El director de AD, Armando Robles (d), junto al general de división Ángel Gozalo Martín, jefe de la Guardia Civil en Cataluña, tras ser nombrado en Barcelona Caballero de la Orden del Antiguo Reino de la Corona de Aragón. A la izquierda, el empresario y político catalán Gerard Bellalta.

A. Robles.- Ayer compareció el Rey ante los españoles con un discurso bastante adecuado a las exigencias del momento. Un día antes le escribí una carta abierta solicitándole ese gesto finalmente satisfecho. No soy tan presuntuoso como para establecer un correlato entre mi carta y la intervención regia de anoche. La del lunes fue una gota de desolación patriota que, unida a millones de gotas vertidas estos días desde todos los puntos de España, han terminado por convertirse en desbordante riada. No sé lo que el desafío separatista catalán habrá removido estos días en aquella región que pueda ser considerado como bueno. Lo que sí he comprobado, como en ningún otro momento que recuerde, que la emoción por España late viva en muchos más corazones de los que el Gobierno de Rajoy habría imaginado nunca.

Salgo a la calle y la gente habla de Cataluña con desafección hacia los separatistas y con indignación hacia el Gobierno. Las tertulias ya no surgen en torno al fútbol y sí a la necesaria respuesta legal y política a los independentistas. En un supermercado observé con sorpresa que una mujer de apariencia humilde comprobaba que los dígitos del código de barra de un producto descartaran su procedencia catalana. El entusiasmo patriota se desborda estos días y seguirá desbordándose en la medida en que el Gobierno siga inactivo y sin aparente capacidad de reacción. Ustedes lo comprobarán en el desfile del día 12, cuando a Rajoy se le haga destinatario de la mayor bronca que haya recibido nunca en España un presidente del Gobierno, incluido Zapatero, que ya es decir.

De entre lo que dijo el Rey, me quedo con su compromiso de garantizarnos a todos, con convicción, el triunfo sobre los secesionistas. De lo que no dijo, subrayo elogiosamente que no mencionara ni una sola vez la palabra “diálogo”, que es lo que reclaman muchos que pretenden salvar el temporal a bordo de una canoa de plástico.

El mensaje del Rey, pero sobre todo el florecimiento del orgullo patriótico entre españoles de todas las edades, condiciones y procedencias, son la base de mi confianza en una drástica solución correctora, que tendrá al mismo tiempo que poner fin a los instrumentos de los que se han servido los golpistas catalanes durante años para arrastrarnos a esta situación: los medios públicos de comunicación y la enseñanza. Cualquier cosa que no sea cercenar de raíz las causas del actual estado de insurrección no haría más que camuflar el problema durante algún tiempo. Los españoles estamos ya hartos de automomías que nos dividen y que depredan los recursos públicos para fines tan inmorales como el adoctrinamiento en el odio a la patria de todos.

Si tras el referendum de 2014 se hubiera cortado en seco el desafío secesionista, nos habríamos evitado todo esto. Si tras lo sucedido este 1-O no se activa de inmediato ese mecanismo previsto en la Carta Magna, precisamente para casos como éste, que es lo que anoche reclamó el Rey, ni se procede a detener a los sediciosos, a disolver el cuerpo de los Mossos o asegurar su obediencia al Estado, y a garantizar el restablecimiento de la legalidad en Cataluña, el golpe entonces habrá triunfado y España habrá dado sus últimas bocanadas de vida.

Sabemos hoy que el Rey pretendió lanzar un mensaje institucional a los españoles la misma noche del 1 de octubre y que tanto Rajoy como la mafia sanchista se lo impidieron. Cuando la situación en Cataluña se hizo insostenible, apenas unas horas más tarde, fue cuando se recurrió a él.

AD se adhiere a todas las medidas que se adopten en Cataluña de cara al objetivo de restablecer el orden público, que deben pasar inevitablemente por detener y encarcelar a los responsables de su quebrantamiento. Cualquier componenda, cualquier acuerdo “sotto voce”, cualquier concesión, cualquier apelación pactista, cualquier miramiento con los traidores y sus cómplices, nos tendrá a millones de españoles en frente.

Aprovecho también para ponderar el ejemplar y eficaz comportamiento el domingo de nuestros policías y guardias civiles, a quienes les tocó representar el papel de malos en las calles, mientras los responsables del golpe seguían los acontecimientos desde sus mullidas poltronas de terciopelo, rodeados de guardaespaldas y asesores.

Por otra parte, estas jornadas han servido también para saber dónde se encuentran ubicadas muchas personas y proyectos políticos en los que confiaba. Nunca habría creído que una intervención del eurodiputado Esteban González Pons endulzaría la sensación de amargor que me dejó la de Nick Farage en la Eurocámara, al alinearse con los separatistas catalanes con impudor y cinismo, dignos del canalla sin escrúpulos que algunos ya nos advertían. Tampoco me resulta fácil reconocer el agigantamiento ante mis ojos de la figura política de Emmanuel Macron frente a la mengua que ha sufrido la imagen de Marine Le Pen, también a favor de los sediciosos catalanes. Debo asimismo denunciar, con tristeza y estupor, el miserable silencio del resto de partidos identitarios europeos, pese a saber que el separatismo catalán no es más que un juguete roto en manos del mundialismo sionista. Parece que la Europa de las patrias que esos impostores y mercachifles dicen defender, nos excluye a los españoles. Debe ser que Europa empieza y termina en los Pirineos para todos ellos. Naturalmente, todas estas cosas modificarán sustancialmente nuestra opinión sobre los actuales líderes identitarios europeos, cuya villanía e indecencia con los españoles nunca olvidaremos.

Y un último apunte, no menos importante. El Rey ha tomado la decisión de anunciarnos la defensa de la unidad de España, sin establecer ningún límite. Recordemos que el Rey es también el capitán general de los ejércitos. A esos mandos avinagrados y paniaguados les pido que recuerden en última instancia quién es su jefe en la escala de mandos y que visten ese honroso uniforme, entre otras cosas, para defender la integridad territorial de nuestra patria. Aquí ya no caben titubeos ni órdenes diluidas a su paso por una cadena de mando con generales y almirantes que escriben la palabra honor sin hache.

¡Viva España!