Por José L. Román.- Dice el artículo 31 de la Constitución, que “todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos, de acuerdo con su capacidad económica, mediante un sistema tributario justo… que en ningún caso tendrá alcance confiscatorio”. Esta es otra de las grandes mentiras con las que estamos obligados a convivir como víctimas del sistema.

La ubre del Tesoro Nacional, para poder seguir manteniendo el sistema de autonomías o cáncer maligno y devorador de España, necesita muchísima más leche de la que los contribuyentes somos capaces de producir. La presión tributaria ha aumentado de tal forma, que los impuestos, al disminuir de modo grave la capacidad económica del contribuyente, invitan al fraude fiscal, que se convierte, en muchos casos, en legítima defensa. Si el ordenamiento jurídico no tiene en cuenta la inflación, que de por sí confisca el valor del dinero, puesto que le hace perder su capacidad adquisitiva y arbitra unos impuestos que gravan no precisamente el interés o el beneficio sino directamente el patrimonio, no solo se está infringiendo un precepto constitucional, sino que se confisca literalmente, desaparece el espíritu de ahorro y se descapitaliza a la nación.

Uno de los aspectos en que se traduce la política económica y fiscal es, sin duda, en el de la vivienda. Si el artículo 47 de la Constitución declara que “todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada” y que “los poderes públicos (regularán) la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”, yo me sigo preguntado: ¿Cuándo se ha especulado tanto en España como con este sistema constitucional, con el suelo urbano o urbanizable? ¿Cuándo la adquisición de una vivienda supuso algo tan prohibitivo para los jóvenes y no tan jóvenes, no solo por el precio descomunal, sino por la falta además de un trabajo digno, estable, y justamente remunerado, para poder hacer frente a ese desembolso?

Aunque una gran mayoría de los que hoy acaban de tomar posesión de la ubre del Tesoro Nacional, no lo quieran reconocer ni aceptar, hubo una época en España, en la que se acometió una política de construcción de viviendas para todos los trabajadores de España. Centenares de miles de pisos a precios asequibles, y pagaderos a cómodos plazos con préstamos concedidos por aquellas Cajas de Ahorro hoy expoliadas por ciertos demócratas de pro, fueron ofrecidos principalmente a las familias más humildes y desfavorecidas. Pero claro, esto no entra dentro de la memoria histórica de Zapatero, y las comparaciones son odiosas, como se suele decir ahora cuando no interesa ver lo que es más que evidente.

Mucha prisa se ha dado la número tres de Podemos en celebrar el chollo alcanzado, llevando a su hijo hasta la “gran ubre” de Madrid, y de paso, darse un poco de notoriedad democrática amamantando a su bebé en el paraíso de los inmortales.

Pronto comienza a mostrar esta podemita a su descendencia, el que deberá ser su objetivo en el futuro: Cinco mil euros mínimo todos los meses limpios de polvo y paja y sin necesidad de opositar; guardería para sus hijos; calefacción, aire acondicionado y todo el confort; prebendas y privilegios jamás soñados; periodo vacacional como los escolares; pensión máxima con solo una cotización de 7 a 11 años, mientras los trabajadores están obligados a cotizar media vida para alcanzar una mísera pensión y, a otra cosa mariposa.

Los aforados ya enquistados en el Parlamento y sus lacayos vocingleros de los medios informativos, a los que se les llena la boca de democracia, se escandalizan y se levantan en oleadas de improperios, al ver desfilar a toda la patulea de podemitas por el hemiciclo como en una cabalgata de Carmena. Todo menos reconocer sin sonrojarse que todo ello forma parte del sistema que tanto defienden, y que cuando las reglas del juego se aceptan están para cumplirse ¿No queréis democracia? Pues ahí la tenéis; esto no ha hecho más que empezar.

Antes del 20-D después del 20-D, la ubre sigue siendo la misma, solo ha cambiado algún que otro mamón o mamona. La nómina de los que se amorran a la lustrosa teta ha variado en parte, lo que no ha cambiado para nada es la forma en que seguiremos llenando esa ubre, para poder continuar alimentando un sistema político ansioso, voraz e insaciable, y por todo ello insostenible.