Alfonso X, Rey y sabio
José María Ortuño Sánchez-Pedreño*.- Alfonso X fue rey de León y Castilla de 1252 a 1284. Era hijo de Fernando III El Santo y de Beatriz, hija de Felipe de Suabia y prima hermana de Felipe II de Alemania. Nació el martes 23 de noviembre de 1221 y comenzó a reinar el 1 de junio de 1252. Los Estados que había de regir comprendían Galicia, Asturias, León, Castilla, Murcia y la mayor parte de Andalucía o La Frontera, como entonces se llamaba. Fue proclamado y jurado como rey dos días después de la muerte de su padre. Había recibido una esmerada educación y, en vida de Fernando III, se había distinguido en algunas de las campañas contra los musulmanes. En 1249 casa con doña Violante, hija de Jaime I El Conquistador, con la que tuvo diez hijos.
Una de las primeras medidas que tomó Alfonso X fue alterar el valor de la moneda para remediar la falta de dinero que se dejaba sentir por efecto de las guerras del reinado anterior. En su virtud, mandó que se usasen, en vez de pepiones, que era moneda de buena ley, burgaleses, moneda muy baja mezclada con otros metales. Esta medida resultó ineficaz y produjo el alza en los precios de todas las cosas de modo que el mismo rey tuvo que aumentar los salarios de los jueces y demás oficiales, creciendo la indignación de otro género de moneda que se llamó negra por tener mucho cobre.
El mismo año de su proclamación, Alfonso X exigió a Alfonso III de Portugal las plazas del Algarve. El rey castellano mantenía que dichas plazas le habían sido donadas por Sancho II de Portugal, aún en vida de Fernando III, como premio a la labor del por entonces futuro rey de la Corona de Castilla. Intimidado el rey portugués por el aparato bélico con el que su colega rodeó la reclamación, hizo entrega de las dichas plazas en 1253 y casó con Beatriz, hija bastarda de Alfonso X, a pesar de que vivía todavía su otra esposa Matilde, condesa de Bolonia. Esto motivó la excomunión de los esposos, que fueron absueltos a la muerte de la condesa Matilde. Efectuado el matrimonio de Beatriz, por influencia de ésta, a quien su padre amaba con ternura, dio Alfonso X en feudo a los nuevos esposos y sus sucesores los lugares del Algarve conquistados y por conquistar, debiendo en cambio éstos ciertos servicios y tributos.
La paz con el rey de Granada sirvió al hijo de Fernando III para intentar una invasión en África, que no llego a realizarse, pero sí combatió a los musulmanes españoles: Mohamed de Granada juntó su ejército con el de Alfonso X, aunque éste no de muy buena gana y, unidos, se apoderaron sucesivamente, durante el año 1254, de Jerez, Arcos, Medina-Sidonia y Lebrija, que, o no habían quedado del todo sujetas en tiempos de Fernando III o habían logrado de nuevo la independencia.
En 1256 vino al mundo el primer varón de Alfonso X, el infante don Fernando, que se llamó de la Cerda, por un largo cabello que al nacer tenía en el pecho.
Habiendo quedado vacante el trono de Alemania por la muerte de Guillermo de Holanda, algunos electores apoyaron la candidatura de Alfonso X para aquel Imperio. Otros eligieron a Ricardo de Cornualles. Favorecía al rey castellano su gran reputación y el derecho que le asistía por su madre doña Beatriz. Defendió el rey de Castilla enérgicamente su derecho más de dieciocho años, gastó caudales inmensos y al fin nada consiguió. Faltaba al rey Alfonso, a pesar de su mejor derecho, la confirmación del Papa y, aunque consumió en Italia y Roma el poco oro que había conseguido en Alemania, no obtuvo resultado alguno de los pontífices que entonces se sucedieron.
En 1271 murió Ricardo de Cornualles, asesinado en Inglaterra. Gregorio X desechó con desdén las pretensiones del rey de la Corona de Castilla (1272) y trabajó para que, reuniéndose los electores, procedieran a nombrar nuevo Emperador, como hicieron, designando a Rodolfo de Habsburgo en septiembre de 1273. Sólo Otkar, rey de Bohemia, mantuvo las pretensiones de Alfonso X, quien en vano despachó cartas y comisionados al Concilio general de Lyon, celebrado por Gregorio X en 1274. La elección de Rodolfo fue confirmada, el Papa le concedió el título de Rey de romanos y mandó que, como a tal, los príncipes, electores, ciudades y villas del Imperio le obedeciesen. Varias veces quiso el rey castellano pasar a Italia y Alemania para defender con las armas sus derechos, pero siempre las agitaciones interiores de la Corona se lo impidieron.
Gregorio X accedió al cabo a venir, para hablar con Alfonso X, a Belcaire (Languedoc) y el rey cstellano partió para dicho punto. Nada consiguió, y bufando de coraje, en expresión de Mariana, regresó a su reino a fines de verano. Todavía continuó Alfonso X titulándose Electo rey de romanos, usando el sello y las armas imperiales y manteniendo correspondencia con sus partidarios de Italia y Alemania. Cuando el Papa tuvo noticia de ello, mandó al arzobispo de Sevilla para que dejase de hacerlo o que le aplicaría las censuras espirituales, concediéndole, si renunciaba a sus pretensiones, la décima de las rentas eclesiásticas, para aplicarla a la guerra contra los moros. A fines de 1275 dejó Alfonso X de denominarse rey de romanos. La persistencia con que los Pontífices se opusieron a sus deseos se explica recordando que Alfonso X pertenecía a la casa de Suabia, terrible enemiga del Papado.
Mientras Alfonso X luchaba por ser elegido Emperador, en la Corona de Castilla continuaba la Reconquista contra los musulmanes. Fueron conquistadas las plazas de Niebla y Huelva y casi todo el Algarve. Los manejos del rey de Granada ocasionaron, no mucho después, una rebelión de los moros de Murcia, Lorca, Mula, Arcos, Lebrija y todas las poblaciones desde Murcia hasta Jerez, dando muerte o expulsando a los cristianos. Alfonso X ordenó a sus tropas fronterizas que tratasen a los de Granada como enemigos, con lo cual se rompieron las hostilidadades entre los dos reinos. Pero contra el rey de Granada se sublevaron los ualíes de Málaga, Guadix y Comares, lo que permitió al rey Alfonso hacer con mayor comodidad la guerra contra los insurrectos de Andalucía y Algarve. Sitió y tomó Jerez y rindió igualmente a Medina-Sidonia, Rota, Sanlúcar, Lebrija y Arcos.
Una escuadra de Castilla, al mando de Juan García de Villamayor se presentó repentinamente en aguas de Cádiz y se apoderó de esta ciudad.
En 1264 solicitó Alfonso X el auxilio de Jaime I de Aragón, haciéndole ver la conveniencia de que estuviesen uno y otro seguros por el lado de Murcia, para luchar fácilmente contra los infieles. Le suplicó entonces que, poniendo fin a la conquista del Reino de Murcia, conservase las tierras y diese a Castilla la posesión de dicho reino. Concedió el rey Jaime I lo que se le pedía y ayudó desde 1265 a su yerno a someter el Reino de Murcia, que el rey aragonés llevó a cabo, en tanto que Alfonso X peleaba en Andalucía. Una vez dominado aquel reino, en 1266, se lo entregó generosamente al rey castellano, yerno de Jaime I, encargándole que cuidara de defenderla. Algún tiempo antes, el rey de Castilla había establecido con el rey de Granada una tregua en Alcalá de Ben Zeide.
Alfonso X no acertó a contener, como supo hacer Fernando III, la ambición de los nobles y aumentó con excesiva prodigalidad las rentas de los magnates, creyendo que así conseguiría atraerlos. Sus pretensiones a la Corona del Imperio le obligaban a distraer del reino cantidades de importancia de dinero que pasaban a Italia o Alemania. Estos gastos tan excesivos le obligaron a subir los impuestos. No pudo o no quiso el rey obrar con la energía necesaria. Los magnates ganaron al emir Mohamed y, creyéndose ya fuertes para imponerse al rey, se le presentaron armados. Esto sorprendió a Alfonso X porque, como dice el cronista: “non venían como homes que van a buscar a su señor, mas como aquellos que van a buscar a sus enemigos”. El rey castellano entró en negociaciones. Lara habló y expuso las quejas en nombre de todos.
Concedió el rey casi todo lo que le pedían. Pero nuevas demandas sucedieron a las anteriores, concluyendo por desavenirse. Salieron los nobles magnates de Burgos, en virtud del derecho que les asistía para desnaturalizarse. Saquearon e incendiaron iglesias y poblaciones que encontraban a su paso. Marcharon a la corte del rey de Granada, Mahomed, sin que les hicieran cambiar de propósito las súplicas y comisiones que el rey y la reina doña Violante, esposa de Alfonso X, antes y después de llegar los nobles a Granada. El rey Mahomed I recibió a éstos (el Infante don Felipe, Nuño de Lara, Lope Díaz, Fernando de Castro, Lope de Mendoza, Gil de Roa, Rodrigo de Saldaña y multitud de caballeros), con muestras de regocijo. Poco después, en 1273, falleció Mahomed I, sucediéndole su hijo, Mahomed II, que continuó favoreciendo a los nobles de Castilla. Después de varias negociaciones, concedió Alfonso a los magnates castellanos todo lo que pedían. Así terminó la ruidosa contienda (1274).
Mahomed II, después de vencer a los ualíes insurrectos, se alió con los benimerines, aprovechando que Alfonso X había ido a celebrar su entrevista con el Papa. Gobernaba el príncipe Felipe de la Cerda y quedaba como Adelantado Mayor de la Frontera, Nuño González de Lara. Los benimerines entraron por tierras de Córdoba. Los campos de Almodóvar, Úbeda y Baeza quedaron talados. Llegaron al castillo de Bolea, lo tomaron por asalto. Por orden del emir, ya hartos de tanto botín, reunieron cuanto habían adquirido: eran infinidad de cautivos, bueyes, carneros, caballos y animales de carga, que llenaban los valles y las montañas. Como los musulmanes habían incendiado toda la comarca, parecían iluminar el terrible cuadro los rojizos fulgores de la aurora.
En las cercanías de Écija se encontraban los infieles cuando se enteraron de que los castellanos, al mando del Adelantado Mayor de la Frontera, venían a su encuentro. El ejército cristiano no llegaba a la mitad del número de invasores, pero don Nuño González de Lara forzó la batalla, en la que pereció junto a los 400 escuderos que le servían de escolta, mientras que los soldados cristianos eran envueltos por las huestes musulmanas y quedaban, en su mayor parte, sobre el campo de batalla, refugiándose, los pocos que pudieron salvarse, en Écija (mayo de 1275).
Don Fernando de la Cerda, tan pronto como conoció el desastre en Burgos, salió a toda prisa desde esta ciudad con la gente que pudo reunir, dirigiéndose hacia Andalucía. Pero al llegar a Villa Real (hoy Ciudad Real), enfermó y murió a los pocos días (25 de julio). Don Sancho, hijo segundo del rey, que apenas contaba entonces dieciocho años, había también organizado un ejército y venía desde Burgos a la frontera andaluza, donde se enteró del fallecimiento de su hermano. Aceleró la marcha hacia Ciudad Real. Se atrajo para sí el monarca a don Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya. Éste temía la influencia de los Laras en caso de ocupar el trono el niño Alfonso, hijo de Fernando de la Cerda. En esto que el arzobispo de Toledo, hermano de la reina doña Violante, con un respetable ejército, también fue derrotado y muerto por los muslimes. Esta batalla se dio el 21 de octubre en Torre del Campo. López de Haro, que al día siguiente vino a Jaén y tuvo conocimiento del suceso por los fugitivos, sorprendió a los muslimes en su retirada. Aunque hizo en ellos bastante carnicería, no pudo obtener un triunfo decisivo, pues la noche sorprendió a los combatientes. En este combate empezó a distinguirse el joven Alfonso Pérez de Guzmán, que más tarde sería apellidado el Bueno.
Tal era la situación de la guerra al regreso de Alfonso X. Los africanos se habían inutilmente apoderado de Écija, retirándose después su emir a Algeciras con el botín y los prisioneros. En esta plaza seguía en tanto que el rey de Castilla, Sancho, dictaba acertadas disposiciones para la guerra contra los musulmanes, sin arriesgarse a nuevos combates, cansando así al enemigo. Por fin se firmó la tregua de dos años y el emperador de los benimerines se volvió a África el 18 de enero de 1276, si bien retuvo las plazas de Tarifa y Algeciras.
El infante don Sancho, en cuanto se firmó la paz, partió hacia Toledo, con ánimo de conseguir de su padre que le admitiese como sucesor, con preferencia a los Infantes de la Cerda. La dificultad principal para que fuera complacido, nacía de que don Alfonso había terminado Las Siete Partidas, en que conforme al derecho romano, se decía. “Que si el fijo mayor del rey muriese antes que heredase el trono, dejase fijo o fija que oviese de su mujer legítima, que aquél o aquélla lo oviese e non otro ninguno” (Partidas II, 15, 2).
Convocó el rey a su consejo y luego las Cortes en Segovia, en las que don Sancho del que eran partidarios casi todos los asistentes, fue declarado hijo primero del rey y su sucesor heredero de sus reinos. Como tal fue jurado. No faltaron adictos a la causa de los Infantes de la Cerda. La reina doña Violante, que profesaba verdadero cariño a sus nietos, para poner a éstos a salvo de alguna asechanza, aparentando un viaje a Guadalajara, marchó con ellos y con doña Blanca, su madre, a Aragón. Don Fadrique, hermano del rey, protegió la fuga.
La indignación del rey Alfonso X llegó a tal extremo que, calificando la fuga de crimen de lesa majestad, mandó a don Sancho que prendiese y matase a los cómplices. El infante, desde su reconocimiento como heredero, tomaba parte en los negocios públicos. En cierto modo, reinaba simultáneamente con su padre. Prendió Sancho a su tío don Fadrique, que, por orden del rey, sin formación de proceso, fue ahogado en Treviño.
La princesa doña Blanca se quejó a su hermano el rey de Francia, Felipe III, del agravio sufrido por sus hijos, pidiéndole que la defendiera y vengara. El monarca francés trabajó para que Castilla revocase la declaración hecha a favor de don Sancho. Había concluido la tregua de dos años convenida entre rey Alfonso y los musulmanes y aquél emprendió la conquista de Algeciras (1278), que no logró, antes bien tuvo que solicitar del Emperador benimerín una tregua, que le fue concedida. El francés seguía gestionando el favor de sus sobrinos, y, por fin, los reyes de Francia y Castilla convinieron en tener una entrevista.
Los representantes de Francia parecían conformes con esta solución, pero don Sancho, bajo ningún pretexto quería fraccionar el Reino. Acertó a crear desavenencias entre su padre y los embajadores de Felipe III, procurando que aquél se aliase con Pedro de Aragón, persuadiéndole que, consiguiendo la amistad del último, nada habría que temer de los franceses.
Se dio por acabada la negociación sin que resultase conformidad. Ahora, Alfonso X y su hijo llevaron la guerra al reino de Granada. Don Sancho acaudilló la expedición y corrió las tierras musulmanas, talando viñas y olivares. Pero cayó en una emboscada que dispusieron los musulmanes y 3000 de los castellanos, entre ellos casi todos los caballeros de la Orden de Santiago, quedaron sobre el campo de batalla. Esta desgracia no impidió al infante llegar hasta la vega de Granada, arrasar sus campos y quemar muchas aldeas y pueblos. En otra campaña, penetraron el rey, sus hijos y hermanos con poderosa hueste por la vega de aquélla ciudad. Don Sancho avanzó hasta muy cerca de sus puertas (1281). Pero los cristianos se retiraron a Córdoba sin haber obtenido ventaja alguna en esta campaña.
En este mismo año, el rey castellano deseaba allegar recursos para continuar la guerra contra los granadinos. En las Cortes de Sevilla consiguió que se alterara el valor de la moneda. Creció así la antipatía que había llegado a inspirar a su pueblo el rey, del que también se decía que en las causas civiles y criminales atendía más a las riquezas de las partes que a la justicia de lo que alegaran y que a muchos había despojado de sus haciendas por acusaciones fingidas. No era tampoco muy grande la armonía entre el Alfonso X y su hijo Sancho, a causa de que éste, impulsado por su codicia de mando, por sus adictos y por los que de él esperaban mejor estado, se había ido apoderando del gobierno, con más autoridad de la que en un príncipe y de un hijo obediente podía esperarse.
Disgustado el rey Alfonso con su hijo por todo esto, renovó sus tratos con el rey de Francia, para llegar a un acuerdo respecto a los derechos de los infantes de la Cerda y poner un dique a la ambición creciente de su hijo don Sancho. En virtud de esos tratos propuso el rey a su hijo y luego a las Cortes que se diera el reino de Jaén al mayor de los Infantes de la Cerda. El rey castellano había prometido hacerlo al francés. Don Sancho se negó rotundamente a consentir tal desmembración. Alfonso X le amenazó con desheredarle, a lo que el príncipe respondió: “Tiempo verná que esta palabra la non quisiérades haber dicho”.
La respuesta del príncipe Sancho a la amenaza de desheredarlo por parte de su padre el rey Alfonso X El Sabio vino después de otras menos significativas, como la prisión de todos los judíos en su solo día, dispuesta por el rey castellano, que los puso en libertad cuando se comprometieron a pagar 12.000 maravedíes y la sentencia de muerte contra el judío Zag de la Malea, que había entregado a Sancho los fondos destinados al ejército de Algeciras. Don Sancho comenzó públicamente a excitar a los pueblos contra su rey, diciendo que los desaforaba y que él les confirmaría los fueros y libertades de que gozaron en otro tiempo.
Sancho se confederó con Mahomed, se alió con Pedro III de Portugal y con Dionisio de Portugal. Así, estando Navarra en poder de Francia, no quedó a Alfonso X reino alguno ni clase de España de los que pudiera esperar ayuda, pues hasta la reina D.ª Violante, antes tan contraria a su hijo, le favorecía ahora. Ocurrían estos hechos a principios del año 1282. Declarado D. Sancho en abierta rebeldía, convocó en este año, obrando ya como rey, Cortes de castellanos y leoneses en Valladolid, a la que asistieron los ricos-hombres, los procuradores de las ciudades y D.ª Violante.
El desgraciado padre no contaba en su partido una sola persona de su familia, ni más ricos-hombres que algunos de la casa de Lara y Fernán Pérez Ponce. Las Cortes de Valladolid, por sentencia del infante D. Manuel, hermano del rey Alfonso, por petición de los caballeros y los hijosdalgo, declararon a Alfonso depuesto del trueno y confirieron el título de rey a don Sancho, quien, por un resto de fingida modestia, lo rechazó en vida de su padre, contentándose con el título de infante-heredero y regente del reino.
Alfonso, reducido a la ciudad de Sevilla, reunió a los pocos prelados y señores que le permanecían fieles y, en presencia de ellos y de todo el pueblo, subiéndose a un estrado construido para ello, declaró a su hijo desheredado y le puso bajo la maldición de Dios, como impío, parricida, rebelde, desobediente y contumaz (8 de noviembre de 1282). El Papa Martino IV, respondiendo a las peticiones del rey Sabio, expidió un breve, mandando que todos volviesen a la obediencia de Alfonso X todos los prelados, barones, ciudades y lugares del reino que le habían abandonado. Encargó al arzobispo de Sevilla y a otros eclesiásticos que excomulgasen a los que no acataran los mandatos del Sumo Pontífice.
Sólo, sin rentas, falto de los medios para atender al decoro de su persona, dícese que D. Alfonso abrigó el pensamiento de dejar la patria y familia. Pensó también en irse a los Océanos esperando lo que el destino le tuviera reservado en medio del mal. Estaba triste y deprimido. Su desesperación llegó al extremo de impetrar el auxilio de Yacub, emperador de Marruecos, enviándole su corona para que sobre ella le prestase alguna cantidad. Yacub le socorrió con 60.000 doblas de oro y vino a unírsele en Zahara. Pero, por enojo con los castellanos, por necesidad de acudir a sus Estados, o por fracasos que según algunos cronistas abrigaba contra el rey Alfonso X, regresó a África el 24 de octubre de 1283.
Ya fuese a causa de las censuras pontificias, ya porque los pueblos se diesen cuenta de que no ganaban nada en aquellos disturbios entre padre e hijo, ya porque la conducta de D. Sancho, negándose a combatir contra su padre, disgustara a los nobles, el partido del hijo excomulgado comenzó a disminuir. Los propios hermanos de D. Sancho, Pedro, Juan y Jaime, acaso condolidos de la suerte de su infeliz padre, volvieron a la obediencia de éste y se iniciaron las deserciones en el bando rebelde.
Se abrieron entonces negociaciones para un acomodamiento entre el rey y Sancho. Pero Alfonso X enfermó y, sintiéndose cerca del final de sus días, declaró que perdonaba a D. Sancho y sus partidarios. Otros cronistas dicen que maldijo in extremis a su hijo Sancho. Recibió los sacramentos y, rodeado en su lecho de muerte por el infante D. Juan, la infanta D.ª Beatriz y sus demás hijas, falleciendo el 21 de abril de 1284.
En su primer testamento, hecho en Sevilla el 8 de noviembre de 1283, Alfonso X decía que, según el derecho antiguo, la ley y el fuero de la Corona, había reconocido en Cortes como heredero a su hijo Sancho. Pero, tras haber respondido éste a tan señalada merced con suma ingratitud, le desheredaba, maldecía y detestaba su memoria, declarándole traidor, nombrando así, como su sucesor, a su nieto don Alfonso y después de él a don Fernando, hermano del anterior. En caso de fallecer éstos sin hijos legítimos, pasaría la Corona al rey de Francia, descendiente en línea recta de Alfonso X, con lo que los Reinos de Castilla y León se unirían a Francia para ensalzamiento de la fe católica y destrucción de los infieles.
En el segundo testamento, hecho en Sevilla el 22 de enero de 1284, cuando ya se habían sometido todos sus hijos, excepto Sancho, confirmó el orden del testamento primero, sin otra alteración que dejar los reinos de Sevilla y Badajoz a su hijo D. Juan y el de Murcia a su hijo D. Jaime, debiendo estos dos infantes reconocerse feudatarios de Castilla.
Muerto el rey Alfonso y su hijo primogénito, Fernando de la Cerda, en una revuelta, el infante Sancho se hizo fácilmente con la Corona. Sancho IV sería apodado para la posteridad como Sancho el Bravo. Y gobernó como rey de Castilla y León desde 1284 hasta 1295. Una tuberculosis pudo con su vida.
ALFONSO X COMO LEGISLADOR
Alfonso X emprendió una empresa difícil desde el punto de vista de la legislación: dar unidad legal a su nación, uniformar las leyes de un país conquistado por espacio de siglos palmo a palmo. Los fueros municipales constituían en la época de Alfonso X una confusa serie de disposiciones insuficientes y anárquicas. El Fuero de los fijosdalgo, el Fuero Viejo de Castilla, las cartas forales no satisfacían ya todas las necesidades de aquel tiempo. El hijo de Fernando III El Santo se propuso llevar la luz al confuso caos y la armonía donde reinaba el desorden y el desconcierto. Puede decirse que ya su padre abrigó el mismo pensamiento, pero tampoco cabe negar que constituye para el hijo un título de gloria de haber terminado la obra que Fernando III no pudo llevar a cabo.
Comenzó Alfonso X por escribir el Setenario, especie de catecismo político, moral y religioso. Es un resumen de todos los vastos conocimientos del rey y base de sus otras grandes obras jurídicas. Vienen después el Espéculo o Espejo de todos los derechos y el Fuero Real, ambas obras publicadas entre 1254 y 1278. En el Espéculo, redactado por Alfonso, se consignaron las reglas más equitativas de los fueros de León y de Castilla y se escribió para que, con arreglo a él, se juzgasen las apelaciones en la corte del rey.
Quiso el rey Alfonso con el Espéculo dar alma y vida al derecho municipal. Por el Fuero Real hizo extensible a los pueblos que de él carecían el derecho municipal y aspiró a extinguir la anarquía que reinaba y por la que, teniendo cada municipio distinto fuero, venía a constituir una nación diferente. Parecía que, teniendo verdadera actualidad, acomodándose a los usos del reino, reflejando el carácter de la época y satisfaciendo las necesidades de ésta, no había de encontrar obstáculos en su aplicación. Pero como venía a echar por tierra los abusos e intereses legales, le fue preciso al rey Alfonso introducirlo y aplicarlo gradualmente y, aún así, los nobles consiguieron que se derogara en Castilla en 1272, aunque continuó rigiendo en las distantes provincias de la Corona de Castilla. El código consta de cinco libros. Fue hecho para la ciudad de Valladolid y dado más tarde a Burgos, Palencia y demás ciudades de la Corona.
Pero el código general y uniforme que había proyectado Fernando III no era ninguna de las obras citadas, por lo que el décimo Alfonso procedió a la formación del Libro de las Leyes, conocido con el nombre de Las Siete Partidas, título modesto que tomó de las siete partes en que está dividido, código que bastaría para justificar la admiración con que la posteridad mira a Alfonso X El Sabio. España precedió a todas las naciones neo-latinas en la publicación del más excelente código de principios de la Baja Edad Media: el Fuero Juzgo de los visigodos. España precedió a todo otro pueblo en la posesión, durante el periodo de la Reconquista, del cuaderno legal de usos y costumbres más perfecto que se ha conocido: los Usatges de Barcelona. España precedió a todas las naciones de Europa en la redacción del código más acabado que tenemos, superior a todos los de la Edad Media: Las Siete Partidas.
Este famoso código, que es también joya literaria de inapreciable mérito, viene a ser una compilación de las Decretales, del Digesto, del Código de Justiniano, de las Instituciones, Novelas y Decreto, esto es del Corpus Iuris Civilis y el Corpus Iuris Canonici. En las Siete Partidas están también presentes glosadores de estos cuerpos legales de derecho civil y también canónico. Estudios recientes han destacado entre los glosadores que recogen Las Siete Partidas a Azzo, Accursio o Godofredo de Trano. Se ha considerado este cuerpo lega castellano como síntesis perfecta de los estudios morales, religiosos y políticos del siglo XIII. Teniendo en cuanta que para la formación de Las Siete Partidas fue necesario un estudio detenido y profundo de los cógidos romanos, del derecho canónico, de la Teología y de las leyes y costumbres de la Corona de Castilla. Las Siete Partidas fueron promulgadas entre 1256 y 1263. Desde el Ordenamiento de Alcalá de 1348 son consideradas fuente supletoria del Derecho. Pero al ser tan exacto el código alfonsino y tan extenso, los jueces tenían que acudir a él para adoptar soluciones. Debido a su perfección, estuvo vigente siglos en España o Hispanoamérica. Todavía en el siglo XIX, fueron aplicadas e Luisiana y más estados del sur de EE.UU. El movimiento codificar pudo, en aras de la seguridad jurídica, con tal vigencia. El autor de esta magna compilación jurídica, en el estado actual de la investigación histórico-jurídica, parece que no nos cabe duda de quien fue: Jacobo de las Leyes. Lo que no sabemos es si contó con ayuda para escribir Las Siete Partidas.
ALFONSO X, COMO SABIO
Alfonso X fue un hombre de inmensa erudición, verdadero asombro de ciencia, dada la época en que floreció. Se había educado bajo los auspicios de D.ª Berenguela conocida por su amor a las letras, pasó su infancia y primera juventud en Galicia, lo que explica el encanto que luego halló en la dulzura de la lengua gallega. Se hizo notar bien pronto por sus aficiones científicas y literarias que le dieron reputación europea. Como poeta tuvo relaciones con los trovadores provenzales de aquel siglo, con árabes y con judíos.
Como hombre de ciencia fue muy perito en Geometría, Astronomía, Ciencias físicas, Jurisprudencia, Teología e Historia. La lengua castellana y la cultura general del país le deben enorme gratitud. Declaró oficial este idioma y, aunque conocía profundamente latín, escribió en la castellana y trabajó por mil medios para su afianzamiento. Aparte de haber dispuesto que se usase el nuevo idioma en las leyes y procedimientos legales, mandó que se tradujese la Biblia al castellano. Mariana dice que estas reformas fueron causa de la profunda ignorancia que sobrevino después. Pero esta objeción es pueril, puesto que era bien poco lo que antes se sabía.
El hijo de San Fernando trasladó a Toledo las Academias que los hebreos occidentales tenían en Córdoba en el siglo X. Propagó las doctrinas de las antiguas escuelas cristianas, estableció en Sevilla escuelas generales de latín y arábigo, fomentando la enseñanza. La corte toledana era visitada por los trovadores provenzales de más calidad, a cuya influencia, como a la des los profetas catalanes y gallegos, se atribuye la introducción en nuestra lengua del elemento lírico, iniciado por Alfonso X en sus Cántigas a la Virgen. El simbolismo o arte oriental y la forma didáctica, reciben notable impulso del rey Alfonso, que tradujo o hizo traducir al idioma vulgar el famoso libro de la literatura sánscrita titulado Pantcha-Tantra (las cinco divisiones) y Pantcha-Pákyana (las cinco series de cuentos). La traducción se hizo en 1251 y recibió el nombre de Calila et Dimna y así se introdujo en la literatura española la forma simbólica.
El rey Sabio, reconociendo el valor de la civilización oriental, con la que estaba familiarizado, procuraba enriquecer nuestra cultura con los trabajos científicos de árabes y hebreos y así dio entrada al elemento didáctico, en el que influyó la tradición hispano-latina para rectificar los errores filosóficos de árabes y judíos. Clasifican los autores en cinco grupos las obras que el rey Alfonso X escribió o se hicieron bajo su dirección o por su mandato, al margen de las obras jurídicas, ya analizadas.
1º. Obras poéticas.
2º. Libros orientales.
3º. Obras de recreación.
4º. Obras históricas.
5º. Obras científicas.
Al primer grupo pertenecen las Cántigas o Loores et Milagros de Nuestra Señora, escritas en gallego, y las Querellas de las que sólo se conservan dos estrofas. Se le atribuyó también el Libro del Tesoro, pero hoy sostiene la crítica que éste debió escribirse lo menos un siglo después-
Al segundo grupo corresponden el Libro de Calila y Dimna, el libro del Bonium o Bocados de oro y el de Poridad de Poridades.
En el tercero, se encuentran el Libro de los Juegos y el de la Montería.
Al cuarto la Estoria de Espanna o Crónica general y la Grande e general Estoria, atribuyéndose también a su dirección o a su pluma la Vida de San Fernando. Con la Estoria de Espanna quiso don Alfonso que fuera “sabido el comienzo de los espannoles”, para lo cual mandó “ayuntar quantos libros pudo aver de estorias en que alguna cosa constasse de los fechos de Espanna”, desde Noé a su propio reinado. La Grande e general Estoria comenzaba en la creación del mundo y llegaba hasta el reinado del rey Alfonso X. Lo que de ella poseemos no pasa del primer periodo de la propagación del cristianismo. Digno de hombre tan ilustre es el pensamiento de escribir una Historia Universal, que no otra cosa era esta obra.
En el quinto grupo se incluyen las siguientes obras escritas bajo su mandato; el Libro de la propiedad de las piedras o los tres lapidarios de Abolays; las Tablas astronómicas o Alfonsíes, que aún hoy se admiran: para su formación reunió en Toledo a más de 50 astrónomos nacionales y extranjeros, que trabajaon bajo su presidencia y dirección por espacio de cuatro años; el Libro de la ochava esfera et de sus XLVIII figuras; el Libro del Alcora o de la Esfera; los del Astrolabio redondo y el Astrolabio llano; el de la Azafcha; el de la Lámina universal; el de las Armiellas; el de las Láminas de los planetas; los del Quadrante, la Piedra de la sombra, el Relojio de aguas; el Argent vivo, el Palacio des las horas y el Atazir; los libos de los cánones de Albatesis, los Indicios de las estrellas y las Tres cruces.
*Historiador y Doctor en Derecho
Las Siete Partidas (o simplemente Partidas) es un cuerpo normativo redactado en la Corona de Castilla, durante el reinado de Alfonso X, con el objetivo de conseguir una cierta uniformidad jurídica del Reino. Su nombre original era Libro de las Leyes, y hacia el siglo xiv recibió su actual denominación, por las secciones en que se encontraba dividida. Esta obra se considera uno de los legados más importantes de Castilla a la Historia del Derecho, al ser el cuerpo jurídico de más amplia y larga vigencia en Hispanoamérica (hasta el siglo xix). Incluso se le ha calificado de “enciclopedia humanista”,… Leer más »