Palabras en un papel olvidado
Suenan sirenas en mi cabeza cuando un país es sacudido por un atentado terrorista, capital de un continente que sostiene la economía de millones de ciudadanos en cifras reflejadas en una pantalla teñida de rojo.
No quiero ser derrotero, pero crisis tenemos todos los días. Miremos un momento a las fronteras y oremos por los miles de refugiados que perecieron en el camino de Siria. Peregrinos que no buscan el perdón de la catedral de Santiago, anhelan una casa tranquila en una tierra digna.
Aunque me pregunto, ¿de qué tierra hablan? El sueño europeo jamás existió, ya que los ancianos asentados en sus tronos derogaron a la mayoría de los reyes para llevarse ellos el pastel en reuniones de urgencia para no decidir nada y hacerse fotos para el recuerdo a costa del contribuyente.
La justicia hace tiempo que emigró al monte, ya que allí no hay aforados, ni magnates que eluden el peso de las leyes con sus verdes y morados. ¿Cuántos “casos” deben abrirse en España o en cualquier país del primer mundo para asentar una cátedra de que no todos somos iguales?
Quieren entrar en países donde el paro genera esclavismo moderno para que el empleado trabaje medio día, asegurándole la mitad, cobrando un cuarto y recibiendo una octava. ¿Sindicatos? Hace años que invernaron y no se han despertado, amagan cobrándote una cuota para aparentar estar activos.
Ahora vienen personajes que dicen ser la nueva clase política por toda la Unión Europea. Vienen de abajo, de arriba, de un lado y del otro, menos de mi casa. Nos ven cara de idiotas mientras se pasan al lado oscuro gracias a nosotros. ¿Entonces a quién votar? Yo propondría a mi perro que seguro que lo hace mejor.
Sin embargo, no estamos tan mal ya que en casi todos los países del viejo continente siguen estando los mismos hasta el día de su jubilación. La nuestra no, ya que nuestro fondo de pensiones se parece a la hucha de un chaval con videoconsola nueva; rota y vacía. Pero ojo, estamos muy bien.
Vemos procesiones de oro y plata paseando por las calles al ritmo de bandas y aplausos, pero al pobre de la calle le volvemos la cara porque ya nos han robado para tener millones de canales en la televisión, que jamás veremos, y unas tarifas en los móviles para no decir nada, o decirlo todo en silencio.
Ya no se sale a la calle, ya no se apoya a los que lo necesitan, ya no se apuesta por nadie, ya no se comparte, ya no se cree, ya no se lucha… Nos tiramos en el sofá y nos metemos en las cadenas sociales, que nos atan sin darnos cuenta, a crear tendencias y a pasarnos por profetas.
Sabemos que la corrupción existe y no nos importa, sabemos que existe la mafia y nos hacemos los locos, sabemos que están jugando con nuestro voto y dejamos de hacerlo. ¿A éste país quieren venir los sirios? La sanidad no es pública y la educación privada, nos amordazan con leyes y venden nuestras intimidades por la causa.
Pues que venga quien quiera, que yo tiro al monte con la justicia.