“Escrito para la Historia”: Cosas de Filipinas (Capítulo 3)
Por su interés y valor histórico (agrandado con el tiempo) reproducimos la serie de artículos escritos por el político, notario, escritor y fundador de Fuerza Nueva, Blas Piñar (1918-2014), bajo el título “Escrito para la Historia” y que fueron publicados en AD a partir del año 2012. Considerado unánimemente el mejor orador parlamentario de la transición, Blas Piñar puso a disposición de los lectores de este medio, del que era fiel colaborador, algunos de los hechos más relevantes y notorios de la vida española en los últimas décadas y que lo tuvieron a él como testigo directo.
Blas Piñar (Del libro “Escrito para la Historia”).- Ya que en el capítulo anterior hice referencia a la génesis -vinculada en gran parte a Filipinas- de mi artículo Hipócritas, me parece oportuno hacerla ahora a mi experiencia en este país, al que me siento muy particularmente unido.
La simpatía por esta nación del lejanísimo Oriente comenzó desde niño, y a través, no sólo de un conocimiento elemental de su historia, sino de la filatelia. Fui coleccionista apasionado de sellos de correos, y me entusiasmaban los de la época española, con la efigie de un rey niño. Luego, en la madurez, leí ávidamente todo cuanto cayó en mis manos y podía ilustrarme sobre Filipinas. Escribí tres trabajos que prueban mi devoción por el tema: Filipinas, país hispánico, Filipinas, la Hispanidad de Oriente y La adopción en el nuevo Código civil filipino.
Fue para mí causa de inmensa alegría poder visitar aquel país hermano, como ya he dicho, en dos ocasiones: en 1958 con motivo de la Consagración de la nueva catedral de Manila, y en 1961 para acudir y tomar parte en los actos conmemorativos del primer centenario del nacimiento de Rizal.
La Delegación española, en el primer viaje, la integramos el embajador de España ante la Santa Sede, Francisco Gómez de Llano, al que acompañaba su esposa; el arzobispo entonces de Zaragoza don Casimiro Morcillo, y el que esto escribe.
La catedral, sita en Manila intramuros, fue arrasada por la artillería norteamericana en 1945. Pronto surgió la iniciativa de su reconstrucción, y ya en 1947 el arquitecto español Miguel Fisac colaboró in situ en el proyecto con sus colegas filipinos. El proyecto y la reconstrucción, iniciada el 2 de abril de 1956, pasaron por vicisitudes diversas, que no hacen al caso. Lo que importa destacar es que se reservó una capilla para España y que, en 1954, Alberto Martín Artajo, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores, llevó para la misma una imagen de la Virgen del Pilar, regalo del cabildo catedral de Zaragoza. Ciertos reparos a la imagen de Cristo en la Cruz hicieron inviable que la capilla española se consagrara al mismo tiempo que la catedral, el 8 de diciembre de 1958; pero se consagró, ya “sin ninguna estridencia estética”, como decía el semanario de Manila Ahora, el 15 de agosto de 1963.
El legado pontificio para la Consagración fue un libanés, el Patriarca de los armenios, Gregorio Pedro XV Agagianian, pro-prefecto de la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe. El Papa Juan XXIII envió un precioso mensaje en español, en vísperas de los actos, que iban a comenzar el 3 de diciembre y que finalizaron el día 9. Todo fue emotivo y solemne a excepción de la presencia en la calle de un grupo relativamente numeroso de manifestantes que a gritos pedían el nombramiento de un cardenal filipino; lo que, con excepción de la forma de pedirlo, era lógico, porque resultaba extraño que no lo hubiera, tratándose del único país asiático mayoritariamente católico y de conformación histórica cristiana.
Una anécdota curiosa que, a mi juicio, vale la pena recordar, es la que se relaciona con uno de los miembros de la delegación japonesa. Durante la misa del 8 de diciembre en la catedral, observé que un matrimonio, por supuesto no filipino, pero tampoco español, leía las oraciones en un misal en castellano. Un sacerdote nativo se dirigió a este matrimonio, varias veces, y con una gran deferencia les hablaba en español. Me sentí curioso, y, por la noche, durante la cena de gala en el Manila Hotel, en honor del legado pontificio, me acerqué al matrimonio y pregunté: “¿Cómo leen y hablan ustedes español? Porque ustedes no son españoles, ni hispanoamericanos, ni filipinos”. “Somos japoneses”, contestó él. “El Japón ha regalado el cemento preciso para la reconstrucción de la catedral. Somos católicos y formamos parte de la Delegación japonesa que acude especialmente invitada a la consagración de la nueva catedral. Y leemos y hablamos en español por dos razones: porque yo fui estudiante becario en España y en España aprendí el castellano y no he querido que se me olvide. Por eso -he aquí la segunda razón- se lo enseñé a mi esposa; y mi esposa y yo, en familia, hablamos siempre en español”.
Mi estancia en Manila la aproveché al máximo. Era embajador de España Javier Conde y agregado cultural el inolvidable Agustín de Foxá, cuya labor en Filipinas fue extraordinaria, tenaz y fecunda. A través de Agustín de Foxá conocí a Benigno del Río. Era hijo de Tomás del Río, cabo del Regimiento de Infantería nº 62, durante la insurrección tagala. Tenía la medalla al mérito militar, que le impuso, allí, en Manila, el teniente general español Mariano Alonso. Benigno del Río simpatizó con el bando republicano, como él mismo me confesó, pero, en una carta suya, que conservo y fechada el 22 de enero de 1959, me decía: “…No soy comunista, ni antiespañol y menos antifranquista por manía ni obsesión”. Tengo de Benigno del Río, de su padre y de su esposa, Teresa, china de raza, filipina de nacionalidad y española de corazón, un recuerdo inolvidable. Durante una cena, en su domicilio, Agustín de Foxá, que nos acompañaba, tocó el piano maravillosamente.
En el apretado programa de actos, a los que era ineludible acudir, aún encontramos tiempo para aceptar las invitaciones del presidente de la República, para cenar, y del arzobispo de Manila, Rufino J. Santos, para desayunar con él. A mí, personalmente, me invitaron, para almorzar o cenar, el Instituto filipino de Cultura Hispánica, la Federación Nacional de Profesores de Español y los PP. Paules. Hubo, además, una recepción en nuestra Embajada y reuniones -con añadidura gastronómica- en Carbunco, en la Compañía General de Tabacos y en el Colegio de San Juan de Letrán, y conferencias en San Juan de Letrán y en el Paraninfo del Colegio de Ingeniería, organizadas por el Departamento de español y el Círculo Cervantino de la Universidad de Filipinas.
El día 12 de diciembre de 1958, con el matrimonio Gómez de Llano, que desbordó su amabilidad hacia mí, hasta el punto de hospedarme en la Embajada de la Plaza de España, de Roma, en el viaje de regreso, fui a Hong Kong. Allí nos atendió Arnaldo de O. Salas, un portugués de Macao, que era el cónsul honorario de España. Cometí, en la antigua colonia británica, una gran imprudencia. Me fui solo a visitar un mercadillo de las afueras. Me vi rodeado de caras agresivas, amenazadoras. Pude escapar, no sin dificultades. En el hotel Península me esperaba el embajador y su esposa. Estaban intranquilos por mi retraso para la hora del almuerzo.
Regresamos a Manila, el domingo día 14, para enlazar con el vuelo que nos llevaría a Roma. No recuerdo si fue en el viaje Madrid-Manila o en el de retorno, cuando don Casimiro Morcillo me contó algo que creo también vale la pena poner por escrito.
Me hablaba el señor arzobispo de su estancia en Puebla de los Ángeles, en Méjico. En una iglesia de esta ciudad, con vivos recuerdos de España, se venera una imagen de la Virgen bajo la advocación de La Conquistadora. “Fui a rezar ante ella”, me explicaba don Casimiro. “Salí del templo. En la Plaza colindante jugaban unos niños aztecas. Se acercaron a mí. Besaron mi anillo. Les pregunté el motivo por el cual esa imagen se llamaba “La Conquistadora”. Me replicaron que la trajo el Conquistador. Y ¿quién fue el Conquistador?, les interrogué. Los niños me dijeron: “Un hombre bueno y valiente que nos mandó el rey de España para hacernos cristianos”.
El 19 de junio de 1961 se cumplían cien años del nacimiento de Rizal en Calamba (Laguna) Filipinas. Su nombre completo era José Protasio Rizal Mercado y Alonso. A los actos conmemorativos del centenario no sólo pude asistir sino que tomé parte en los mismos. La Delegación española, como ya dije, la presidía Segismundo Royo Villanova, rector de la Universidad Complutense, y de ella formamos parte Pedro Ortiz Armengol, diplomático, que profesionalmente había residido en Manila, Joaquín Tena Artigas, director general de Primera enseñanza y yo.
La inauguración de los actos se hizo en el teatro Rizal, recién construído. Me correspondió pronunciar en el mismo la primera conferencia, que titulé El sentimiento hispánico de los poetas filipinos. Me costó trabajo prepararla. No era fácil conseguir la documentación precisa. Había que consultar y recoger, al menos, lo más relevante de la poesía en castellano, desde la que se había escrito contra España y la que se escribía contra los Estados Unidos a la que se pronunciaba a favor de España, primero, y a la inserción de Filipinas en la Hispanidad, después.
Sucedió algo imprevisto. Por la tensión política reinante, el presidente de la República, Carlos P. García, que había anunciado su presencia en aquel acto inaugural, no pudo o no quiso asistir. Las delegaciones extranjeras entendieron que, por cortesía, era obligada una comparecencia en el palacio de Malacañang, sede de la Presidencia. Tomamos el acuerdo unánime -que lógicamente agradecí- de que yo saludara al presidente, en nombre de todos ellos. Así lo hice. El presidente me contestó en español. Uno de los presentes era Salvador de Madariaga. Había recibido una invitación personal como delegado at large para asistir a los actos. En Malacañang me felicitó efusivamente. Me dijo: “Ha estado usted muy bien, y no sólo por lo que ha dicho en su conferencia, sino por el hecho de decirlo aquí, en Filipinas”.
Durante los actos tuve ocasión de hablar con Madariaga. Estuvo amable. La relación se hizo vidriosa cuando habló en el teatro Rizal. Su conferencia se titulaba: Spain and Rizal in perspective. Lo hizo inicialmente en español, para seguir -más por extenso- en inglés. Me pareció desacertada su conferencia. Atacó duramente, y sin fundamento ni pruebas, a lo que él llamaba dictadura y colonialismo franquistas, esclavizadores del pueblo. Aprovechar el centenario del nacimiento de Rizal y la presencia de tanto extranjero para tal fin me pareció deleznable. Me levanté en el patio de butacas y a voz en grito le increpé duramente. Calló.
Hubo un silencio absoluto en la sala. Y me marché. El incidente, por supuesto desagradable, no tuvo el menor eco en España, aunque sí en Filipinas. Los diarios dieron cuenta detallada y gráfica del mismo. Pero entre nosotros el Ministerio de Asuntos Exteriores se encargó de almohadillarlo. Se intentaba un acercamiento oficial con Salvador de Madariaga y el incidente podía contribuir a impedirlo.
El embajador de España, Mariano Vidal Tolosana y el secretario de la Embajada, José Francisco de Castro, no se pudieron portar mejor. Nos atendieron al máximo, y en especial durante la recepción en la Embajada del 5 de diciembre de 1961. En el curso de aquellos dias tuvieron lugar acontecimientos muy distintos, a los que me refiero seguidamente.
Uno de ellos fue el viaje a Ilo-Ilo. Ya se sabe que Filipinas es un archipielago, y a la isla fuimos en una avioneta que nos facilitó mi buen amigo Alejandro Roces. Segismundo Royo Villanova y yo íbamos a ser investidos doctores honoris causa por la Universidad de San Agustín. Era el 12 de diciembre de 1961. Nos acompañaba José Francisco de Castro, y nos esperaban, con la plana mayor de la Universidad y cientos de simpatiquísimos y acogedores estudiantes, el obispo de Jaro, José María Cuenco, un hispanista excepcional.
Otros acontecimientos dignos de mención fueron: asistir a la proyección, en un cine de Manila, de la película La fiel infantería, en la que se traslada al celuloide la famosa novela de Rafael García Serrano; la velada literario-musical en nuestro honor de la División de español del Departamento de Educación en la Universidad de Santo Tomás, organizada por Belén S. Argüelles, que estaba al frente de la misma; el homenaje que nos hizo la Universidad de Filipinas; los almuerzos con la Peña Hispano Filipina y los antiguos becarios del Instituto de Cultura Hispánica, y las visitas a los estudios cinematográficos Sampaguita y a la Far Eastern University.
Personajes de Filipinas
No quiero agotar el tema filipino dejándolo en el itinere de los dos viajes. Tampoco quiero agotarlo, lógicamente, pero en relación con ambos viajes, y por lo mucho que aprendí durante los mismos sobre Filipinas y sus personajes más representativos, me gustaría dejar constancia del papel desempeñado por algunos de ellos. Me ocupo seguidamente de Rizal, de Aguinaldo y de Recto.
Rizal es, sin duda, un personaje controvertido. Razón de más para sentir el estímulo de encontrarme con el Rizal verdadero, el auténtico, el no tergiversado ni por la fantasía ni por la manipulación. ¿Fue Rizal enemigo de España? ¿Fue masón? Me gustaría contestar con acierto.
Por lo que respecta a su actitud con relación a España conviene subrayar que se formó en el Ateneo municipal de Manila, a cargo de la Compañía de Jesús, y que esa formación fue muy española, hasta el punto de que cuando, de acuerdo con sus padres, decide completarla en Europa, no elige otras naciones, como la mayoría de sus compañeros, sino, precisamente, España. En Madrid hace simultáneamente dos carreras, la de Medicina y la de Filosofía y Letras, a la vez que pinta y esculpe en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En castellano escribe tanto sus dos grandes novelas, Noli me tangere y El filibusterismo, como sus trabajos y articulos. “La personalidad y la nobleza son innatas bajo el cielo de España”, dejó escrito Rizal, que ya en 1880, teniendo 19 años, recibió el primer premio del Liceo Artistico Literario de Manila, por su obra El consejo de los dioses. No cabe la menor duda de que Rizal era un superdotado.
Cuando la guerra de Cuba, en 1895, quiso marchar al Caribe, y como médico prestar servicio en el Ejército español. El capitán general del archipiélago le dio una carta de recomendación para el ministro de la Guerra. Se embarcó en Manila en el Isla de Panay, rumbo a España y estando a bordo el capitán de la nave recibió la orden de detenerlo e incomunicarlo. Desde Barcelona se le hizo regresar a Manila. Se le encarceló. Fue condenado a muerte y fusilado en el campo de Bagumbañan por un piquete de soldados indígenas del regimiento 70, el 30 de diciembre de 1896. Tengo una fotografía que recoge el fusilamiento. Me la regaló en Manila el barón Rodolfo de Negri di San Pietro, presidente de la Asociación Italo-Hispánica.
¿Pudo el amor de Rizal por Filipinas impulsarle a odiar a España, a desear la ruptura y la independencia? No lo creo. Quería, sin duda, que el lejano archipiélago tuviera representación parlamentaria, equiparación a las regiones, un concierto foral, e incluso autonomía para gobernarse. Temía que su país -ha escrito Luis Armiñán- “cayera en otras manos al soltar las amarras españolas”. Temor fundado, porque como dijo en dos preciosos versos Claro Mayo Recto, “huyó el león rampante ensangrentado el lomo, pero vinieron las águilas rapaces en tropel” (Oración al dios Apolo).
Ya sé que el fusilamiento de Rizal -un error gravísimo- ha dado apoyo a la corriente antiespañolista, y, con ella, un añadido importante a la “campaña -como se ha dicho- de desculturización más eficaz y más científica llevada a cabo en el curso de la Historia”, perfectamente orquestada por los Estados Unidos, y que ha hecho posible, como escribía Alejandro Roces, que hayamos “perdido nuestra vinculación con el pasado, de tal forma que son muchos los ciudadanos de este país -Filipinas- que se saben hijos de Eva y no saben que lo son de Adán”, con lo que a Rizal, como también se ha escrito, se le ha matado doblemente post mortem.
Me permito recoger algunos testimonios que avalan el españolismo de Rizal, y el hecho de que el inmenso amor por su tierra no estaba reñido con su amor a España.
Ante Radic escribía en el número de ABC de 23 de junio de 1960: “Rizal amaba y admiraba a España”.
Miguel de Unamuno le calificaba de “intensa y profundamente español. En lengua española pensó y en lengua española cantó su último y tierno amor a la patria”.
Fernando Blumentritt, con cuya familia hizo amistad en sus viajes por Centroeuropa, afirmó: “Rizal no fue enemigo de España. La llamó Madre España”.
Gloria Calvo dice de Rizal que fue “un español más entre españoles”.
Martínez Remis le invoca así: “español fuiste en todo, en vivir, en gritar y en echar la semilla”.
Angel Rodríguez Bachiller (ABC, de 29 de septiembre 1.961) escribió de Rizal: “En sus novelas habla de cómo se puede ser un buen español sin dejar de ser buen filipino”, hasta el punto de afirmar: “Amo a España, la Patria de mis mayores, porque, a pesar de todo, Filipinas le debe y le deberá su felicidad y su porvenir”.
Por último León María Guerrero, que fue embajador de Filipinas en Londres y luego en Madrid, en su conferencia sobre El hispanismo de Rizal en el Instituto de Cultura Hispánica, en mayo de 1961, se atrevió a decir: “se fusiló al más español de los filipinos, porque el alma de Rizal brota saturada de amor a España y afición a su lengua, en la que escribió sus mejores obras”. El propio Rizal, momentos antes de ser ejecutado, gritó: “¡Yo no he sido traidor ni a mi Patria ni a la nación española!”.
Por lo que respecta a la vinculación de Rizal con la masonería, es preciso reconocerla. Rizal fue masón. Lo que ocurre es, según mis noticias, que no se hizo masón en Filipinas, sino en España. Ingresó en las logia madrileña Acacia, integrada en el Gran Oriente Español (Francisco Marín Calahorro. José Rizal, padre de la nación filipina, en la Revista de Historia Militar, nº 83,1997, pág, 21). Pero una cosa es ingresar en la masonería y otra borrar por completo la raiz cristiana de la formación recibida y ahogar la fuerza de la gracia bautismal. Por ello, lo que en última instancia importa es que abjuró de la masonería. Emeterio Barcelón, filipino ilustre, asegura que esa abjuración se produjo “tan pronto se persuadió de que se trataba de un credo religioso incompatible con su fe católica, de tal modo que para que la posteridad no pudiera poner en tela de duda la autenticidad de su retractación; él mismo redactó de su puño y letra el escrito de abjuración”.(Veritas, de 17 de diciembre de 1958 ). Estando en capilla, el 29 de diciembre de 1895, se confesó con el P. Villaclara, S.J.
Más aún, su relación sentimental con la inglesa Josefina Bracken -cuya vida alguien relaciona con las actividades inglesas en el archipielago- la regulariza. Rizal le dedica palabras afectuosas en el ejemplar del Kempis que leía en prisión. Se casó con ella a las 6 de la mañana del 30 de diciembre de 1896. A las 7 y 3 minutos se le fusilaba. Pero antes del fusilamiento dijo: “¡Qué bien se considera ahora la pasión de Cristo! Lo mio es poco: ¡Él sufrió mucho más!”.
María Lourdes Ruiz Villanueva, universitaria filipina, cuenta que Rizal fue congregante mariano y que con un cortaplumas esculpió en madera una estatuilla del Sagrado Corazón de Jesús, que más tarde reprodujo un sello postal filipino. Antes de ser fusilado besó esa estatuilla, que unos padres jesuitas le llevaron, así como el crucifijo. Llevaba sobre el pecho un escapulario de la Inmaculada, y colgado del cinturón un rosario. (Mundo Hispánico. 1961, nº 159. Junio, páginas 22 y 23).
El poema de Rizal El último adiós, escrito poco antes de morir, concluye con esta estrofa:
Adiós, padres y hermanos, trozos del alma mía
Amigos de la infancia y del perdido hogar.
Dad gracias, que descanso del fatigoso día.
Adiós dulce extranjera, mi amiga, mi alegría
Adiós queridos seres, morir es descansar.
En el Instituto de Cultura Hispánica celebramos, en 1961, un Semana de Rizal, que se clausuró el día 27 de mayo de 1961, en la Biblioteca Nacional.
La Historia reciente
Filipinas, como nación independiente, no trae causa de la que Estados Unidos le concedió el 4 de julio de 1946, en la época de Truman, desentendiéndose de su reconstrucción, sino del 12 de junio de 1898, fecha en que la independencia fue proclamada en Cavite. Así lo reconoció oficialmente el jefe del Estado filipino Diosdado Macapagal Pangan. La declaración de independencia fue redactada y leída por Ambrosio Riazares Batista, y según los datos que obran en mi poder, se estrenó aquel día el himno nacional, compuesto por Julián Felipe, al que el general Emilio Aguinaldo y Famy pidió que, de algún modo, expresara la gratitud de la nación por la obra de España.
El congreso de Malolos, que alumbraría la primera Constitución del país, discutida y promulgada en idioma español, ratificó la independencia el 29 de septiembre de 1898. En el artículo 23 de aquélla se dispuso que “Para los actos oficiales se usará la lengua castellana”. España, en el Tratado de París, de 10 de diciembre de 1898, se vió obligada a reconocer la nueva situación.
Me interesa destacar el papel que desempeñó el general Aguinaldo en este proceso, porque da testimonio fehaciente de su doble amor a Filipinas y a España. El texto de Apolinario Mabini, que a continuación se reproduce, lo pone de relieve.
“Antes de que el almirante Dewey viniese con su escuadra a Filipinas tuvo una conferencia con el general Aguinaldo, y después de haber asegurado a éste que los sentimientos del pueblo americano no podían ser más amistosos, pues los propósitos de su gobierno eran ayudar a los filipinos si éstos, a su vez, les ayudaban en la guerra contra los españoles motivada por la independencia de Cuba, le preguntó si se consideraba con fuerzas para mantener el orden en todo el Archipielago cuando fuera un hecho la expulsión de los españoles, a lo que el general Aguinaldo contestó que respondía no sólo del orden y de su pueblo, sino también de que la guerra se haría con arreglo a las prácticas observadas por las naciones civilizadas, como le facilitasen armas. Ante esta respuesta, el almirante, luego de haberle prometido que se le facilitarían las armas necesarias, prosiguió su viaje a Manila, en cuyas aguas obtuvo una victoria completa con la destrucción de la flota española.
“Posteriormente llegó el general Merrit… Las fuerzas americanas construyeron una trinchera muy larga y grande a retaguardia de los filipinos… Los españoles, acorralados por tierra por los filipinos y amenazados por mar por los buques americanos… resistieron furiosamente el ataque dirigiendo sus tiros sobre las fuerzas americanas… Éstas, viendo que eran el blanco de los españoles, se ponían a retaguardia de los filipinos, a quienes dejaban avanzar entonces. Los españoles, al ver que tenían que habérselas con los filipinos, y considerando tal vez con razón que, de dejar las Filipinas, no podrían hacerlo mejor sino a sus habitantes, y, que por consiguiente, era innecesario el sacrificio de la sangre, abandonaban sus posiciones. Los americanos entonces avanzaban, se apoderaban de las posiciones tomadas por los filipinos y cambiaban la bandera filipina por la bandera americana”.
La actitud realmente intolerable de los invasores provocó, después de numerosos incidentes, la ruptura de las hostilidades. El 4 de febrero de 1899 Emilio Aguinaldo declaró solemnemente: “Quedan rotas la paz y las relaciones de amistad entre las fuerzas filipinas y las americanas de ocupación, las cuales serán tratadas como enemigas dentro de los límites previstos por las leyes de la guerra”.
Como es lógico, en la lucha heroica, pero desigual, el Ejército filipino fue derrotado. El 31 de marzo, Malolos, capital de la República, fue ocupada por el general Mac Arthur. Los esfuerzos de los generales Antonio Luna y Gregorio del Pilar, así como el heroísmo de Teresa Magbanau, la Juana de Arco de Ilo-Ilo, fueron inútiles, y el 16 de abril de 1902, al entregarse Miguel Malvar, el último de los resistentes, la ocupación completa de Filipinas por los supuestos libertadores había quedado terminada. Pero como escribe Pedro Ortiz Armengol, “esta guerra (fue) muchísimo más desvastadora para Filipinas, que el año y medio de la guerra revolucionaria contra España, de 1895 a 97”. (Revista de Historia Militar, nº 83, 1997. página 285).
Aguinaldo, al crear las Juntas Locales de Defensa, puso de relieve el fraude colosal: “Ellos (los norteamericanos) declararon la guerra a España so pretexto de libertar a los pueblos oprimidos por ésta, y hoy, los mismos pueblos gimen esclavizados por la fuerza bruta: Han venido a titulo de campeones y libertadores, secundando nuestros esfuerzos en pro a la libertad, y después que les hemos ayudado contra los españoles, se han aprovechado ellos solos del fruto de la victoria”. Aguinaldo sufrió cautiverio y tuvo que marcharse del país.
Pero cuando la conducta del general produce asombro y gratitud es, sin duda, al producirse la rendición de los defensores de Baler, un pequeño poblado en la costa oriental de Luzón. Allí, después de la capitulación de España, Enrique de las Morenas y Saturnino Martín Cerezo -que la desconocen- continuaron con sus hombres manteniendo en el mástil la bandera de España. Fue una resistencia heroica, que narró más tarde Martín Cerezo en su libro El sitio de Baler (notas y recuerdos), editado en Guadalajara en 1904 y que fue llevado al cine con la película Los últimos de Filipinas. Al rendirse, el general Aguinaldo no sólo no los trató como enemigos, sino que les rindió honores. Los filipinos presentaron armas a aquellos soldados hambrientos y haraposos que les habían dado un ejemplo admirable de valentía y de espíritu de sacrificio.
Transcribo el decreto dado en Tarlak, el 30 de junio de 1899, por Emilio Aguinaldo, ya presidente de la República:
“Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroismo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares, e interpretando los sentimientos del Ejército de esta República que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi secretario de Guerra (Ambrosio Flores), y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente: Artículo único: Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino, por el contrario, como amigos, y en su consecuencia se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país”.
Nuestra reina María Cristina concedió a Aguinaldo por aquella conducta singular la medalla de la Cruz Roja y, muchos años después, en la época de Francisco Franco, el Ejército español hizo entrega a Aguinaldo, como obsequio, de una espada.
Japón, que había invadido Filipinas durante la II Guerra Mundial, concedió al país una independencia sólo aparente. Sabían los ocupantes que el general Aguinaldo tenía un enorme prestigio, y que, no obstante su vida retirada, ajena a la política, gozaba de inmensa popularidad. Le nombraron presidente de la República. Por el bien de la patria Aguinaldo aceptó e hizo todo cuanto estuvo al alcance de su mano para evitar -aunque no lo consiguiera en la medida que lo deseara- mayores agravios para sus compatriotas. Por eso, jamás fue acusado de colaboracionista, y fue explícito el agradecimiento por su actitud durante el breve mandato presidencial.
Ya he hecho referencia a mis cordiales entrevistas con el general, en 1958, en la casa de su amigo Ramón Fernández, en Parañaque, y en 1961 en el Hospital de Veteranos de Guerra en Quezon City. Me firmó, temblándole el pulso, un autógrafo. Murió con 94 años. Se le rindió un homenaje en el que hablé, el 20 de febrero de 1964. Lo tenía bien merecido.
Claro Mayo Recto
Pasemos ahora a considerar la nobilísima figura de Claro Mayo Recto, al que llamaron “el incomparable”; y, efectivamente, lo era. Su curriculum vitae es impresionante. Destaco su carácter de senador y de presidente de la Academia Española de la Lengua, en Filipinas. Estaba condecorado con la Gran Cruz de Isabel la Católica. Era miembro de honor del Instituto de Cultura Hispánica. Fue gran defensor de España y del español en el archipiélago.
Conocí a Recto en 1958. La simpatía fue reciproca. Nació inmediatamente una amistad, que fue creciendo con el trato. Dominaba el español, y en español se expresaba, no sólo al pronunciar hermosos discursos, sino escribiendo en prosa y en verso. Su palabra era fácil, su vocabulario copioso, la sintaxis perfecta, las imágenes y metáforas originales y conmovedoras. Y, sin embargo, nunca estuvo en España, a pesar de su anhelo de llegar hasta nosotros.
Este deseo lo manifestó dirigiéndose a nuestro ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, que en 1953 visitaba Filipinas. Recto le dijo: “un día, que no está lejano, me iré a España . . . y les diré a mis hermanos españoles que el idioma de Cervantes tiene raíces profundas en la historia de nuestro nacionalismo, que no se pueden arrancar sin hacer éste pedazos”.
Ese día llegó. El 26 de agosto de 1960 emprendió el viaje . Le acompañaban su esposa, Aurora Reyes, el ministro de la Presidencia, Vicente Logarta y el capitán de Navío Adelio Cruz. Iba a estar en España 21 días, e iba a dar su primera conferencia en Palma de Mallorca el 12 de Octubre, Fiesta de la Hispanidad. Pero la Providencia no quiso que su deseo de conocer España se cumpliera. Un infarto, cuando se acercaba a nosotros, le dejó sin vida. Fue horrible. Quedé desconcertado al conocer la mala noticia. Fue en Roma, donde murió, el 2 de octubre. Todo el programa, que, como amigo de Recto y como director del Instituto de Cultura Hispánica, había preparado con detalle y esmero, se vino abajo. Lo que hubiera sido un recibimiento caluroso y alegre se transformó en homenaje necrológico y póstumo, tanto en Filipinas como en España. Allí, la Academia de la Lengua convocó una sesión el 25 de noviembre de 1960.
Aquí, el escultor Carlos Ferreira de la Torre cinceló un busto precioso del senador, que colocamos, como recuerdo y homenaje, en un lugar preferente del Instituto, el 3 de octubre de 1961, con asistencia de su hija María Clara Recto de Warner, agregada cultural en Madrid, quien pronunció unas bellas palabras de agradecimiento. El diario Ya, en su número del 5 de octubre del 1960 insertó un artículo de Recto titulado La mujer española.
Yo, por mi parte, publiqué otro en ABC, el 3 de julio de 1962, titulado Recto, el incomparable.
Envié a la viuda del senador mi pésame por el fallecimiento de su esposo. No me resisto a reproducir algo de lo que Aurora Reyes de Recto me contestó en carta del 10 de noviembre de 1960: “Deseo expresar a usted mis sentimientos de entrañable gratitud por el mensaje de condolencia que, como tributo a la memoria de su amigo, mi llorado esposo, ha tenido la fineza de enviarme. Claro hizo siempre conmigo elogiosas referencias de usted, como genuíno representante de la genuína cultura hispánica, de la que él fué siempre ardoroso admirador y paladín. ¡Qué pena que el destino no le deparó ocasión de volcar sus cariños y entusiasmos por todo lo que trascendía a españolismo y al ser de España. De no venir su muerte a dos dias de su viaje a Madrid, hubiera dado la serie de conferencias, de que usted habla en su carta, sobre el idioma español en Filipinas, sobre política internacional, sobre egregios personales filipinos. Claro no se recataba de ser amigo de los españoles”.
Claro tuvo la delicadeza de enviarme, antes de salir de Manila, el texto de esas conferencias. Las conservo como una joya. Sus títulos eran los siguientes: Por los fueros de una herencia, La cruzada por el español en Filipinas, Manuel Bernabé o la gloria que pervive y sobrevive, La mujer española, Los convenios sobre bases militares entre España y Estados Unidos y entre Filipinas y Estados Unidos, Cecilio Apóstol, el poeta cumbre en Filipinas y Cayetano S. Arellano, ciudadano y patriota, primer presidente del Tribunal Supremo de Filipinas.
Vale la pena, para que el lector atisbe la hondura del pensamiento del senador y, a la vez, más que su hispanismo su hispano-filiación, un trozo de su prosa y una estrofa de su poesía. El fragmento de su prosa pertenece al discurso que pronunció en el tercer y último día del Congreso de Hispanistas y que se publicó en la revista ilustrada Semana, el 26 de octubre de 1950. Dice así:
“Quizás y sin quizás, si al triunfar la revolución contra España, no hubiera interpolado el destino en el texto de la historia patria el capítulo de la conquista americana, la república de Malolos y las que habrían venido a sucederla, olvidando ofensas y agravios coloniales, hubiesen hecho del idioma español idioma oficial y declarado obligatoria su enseñanza a falta de un idioma común o un dialecto de uso general. Prueba de mi supuesto el hecho de que, al tiempo en que filipinos y españoles estaban empeñados en una guerra sin cuartel, la Constitución de la Primera República se debatía y escribía en español, el congreso de Malolos llevaba sus deliberaciones en español, las proclamas de Aguinaldo se expedían y publicaban en español, los periódicos revolucionarios se editaban en español, y Mabini, el pensador de la revolución, empleaba exclusivamente el español, en aquel su estilo que era milagro de vigor, justeza y precisión, para trasladar al papel sus sublimes conceptos de estadista. Y los precursores intelectuales, algo así como los enciclopedistas de aquel movimiento histórico, Rizal, del Pilar, Lopez Jaena, Pañaganiban, no habían usado en sus libros, panfletos, discursos y artículos otro idioma que el español.
“No es, ciertamente, por motivos sentimentales o por deferencia a esa gran nación, que dio a medio mundo su religión, su lenguaje y su cultura, que profesamos una tan gran devoción a este idioma y mostramos un tan firme empeño en conservarlo y propagarlo, sino por egoismo nacional y por imperativos del patriotismo, porque el español es ya cosa nuestra, propia, pues sin él es trunco el inventario de nuestro patrimonio cultural”.
De la brillante obra poética de Recto entresaco esta bellísima estrofa de su poema Elogio del castellano, en la que palpita su amor profundo por España y por el español.
“No en vano por tres siglos tus ejércitos
levantaron en mi solar sus tiendas
y vieron el prodigio de mis lagos
y de mis bellas noches el poema.
No en vano en nuestras almas imprimiste
de tus virtudes la radiosa estela
y gallardos enjoyan tus rosales
plenos de aroma las nativas sendas
No morirás jamás en este suelo
que ilumina tu luz. Quien lo pretenda
ignora que el castillo de mi raza
es de bloques que dieron tus cantares”.
*Del libro “Escrito para la Historia”
I jo que pensava que en aquest país ja s’havia perdut tot lo bó. Fa poc que he conegut a aquest diari i puc dir que he tornat a recuperar l’esperança i veig que potser no tot está perdut. Gracies a Alerta Digital ens van arribant els articles de personatges celebres com es el cas del Sr. Blas Piñar i aixó sempre es d’agrair perqué sempre enriqueixen culturalment a qualsevol persona. Coneguen a persones com ell i a molts d’altres com ell ens adonem de que en temps passats potser no anavem tant malament. Es arà que hem perdut el… Leer más »
Impresionante profusión de datos que sólo la mente preclara de Blas Piñar hace que lea vivamente, pues la claridad con la que escribe ilumina la oscuridad de mi humilde mente a años luz de su sabiduría. No hay duda de que el Espíritu Santo obra en este hombre para que mensajes complejos sean comprendidos por el común de los mortales.
Todo un Caballero Cristiano de máxima categoría para la Hispanidad y por ende, y me reitero, para la Cristiandad.
Dios se lo pague
Com sempre, no puc més que dir que aquests articles del Sr. Blas són apasionants.
Gràcias a AD, ens poden en sabentar de la grandesa d’aquest home, jo també animo els espanyos que llegeixin AD, d’aquesta manera podran estar molt al dia de tot el que escriu el Don Blas, gran home.
Enhorabona Don Blas.
El Gran Blas Piñar (Blaspi I), el General Blas Piñar (Blaspi II) y el ingeniero Blas Piñar (Blaspi III, el de “La tesis prohibida”). Que gran dinástía de nacionalismo español. La España del futuro también necesita un Blaspi IV.
Gracias a Alerta Digital y a D. Blas Piñar por estos apasionantes articulos.
Desde aqui pido que los lectores de AD, los recomienden a sus amigos y conocidos.