Aceites esenciales: los nuevos antibióticos contra la resistencia bacteriana
Dr. Francisco Marín.- La guerra entre bacterias y antibióticos nunca ha sido estática. Desde el descubrimiento de la penicilina (Alexander Fleming, 1928) que nos otorgó el primer gran triunfo sobre esta forma de vida, se estableció un combate que en muchos momentos no ha sido equilibrado.
En los primeros años vencía de manera irremisible la pericia investigadora de los científicos, quienes desarrollaron múltiples antibióticos en muy poco tiempo. Pero la cosa se estancó. Tanto que en los últimos años, casi se pueden contar con los dedos de una mano los antibióticos nuevos que han visto la luz. Y se cierne sobre la población el fantasma de la “bacteria multirresistente”, aquélla a la que no podamos vencer por ineficacia del arsenal disponible.
Un problema creciente
La resistencia bacteriana a los antibióticos es cada vez mayor. Hasta el punto que un estudio realizado en 2008 cifraba en un 50-60% las infecciones causadas por bacterias resistentes, del total de infecciones hospitalarias en EEUU.
¿Qué bacterias son resistentes a los antibióticos?
Además de las bacterias que se hacen resistentes por un alto consumo de antibióticos entre a población, existen otros mecanismos por los que las bacterias se vuelven invencibles.
No todas las bacterias son sensibles a determinados antibióticos. Según como actúe el medicamento y cómo sea la bacteria en cuestión, el fármaco podrá conseguir un efecto sobre la bacteria o no.
En algunos casos se da una “resistencia natural o intrínseca”. En estos casos, en los que la bacteria carece de receptor, ni la bacteria ni el antibiótico llegarán a interactuar, por lo que el antibiótico no tendrá ningún efecto sobre ella. Esta “resistencia natural” no depende, por lo tanto, de la sobreutilización o no de medicamentos por nuestra parte, sino que se trata de un rasgo estructural de la bacteria: todas las bacterias de dicha especie serán resistentes, por definición, al antibiótico concreto.
Este fenómeno se ha visto cuando se han aislado bacterias en material con varios miles de años. Al exponerlas a los antibióticos actuales, no hemos conseguido eliminarlas. Afortunadamente, todo esto se ha realizado en laboratorios, y bajo control estricto.
Por otro lado, está el caso de los gérmenes que producen un antibiótico concreto. Cuando se obtiene un antibiótico de cierta bacteria, esta bacteria será siempre resistente al antibiótico que ella misma ha producido. Por ejemplo, el Penicillium notatum, hongo del que se extrae la penicilina, y que no se elimina si es expuesto a una dosis de penicilina.
Un llamamiento al uso racional de los antibióticos
Una vez que una bacteria (una cepa) se expone a un antibiótico, la bacteria se acostumbra, se adapta, y se vuelve resistente a nuestro preparado. De ahí que cada vez más organismos internacionales insistan en la necesidad de un uso racional de los antibióticos: sólo hay que tomarlos cuando sean imprescindibles, y únicamente en manos de los sanitarios que los conocen y los controlan.
Por el bien común, es esencial evitar automedicarse. Desde hace años no disponemos de nuevos medicamentos antibióticos. Y si seguimos este hábito de consumir más antibióticos de los debidos, estamos provocando precisamente lo que no queremos: que las bacterias se hagan más resistentes.
El papel de los aceites esenciales para combatir bacterias
Desde tiempo inmemorial se conoce la actividad antiinfecciosa de los aceites esenciales. Pero ha sido a finales del siglo XX cuando se ha estudiado con un método científico similar al que utilizamos para los antibióticos. El aceite esencial es uno de los mecanismos de defensa que tienen las plantas a la hora de detener la invasión por gérmenes bacterianos, víricos, parasitarios o fúngicos.
¿Cómo actúa un aceite esencial sobre un germen?
Los aceites esenciales están compuestos por diversas familias químicas: muchas de ellas son capaces de actuar sobre el metabolismo de la bacteria, inhibiendo algún proceso esencial para la misma, y evitando su proliferación. Nada excesivamente diferente a como actúan los antibióticos de laboratorio.
Muchos aceites esenciales, además, modifican ciertas características de los tejidos sobre los que son depositados. Así, pueden actuar sobre el pH del tejido en cuestión. Y esta variación dificulta (incluso hasta conseguir evitar) la infección del germen atacante.
Existe una gran diferencia con respecto a la medicina de síntesis (la de los laboratorios farmacéuticos): un medicamento antibiótico antibacteriano raramente es antivírico también, o antiparasitario. En el caso de los aceites esenciales, esto es diferente: algunos aceites esenciales reúnen propiedades antivíricas potentes, pero también antibacterianas, antifúngicas y antiparasitarias. Y algunos incluso estimulan las defensas naturales de la bacteria.
Por otro lado, hay dos características que hacen a los aceites esenciales especialmente interesantes. Primero, que a día de hoy los gérmenes no han desarrollado resistencias a estas sustancias. Y que además, son “eubióticos”, es decir, que respetan la flora intestinal de quien los toma y favorecen su equilibrio. No eliminan más que los gérmenes extraños, pero sin tocar las bacterias positivas que conviven con nosotros (flora intestinal). Y segundo, son seguros: no generan efectos secundarios a las dosis fisiológicas recomendadas.
Sobre las bacterias son capaces de producir lesiones irreversibles sobre su membrana. Pierden sus componentes vitales y acaban eliminándose.
Respecto a los virus, los aceites esenciales pueden unirse y destruir la cubierta lipídica que rodea y protege al virus del exterior. Una vez destruida la cubierta, las partículas víricas son detectadas por el sistema inmunitario del huésped y eliminadas por el mismo. Algunas partículas químicas presentes en los aceites esenciales también estimulan la producción de diversas inmunoglobulinas, como la Ig A y la Ig M. Estos elementos nos ayudan a defendernos mejor, ya que etimulan nuestra capacidad natural para la defensa. Hemos de recordar que estas inmunoglobulinas son una garantía de éxito en nuestra batalla contra los gérmenes que intentan entrar en nuestro organismo.
En cuanto a los hongos, se ha demostrado que diversos aceites esenciales (como el de árbol de té, orégano compacto y Pelagornium graveolens), consiguen un mayor efecto contra las Cándidas (micosis ciertamente frecuentes en la clínica habitual).
En lo que atañe a los parásitos, con aceites esenciales concretos conseguimos “un efecto disuasorio”: el olor intenso del aceite esencial en cuestión hace que el parásito no se acerque a la zona en que se encuentra éste. Y si esto no fuera suficiente, se consigue actuar sobre el sistema nervioso del parásito, generando parálisis e incapacidad invasiva. Y también sobre el sistema respiratorio del parásito, sobre el que se consigue un efecto abrasivo. El resultado, en cualquier caso, es la pérdida de capacidad de hacernos daño.