Una Constitución en ruinas en una España en ruinas
La Constitución establece el principio de la unidad nacional de España, y al mismo tiempo crea las condiciones para su disolución, bien por disgregación en “nacionalidades” o por liquidación mediante la entrega de la soberanía a la burocracia de Bruselas. El proceso ha sido el progresivo debilitamiento de la nación en beneficio de los separatismos y de una UE empeñada en destruir las culturas europeas y las raíces religiosas cristianas, a todo lo cual han colaborado y colaboran entusiásticamente los principales partidos, es decir, toda la mal llamada “casta política”, reducida más bien a chusma. Hay otros muchos procesos degenerativos, unos favorecidos por la Constitución y otros por las acciones antidemocráticas de los partidos, pero quizá este sea el más significativo y acuciante.
Para entender cómo ha ocurrido todo ello debemos remontarnos al significado histórico del régimen anterior, que he procurado estudiar en Los mitos del franquismo y a su situación a la muerte de Franco. El franquismo dejó, en efecto, un país en las mejores condiciones de su historia para una democracia sólida. Un país en el club de los más prósperos del mundo y, sobre todo, olvidado muy mayoritariamente de los odios que habían destrozado a la república. Un país con unos separatismos muy débiles, los cuales no osaban decir su nombre y se proclamaban simplemente autonomistas. En tales condiciones fue posible una transición “de la ley a la ley”, evolutiva y sin ruptura, planteada así por Torcuato Fernández Miranda y rápidamente traicionada por Suárez, que emprendió el proceso contrario. Llegó a identificarse fraudulentamente democracia (ninguno de los partidos era en rigor democrático) con antifranquismo. Así la política se convirtió en una farsa interminable. Si todavía se mantiene la nación y ciertos valores de cohesión necesarios, se debe a la inercia histórica y a la magnífica herencia del franquismo, que no ha podido ser demolida por completo.
Sin embargo la herencia de aquel régimen no se acompañaba de un discurso político propio. Lejos de ser homogéneo o monolítico, el franquismo se componía de fuerzas diversas y en buena medida contrarias, las “familias”, especie de partidos. El punto ideológico común a ellas era el catolicismo, y el régimen se proclamó católico. Las cosas fueron bien hasta el Concilio Vaticano II, pero este privó al régimen de su discurso, lo vació ideológicamente y gran parte de la Iglesia pasó a actuar contra Franco, promoviendo los separatismos, al Partido Comunista, al terrorismo de la ETA y a cualquier esbozo de negación del régimen. El “diálogo con los marxistas” se acompañaba de la negación de diálogo a un régimen que había salvado a la Iglesia, directa y físicamente, del exterminio. He examinado en otros lugares la causa de este cambio fundamental.
Así, desde el Vaticano II, el régimen tenía sus días contados. No podía sustituir su invocado catolicismo político por la doctrina falangista, que había sido creada en unas circunstancias históricas muy concretas, no se había desarrollado y ya no decía gran cosa a la mayoría de la sociedad.
En cuanto al carlismo, profundamente dividido, sus ideas llegaban al delirio entre los seguidores de Carlos Hugo. La corriente democristiana, también débil, parecía la más adecuada a las circunstancias, combinada con cierta socialdemocracai confusa, a veces procedente del falangismo, y con un “europeísmo” un tanto vacuo, que en el fondo perseguía la disolución de la nación española. En definitiva, la democracia cristiana era más bien una suma de oportunismos, perfectamente capaz de promover los separatismos o de seguir con los “diálogos” que tanto habían perjudicado a la propia Iglesia, pero parecía la salida más “adecuada a los tiempos”. La ausencia de un discurso ideológico coherente creaba un vacío rellenable con políticas de ocasión. Así, la transición solo podía resultar muy mediocre y con maniobras de “vuelo corraleño”, basadas en la ignorancia voluntaria de la historia y en la ausencia de una visión amplia de futuro. En estos 40 años, el país ha ido a trancas y barrancas, con terrorismo intenso y luego consagración del asesinato como modo premiado de hacer política, con grandes altibajos económicos y un excesivo desempleo permanente, con la consagración institucional y totalitaria de la falsificación de la historia, reconstruyendo los mitos y odios del Frente Popular, deslegitimando de paso a la propia transición y a la monarquía, y autorizando cualquier proceso disgregador,. Etc. Y hoy, en una huida hacia adelante, los partidos tratan de reformar una Constitución nunca respetada, para hacerla más irrespetable todavía. Y ello en un mundo que está entrando en una etapa de ebullición política peligrosa.
Son muchas las políticas imaginables para contrarrestar las derivas mencionadas antes de llegar a la catástrofe. Pero las mismas deben asentarse en un nuevo discurso ideológico general no simplemente negativo, y asentado en el examen del pasado. Porque en España parece que la experiencia histórica pasa en balde o es analizada con tosquedad extrema. En todo caso, la demolición del legado franquista de paz, unidad nacional, conservación de la raíz cristiana de nuestra cultura y prosperidad, está ya muy adelantada y exige una reacción urgente y enérgica.
Nadie nos va a dar auxilio. Solitos tendremos que sacar las castañas del fuego. Somos luchadores a la hora de; pero siempre sin aliados. Hoy por hoy nuestros enemigos son muchos y todos juntos traman la destrucción de España. Nos tienen una envidia y un rencor especial a lo largo de la historia. A muchos les hemos salvado los huevos pero no han sido después agradecidos. Los males de España se cuecen desde afuera y nos han envenenado la sociedad. Creo que algún milagro nos salvara llegado el momento. Tendremos nuestra revancha, pero, no se decirte el cuando ni el… Leer más »
¿Quién podría enderezar el rumbo de la nave España, que va al pairo desde 1978, y guiarla con mano firme hacia un futuro de esperanza para los españoles, de progreso real (no el que quieren los progres), de justicia social, y de seguridad ciudadana como la que hubo durante 40 años?.
Hay alguien que me pareció ideal por su formación, su ambición que, bien encauzada hubiera sido muy útil. por sus contactos a todos los niveles, y por su acreditada capacidad de gestión. Pero daba miedo a los jerifaltes del sistema y se lo cargaron en vida, era muy superior a todos ellos. No diré su nombre, pues me tomarán por chalao, pero sigo creyendo que hubiera sido un buen presidente. Por cierto, está vivo.