El actor Will Shephard con el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre.

A. Robles.- Francisco de la Torre, el poliédrico y muy políticamente correcto alcalde de Málaga, no se pilla nunca los dedos. Con casi cinco décadas a lomos de la gestión pública (con 27 años ya era presidente de la Diputación de Málaga a las órdenes del general Franco), el septuagenario alcalde de Málaga no pierde ocasión de salir de todos los embites como un dechado de oportunismo. Como todos los derechistas liberales, sufre el síndrome de la alienación ideológica parental. Para redimirse del pecado original de haber servido a Franco con el mismo entusiasmo que a su muerte sirvió a otros, el alcalde malacitano traga con todo: lo mismo subvenciona generosamente a la ONG del vividor Esteban Ibarra, que se coloca la banderita arcoiris el día del Orgullo Gay; igual exalta con voz trémula las dudosas virtudes de Blas Infante, que accede de aparente buen grado a retirarle las distinciones a García Morato, as mundial de la aviación y franquista como lo era él hasta noviembre del 75; con la misma impavidez se suma a las ruidosas iniciativas de las feministas radicales, como un calzonazos más, que permite que la feria de Málaga degenere en un macrobotellón para solaz de vagos y perroflautas.

Como no podía ser de otra forma, Francisco de la Torre, miembro del PP, ahora se ha sumado a la corriente imperante del antirracismo, cargando sobre sus paisanos su pesada carga de complejos.

Todo comenzó el pasado fin de semana, cuando Will Shephard, presunto actor dominicano, muy conocido en su casa y por sus vecinos, denunció que los porteros de una caseta de la feria de Málaga no le dejaron pasar a él y a varios allegados por ser latinos. El dominicano denunció los hechos poco después en una comisaría de Policía, publicó lo ocurrido en Twitter y lo comunicó a la coordinadora federal afrosocialista del PSOE, Consuelo Cruz, quien le brindó su apoyo y le puso en contacto con la Fundación Internacional de Derechos Humanos.

Sin cotejar los hechos y sin recabar la opinión de la otra parte, al alcalde de Málaga le faltó tiempo para ponerse políticamente a salvo de cualquier connivencia ideológica con sus “xenófobos” convecinos, evitando así ser engullido en las procelosas aguas de la incorrección política. Lo primero que hizo fue condenar la “demostración de xenofobia” y compartir, o al menos eso dijo, la “indignación” del actor. Explicó el tarambana que en cuanto conoció la versión de Will Shephard puso un mensaje en la red social Twitter para solidarizarse con él. El veterano cantamañanas dijo estar “apenado” por lo ocurrido porque Málaga es una ciudad “absolutamente abierta, acogedora y hospitalaria”, en la que personas de otros países y “de cualquier raza” o continente “se sienten a gusto”. Para completar la gran impostura, el regidor recibió al actor, entre flashes y purpurina, en su despacho consistorial, para disculparse en nombre de la ciudad.

Por su parte, la empresa responsable de la caseta negó que existiera un trato discriminatorio y argumentó que se impidió a mucha gente el acceso por estar “con aforo completo”. En un comunicado difundido a través de Twitter, el grupo Maná señaló que los hechos denunciados son “falsos e improcedentes” y alegó que resulta “imposible” adjudicarle cualquier tipo de trato xenófobo, pues el personal de la empresa “se integra de personas de diferentes razas y nacionalidades”.

“Los denunciantes deberán responder ante sede judicial por su denuncia falsa e improcedente y por todos los daños y perjuicios que contemple su accionar”, señalaó la empresa, que también advirtió de que se reserva el derecho de actuar judicialmente contra otras personas que están difundiendo “calumnias, injurias en redes sociales y medios públicos”. Además, acusó al alcalde de hacerse “eco de una denuncia falsa y que no constituye ninguna certeza ni sentencia judicial” como para que lo “condene públicamente”.

Éste que escribe ha podido verificar como cierta que la caseta de feria se encontraba con el aforo completo al producirse los hechos. Algunos españoles de origen a los que se le impidió la entrada por idéntico motivo así lo han corroborado en las redes sociales.

Will Shephard mostrando la denuncia (Foto Diario Sur)

Da igual en cualquier caso la naturaleza real de los hechos. Nada orla más el pedigrí bienpensante de un franquista acomplejado que sumarse a una denuncia contra el racismo, la islamofobia, la homofobia, el machismo o cualquiera de las variaciones semánticas que sirven a la cloaca democrática para establecer un protocolo inquisitorial de actuación frente a conductas tan punibles. Pero ya que las deposiciones difamantes e injuriosas que en nombre de la corrección política siempre van a parar a los mismos, yo, en pleno uso de mis obligaciones cívicas, y en tanto español que tiene que trabajar una media diaria de doce horas, proclamo estar hasta los cojones de las acusaciones de racismo contra el sector de la población que mantiene con sus impuestos la vida ociosa y regalada de la que disfrutan centenares de miles de moros, latinos y subsaharianos, entre otros. Estamos hartos de ser permanentemente injuriados y maltratados como lo han sido esta vez los involuntarios protagonistas del caso narrado.

Que algunos prejuicios raciales están instalados en la población, cierto es. Pero no lo es menos que tales prejuicios tienen por desgracia una apoyatura real. Hemos sabido estos días, lo ha reconocido el propio Ministerio del Interior, que los hijos, e incluso los nietos, de los inmigrantes suramericanos que llegaron a España a finales de la década de los 90 y se asentaron en las grandes ciudades son quienes hoy integran de forma mayoritaria las 88 bandas latinas legales e ilegales fichadas a lo largo de todo el país. Son, por tanto, de origen dominicano, ecuatoriano o colombiano, pero españoles de nacimiento o de nacionalidad, un fenómeno que reproduce el que ya fue detectado en Francia en 2005, cuando se analizó la composición de los grupos violentos de los extrarradios con motivo de la ola de vandalismo que sacudió la periferia de París y que se saldó con 4.800 arrestos y 600 encarcelamientos.

Los pavorosos datos podrían ser extrapolados a otras comunidades culturales y étnicas asentadas en territorio español. Así que si yo estoy disfrutando sanamente de un día de feria en un ambiente entrañable y familiar, lo primero que evitaría es la cercanía de cualquiera de esos prendas, dada la nada desdesñable probabilidad de que terminen liándola. Eso implica que puedan pagar algunos justos, como posiblemente haya sido el caso que nos ocupa. Ya se sabe que las generalizaciones son probablemente injustas, pero por obviar tales generalizaciones empiezan a estar llenos los cementerios europeos. Así que si quieren que nos sacudamos esos prejuicios, lo primero que tendría que hacerse es señalar a quienes, abusando del amparo y la protección económica de los españoles, se dedican a alterar nuestra convivencia. Y eso los incluye a todos, no sólo a los latinos. Sé que decir estas cosas no resulta periodísticamente prudente, pero alguien tiene que decirlas. Ya está bien de tragar con todo y que los malos de la película seamos los encargados de mantener sus derechos, mientras a nosotros nos fríen a impuestos y nos imponen un sinfín de deberes.

Dice Will Shephard estar “cansado, impotente y rabioso de tolerar la intolerancia y el racismo” de los españoles. La suerte que él tiene es la de poder vivir en España, denunciar lo que le plazca y que incluso el alcalde de Málaga, los partidos, la prensa y las ONGs salgan en tu defensa, sin verificar los hechos denunciados. Para racismo criminal, el que se practica en su país contra los haitianos. Allí el problema no radica en la más o menos correcta aplicación del derecho de admisión en un recinto ferial, sino en que aquellos, literalmente, son asesinados. Allí se practica el racismo contra los haitianos porque son más negros y pobres que los dominicanos. Se trata de un racismo institucionalizado, socialmente aceptado.

En febrero del pasado año, miles de personas participaron en una marcha de protesta en Haití contra el maltrato crónico hacia sus compatriotas que viven en la vecina República Dominicana. Unos días antes, un hombre de ascendencia haitiana fue encontrado colgado de un árbol en la ciudad dominicana de Santiago. Algunos organismos hablan de medio centenar de haitianos asesinados cada año en la República Dominicana, víctimas de la violencia racista. Si esa escalofriante cifra se registrara en España, Francisco de la Torre tendría que hacerse el harakiri.

El país del que procede Will Shephard fue el escenario el pasado siglo de uno de los mayores genocidios raciales que se recuerdan. Ha quedado registrada como la “matanza del Perejil”. Desde el 28 de septiembre al 8 de octubre de 1937, el entonces dictador Trujillo decidió el genocidio de miles de haitianos que vivían en la zona de la frontera dominicana con Haití. Tropas del ejército dominicano, ayudadas por centenares de civiles, asesinaron entre 15.000 y 20.000 haitianos.

Narrarles estas cosas a un perroflauta o a un derechista liberal son ganas de perder el tiempo. En ellos está instalada la creencia, unos por convicción y otros por conveniencia política, de que el racismo es sólo cosa nuestra y que cualquiera que pretenda demostrar lo contrario estará faltando peligrosamente, no a la realidad, sino a algo mucho peor aún, a la verdad oficial que nos ha sido impuesta para que algunos defiendan sus privilegios con la mascarada del antirracismo, mientras un pobre portero de una caseta de feria tiene que arramblar con toda la mierda manufacturada por los partidos de los que procede una casta política tan inane y podrida como la nuestra.