Maricas años 40
“El Charco de la Pava es una venta de los alrededores de Sevilla, camino de San Juan de Aznalfarache. Su dueño, Eduardo “el Chanchi”, es un hombre gordo y optimista, que recibe a sus clientes en la puerta (…). Del automóvil de Fernando Granada descendemos su mujer, Tina Gascó, el coronel Sotelo, José Ignacio Sánchez Mejías, Pepe Bienvenida, Antonio Iglesias, Pepito Sánchez Mejías y yo (…) La juerga empieza inmediatamente, como empiezan todas las juergas, tristemente, arrastrándose, hasta que el vino va caldeando los ánimos y las incoherencias. Eduardo, el ventero, caldeado desde hace treinta años (…) presume de afeminado. “No es que yo sea marica, ¿sabe usted?, pero, vamos, aficionadillo sí”, suele exclamar para justificarse (…) La Narda, Joaquín, otro ventero, ha hecho célebre su venta por eso, por el mote y por sus ademanes y parla afeminada (…) Pepín Bello, grande amigo de Ignacio Sánchez Mejías, (…) me contó que hace años en Sevilla (…) invitaron a un amigo a merendar Este amigo era un hombre muy del Norte, serio, formal, grave y circunspecto, matemático él (…) “¿A dónde le llevaremos?” “Pues hombre, a la venta de La Narda”.
“Después de comer –decía Pepín , me presenté en casa de Ignacio. Yo (…) llevaba unos botines blancos preciosos. Ignacio me miró en cuanto entré. “¿Qué te has puesto?” “Pues ya ves (…)” No se habló más de los botines. Al gran rato Ignacio se me presenta con cuatro pares de botines blancos. “Ya verás lo que se me ha ocurrido”. Me eché a temblar; las ocurrencias de Ignacio eran siempre terribles. “Ahora va a venir ese (…) y vamos a gastarle una broma. Nos ponemos todos los botines blancos; no tendrá más remedio que reparar en ello, y cuando nos pregunte el por qué, le explicaremos que allí, en la venta de La Narda, el dueño y todos los dependientes son maricas, y que el único medio de que a uno le dejen en paz es llevar botines blancos, algo así como un salvoconducto de integridad personal, ¿comprendes?” (…) Llegó nuestro hombre, y, efectivamente, se extrañó mucho de aquella unanimidad de los botines blancos, y entonces le explica la causa Ignacio. “¡Caramba, caramba! Pero, oiga, ¿no podríamos ir a otro lado? “¡Quite usted, si la venta de La Narda es lo mejor de Sevilla, si usted no tiene perdón de Dios de no conocerla! Además, todo está previsto, aquí tiene usted un par de botines blancos; póngaselos y no tenga cuidado alguno: va usted tan seguro como si fuera recubierto con una armadura del siglo XIII” (…) Nada más llegar, Ignacio puso en antecedentes de la broma a Joaquín, el ventero, es decir, a la Narda, que era un águila y enseguida se percató de su papel. Nos sirven jamón y vino; la Narda empieza a contar sus cuentos, que eran soberbios. El amigo, al principio muy escamado e inquieto, entró en situación y reía de buena gana (…) Lo único que preocupaba al amigo era que la Narda se había sentado a su lado y, de cuando en cuando, le lanzaba miraditas tiernas y le daba palmadas en el muslo. Los dependientes, la Celia, la Pelos, más afeminados aún que el dueño, iban y venían con sus movimientos de caderas ondulantes (…) En esto la Narda se acerca más al amigo y le dice muy gachonamente: “¡Qué ojos más bonitos tiene usted, caballero!”. El amigo pega un salto en la silla, y alargando primero un pie y luego el otro, se los metía casi en las narices de la Narda, mientras gritaba con todas sus fuerzas: “¡Eh, cuidado! ¡Mire usted, mire usted, que llevo botines blancos!” ¡Cómo se reía el pobre Ignacio”
La broma, obviamente, había ocurrido antes de la guerra, en la república o acaso antes, pues Sánchez Mejías había muerto en 1934, de una cornada. Pero después de la guerra establecimientos como el de La Narda o de El Chanchi, continuaban abiertos. El relato es de Antonio Díaz-Cañabate en Historia de una tertulia, en los años 40, no queda claro en cuál.
Como relato de tertulia no está nada mal. Me ha resultado entretenido y hasta me ha hecho soinreir su final.