A la izquierda, el guardia civil encarcelado; a la derecha, el marroquí que pretendió huir del lugar del accidente.

Por A. Robles.- Un guardia civil de 31 años, Ángel Luis V. J., ha sido detenido esta semana por matar a tiros, presuntamente, a un hombre de nacionalidad marroquí, de 39 años, en el kilómetro 67 de la A-3, a la altura del municipio de Fuentidueña de Tajo. Las primeras pesquisas apuntan a que el suceso ocurrió tras un accidente de tráfico. A la habitual colección de progres y de tontos abajo firmantes les faltó tiempo para lanzarse a degüello del agente y emporcar su imagen con las heces verbales que suelen ser habituales cuando el supuesto agresor es el representante de una de esas instituciones españolas a la que en el fondo odian tanto.

Del agente de la Benemérita nos lo han contado todo: que si dio positivo en cannabis, que si se hallaba de baja por depresión, que si dijo de los moros esto o aquello… Ni siquiera ha merecido los atenuantes que suelen aplicarse a los autores de este tipo de sucesos a condición de que sea político corrupto, islamista feroz, refugiado ilegal, perroflauta proetarra o asesina despechada. ¿Cuánto se hubiese tardado en destacar la merma mental del agresor si la víctima hubiese sido el agente y no al revés? De la misma forma, echo de menos una propagación de datos, tan somera y pormenorizada, como la que se ha ofrecido del agente, cuando los inmigrantes no son las víctimas y sí los verdugos. Ya se sabe que esta democracia sólo es capaz de proteger la imagen del presunto delincuente cuando el que presuntamente delinque es uno de fuera. Los ecos de la crónica de sucesos están henchidas de presunciones, beatíficos atenuantes, flirteos con las causas que originaron los peores crímenes, veladas justificaciones, salvo que el agresor no sea uno de ellos. En ese caso, el derecho a la atenuación queda subrogado por los medios del pesebre.

En fin, los que no rogaron por los guardias civiles asesinados y suplican hoy, entre otros, por sus asesinos vivos, son los que más han atizado el fuego contra Ángel Luis. Más de cincuenta miembros del instituto armado resultaron heridos el pasado año como consecuencia de agresiones recibidas por parte de jóvenes delincuentes. Según un reciente informe de la Dirección General de la Guardia Civil (DGGC), la tendencia es que esas reacciones violentas sigan creciendo. Las agresiones se producen con armas de fuego o bien con objetos cortantes o punzantes. Algunas han provocado la muerte de guardias civiles de Tráfico en el desempeño de sus funciones. El número de guardias civiles que se suicida cada año resultaría inaceptable en cualquier otro estamento vinculado a los intereses propagandísticos de la casta, de esa chusma que ha tomado el mando en algunas instituciones municipales y autonómicas, de esa pútrida canalla que fomenta la aversión a nuestros valores y a nuestros símbolos.

Del guardia civil detenido lo hemos sabido todo, lo que hizo horas antes, a quién visitó, su baja por enfermedad, sus aficiones, el coche que conducía, la ropa que llevaba, las palabras que supuestamente pronunció tras el suceso, pero… ¿qué sabemos del marroquí? ¿Qué fue lo que provocó el accidente que desencadenó la tragedia? ¿Cuál era su situación legal en España? ¿Estaba vinculado a grupos radicales? ¿A qué se dedicaba? ¿Por qué pretendió huir del lugar del suceso tras el accidente? ¿Qué portaba en su vehículo? ¿Tenía antecedentes penales? ¿Por qué no se ofrecen datos tan profusos como los que se han dado acerca del agente encarcelado? ¿Se está ocultando algo? Y si se está ocultando algo… ¿por qué?

No seré yo quien defienda al agente si los hechos reales se ajustan a las informaciones oficiales. Lo que sí he hecho ha sido recabar la opinión de algunos de sus compañeros. Destacan de Ángel Luis sus ejemplares virtudes antes del suceso: las que definen a un excelente compañero, a un esclavo del deber y a un hijo ejemplar. Como tantos y tantos guardias civiles, una persona normal sometida a una presión extraordinaria, inhumana, fruto de todas esas pandemias que han sido incubadas en la sociedad y que han convertido la de guardia civil en una profesión en permanente roce con el riesgo y la infamia: ataques físicos y verbales en las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla, insultos de políticos como Pablo Iglesias, muertes en la carretera provocadas por potenciales asesinos al volante, campañas de desprestigio de la izquierda por sus actuaciones contra la inmigración ilegal, la amenaza latente del yihadismo y de sus múltiples ramificaciones, sueldos muy por debajo de los que perciben policías locales y autonómicos…

Será porque los guardias civiles tienen voluntad de acero, pero el caso es que, a tenor de la presión extraordinaria a la que se ven sometidos, lo extraño es que sean capaces de llevar a cabo su trabajo con la el temple y la eficacia que lo hacen a diario.

La Guardia Civil, que todavía mantiene en su día a día ese compromiso de fidelidad con la Patria y lo que representa: una sociedad, una historia, una Bandera, un Himno, unos objetivos comunes, es odiada por la canalla social y política española por seguir siendo un islote de firmeza y patriotismo y seguir representando, a pesar de todo, lo mejor de esta desacreditada democracia.

Con su valor hasta el sacrificio, con su estoicismo ante las adversidades, con su alegría en los momentos más difíciles, los enemigos de la benemérita institución no pueden soportar el vívido recuerdo que en la encarnadura popular siguen teniendo aquellos agentes que lucharon contra lo imposible en los montes de nuestra geografía peninsular, los que murieron a manos de las compañeros de Otegui, los que defendieron hasta la muerte el castillo de Simancas, los que resistieron en el Alcázar de Toledo, los que evitan a diario que España se convierta en un coladero de ilegales.

No es casualidad, por consiguiente, que el ensañamiento de la prensa y de ciertos sectores sociales contra sus agentes se haya incrementado en medio de este clima general de inmoralidad y desorden.

No es extraño que, en medio de este panorama, las ideologías que son utilizadas para transmitir el germen del desorden, de una insurgencia sin objetivo, se encuentren representadas en las instituciones españolas, mientras los honrados, humildes y corajudos agentes de la Benemérita, milagrosamente esclavos del deber pese a las limitaciones que sufren y las humillaciones que padecen, están siendo los lamentables acaparadores de la crónica de sucesos. Siempre en el papel de víctimas. Y cuando la víctima supuestamente es otro, se les priva hasta del derecho constitucional a la presunción de inocencia.

¡Dios bendiga a la Benemérita y a todos sus agentes!