Valentina
Daniel Rivallo.- Archivaldo Catarella se disponía a salir como cada día de su casa hacia la oficina en la que trabajaba desde hacía más de una década como Analista de datos en una conocida empresa de navegación aérea,bajar la geometría de peldaños hasta alcanzar la puerta del edificio que comunicaba con el mundo exterior y pisar la ciudad gris, cruzarse con el mismo sombrero hongo y gabardina beige que atravesaba como un silbido las calles sucias a la misma hora, despertar en el epigastrio la sensación de apetito con el olor de pan recién hecho de la tahona que comenzaba a subir las persianas y pararse en el mismo cruce de listones borrados donde se detenía desde hacía años, cuando antes de que el disco rojo transmutara en verde,
Archivaldo Catarella, estafermo de rostro anguloso y mirada gastada, el mismo Archivaldo de gestos seriados y explosiones repetitivas,decidió dejar de caminar, y entonces de forma inexplicable la corriente de pensamiento restalló directamente la orden en el músculo isquiotibial de su pierna derecha sumando a su determinación moral el impedimento físico.
*Se encontraba anclado a un pequeño zócalo de cemento en medio del barrido pendular de ciudadanos, cláxones, gritos y hojas perennes cuando una voz lo sacó de su sueño de terracota.
-Puedo ayudarle?
Se trataba de Henrietta, dependienta de la panadería que había obrado el milagro de adormecer sus meninges antes de detenerse en el cruce.
-No quiero caminar, no puedo caminar, bueno lo cierto es que ni quiero ni puedo caminar.
-No le entiendo.
-He decidido que no quería caminar y en ese mismo momento….
-Puede apartarse?
La voz había sonado cerca, al comienzo como un susurro que va adquiriendo forma de imprecación.
-Se encuentra bien? -preguntó la rolliza panadera. Volutas de levadura nimbaban su frente.
-Maleducado -tronó la voz atiplada.
-Le traigo una silla? Parece que le cuesta mover la pierna- masculló el primer timbre.
En ese momento A.C rotando de forma funambulesca hacia la derecha sobre el eje de su pierna izquierda dijo: “parece que el pensamiento y la acción han chasqueado los dedos al mismo tiempo” y se ocultó bajo la pequeña embocadura de un cuello sucio de camisa.
*No les costó mucho retreparlo en una silla, sujetarla por el peinazo superior, hacer palanca sobre las patas posteriores y desplazarlo fuera del centro axial, hacia un ángulo alejado del estallido de prisas y pisadas rumiantes, frente a un surtidor dormido y un cura trasnochado con un hisopo entre sus dedos.
-Gracias Henrietta, y a usted. Un rápido zooming de la mirada enfocó a una silueta recortada sobre un cielo falso de decorado de película sin pretensiones artísticas.
Era un hombre delgado como un alambre.
Vestía unos zapatos bicolor blancos y negros, la pernera izquierda de un pantalón color burdeos visiblemente más larga, un reloj de bolsillo Waltham de dieciséis rubíes con leontina de plata oculto en el forro de su bolsillo derecho, camisa Paisley atrapada bajo un blazer cruzado color crema, un bigote poblado con guías asimétricas, gafas con montura de carey que descansaban sobre el montículo de su caballete y un sombrero Stetson de ala ancha con lazada amarilla cubriendo su circunferencia y una pluma color cobalto en el lateral izquierdo. Parecía sacado de una obra de Dashiell Hammett.
-Puedo ayudarle en algo más?
-No, gracias ha sido muy amable.
-Quiere que llame a un médico?
-No será necesario.
-En ese caso me voy no sin antes presentarme: soy el desconcierto ,que tenga un buen día.
Y el misterioso personaje desapareció del encuadre haciendo mutis por un hipotético foro, arrastrando sus pies de nieve, al tiempo que se cerraba el obturador de una cámara imaginaria atrapando en última instancia la imagen del ángulo chaplinesco que formaban sus piernas en un salto inverosímil.
Mientras tanto el aspersor improvisado del religioso seguía escanciando agua sagrada a los fieles que cruzaban sin mirar puentes sin construir. Una Epifanía en forma de gota cayó sobre la frente de Archivaldo.
*La luz era ya crepuscular. El ojo de buey de la cámara seguía engullendo la imagen inmóvil.
-Todavía permanece aquí?
-Has visto como cambia la luz Henrietta?
-No puede permanecer así todo el día.
-Va perdiendo densidad. Más tarde llegará el fundido en negro y antes de que el obrero rompa el silencio con sus barritos, fumaremos un Gauloise ante un proyector que escupe imágenes en blanco y negro, después el cielo pintará en tonos pastel hasta llegar al saliente múrice del crepúsculo, de vuelta al negro y el fundido encadenado con los grises continuará los vuelos pindáricos.
-De eso se trata, de ver, sentarse y observar en la repetición para ver las cosas por primera vez y extrañarse ante la cotidianidad de lo ya conocido -Te das cuenta?
-Señor Archivaldo no entiendo lo que dice pero es hora de que regrese ya a su hogar y descanse, se está haciendo tarde. Puede apoyarse aquí , le acompañaré- y señaló el amarradero de un hombro caído.
-No había reparado en que tu cabello es de cobre, Henrietta.
Y entonces, el bueno de A.C sin más transición que su propia sorpresa y una barbilla varada a una almohada de espuma salada,descendió por un pesado tobogán de silencios metafísicos como en un drama simbolista de Maeterlinck.
*Le hubiera gustado contarle que necesitaba encerrar esa luz mortecina en un filamento de oro contenido a la vez en un globo de cristal, pero no lo hizo, tal vez por pudor a que no lo entendiera o a que él mismo no lo explicara con suficiente claridad, la cuestión es que no lo hizo aunque le hubiera gustado.
Le hubiera explicado también ,con una pierna muerta como un voto de cera y el corazón entablillado ante el acontecimiento más importante de su vida, que él, Archivaldo Catarella, a partir de ahora respiraría por otros pulmones, caminaría con otras piernas… en definitiva, perdería sus anteriores sentidos y adquiriría otros diferentes, desenfocándose progresivamente hasta desaparecer para hacerse visible en la figura de otro, pero no le habló de nada de esto probablemente porque tenía miedo a confesar que muy pronto iba a ser padre y estaba asustado, muy asustado.