Por Carlos Arturo Calderón Muñoz.- En la cristiandad dicen que en un principio fue el verbo y los Vedas afirman que esa palabra que dio inicio al cosmos es “OM” (?). Las tradiciones clásicas nos muestran con variados ejemplos la asociación de los sonidos con la creación de la vida y su latente relación con la trama de lo existente. En la Grecia antigua Pitágoras determinó que el universo tenía un diseño de proporciones numéricas y armoniosas. Su acercamiento a la realidad, de forma matemático-musical, le permitió descubrir las relaciones entra las longitudes de las cuerdas y el sonido que emitían. Esta percepción integral del pueblo griego, con respecto al Todo, en la que se veían como parte de un orden, hizo que la música no sólo se viera en el movimiento de los astros sino que también influenciara la forma de construir la sociedad.

En Atenas se veía a la música como una herramienta fundamental para la educación moral y del espíritu. Platón le daba una gran importancia en la formación de un Estado ideal al componente musical y Aristóteles demostró los fines terapéuticos de los efectos sonoros en la salud humana. Por su parte, Esparta daba sólida instrucción musical a sus jóvenes para adaptarlos a los ritmos de la guerra.

Hace más de dos mil años los pensadores griegos ya estaban al tanto de la influencia de los sonidos en la composición biológica de los seres y sus posibles repercusiones sociológicas. El tiempo ha pasado y mientras los griegos de hoy son capaces de elegir y reelegir a un traidor como Tsipras, múltiples estudios a lo largo del globo han demostrado que la música es una clase de lenguaje universal, que afecta de manera semejante al cerebro medio, el tálamo y la corteza frontoparietal de quienes estén expuestos a su influencia. Alterando así la distribución de las sustancias bioquímicas del cuerpo, como la dopamina, y creando estados de homogeneidad emocional. Usando música sobre una masa de individuos se les puede sintonizar en el mismo estado de consciencia sin la necesidad de usar lenguajes semánticos.

Es ahí donde el juego de espejos de nuestra vida moderna se torna interesante. Si puedo hacer del manejo de los sonidos armónicos una herramienta que eleve la condición de los pueblos ¿por qué no podría servir de manera inversa? Katy Perry, Taylor Swift, Britney Spears, Pink, N´Sync, Kelly Clarkson, Maroon 5 y The Weeknd tienen algo en común. Todos estos cantantes y grupos han estado en la cima de las listas de Billboard con éxitos escritos o producidos por una misma persona, Karl Martin Sandberg, más conocido como Max Martin. Si a este sueco le sumamos a Mikkel Eriksen, Tor Hermansen, Lukasz Gottwald y Esther Dean, nos daremos cuenta que virtualmente todos los éxitos del omnipresente pop anglosajón son escritos o producidos por uno de estos cinco individuos.

No importa si te gusta Beyonce, Shakira, Rihanna, Ne-yo, Kesha, Arvil Lavigne, Miranda Cosgrove, Backstreet Boys, The Veronicas, Lady Sovereign, Miley Cirrus, Becky G, Sugababes, Christina Aguilera, Priyanka Chopra, Mary Blige, Nicki Minaj, Ciara, The Pussycat Dolls, Usher, Kelly Rowland, Girlicious, Keri Hilson, Melody Thornton, Vanessa White, Kevin Mchale, Selena Gómez, Justin Bieber y un larguísimo etc, todos estos y muchos más, existentes y por fabricar, son máscaras de una ilusión en la que te dan múltiples elecciones que llevan al mismo punto.

Cualquiera podría argumentar que estos compositores son simplemente los mejores del medio y por eso no hay nadie más que pueda estar tan alto en la industria. Pues eso es verdad, son los mejores en lo que hacen, que no es precisamente elevar las capacidades intelectuales y morales de la especie. El estudio “Measuring the Evolution of Contemporary Western Popular Music”, hecho por varios académicos de universidades ubicadas en la españolísima Barcelona y publicado en el portal Nature en 2012, tomó una muestra de 464,411 canciones, de entre 1955 y 2010 y después de analizar los patrones de sus estructuras determinó que la música se ha vuelto demasiado ruidosa y la diversidad musical ha sido reemplazada por una serie de temas que son prácticamente clones los unos de los otros. En plata, toda la música suena igual y utiliza los mismos esquemas, es el reciclaje constante de estridentes sonidos que golpean la percepción sensorial.

En otro trabajo, que carece de rigor científico, pero nos da una noción de la misma realidad, Andrew Powell tomó varios indicadores de medición que determinan la legibilidad de un texto y los aplicó a las letras de 225 canciones de Pop, Country, Rock y Hip Hop que habían estado en el puesto número uno de la listas Billboard por al menos tres semanas, desde 2005 hasta 2014. El resultado fue que la complejidad de lectura de las canciones era tan baja que cualquiera de las letras podría ser entendida por un niño de tercero de primaria. Es decir, ninguna de estas canciones tiene una estructura lingüística que exija una profunda reflexión para comprenderla. Simplemente se basan en la estimulación de las glándulas en el cerebro, a través de sonidos no semánticos, para producir sensaciones de placer que se asocien al concepto que se entrega.

Y hablando de conceptos, en otro análisis de las estructuras lingüísticas, el trabajo del artista digital Nickolay Lamm “History of Music”, que es una recopilación de todos los éxitos de las listas Billboard desde sus inicios en los años 60, muestra la cantidad de veces que palabras específicas han sido usadas en las canciones. El término por excelencia sigue siendo la pegajosa palabra love (Amor). Sin embargo, desde los años noventa hasta la fecha, este término ha venido en un declive inversamente proporcional al ascenso de palabras como money (dinero), sex(sexo), sexy, ass(culo), weed (Hierba), body (cuerpo, haciendo referencia a connotaciones sexuales) y demás términos de banalidad equivalente.

Con este caldo de cultivo no es de extrañarse que ya no existan temas subversivos que insten al pensamiento crítico en los grandes escenarios musicales. Independientemente de mis gustos personales, hoy legendarias bandas como los Prisioneros o canciones de culto como Another Brick in the Wall de Pink Floyd, no tendrían posibilidad alguna de triunfar en el mercado. Por un lado, porque existe un sistema que no dará campo a expresiones de lucha libertaria y por el otro, porque la población juvenil actual ni siquiera podría estar concentrada por el tiempo suficiente para entender lo que se les dice.

Un estudio hecho en Canadá demuestra que los índices de atención de los jóvenes de hoy han caído a un vergonzoso rango de entre ¡5 y 8 segundos! El promedio de atención de la juventud occidental moderna es inferior al de los… ¡Peces dorados! (9 segundos). Pues bien, la música pop actual ha diseñado sus monótonas canciones para que tengan un gancho sonoro (pegadiza lirica fácil de recordar denominada hook, porque ya nadie habla español) cada 7 segundos. Traduzco, cada 7 segundos en promedio hay una estimulación sonora específica para mantener la atención del espectador. Eso explica porque las personas de mayor edad, comúnmente alejadas de redes sociales y demás venenos, ven a la música moderna como plana y repetitiva, no son cuentos de viejos ¡Es real!

Para añadirle mayor peso a la deshumanización de las artes y abrirle pasó a una suerte de robótica orgánica, podemos citar el reciente éxito de científicos de la universidad de Antwerp, en Bélgica. En 2015 probaron un algoritmo que determinaba si una canción iba a ser un éxito musical. Para producir estos resultados se basaban en el análisis de 139 variables en la estructura del audio de éxitos anteriores; los científicos belgas han tenido la nada despreciable cifra de 65% de aciertos con respecto a las listas Billboard. Este resultado no debe extrañarnos, los temas no solo son escritos por los mismos cuatro tíos (la quinta es una tía), sino que además utilizan software de generación de notas para fabricar, o mejor, copiar los modelos musicales que han hecho desde hace años.

En síntesis, la mal denominada música que mayor influencia tiene en el globo es una droga sonora. Es un alucinógeno sintético que usa las leyes de la acústica para excitar deliberadamente la producción de serotonina, dopamina, endorfinas y oxitocina en los cuerpos de quienes le escuchan. Crea un estado de placer que se utiliza para asociar conceptos nocivos en la psique de las personas; inutilizando los instintos para que los individuos se rehúsen a luchar y así gocen en silencio del hedonismo de manufactura.

Heroísmo, honor, sacrificio ¿Qué es toda esa basura? Quién podría creer en esas quimeras cuando el centro de gravedad de la consciencia de generaciones enteras ha sido alejado de los aspectos más elevados del espíritu para entregarlos al dominio de las pasiones más bajas. Y si hay mentes que se resistan a ser dominadas por el sexualismo, se agregarán a esas letras las tetas más grandes y coreográficamente disciplinadas que pueda exhibir el video en full HD.

A través de estimulación sonora se pueden reducir estructuras cerebrales complejas a neuronas perezosas que luchan por establecer una sola sinapsis y además hacerlas adictas a la degeneración que les oprime. No es accidental que los “perreos” más depravados y antisociales se vuelvan éxitos rotundos. Después de una serie de exposiciones, incluso involuntarias, a una droga que satura el espectro sonoro, el cerebro habrá asociado de manera inconsciente las palabras pronunciadas con el placer que produce la fácil y gratuita descarga de satisfacción hormonal. Inconscientemente te pueden dominar, como en el experimento de los perros y la campanita te entrenan para que babees por basura procesada y enlatada.

Esparta diseñó su música para que los muchachos se educaran en el arte de la guerra. La tierra de Leónidas nunca fue doblegada por un tirano. Las democracias, por otra parte, pueden hacer presidente a un genocida galardonado con un nobel de paz.

Cuando vemos que las mayores casas disqueras del mundo son Universal Music Group, Sony Music Entertainment y Warner Music Group, que son empresas tan amigas de financiar a políticos de izquierda y derecha, de apoyar actas legislativas que limiten la libertad de información en la internet y con accionistas o directivos tan amantes de la humanidad como Leonard Blavatnik y la familia Rothschild, no deberían quedarnos muchas dudas de que los propósitos de este tipo de música no se encuentran en el ámbito de lo benévolo.

La música nació como una conexión con lo divino, una sincronía de la realidad en sus facetas macro y micro. Una interpretación que va de la mano de la racional matemática para definir los ritmos del movimiento de las estrellas y los átomos. Como parte de la estructura cultural que ha formado el simbolismo de los pueblos, aglutinando en acordes y tempos la identidad autóctona de las comunidades. Es una expresión de la esencia genética en la forma social.

Hoy en día, no sólo a Europa y a sus descendientes, sino a los demás pueblos del mundo se les está arrancando de su tradicionalidad colectiva para entregarlos a una homogenización que imita a la verdad. Esos sonidos articulados no son música, carecen de alma. Han imitado a la perfección el maquillaje que percibimos, pero han reemplazado su contenido para desarraigar a las consciencias de su propio ser.

La guerra se pelea en todos los frentes, al neutralizar el espíritu de lucha del enemigo se ha ganado la batalla antes de que se lance el primer golpe. Resistir la embestida de la producción musical moderna es una de las tantas obligaciones que tiene cualquiera que desee un mejor mañana. Debe llenar de murallas su psique para separar el diamante de su sangre del fango en el que le quieren sumergir. En mi caso, creo que prefiero la armonía de la musicalidad del olimpo helénico, pilar por excelencia de la civilización occidental.

Llámenme retrograda, pero es hora de desempolvar las gaitas y castañuelas, las sardanas y los fandangos, es tiempo de recuperar el norte y volver a crear canciones que reequilibren al espíritu con su contraparte de carne y hueso. Es momento de que las gestas de ascetismo heroico vuelvan a ser cantadas por poetas que fecunden el imaginario colectivo con el inextinguible fuego del amor por la vida, por la mujer. Llegó el tiempo de que la música recupere su puesto de ascenso perpetuo hacia el arquetipo de la belleza. Tomando prestadas las condiciones de la felicidad de Edgar Allan Poe, confirmadas por un grandioso programa de televisión chilena, es hora de que la música vuelva a ser el motor de la creación de una belleza nueva.

Desde San Bonifacio de Ibagué, Colombia