MM.- Albert Rivera, el hombre de las mil caras, se ha subido al carro de la moderación como soporte estratégico de Ciudadanos frente al delirium tremens en que Pablo Iglesias y su rebaño han sumergido a España. Es como si un sujeto al que unos facinerosos amenazan con asesinarlo les pidiera que lo liquiden con moderación. O como si un infeliz al que van a dar por la retambufa suplicara que se lo hagan con vaselina.

Ya sabemos que moderación equivale a la templanza en las palabras o acciones. Y que en política se atribuía la condición de moderados a los partidos que pretendían situarse a mitad de camino entre los extremos, pero que a la postre, según enseña la historia, acababan siendo machacados por éstos. El centrismo actual es una versión maniobrera del moderantismo que en vez de hacer de colchón con los extremos busca emulsionarse con ellos, cuando no meter en la trituradora productos ideológicos variados para componer un indigerible gazpacho político. Aunque, eso sí, con altas dosis de edulcorantes para hacerlo comestible a una sociedad insensibilizada y acostumbrada a tragarse sapos como si se tratara de tocinos de cielo.

Rivera, sus secuaces y sus escoltas mediáticas se ocuparon durante meses en acusar al PP de fomentar la corrupción y reclamar moderación democrática a Rajoy. Actitud en la que se embarcaron con parejo empeño periodistas tenidos por conservadores, Jiménez Losantos a la cabeza, con llamativa agresividad e insistencia, fuera por animosidades personales, por cuitas aguirristas o por la dependencia de los nada claros intereses económicos que tiene la mayoría de los grupos informativos españoles.

La función de los partidos opositores es la de censurar las acciones erradas, contraproducentes, viciosas o perversas del gobierno y su partido. Y es obvio que Rajoy y su partido ofrecieron durante la penúltima legislatura un abultado catálogo de transgresiones ideológicas, perversiones institucionales y una nefanda lista de corruptelas. Lo que ocurre es que no se puede criticar todo esto para a continuación ofrecernos como alternativa los procaces compadreos con alguien tan infame como Pedro Sánchez y su partido socialista, ERES incluído, con dirigentes como Miguel Iceta, cuyo amancebamiento con el soberanismo catalán desdice el supuesto rechazo de Rivera a los nacionalistas. No se puede reclamar la unidad de España y pretender pactar luego con los herederos de Zapatero, el principal destructor de la solidez del Estado. Pactar con un farsante irrecuperable como Sánchez en cualquier ámbito es lo mismo que dejar los niños al cuidado de un pederasta mientras el matrimonio se va de vacaciones. Tampoco se puede falsificar permanentemente tu propia realidad tratándonos de convencernos de que la culpa de haber perdido medio millón de votos y ocho diputados en tan sólo seis meses, la tuvieron unas insignificantes “décimas”.

Rivera enarbola la bandera de la moderación y del centrismo progresista. Parece evidente que ha caído en la trampa que le tendieron desde la izquierda con acusaciones sostenidas de “pijofacha” al que asomaban las orejas de un derechismo cavernícola e incluso de franquismo, amén de ser marioneta de Rajoy. Una trampa a cuya consolidación contribuyeron los mismos a los que estuvo dispuesto a ofrecer nada menos que el gobierno de la nación. Que una cosa es la palabrería encubridora y otra la realidad asumida. Lo peor que le pudo ocurrir a Rivera tras el 20-D fue la necesidad de retratarse y mostrarnos su menguada talla política, además de su verdadero rostro. Así hemos sabido que lo que defiende ahora, siempre jugando a dos paños, no difiere sustancialmente de lo que pretenden los políticos llamados progresistas. Entre otras cosas la imposición totalitaria de lo que se ha dado en llamar “ideología de género” y otras de las pandemias que trae aparejada la asunción del proyecto de ingeniería social, que ha devastado la moral y la conciencia espiritual de millones de españoles, sobre todo los más jóvenes.

Pese a no ser bien recibidos, los de Rivera estuvieron exultantes en el acto de exaltación del homosexualismo celebrado el pasado fin de semana. Lo de menos es que la corrección política le obligara al esfuerzo de abrazar una causa tan esperpéntica. Lo inquietante es que Rivera lleve su moderación hasta el punto de hacer cualquier cosa que le haga aparecer como el más tontoprogre de la clase.

Allá por los años veinte cayó de titular en un pueblo conquense un médico de edad madura que había tardado un montón de años en acabar la carrera sin fruto alguno. Pero el sujeto era consciente de su ignorancia y, fuera cual fuera la dolencia del enfermo, le recetaba agua de limón. No le curaba. Pero tampoco le dañaba. Pues agua de limón es la moderación cuando una Nación y una sociedad están en trance de que les administren la extremaunción.

Aleccionaba Disraeli que la diferencia entre un estadista y un político radica en que el estadista piensa en las siguientes generaciones y el político en las próximas elecciones.

Rivera, a quien ni tan siquiera puede atribuirse la consideración convencional de político, se entrevistará no se sabe cuándo con Rajoy en el palacio de la Moncloa. Mal haría Rajoy en fiarse de quien se avino a entregarle su cabeza al PSOE en bandeja de plata. Se ofrece a Rajoy la oportunidad de ofrecer la de Rivera a los muchos electores que sin duda perdería si tuviera que celebrarse unas terceras elecciones en menos de un año. Mataría dos pájaros de un tiro: ensanchar el espacio del PP y dejar a Ciudadanos en prendas menores, algo con lo que Rivera ya debería estar familiarizado.