Dos revoluciones clave en la historia de Europa
He enfocado mi introducción a la historia de Europa desde dos supuestos: a) que el núcleo generador de las culturas es la religión. En realidad todas ellas lo han visto así, y es sorprendente que la gran mayoría de los historiadores desdeñen este hecho y hoy tiendan a interpretar la historia desde el punto de vista de la economía y la técnica. b) que la religión nucleadora de la civilización europea es la cristiana, transmisora a su vez de la filosofía griega, el derecho romano y otros elementos culturales clave.
En el cristianismo eurooccidental, asentado tras la caída del Imperio romano de occidente, encontramos, por tanto, una doble tensión generadora entre el poder religioso y el poder político, por un lado, y entre la razón y la fe por otro. Esa doble tensión ha sido mucho más fuerte que en otras culturas. La primera ha generado numerosos conflictos, a veces violentos, pero también una área de libertad intelectual y política más amplia que en otras civilizaciones. La segunda tensión ha incidido en el mismo sentido, más filosóficamente, por así decir, dando lugar a un enorme esfuerzo de pensamiento por conciliar y armonizar razón y fe. Esfuerzo visible, por ejemplo en las obras de Alberto Magno o Tomás de Aquino y las divergentes de Bacon u Occam. La doble tensión político-religiosa y racional-fideísta se manifestó con fuerza mucho menor en el cristianismo ortodoxo, y de ahí su menor productividad de pensamiento y en otros órdenes. Una tensión supone al mismo tiempo oposición y complementaridad, relación nunca resuelta, que puede decantarse en un sentido u otro, incluso en choque abierto, como sería el caso.
El primer gran conflicto entre razón y fe estalló como revuelta protestante de la fe contra la razón, la “ramera de Satanás”, según Lutero. El protestantismo, muy consciente de la labor demoledora que podía ejercer la razón contra la fe, rechazó la tradición católica de la difícil conciliación entre ambas. Solo la fe, alimentada por las Escrituras, palabra de Dios que cada cual era libre de interpretar, salvaba y daba sentido a la vida. El protestantismo se ha definido como Reforma, pero fue realmente una gran revolución, que no solo dividió al cristianismo como habían hecho antes algunas interpretaciones dogmáticas con la Iglesia griega, sino que originó de inmediato a un período de guerras encarnizadas y agresiones al catolicismo, guerras que Lutero estimó muy necesarias y salvíficas. Ciertamente la fe proporciona al hombre consuelo y calma ante la angustia esencial propia de su condición, si bien en el caso del protestantismo esa angustia puede exacerbarse ante la idea de que los actos humanos carecen de verdadero valor, ya que es Dios, en sus misteriosos designios, quien ha decidido desde la eternidad quiénes han de salvarse y quiénes han de condenarse, al margen de sus acciones en la vida.
Dos siglos más tarde, Europa presenció una nueva revolución en sentido contrario, de la razón contra la fe, particularmente en algunas manifestaciones extremas de la Ilustración, que atacaron directamente al cristianismo y de modo especial a su rama católica. El supuesto consistía en que la razón y la ciencia permitían llegar a conclusiones unívocas y universales comprobables, las cuales hacían innecesaria la fe y reducían a Dios a “una hipótesis innecesaria” o, peor aún, a una carga oscurantista y absurda que mantenía al hombre aherrojado en las tinieblas y la impotencia. Como sabemos, lejos de alcanzarse tales verdades universales, lo que surgió fueron una serie de ideologías (liberalismo, marxismo, anarquismo, luego fascismo, etc.), todas ellas basadas teóricamente en la razón, y no obstante enfrentadas entre sí. Finalmente el choque llegó a la II Guerra Mundial, inicio de la Edad de Decadencia europea.
El lenguaje de la razón es la lógica, mientras que la fe atañe a sentimientos profundos del mundo y de la vida, y a la necesidad psicológica de encontrarles sentido. Por ello, la fe no se expresa en lenguaje lógico sino más bien de manera simbólica. Esto se entiende más fácilmente con el arte o la literatura: todos sentimos, por ejemplo, que el Quijote nos interpela profundamente, pero si lo enfocamos literalmente, lógicamente, se reduce a una burla de las chifladuras de un pobre loco. Por tanto, basta aplicar la lógica a las creaciones (mitos en sentido propio) de la fe, ignorando su simbolismo profundo, para que la religión tradicional se venga abajo. El precio de la operación consiste sin embargo en desplazar la fe a entes como la Razón, la Humanidad, el Progreso, el Proletariado, etc., cuya capacidad para calmar la angustia vital humana es realmente escasa. De hecho, esa especie de divinidades sucedáneas exaltan la angustia, dando lugar por una parte a fanatismos reconcentrados para conjurarla, y por otra a la idea o sentimiento de que la vida carece de sentido. Cosas ambas bien visibles en la historia europea del siglo XX.
A pesar de la inmensa e inmisericorde crítica al cristianismo, las ideologías no han logrado eliminarlo, aunque sí reducir mucho su influencia y capacidad sugestiva. Con motivo de los desastres de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas, algunos católicos pensaron que la gente se volvería de modo natural hacia el cristianismo, tomando los sucesos anterior como experiencia y escarmiento. Sin embargo solo ocurrió en medida menor. Hasta hoy, el catolicismo no ha logrado desarrollar un discurso capaz de derrotar o superar a las ideologías, aunque sí ha conseguido mantenerse como la religión muy mayoritaria en casi toda Europa; con efectos prácticos no muy decisivos, no obstante.
Un caso especial ha sido el del franquismo en España, que intentó elaborar un discurso potente contra todas las corrientes ideológicas europeas intentó. Ya hemos visto por qué fracasó, aunque está por estudiar con seriedad su labor intelectual anterior al Concilio Vaticano II.
También tiene interés examinar la relación entre la revuelta protestante contra la razón y la revuelta ideológica contra la fe, dos siglos posterior. Baste aquí con indicarlo, al igual que en el caso del franquismo.
¿De qué le sirve al Norte de Europa el luteranismo si allí ha entregado sus países al Islam? ¿De qué “ética protestante” van a hablar esos países si el cristianismo, y particularmente el luteranismo, está en declive?