante las vacaciones del verano.
Habiendo presentado el director su dimisión con carácter irrevocable y dejado el Colegio a primeros de septiembre, era preciso dar inmediata posesión al nuevamente designado, sin perjuicio de la subsiguiente orden ministerial, a fin de que la institución no siguiera acéfala y las obras pudieran iniciarse bajo la inspección directa de quienes las abonan.
Que el presidente del Patronato dió posesión ante los colegiales, en la tarde del día 25 de septiembre, al nuevo director y le comunicó la urgencia de abandonar el Colegio, fijándose en el tablón de anuncios los oportunos escritos. El presidente del Patronato se ofreció a resolver los problemas de todo género, incluso de alojamiento inmediato.
Uno de estos problemas era, sin duda, la perturbación que pudiera suponer para algunos un traslado en vísperas de exámenes, accediendo el presidente a los que se encontraran en dicha situación, y que sería un número reducido, dado el rendimiento normal académico, permanecieran en el Colegio hasta el sábado 30 de septiembre.
El rector, en la misma mañana del día 26, interpuso su autoridad, llamando al presidente y requiriéndole para que el nuevo director abandonara el Colegio, por entender que su toma de posesión era ilegal, que todos los residentes, cualquiera que fuesen sus circunstancias, permanecieran hasta el día 30 de septiembre, fecha en que, ante el propio rector, se comprometían a dejar el edificio.
Los requerimientos del rector fueron inmediatamente atendidos.
Hasta la fecha, el Patronato, integrado por los titulares del Colegio, no ha recobrado la rectoría que le compete, no tiene al frente de la institución a ninguna persona de su confianza y no ha podido iniciar las obras precisas, habiéndose impedido la entrada del coordinador encargado de las mismas.
En estas condiciones, los titulares del Colegio, que aman como nadie la obra que han fundado y mantenido durante catorce años, y que es, como los propios residentes reconocen, la única que en España existe, declinan toda responsabilidad que pueda derivarse por la inhibición que les ha sido impuesta”.
“Yo te metí en este lío, Blas”Tuve que afrontar esta campaña injusta en una relativa soledad. Los amigos del Patronato, con harta razón, se sentían agraviados y ofendidos. No trato de magnificar mi labor, pero en aras de la verdad recojo estas líneas de Leonardo Villena, en carta dirigida al rector de la Universidad Complutense, del día 2 de octubre de 1967: “con la excepción de Blas Piñar, hemos estado cada vez más ocupados y, por tanto, hemos ido dedicando una atención más pequeña al Colegio”.
El que menos atención prestaba al Colegio, desde su retirada al Pozo del Tio Raimundo, fue el P. Llanos. Cuando aún estaba con nosotros, me envió una carta, fechada el 2 de enero de 1961, en la que decía: “Mi querido Blas: Te pongo estos renglones para reconocer que no estuve muy acertado en la última Junta. No quiero que mis palabras suenen a crítica de nadie que no sea yo. Si el Colegio llega a levantarse, a ti te lo deberá. El Patronato se ha reducido a ti, que tienes conciencia de responsabilidad. Yo no me olvido que os embarqué en este triste asunto, y tampoco me olvidaré que te has quedado tú solo para resolverlo. Yo me siento incapaz y dudo ya muchísimo de la vigencia de la idea fundacional. En fin, perdóname y que Dios os ilumine. Un abrazo”.
En otra carta, del 20 de junio de 1961, se excusa de acudir a la reunión del Patronato y nos dice: “ desde hace ya años -lo habéis podido observar- he perdido la ilusión y la fe en el Colegio. Hemos ido… convirtiendo el Colegio en convivencia universitaria barata… ¿Tiene salvación todavía lo poco que queda?. No sé responder”.
En todo caso y a pesar de todo, el P. Llanos conservó su afecto por mí. Desde el Pozo del Tio Raimundo me escribió, el 8 de enero de 1965, en estos términos: “Mi querido Blas: Dios te bendiga a ti y a los tuyos… No sé pagarte sino con la moneda invisible del viejo cariño y la oración… Sé fiel a todo eso, a lo que eres fiel desde siempre.” Por añadidura en el diario El País, del 8 de julio de 1977, en un artículo titulado Esquelas de un viejo, escribía: “Para ti, Blas Piñar, hoy mito, ayer compañero de fatigas en las aventuras de los colegios mayores, gratitud además de memoria, gratitud porque, como siempre, confiesas tu fe con gallardía.”
Como se puede ver, los problemas internos del Colegio venían de atrás. Pero el silencio del P. Llanos se rompió al hacerse la crisis más aguda en 1967. El 28 de septiembre de dicho año me escribió lamentándose: “no me olvido -mi querido Blas- que fui yo quien te metió en este lío”, y el 29, en carta a los miembros del Patronato, nos da cuenta de la visita que le han hecho los colegiales, y nos hace unas juiciosas consideraciones, aun cuando, “dada mi situación de abandono de ese patronato, al que os invité hace tantos años, no puedo sino rogar, comenzando por entonar mi confiteor”.
Lo cierto es que, no obstante la tentación de abandono, continuamos en la brecha. No se trataba de ser fieles a la idea fundacional sino de servirla con eficacia y sin desviaciones. La experiencia nos había enseñado mucho. Por eso, el Colegio no murió. Las ayudas materiales solicitadas y ofrecidas no llegaron. Pusimos más dinero de nuestro peculio particular para las obras. Se hicieron las necesarias y exigidas por la Administración y se adquirieron los muebles precisos. El Colegio Mayor para universitarios trabajadores volvió a abrirse.
Pero las ayudas periódicas cesaron. Era prácticamente imposible devolver la moral a los fundadores. Procuré a todo trance que el Colegio continuara funcionando sin solución de continuidad. Me puse en contacto, primero, con la Hermandad Nacional Universitaria, y después, con la Confederación Nacional de Hermandades y Asociaciones de Ex Combatientes de España. Con esta última llegamos, sin mayores problemas, a un acuerdo. Se trataba, por supuesto, de una cesión gratuita, por la que nada exigíamos, ni como compensación por las inversiones que habíamos realizado. Seguimos las instrucciones del Rectorado de la Universidad. El Patronato del Colegio se reunió el día 14 de febrero de 1976. Cesó a petición propia el director, P. Vicente Burgos Nadal. Designé, de conformidad con el art. 6º de los Estatutos y según los deseos de la Confederación, como nuevos miembros de dicho Patronato, a don Amadeo González Ferreiro, don José Luis Fernández Peña García, don Francisco de Guinea y Gauna, don Antonio Martínez Cattaneo y don Jaime Montero y García de Valdivia, confirmando a don Gabriel del Valle Alonso, don Adolfo Pfeiffer, don Santiago García Vinuesa y don Luis Laorga. Yo renuncié a la presidencia, que desempeñé durante más de veinte años. Fue elegido nuevo presidente, por unanimidad, Antonio Martínez Cattaneo. Me nombraron presidente de honor a perpetuidad, “como muestra de agradecimiento y recompensa a mis desvelados servicios al frente del Patronato”.
El Príncipe en el Colegio
El Colegio Mayor fue visitado, el 14 de marzo de 1963, por el entonces ministro de Trabajo Jesús Romeo Gorría. Pero la visita más interesante fue la de los Príncipes don Juan Carlos y doña Sofía.
Me llamó el Marqués de Mondéjar, que asumía las funciones de jefe de la Casa Civil de los Príncipes, para manifestarme el deseo de éstos de conocer el Colegio. Como es lógico les dije que los recibiríamos con sumo gusto. La visita tuvo lugar el día 12 de marzo de 1971. Les acompañaba el ministro de Educación y Ciencia, mi buen amigo José Luis Villar Palasí. Ese día se entregaron los premios del II Concurso de Cuentos y Poesía. Se impuso al Príncipe la beca de honor del Colegio. Yo pronuncié unas palabras. Fueron, en cuanto aquí interesa, las siguientes:
“El Colegio recibe la visita del Príncipe de España, al que se ha impuesto la beca de honor, y de su esposa. En ocasión solemne el Príncipe, que es joven, y que es español antes que Príncipe, dijo que compartía las inquietudes y los nobles anhelos de la juventud española. No en balde, el Jefe del Estado quiso que los avatares de la política no le arrancaran de sus raíces, despersonalizándole o europeizándole en demasía. Por eso, aquí se formó y educó, aquí tiene sus mejores amigos y camaradas y aquí encontró la mejor escuela para cumplir los altos y graves deberes que la Providencia le señala.
Ante las Cortes, el Príncipe juró los Principios del Movimiento y las Leyes Fundamentales de la nación. Yo estuve presente, y de acuerdo con la línea de conducta política que me tracé hace tiempo, no solo voté que “sí”, sino que pedí la votación nominal, para que cada uno de los procuradores, con arreglo a su conciencia y asumiendo la responsabilidad histórica de aquel momento, proclamase ante el país su decisión.
Alteza: He tenido o he procurado tener a la vista las lecciones de la historia, y una de las grandes lecciones que nos ofrece la nuestra es la del Cid tomando juramento en Santa Gadea a Alfonso VI, antes de proclamarle rey. Vuestro juramento os abrió las puertas de la sucesión a la jefatura del Estado, pero, a la vez, el respeto en unos casos y la adhesión en otros de muchos españoles, que de ese juramento, prenda de vuestra lealtad, hacían depender la suya, y con ella el ofrecimiento y la colaboración a la gran tarea de la continuidad y de la evolución homogénea de un Régimen alumbrado por una Victoria con alas: la Tradición, que no puede quebrarse sin que España se niegue a sí misma, y la Revolución nacional, cuyo ímpetu generoso es garantía de que España, sin perder su propia fisonomía, seguirá transformándose en un país económicamente libre, socialmente justo y políticamente soberano”.
El Príncipe contestó así :
“Podéis estar seguros que nunca seré yo dique que contenga, sino cauce por el que poder discurrir ordenadamente, porque quiero ser, en su día, un rey de nuestro tiempo, que mire con seguridad y con esperanza el futuro que entre todos hemos de construir con nuestro esfuerzo. Seguridad en la propia firmeza, individual y colectiva, de nuestras convicciones y esperanzas de paz, de concordia, de desarrollo, de libertad y de justicia. Esperanza de felicidad para los españoles y de prosperidad para la Patria.
Confío en una juventud auténtica consigo misma y que ante su preocupación por las cosas de España y el deseo de alcanzar una sociedad más justa no se refugie en la crítica, sino en su capacidad de entrega y sacrificio, que no aspire al privilegio, sino al trabajo.
Hoy el mundo parece haber puesto de moda la reivindicación de derechos. Pero solo reclamando derechos -por muy irrenunciables que sean- no se conseguirá la justicia social y la adecuada convivencia. Todos sabemos que no sólo hay derechos, que también hay deberes; que no sólo hay exigencias, sino que también hay virtudes y sacrificio. Y, por tanto, la consecución del bienestar individual y social en un contorno de justicia, orden y libertad exige el cumplimiento de un amplio repertorio de deberes individuales y sociales, sin los cuales resultaría utópico todo sistema de organización social.
No perdamos nuestro tiempo y estar preparados. con vuestra propia disciplina, con vuestro esfuerzo, con la cultura que es hoy vuestro oficio, con los talentos de que disponéis, el primero de los cuales es precisamente el vigor generoso de estos años. Hago hincapié en la cultura y educación, que es uno de nuestros problemas principales y estoy cierto que también será el más rentable.
El entusiasmo no debe generar vagas y difusas ilusiones, sino concretarse en claros y explícitos objetivos. Éstos no son otros que tratar de alcanzar con nuestro esfuerzo cotidiano un mayor equilibrio moral, una creciente capacidad de convivencia y un acelerado progreso. Sin rupturas. Con generosa comprensión hacia el pasado. Sin olvidar las mejores esencias de nuestra más gloriosa tradición, pero mejorada cada día. Con clara visión de lo que exige nuestro futuro”.
Sin medios materiales acosado por todas partes,objetivo de la difamación permanente que aun perdura,fuiste y continuas siendo ya a salvo al margen de la lucha partidista tema de disputa ,bandera alzada y signo de contradicción precisamente por tu acrisolada e insubordinable lealtad a una doctrina y por tu oposición constante al criminal proceso rupturista de la falsa reforma,esa fidelidad que nunca fue interesada pues no tenias que proteger prebendas ni que responder de actividades de primer rango en el régimen surgido del 18 de Julio te llevo a recorrer España a alzar la voz y dar el grito de alerta… Leer más »
Efectivamente, don Blas Piñar era un gran orador, y un gran escritor, pues escribía estupendamente. Pero, por desgracia, la gente no le votaba, o lo hacían solo minorías. Además el sistema electoral español, que premia a las mayorías, en detrimento de las minorías, tampoco le ayudaba en nada. Con más de cien mil votos, FUERZA NUEVA únicamente obtenía un diputado por MADRID, y eso a duras penas, mientras que el PNV, PARTIDO NACIONALISTA VASCO, con un número similar de votos, OBTENÍA CINCO DIPUTADOS, al teneros concentrados en solo tres provincias, y encima UN GRUPO PARLAMENTARIO… ¿Y a este sistema electoral… Leer más »
Padre Llanos Forja y Antonio Rivera El Colegio Mayor Antonio Rivera nació en 1951 y formalmente en 1953 , contando con el P. Llanos como impulsor y director espiritual La academia premilitar Forja (preparatoria para el ingreso en las academias militares) nació en 1951 de manos del que luego fuera General Pinilla. El padre Llanos fue capellán del Colegio a partir de su tercer año de funcionamiento, Forja una asociación católica para militares fundada en Coca (Segovia) en 1951 e inspirada por el padre Llanos, con un espíritu cristiano renovador y progresista (http://es.wikipedia.org/wiki/Julio_Busquets). A Forja pertenecieron numerosos militares, pero fue… Leer más »
me lo voy a bajar en formato ebook y le quitare el drm
Salió rana el rey
A ver cómo sale el principito
El principito es todavía peor, y a los hechos me remito.
¡Solo hay que ver como está prácticamente escondido ante la situación, sin dar la cara, y pasando de todo!
¿Qué podemos esperar de un hombre que no es capaz de mandar, ni siquiera en su propia casa…, dónde dicen que manda “la republicana”?