Alexander Bassey.

El racismo contra la población blanca europea es un problema que crece a ojos vista, sobre todo a partir de la apertura de fronteras y por culpa de una política de asilo laxista. Paralelamente, el reemplazo de la población autóctona y la imposición de normas culturales no europeas son cada día más importantes. Estamos asistiendo a un proceso de aniquilación de la raza blanca que está siendo ocultado por los medios e ignorado, cuando no ridiculizado, por las organizaciones izquierdistas.

Momento en el que Alexander Bassey lanza el ácido contra los jóvenes de raza blanca.

En Europa predomina el racismo contra los blancos sobre otros racismos. Cuando el racismo antiblanco no es institucional y es ejercido directamente por ciertos inmigrantes racistas, muestra claramente su crueldad: agresiones a europeos por el color de su piel, violaciones racistas de nativas europeas, insultos racistas, abusos en servicios públicos (no respeto del turno por ciertos inmigrantes, zarandeos de blancos en el transporte, control de institutos por grupos de determinados inmigrantes que aterrorizan a alumnos y docentes blancos, intimidación a funcionarios blancos).

Así quedó el rostro desfigurado de uno de los jóvenes.

A diferencia de otros tipos de racismo en Europa, el racismo antiblanco es el único que es a la vez informal e institucional (formal). El racismo antiblanco está presente en la calle, pero también en los despachos, siendo la variedad predominante de racismo. El hombre de raza blanca, en cuanto tal, está en situación de absoluta indefensión legal en Europa, escenario que garantiza la impunidad para sus agresores.

Las leyes europeas prohíben los actos de naturaleza racista. Pero en la práctica hay una tendencia a que las leyes contra el racismo terminen siendo sólo aplicadas contra presuntos casos de racismo contra no blancos y a que los casos de racismo antiblanco queden impunes. Las leyes hablan y persiguen también la xenofobia, el odio u hostilidad hacia los extranjeros, pero no dicen nada del odio u hostilidad que estos extranjeros pudieran tener contra los autóctonos o nativos. El odio o la hostilidad hacia la etnia nativa por parte de alguien que pertenece a esa misma etnia, tampoco parece interesar a los legisladores. También llama la atención el que la discriminación positiva por motivo de raza o etnia sí sea legal. Sin duda, opera en todo esto el contexto ideológico y político en el que se aplican estas leyes, contexto que tiene como fin el cambio demográfico en Europa.

Ácido contra jóvenes de raza blanca

Utilizaremos un ejemplo relacionado con la noticia: Imagine el lector que un adolescente de raza blanca arrojara ácido a un grupo de amigos de raza negra. En seguida la noticia alcanzaría dimensión planetaria y sería utilizada para consolidar la vieja creencia de un racismo blanco oficialmente reconocido como tal. Ya se sabe que las agresiones contra personas de raza blanca nunca tienen una motivación racial. El ejemplo nos lo ofrece el joven negro Alexander Bassey, de 17 años, quien se bajó de un tren en Londres y roció con ácido a cinco jóvenes de raza blanca, provocándoles graves heridas.

El adolescente, originario de la ciudad de Dagenham, estaba con un grupo de 20 amigos, todos de su misma raza, que aparentemente lo desafiaron a cometer el crimen. Y él cumplió.

Los cinco amigos blancos, de entre 16 y 18 años, estaban sentados en un banco de la estación Ockenden. Se les acercó, los increpó y luego los roció con el ácido.

Entonces volvió con su banda, que lo vitoreó como si fuera una especie de héroe. Él reía, casi orgulloso.

Lee Elliot, de 17 años, fue el más afectado por el salvaje ataque. Puede que jamás recupere la vista. Tyrone Terry, también de 17, sufrió quemaduras en la boca y en la lengua. Billy Milne y Conor Leeman, de 16 y 17, terminaron con heridas faciales. Kane Richards, de 18, terminó con heridas en la mano.

Los pocos medios informativos británicos que han informado del suceso (fuera del Reino Unido la noticia no ha existido) han reducido el salvaje acto casi a la categoría de gamberrada. Señalan que el joven negro lanzó el lancerante líquido contra sus víctimas simplemente por diversión. Ninguna mención a la identidad étnica de agresores y agredidos. Ninguna alusión a los insultos racistas que, según circula en la red, vertió el atacante. Ningún análisis sobre el por qué del diferente tratamiento informativo entre este suceso y el dado a la mujer blanca que en octubre de 2011 profirió “insultos racistas” en el metro de Londres, según destacaron unánimemente los medios europeos.

Es decir, la motivación racial de cualquier incidente verbal está garantizada a condición de que la “agresión” proceda de un europeo nativo. En cambio si un negro destroza el rostro de varios jóvenes de raza blanca, la calificación del suceso estará siempre vinculada a la perturbación mental del agresor, a un lamentable hecho aislado, a factores discriminatorios o, como en este último suceso, a un antídoto contra el aburrimiento.

Comprenderá el lector que no nos falten razones para concluir que tan descarado doble rasero no puede ser fruto de la casualidad ni de una mala praxis profesional, sino más bien de una estrategia bien concebida que otorga patente de corso a la destrucción de la identidad étnica europea. Conocemos el diagnóstico de la letal enfermedad y el único tratamiento posible. Pero lamentablemente, sin voluntad no es posible curarse.