Reaparición del “Quemado” (II)
José Alberto Cepas Palanca.- – ¡Muy buenos días zeñó “oiga”! La noche estaba agonizando.
– Buenas ¿Preparado para seguir?
– Sí, claro. El refrescar mañanero me había espabilado. Comí algo de galleta. Le ofrecí a mi profesor, que lo agradeció.
– Como le decía Napoleón continuó con su sempiterna matraca, quería la marina española, como si fuera suya, y la familia real, con Godoy a la cabeza, cedieron una vez más. Quería a toda costa bloquear la costa inglesa, obligando a considerar como inglés a cualquier barco que hubiera fondeado en cualquier puerto británico.
– Ya. El señor “oiga” me miró con ojos asesinos.
– El emperador, a traición, ocupó militarmente Pamplona y Barcelona. Y nombró a su cuñado, el mariscal Murat, el duque de Berg, lugarteniente de las tropas francesas en España.
– Tropas francesas en España. Vaya por Dios.
– Pero Godoy, ya empezó a sospechar de Napoleón, y de los trajines que se traía. Comenzó a vislumbrar que el reino de España, con sus reyes incluidos, el príncipe de Asturias, y su propia cabeza, no estaban seguros.
– No estaban seguros. Pues vaya ¿Y qué hizo?
– Tenga en cuenta, que a Godoy se le veía muy mal en España. El pueblo creyó que Napoleón les iba a librar de Godoy y a proclamar rey al príncipe. Todo fue una burda mentira. Napoleón, como le dije antes, había engañado a todo el mundo. Aunque algunos ilustrados, ya sabe, gente que lee y sabe mucho, también sospechaban de las oscuras pretensiones de Bonaparte.
– Oscuras pretensiones. ¡Vaya por Dios!
– Fíjese si era listo que se las ingenió para hacer creer a la gente que las tropas acantonadas en Barcelona eran para defenderse de un posible ataque inglés desde Gibraltar y de paso, como él decía “para intentar ordenar los asuntos de España para que no existiera duda alguna sobre la sucesión a la Corona española” ¡Fíjese usted! ¿Qué puñetas tenía él que ordenar en España?
– ¡Qué barbaridad! Ya me está cayendo mal ese “Napolión”.
– Napoleón, Napoleón, métaselo en la sesera. Godoy se enteró, no sé cómo, que del único que se iba fiar, y sólo algo, era del príncipe de Asturias. Que ni de él, ni de los reyes. Godoy se echó a temblar. El valido se dio cuenta que nadie lo soportaba; ni el príncipe, ni Napoleón, ni el pueblo. Y todo acabó como acabó.
Miré a su tumba y me entró una pena enorme.
– ¿Y cómo acabó?
– Calma, que todo llegará.
– Sí, sí, claro.
– Como Godoy empezó a verlo todo negro, lo primero que pensó es en salvar su fortuna, no baladí por cierto, como le he comentado.
– No baladí. ¿Cómo?
– Dicen las crónicas que conocía a un banquero, amigo de Murat, un tal Michel y fue el que le ayudó a colocar sus dineros en bancos británicos, y a enviar al exterior otros bienes desde los puertos de El Ferrol y Cádiz. Por otra parte encargó a un ebanista madrileño, Harzenbusch – me han dicho que así se llamaba – seis cajones para almacenar el oro que tenía, procedente del cambio del dinero que poseía, pero que no le dio tiempo a utilizarlos.
– Vaya.
– Pero el muy cuco, unos cinco días después, ordenó a sus servidores que con el mayor sigilo fueran empaquetando la ropa de uso personal, uniformes, condecoraciones y todos los objetos de valor que había en sus casas de Madrid; el palacio del Almirantazgo y la de la calle del Barquillo. De sus residencias salieron varios carros con baúles y cajas con sus pertenencias personales y múltiples objetos preciosos, en especial vajillas de oro, unas en dirección a Aranjuez y otros no se sabe bien ¡Fíjese usted!
– Ya me fijo ya. ¡Malandrín, bandido y bribón! no tiene otro nombre ¡Vaya con Godoy! Pero ¡cuente, cuente! Volví a mirar su eterno aposento, pero ya no me dio pena alguna.
– Y aquí aparece una “amiga” de Godoy: Pepita Tudó. Era el ama de llaves de las casas de Godoy ¿Comprende usted lo de “amiga”?
– Mi madre no me parió burro ¿Sabusté?
– Pues disculpe si se lo he dicho alguna vez.
– ¡Hombre! entre amigos no hay que disculparse. Venga esa mano. Hablaba usté de esa “amiga”…
– Sí. La Tudó reemplazó a su primera mujer casándose posteriormente con Godoy cuando se quedó viudo y La Tudó le ayudó en sus pillerías y desfalcos. Hasta dicen que antes de casarse con la primera, ya eran “muy buenos amigos”. Ya sabe, las malas lenguas….
– Que me va a decir a mí de malas lenguas. Si yo le contara…Es más, le voy a contar…
– ¡Oiga, Quemado, que aquí el que cuenta soy yo! ¿Vale?
– Sí, sí. Siga, siga.
– Yo creo que quería ser regente, rey y creo que también Obispo, Arzobispo, Cardenal y hasta Papa, todo a la vez ¡Habráse visto! ¡Valiente pájaro de cuentas!
– ¡Hay que ser malaje! ¿No cree usted?
– Ya lo creo.
– El “proceso de El Escorial “fue contraproducente para el valido, pues mostró la desunión y debilidad de la familia real y el pueblo quedó indignado y dispuesto a una revolución.
– Revolución. Mala gente este Godoy.
– Muy mala. ¿Sabe lo que llegó a decir un vecino de Calatayud?
– No, no lo sé.
– Atribuyó a la reina y a Godoy que “estaban vendidos a los franceses” y que “puteaban” en Palacio, con el consentimiento del rey, quien hacía lo propio con una hermana de Godoy. Pero yo no sé hasta qué punto es cierto, me cuesta creer que España estuviera regida por un rey tonto, una reina puta, y un ministro con unas tragaderas tan grandes como catedrales. Pero en esta vida todo puede ser.
– ¡Vaya por Dios! ¡Virgen Santísima!
– Sigo. A todo esto Napoleón decidió que era la hora de cambiar de rey en España, porque vio claro que el pueblo español estaba harto de Godoy.
– Ya.
– Godoy intentó que los reyes viajaran al Sur de España y así matar dos pájaros de un tiro: poner a buen recaudo sus dineros y joyas, y convencer a la pareja real que se alejara de Madrid por que no se veía claro las intenciones del emperador francés, que podía entrar en Madrid en cualquier momento. Le hicieron caso, como siempre, y se establecieron en Aranjuez, acompañado de su hijo y soldados de la Guardia de Corps y tropas valonas. La cosa, como verá, se iba complicando, Godoy sospechaba que algo se tramaba seriamente en contra suya, creyendo que era obra del príncipe de Asturias, cuando la realidad fue el pueblo el que lo hizo.
– Hacer ¿el qué?
– Pues una verdadera revolución en Aranjuez. A ver si se entera.
– ¡Revolución en Aranjuez! ¡No me diga!
– Sí que le digo. Pero antes de explicarle lo que ocurrió, tiene que saber que hubo un consejo de ministros en Madrid, antes del viaje real a Aranjuez, en donde casi llegan a las manos el que hacía de portavoz del gobierno español y ministro de Justicia, Caballero creo que se llamaba, y Godoy, estando delante los reyes, el príncipe, y lógicamente todos los ministros. Todo porque Caballero, que era marqués de su apellido, se negó a firmar cualquier decreto que supusiese la huida de la familia real y por vez primera se enfrentó a Godoy, especificando lo que era su vida al lado de la familia real y diciendo al rey claramente que tal resolución no significaba otra cosa que la guerra. Las palabras de Caballero desembocaron en que los demás ministros hicieran lo propio, contándole al rey lo que habían callado durante más de 15 años. La consecuencia es que todo estaba desacreditado: los reyes, el príncipe, la Corona y sus ministros y por supuesto Godoy.
– Un auténtico escándalo. ¡En plena corte!
– Continúo pues; el pueblo llano sospechaba algo y comenzaron a circular pasquines y propaganda en contra de Godoy por todo Aranjuez, aunque la culpa la tuvieron todos. Había una falta de autoridad total, y las tropas francesas casi entrando en Madrid ¡Fíjese hasta donde llegaron las cosas!
– ¡Pues no estaba enterado de nada! Tengo que leer más. Soy un ignorante y un burro ¡Tié usté razón!
– Bueno, que no es para tanto. Hay mucha gente en España que tampoco lo sabe, porque no se enseña Historia en los colegios y mucha está manipulada y tergiversada, porque no se enseña la verdadera Historia. Pero dejemos eso.
– Historia en los colegios. Sí, sí.
– El ministro Caballero envía una circular a los pueblos cercanos a Aranjuez informando de los preparativos del viaje real e instando al pueblo a impedirlo. Además el Consejo de Castilla se negó a publicar bando alguno sin permiso del rey, porque creía que los franceses no habían dado muestras para preocuparse, por tanto no era necesario el viaje real a Andalucía, que eran donde Godoy deseaba que fueran. Esto molestó mucho Godoy porque veía que sus planes se venían abajo.
– Se venían abajo. Cuando digo que Godoy era un villano y un truhan me quedo…
– Le interrumpo, sino no acabamos nunca. Encima varios nobles muy importantes se reunieron para impedir el viaje de los reyes por un lado, y la destitución directa de Godoy, por otro. El rey proclamó que los franceses tenían buenas intenciones, que confiaba en la lealtad de sus vasallos y negaba que las tropas venidas de Madrid y acantonadas en Aranjuez tuvieran como misión acompañarle en viaje alguno ¡Que ciegos estaban!
– Pues yo lo veo clarísimo.
Mi interlocutor me miró con cara de extrañeza.
– Los nobles que le he comentado antes contrataron a agentes a sueldo, matones, para acudir a Aranjuez a defender al príncipe de Asturias. Veían que se quedaban si reyes, sin príncipe, con Godoy y con Napoleón.
– Vaya. Que lío.
– Se dice que como la gente pensaba que el viaje se iba a realizar, hubo gente custodiando las salidas de Aranjuez. Esa noche, las calles de Aranjuez rebosaban de gente recelosa. A medianoche, se vio una extraña luz desde la habitación del príncipe de Asturias, y luego sonó un disparo. Todo ocurrió muy rápido. Un grupo de personas, mandadas por “El Tío Pedro” se dirigió en tropel hacia la casa del valido destrozando todo lo que encontraron a su paso; puertas, lámparas, espejos, muebles, relojes, armarios, camas, mesas, sillas. En fin todo, pero a Godoy no pudieron encontrarlo.
– Ya. Destrozaron todo. ¿Y quién era el “Tío Pedro”?
– Pues según los entendidos en el tema, era un duque muy importante, creo que el del Infantado, pero no se crea, que tenía más apodos: “el Manchego”, “el Extremeño”, incluso se hizo llamar “el Aragonés”, e iba siempre disfrazado con la idea de nadie supiera quien era en realidad, para intrigar por el bien de España, creo yo. Me han dicho que era el que capitaneaba a los que querían acabar con el odiado valido.
– Pues vaya con el “Tío Pedro”. Y Godoy ¿dónde estaba?
– Si se lo digo no se lo va a creer.
– Señó “oiga”, a estas alturas, yo ya me lo creo todo ¿Sabusté?
– Pues cuando entraron en su palacio, saquearon todo a excepción de una pequeña habitación repleta de alfombras y esterillas, donde el valido se había encerrado con llave, por lo que no lo encontraron, ni vivo, ni muerto. Demostró que era un hombre valiente ¿verdad? Al día siguiente, temprano, Godoy acosado por el cansancio, el hambre y la sed salió de su cubículo, pero rápidamente fue descubierto y no veas el lío que se armó.
– El lío que se armó. ¡Pues vaya con Godoy! Cuente, cuente. Miré de nuevo su tumba con mucho desprecio.
– Recuerdo que un amigo me contó que parecía un fantasma que lo único que le había crecido era el hambre, el miedo y hasta pelo hasta en las palmas de las manos del miedo que tenía, y que tenía totalmente mojadas las calzas y olía muy mal, ya se imagina la razón.
– ¡Señó “oiga”, que eso se lo imagina cualquiera! O sea que necesitaba un buen baño.
– Nadie puede negar que es usted un hombre despierto.
– Cuando los soldados lo detienen, la multitud enardecida y muy enfadada, comenzó a insultarle, a amenazarle y a agredirle hasta tal punto que iba andando – según dicen – como un fantasma y sostenido con ambos brazos de las bridas de las caballos. Con el cuerpo inclinado, todo el pueblo pedía a voces, con un griterío descomunal, su cabeza.
– Su cabeza. Me deja aterrado.
– Pues espere, que ahora viene lo mejor. La dieron una cuchillada en la cara, un fuerte palo en las espaldas y una pedrada en la boca, con un ojo casi saltado de otra pedrada, un muslo herido de un navajazo y los pies destrozados por los cascos de los caballos, con el resultado que empezó a desangrarse por la boca, quedando totalmente aturdido y que le costó recuperarse varias semanas. En estado de cosas y en medio de un griterío ensordecedor entre vivas al rey y mueras a Godoy, fue conducido al cuartel de Guardias de Corps, ya sabe de los militares a los que perteneció, donde lo retuvieron como prisionero con un fuerte dispositivo de guardias que pasaban de la centena.
– ¡Ave María Purísima! ¡Virgen del Pilar! Me santigüé.
– Para calmar a la multitud, llegó andando al cuartel el príncipe de Asturias prometiendo a la multitud que él respondía de ese hombre, que se le formaría causa y respondería de la gravedad de sus delitos. Pero no para ahí el tema.
– El tema. ¿Pero es que hay más? ¿Y qué pasó luego?
– Oyendo al príncipe, la gente se calmó, pero esa tarde se formó otro alboroto.
– Alboroto. ¿Otro más? ¡Madre mía!
– Sí. Porque vieron en la puerta del cuartel un carruaje preparado, y la multitud creyó que al valido lo iban a conducir a Granada. Totalmente enfurecida, la multitud destrozó el coche, mató a una mula, cortó los arreos pidiendo la cabeza de Godoy, por lo que tuvo que volver el príncipe, esta vez a caballo, para calmar otra vez los ánimos, pero la gente tardó en calmarse por completo, hasta horas después, porque un guardia de Corps anunció que el rey Carlos IV había abdicado en favor de su hijo Fernando.
– ¡Madre del amor hermoso!
– Entonces la muchedumbre se dirigió a la plaza del palacio y Fernando salió al balcón, él solo, sin los padres y ningún miembro de la familia real. Entonces al pueblo le dio un ataque de locura, prodigando aplausos y vítores. Seguidamente tuvo lugar el besamanos de ministros, jefes y servidumbre al nuevo monarca, Fernando VII, quien inmediatamente firmó órdenes para levantar el destierro de todos los implicados en “el proceso de El Escorial”.
– Ya. Entonces, ¿España tenía un nuevo rey?
– Efectivamente, un nuevo rey, pero que después de algunos años, demostró ser un rey maldito y traidor, que vendió España a Napoleón. Le llamaban el rey felón.
– El rey felón. ¡No me diga! Creo que me estoy volviendo loco ¿Sabusté?
– Lo comprendo. A cualquiera que se lo cuente no lo creería. Yo mismo, cuando me enteré de las jugarretas que el nuevo rey estaba haciendo, me dio un ataque de furia imponente. Pero eso viene más tarde.
– Jugarretas y furia. Cuente, cuente. ¿Comemos mientras algo compadre? Es que las tripas… ya sabusté.
– Bueno. Pero lo peor de este embrollo – continuó al tiempo que se zampaba un trozo de queso – es que Fernando seguía creyendo a pie juntillas, que Napoleón lo había elegido a él como su único interlocutor en España e igualmente elegido a él como rey de España manipulando, no sabía cómo, “el proceso de El Escorial”.
– ¡El muy bobo! ¿Sabe usted quien fue el verdadero rey de España?
– ¡Hombre! ¡Es que ansí tan de pronto! ¡Yo!….
– El hermano de Napoleón. Al que le llamaron el rey José I.
– ¡Virgen Santísima! ¡Un francés, rey de España!
– “Quemado” como siga usted así, va a recitar todo el escalafón de homenajes y admiraciones a Dios y a la Virgen.
– Es que la cosa es mu gorda ¿Sabusté? ¡Un francés nuestro rey!
– Tampoco se extrañe tanto. En España hemos tenido reyes nacidos en Alemania, en Italia, en los Países Bajos, en Bélgica, en Francia, en Austria. Hasta hubo una ocasión en que en una rifa, otros le llaman concurso internacional, en que nos tocó un italiano. Parecía un concurso para “Míster Rey”. Como los de las damas.
– Las damas. Vaya. No me lo puedo creer.
– Pues créaselo, pero si no lo cree rebusque entre sus muertos, a los que usted es tan aficionado, y pregunte al rey Amadeo, donde nació y porque fue rey de España. Para más inri, en ese concurso hubo varios aspirantes a rey, todos extranjeros, hasta uno hubo descendiente de rumanos que tenía un apellido rarísimo.
– ¡No!
-¡Sí!
– ¡No!
– ¡Sí! Y si tampoco se lo cree, ya le digo que se llamaba Leopoldo Estéfano Carlos Antonio Gustavo Eduardo Tásilo de Hohenzollern-Sigmaringen.(**) ¡Repítalo! ¡Repítalo! ¡Hágalo si se atreve! Repita el apellido como tiene por costumbre y así podrá buscarlo con mayor facilidad. Su apellido me recuerda un submarino.
– Submarino. ¿Cómo dizusté? ¡Madre mía! ¡Qué “hombre” tan largo!
– Pues ya ve lo que son las cosas.
– Es que mirusté, yo no soy hombre de latines ¿Sabusté?
– Bueno, continuemos nuestra historia.
– Nuestra historia. Sí, sí.
– En Madrid, el populacho, con permiso del Capitán General de la provincia, Francisco Javier Negrete, arrancó el azulejo con el rótulo de príncipe de la Paz que había en la plaza nueva del Almirante, y cuando llegó a la casa de Godoy rompieron las farolas y los cristales de su casa, y con los muebles formaron una hoguera. Lo mismo hizo en el palacio del Almirantazgo, y nada ocurrió porque había corrido la noticia de que los bienes de Godoy habían sido declarados de propiedad real. La furia en contra de Godoy cesó, pero el furor prosiguió contra sus familiares y amigos, cuyas casas fueron asaltadas y quemadas en hogueras sus muebles, papeles y todo cuanto pillaron. No sólo en Madrid, sino que el odio furibundo contra el valido se extendió rápidamente a otras ciudades en cuanto se enteraron de su detención, y la proclamación como rey de Fernando.
– Rey a Fernando. Ya. ¿Y qué pasó con Godoy?
– Seguía prisionero en el cuartel de Guardias de Corps de Aranjuez, sin saber nada de lo que habían hecho con sus bienes – casi todos robados y regalados por los reyes, diría yo – y en un mal estado físico a causa de sus heridas. Se le trasladó acompañado de un cirujano y mucha escolta militar para encerrarlo en una cárcel de la Corte en Madrid, para juzgarle, pero dio la casualidad que el mariscal Berg ¿se acuerda de él? el cuñado de Napoleón, ordenó, y así lo digo, ordenó detener la comitiva, alegando que ese día iba a ser su entrada oficial en Madrid y amenazando con muchos males si se desobedecían sus órdenes ¿Qué le parece el maldito gabacho?
– Pues que era una mala persona y un malaje ¿Quién se creía que era?
– Su jefe, Napoleón, le había dado carta blanca en España, para actuar como él estimara oportuno, siempre según sus órdenes, y el tal Murat o las entendió mal o no las quiso entender bien, pues según las crónicas, creía él que era el elegido como rey de España. Y Fernando sin saber nada. Total, que la comitiva se detuvo en Pinto, confinando al prisionero en el Torreón de esa ciudad. Allí estuvo encerrado unos diez días. Después lo trasladaron al castillo de Villaviciosa de Odón. ¡Fíjese la retahíla de aspirantes a rey de España!
– Aspirantes a rey. Villaviciosa de Odón. Vaya. ¿Y qué pasó después?
– Mientras tanto Napoleón pensaba para sí que aunque se alegraba de la situación de Godoy porque le convenía y así se quitaba de encima un claro enemigo, pero que esa misma situación favorecería al príncipe de Asturias, complicándole la idea de destronarlo y poner su hermano tal y como le he comentado. O sea como se dice jugaba a dos barajas.
– ¡Vaya con el jodío Napolíón! Ahora veo la jugada.
– Fernando empezó a sospechar que algo se tramaba, o se había tramado, entre Bonaparte y el detenido Godoy, pues no entendía la desmedida preocupación de los gabachos por el antiguo valido.
– Ya.
– ¡Con Dios! pare usted de decir más veces “ya”, que me da dolor de cabeza.
– Disculpusté.
– Se lo digo porque el francés comenzó a atacar sibilinamente a Fernando criticando el trato que se le estaba dando a Godoy.
– Zeñó “oiga”, yo ya me pierdo, es que ¿sabusté? Con tantos tejemanejes, dimes, diretes y pasteleos, pues, que no, que no me aclaro.
– No me extraña. Incluso a mí me costó entender todo el lío.
– ¿Falta mucho?
– ¿Quiere que acabemos ahora mismo?
– No, sigusté. Es que parece una novela de un asesinato y quiero saber el final. Quién fue el asesino.
– Ya le anticipo que el asesino fue Napoleón y los asesinados fueron los españoles.
– ¿Todos?
– “Quemado”, se lo repito; ¡usted no puede ser tan burro! No me lo creo.
– Vaya.
– ¿Sigo?
– Siga.
– La gente se enteró de este particular interés de Bonaparte por Godoy, lo que produjo que empezara a tomarle ojeriza y a desconfiar seriamente de los franceses, pero tropas francesas seguían entrando en España a causa de las conversaciones secretas entre Godoy y los embajadores franceses. En una palabra: los dos querían lo mismo, quedarse con el trono de España, pero sin decírselo el uno al otro a la cara.
– A la cara. Vaya.
– Finalmente en abril comenzó la causa abierta contra Godoy, pero en cuanto Napoleón lo supo, ordenó a Murat paralizar todo, porque Fernando, fiel lamebotas de Napoleón, se lo hizo saber al emperador rápidamente.
– Oigusté ¿Hay alguien decente en esta historia?
– Lo estoy investigando, pero llevo muchos años intentando dar con la respuesta a su pregunta y esta es la hora que todavía no la he encontrado. Aunque empiezo a sospechar que los caballos y perros que iban con los protagonistas eran los únicos buenos.
– Caballos y perros. Vaya. ¿Y qué pasó?
– Después de muchos tiras y aflojas, en abril un general francés – Exelmans creo que se llamaba – y el comandante gabacho Rosetti, se presentaron ya de madrugada en donde se encontraba el reo, en el castillo de Villaviciosa de Odón, con órdenes de Murat para liberarle. Después de obligarle a vestirse correctamente, pues se lo encontraron en zapatillas, con barba de varios días, medio desnudo y cubierto con un gran capote militar, lo montaron en un coche y dando un rodeo para evitar Madrid, lo condujeron a Chamartín. Según las crónicas, Godoy iba oculto para no ser reconocido por los campesinos, que a esas horas iban a vender sus productos.
– Ya. Sus productos.
– La comitiva partió en la madrugada del día siguiente en dirección a Bayona, donde ya estaba Fernando siguiendo las “sugerencias” de Napoleón. ¿Comprende? El príncipe, convertido en el nuevo rey, había obedecido sumiso las órdenes napoleónicas de ir a Francia, aunque a decir verdad, no sabía que su lugar de destino era Bayona, pues el francés lo había engañado como a un chino. Pues bien, el viaje de Godoy lo hizo en un coche tirado por seis mulas de su propiedad, acompañado de ocho criados y escoltado por tropas francesas, parando lo imprescindible en posadas contraladas por soldados franceses.
– Posadas. ¿Y qué pasó?
– Una vez en Bayona, lo instalaron en un apartamento decoroso, pero sin lujos, donde se encontró con sus antiguos “amigos” Carlos IV y María Luisa, y por supuesto Fernando. Toda la familia real. Ahí acabó la vida en España del personaje enterrado enfrente de usted.
– Lo que hay que oír ¡Virgen Santísima! ¿Y después?
– Napoleón ordenó, porque ya era el único que ordenaba, que todos fueran trasladados, primero a Fontainebleau, después al palacio de Compiègne, en el norte de Francia, pero duró poco su exilio en ese palacio, donde Godoy se inventó una corte fantasmagórica, – que incluía a Pepita Tudó y sus dos hijos habidos con él porque su mujer, la condesa de Chinchón, se había negado a acompañarlo deshaciéndose el matrimonio – sin contacto alguno con el exterior y donde él era el que lo organizaba todo, como en sus viejos tiempos, pero por causas médicas de los reyes a causa del clima de la zona, se trasladó esa “minicorte” a Aix-en-Provence, en el sur del país, cerca del mar. Tampoco duró allí mucho la estancia. Se trasladaron a Marsella, al palacio Saint-Joseph, propiedad de su alcalde y posteriormente a una casa en la calle Mazade, en la misma ciudad, pero pagando alquiler, lo que molestó mucho a Godoy y especialmente a Carlos IV, porque era la primera vez – decía – que un rey vivía de alquiler.
– ¿Cambiaron otra vez de lugar de residencia?
– No. Allí estuvieron más de tres años, pero el dinero empezó a escasear porque el tren de vida seguía siendo muy alto. Tenían unos 200 criados con ellos, todos exilados y el dinero prometido por Napoleón o llegaba con retraso o menguado y a veces ni llegaba, porque Napoleón supuso – mala suposición – que de España se habían traído el dinero suficiente para vivir según su categoría regia. Tuvieron que vender sus joyas. Por cierto ¿Has oído hablar de “La perla Peregrina”?
– Pues no. ¿Es una señora amiga de los reyes?
– Contigo, hablar es imposible. Me doy por vencido.
– ¿Por qué?
– Si naces más ignorante naces regla.
– Pues que sepusté que la regla dijo al lápiz: “Yo te haré andar derecho”. Y anduvo tieso.
– ¿Quién te ha contado eso?
– Yo también leo, “pa” mi manera. Ya sabe, aquí, allá…
– No dejas de sorprenderme “Quemado”. Bueno, ¿seguimos o qué?
– Pues, que seguimos, pero después de comer algo, mejor cenar, porque la tarde galopa “mu” rápida.
– De acuerdo. Hablábamos de la “La perla Peregrina” ¿no? – dijo mientras mordisqueaba una morcilla.
– Sí zeñó “oiga”.
– Pues cuando Napoleón supo que sus “invitados” estaban más que pelados, mandó buscar y rebuscar como un obseso entre las joyas y tesoros que la familia real había dejado en España, especialmente una perla muy grande montada sobre un cerco de diamantes, conocida como “La perla Peregrina”, procedente de las costas de Panamá, y propiedad de la Corona española desde los tiempos de Felipe II. (***).
– ¿Y la encontró?
– No señor, en España no estaba.
– ¿Dónde entonces?
– En Paris, y el emperador sin saberlo. La tenía la esposa de su hermano José, el que luego fue rey de España, así que fíjese las vueltas que da la vida.
– ¡Qué barbaridad! ya es raro.
– A todo esto, la familia real empezó a planear una fuga de su exilio dorado. Estaban hartos de Napoleón y los franceses y que los vigilasen continuamente. Tenían espías por todas partes, incluso entre la misma servidumbre. En connivencia con los ingleses, cuya flota rondaba Marsella, desarrollaron un plan, en el que Godoy tuvo mucho ver, pero que fracasó totalmente. Los descubrieron a todos. Napoleón, harto también de los problemas que la familia real española le estaba causando, insinuó a Godoy, la conveniencia del traslado a Italia. Todos muy contentos emprendieron el camino hacia Roma, al palacio Borghese. Una vez allí, Godoy compró varias propiedades, que posteriormente tuvo que vender malamente. Pero se empezó a dar cuenta que ya no pintaba nada, que nunca iba a volver a España, que se había convertido en un aristócrata más, sin relevancia alguna, que Napoleón no había cumplido ninguna de sus promesas ni para con él, ni con la familia real. Los había engañado a todos. Muy tarde se dieron cuenta quien era realmente Napoleón. Pero faltaba el acto final.
– ¿Un acto final? ¿En toavía más? Este Napolión era un tío muy jodío, un malaje, un mal nacido sin entrañas, y hasta me han dicho que un hereje.
– Y muchas cosas más y peores, pero sigamos.
– Eso, eso.
– En éstas, Fernando VII vuelve a España, como “El Deseado”, ya que Napoleón estaba perdiendo todas las batallas y guerras en las que estaba involucrado, entre ellas la de España. Al poco de llegar el nuevo rey, de las primeras cosas que hizo, fue reabrir la causa contra Godoy, pero los magistrados no pudieron hacer nada porque el expediente completo estaba en Francia, por lo que lo único que pudo hacer es mantener el secuestro de los bienes de Godoy. Pero Fernando jugó una baza importante ante el Papa: consiguió que a Godoy lo enviara a Pesaro, en la costa adriática, en las Legaciones Pontificias, muy distante de Roma para que no se pudiera comunicar con sus “amados amigos”; los antiguos reyes de España, Carlos IV y María Luisa, que seguían en Roma lamentándose mucho de la ausencia de su antiguo valido.
– O sea, que era un verdadero trío ¿Me comprende usté?
– Yo no me chupo el dedo ¿Sabe usted?
– Cuando Napoleón volvió de su exilio en la isla de Elba, creo que en 1815, creó el Imperio de los 100 días, acosando a Roma con sus tropas que lo cambió todo. Quería Napoleón construir una Italia unida lo que produjo que los “tres amigos” se reunieran en Verona. Una vez vencido definitivamente Bonaparte en la batalla de Waterloo, y permitido por el nuevo rey Fernando, se instalaron “los tres” de nuevo en el palacio Barberini de Roma. La Tudó, intentó que Godoy y ella se casaran, a lo que se opuso el Papa y el ex rey Carlos IV, porque la mujer de Godoy aún vivía.
– Aún vivía. Ya.
– Se acuciaron los problemas económicos de Godoy, lo que produjo un progresivo distanciamiento de la Tudó, que no hacía más que pedirle dinero, especialmente la famosa “Perilla”, que era una vajilla de plata de mucho valor que la ex reina le había regalado y que Godoy se negaba a mandársela, pero al final todo se arregló.
– Es ya de noche ¿Sabusté?
– Acabo rápido. María Luisa fallece en Roma sin querer separarse de su querido “amigo”. Carlos IV, fallece también a los pocos días. También fallece la mujer de Godoy, por lo que la Tudó y Godoy se pudieron casar. El gobierno de España devuelve a la Tudó todas sus propiedades, ella, dejando a sus hijos y a Godoy en Roma, vuelve a Madrid para recuperar sus propiedades.
– Recuperar sus propiedades.
– Godoy esperaba el perdón de Fernando VII, que nunca llegó. La Tudó, que había vuelto de Madrid, pero cansada de esperar en Roma, decide que la familia se trasladara a Paris viviendo en la calle Neuve-des-Mathurins, zona de gente pudiente, pero de nuevo los problemas económicos volvieron a aflorar porque Godoy compró propiedades, entre ellas una refinería de azúcar, que al final fueron embargadas por impago, lo que produjo desavenencias en el matrimonio. Ella volvió a Madrid a recabar más dinero para pagar las deudas parisinas. Pepita en Madrid, y Godoy en Paris. Nunca más volvieron a verse. Sólo, y con pocos recursos económicos se dedicó a publicar sus “Memorias”, que en general tuvieron buena acogida.
– ¡Vaya! Creo que el fin está cerca.
– Efectivamente. Cuando llegó el trono Isabel II, y como la causa en contra de Godoy todavía coleaba, pero que nunca llegó a sentenciarse, el ministerio de Hacienda devolvió a Godoy la totalidad de sus bienes en España. Aunque todavía diez años después, Godoy no vio dinero alguno a causa de una exposición que un tal Prats Izquierdo hizo en contra de Godoy. Lo único que el ya anciano Godoy pudo conseguir es que se vendiera el palacio de Buenavista, comprándola un genio de las finanzas de la época, José de Salamanca, que creo que era marqués, pero el dinero en su totalidad no llegó a Godoy debido a complicaciones burocráticas reales o con nefasta intención. No se sabe. El caso es que la situación de todo de tipo del antiguo y todopoderoso valido empeoraba día tras día. Continuaba prisionero en Paris de su propia miseria.
– Me vuelve a dar pena este hombre.
– Pues que no le dé tanta pena, que fue un ambicioso pájaro de cuentas y un sinvergüenza, aunque hay que reconocer que hizo cosas buenas, que al final le contaré. En 1847 se le autoriza su vuelta a España ¡con 81 años! tres años antes de su muerte. Pero paradojas de la vida, se le nombra Caballero Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, fundada por su acérrimo enemigo Fernando VII. Fue la última condecoración que recibió.
– Es que ¿sabusté? ya había recibido todas las habidas y por haber.
– Claro que lo sé. No pudo o no quiso volver. No está claro. Yo me inclino por lo primero: su salud estaba muy deteriorada, estaba casi ciego y no tenía dinero para costearse el viaje. En esta situación falleció Manuel Godoy, el “príncipe de la Paz”, sólo y abandonado por todos. (***) Los periódicos tanto españoles como franceses dieron la noticia, con escasos o ningún comentario.
– La noticia. Vaya. Me dijo algo sobre las cosas buenas que había hecho.
– ¡Ah! Se me olvidaba. Para que lo sepan las generaciones posteriores, Godoy como gobernante fue un decidido partidario de las luces, suprimió censuras, dejó entrar los libros enciclopedistas, puso trabas a la actuación de la Inquisición, fue quien autorizó el regreso de los judíos a España, creó el Real Colegio de Medicina, el Cuerpo de Ingenieros y Cosmógrafos, las escuelas de Veterinaria, Sordomudos, Relojería, el Observatorio Astronómico, el Jardín Botánico, los museos de Industria e Hidrográfico, ordenó el primer reglamento para médicos y farmacéuticos, apoyó publicaciones y expediciones de estudios botánicos. Dicho queda.
Me quedé pensativo y ensimismado mirando nuevamente la tumba de ese desconocido, que ya para mí, ya era muy conocido.
– “Quemado” – dijo dándome en el hombro – ¿A quién vas a visitar ahora?
– No sé, quizá a Carlos III.
– Pues en su tumba nos veremos.
Desapareció entre la niebla y la oscuridad de la ya lluviosa y fría noche. Como un fantasma.
(*) En España, al difundirse la noticia de que Leopoldo era candidato a la corona, se le empezó a llamar “Leopoldo Olé-Olé si me eligen” a causa de la difícil pronunciación de su apellido para los españoles.
(**) La “Perla Peregrina” es una perla de tamaño y forma inusual, considerada una de las gemas más valiosas y legendarias de la historia de Europa. Descubierta en aguas del archipiélago de las Perlas en Panamá en el siglo XVI, pasó a manos del rey Felipe II de España, formando parte de las joyas de la Corona de España. Las perlas en forma de lágrima son muy apreciadas por su belleza y escasez, y es por ello que la Peregrina se convirtió en objeto de deseo de la realeza de la época, como Margarita de Austria, Isabel de Borbón o María Luisa de Parma, reinas de España que la lucieron a lo largo de los siglos. La perla fue hallada en Panamá (según alguna fuente, en 1515) y ofrecida en 1580 al rey de España, Felipe II por el alguacil mayor de Panamá, Diego de Tebes, quien la había llevado a Sevilla. Según un documento de la época, pesaba 58,5 quilates. La Peregrina, prendida de un broche o joyel junto con el diamante El Estanque, fue lucida por las sucesivas reinas que ocuparon el trono español. La reina Margarita de Austria la lució con dicho broche en su retrato ecuestre terminado por Velázquez en el museo del Prado, y también su esposo Felipe III la lleva, prendida de su sombrero (sin el broche), en el retrato que hace pareja con aquel. La Peregrina permaneció en España hasta 1808, cuando el rey José Bonaparte ordenó que le entregasen las joyas de los Borbones españoles, ya exiliados. La perla fue enviada por el rey Bonaparte a su esposa Julia Clary, que residía en Paris, pero años después de perder el trono español el matrimonio se separó y Bonaparte marchó a Estados Unidos, con una amante y con la perla. Cuando José Bonaparte regresó a Europa, se trajo la perla consigo. Se cree que dispuso en su testamento la entrega de la perla al futuro Napoleón III, quien debió de venderla hacia 1848 por problemas económicos. Se la compró el marqués de Abercorn, cuya esposa la lució en París, en un baile en el palacio de las Tullerías. Se cuenta que ella se negó a taladrar la perla y así prenderla mejor, razón por la cual se soltaba de su engarce, si bien no llegó a extraviarse nunca. En 1969 la Peregrina sale a subasta, y la noticia causa agitación en España. Se cuenta que la Casa Real española intentó entorpecer la venta afirmando que esta perla no era la auténtica. Los Borbones españoles tenían otra perla, regalada por Alfonso XIII a su esposa, y afirmaron que era la Peregrina. Sin embargo, al menos parte de la familia Borbón sabía cuál era la auténtica; Alfonso de Borbón y Dampierre participó en la subasta de Nueva York, si bien su oferta resultó insuficiente. La actriz Elizabeth Taylor recibió la Perla Peregrina de su esposo Richard Burton en 1969. Según documentación develada recientemente, ya en 1914 Alfonso XIII sabía que la Peregrina había sido vendida por los Abercorn a una joyería inglesa. Consta que se la ofrecieron al rey y que le remitieron fotografías de ella. No llegaron a un acuerdo, y acaso fue entonces cuando Alfonso XIII obtuvo una segunda perla, que sería la mostrada por su viuda en 1969. Sea como fuese, la Peregrina pasó por dos co-leccionistas más entre 1914 y 1969, y fue subastada el día 23 de enero de 1969 por la sala Parke Bennet en Nueva York, como “lote número 129”. La mayor parte de los que pujaron se detuvieron en los 15.000 dólares. Hasta los 20.000 llegó Alfonso de Borbón Dampierre. El actor Richard Burton la adquirió (sirviéndose de un intermediario) por la extraordinaria cantidad de 37.000 dólares, como regalo a su amada Elizabeth Tay-lor (entonces, de 37 años de edad). Un día más tarde, el 24 de enero, Luis Martínez de Irujo, duque de Alba, como jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia, negaba la au-tenticidad de la perla subastada y exhibió una perla que pretendía ser la auténtica, reci-bida de Alfonso XIII con motivo de su boda. Tanto la casa de subastas como diversos especialistas negaron veracidad a esa atribución. Esa presunta Peregrina fue legada a Juan de Borbón, hijo de Victoria Eugenia, y cuando este renunció a sus derechos dinás-ticos en 1977, le fue transmitida al rey de España Juan Carlos I. Ha sido lucida varias veces por la reina Sofía, y algunos funcionarios de la casa real española siguen mante-niendo que es la verdadera Peregrina.
(***) El cuatro de octubre de 1851 falleció Godoy, sin que su desaparición apenas inte-resara, ni en Francia, ni en España. En los diarios franceses “Le Constitutionnel”, “La National”, La Presse”, “Le Moniteur”, “Le Siècle” sólo apareció en la sección de defun-ciones, “L’illustration” hizo un breve resumen de su biografía. Casi toda la prensa espa-ñola se hizo, más tarde, eco de la noticia, siempre de forma escueta. En un primer mo-mento sus restos permanecieron en la cripta de la iglesia parroquial de San Roque. Transcurrido un año sin que nadie reclamase su cadáver, uno de sus últimos banqueros, José Javier de Ulibarren consiguió de la Prefectura del Departamento del Sena dos me-tros y medio en el cementerio del Este (llamado posteriormente del Pére Lachaise) don-de se efectuó la inhumación y donde está su tumba actualmente. Casualmente también está enterrado en el mismo cementerio, su protector obligado y enemigo político, el ma-riscal Joachim Murat, gran duque de Berg.
Bibliografía: Manuel Godoy, Emilio de la Parra. Godoy. El hombre y el político, Carlos Seco Serrano,